Thursday, 7 August 2008

Donde se termina hablando de Diana Krall

A veces se me hacía difícil combinar cosas como la fotografía, el windsurf y un paquete de Marlborough Lights. O combinar a Adriana y los discos tardíos de Miles Davis, especialmente el disco Spanish Sketches en el que interpreta una versión del Concierto de Aranjuez. Y se me hace difícil porque son cosas que no pegan, no hay fluidez entre ellas, especialmente cuando pienso en un paquete de Marlborough Light reposando en la mesa roja que hay en el jardín, el paquete abierto, y luego pienso no en el viento que empuja la vela de mi tabla de windsurf sino en el dolor que sufro en las plantas de los pies cuando camino hacia el agua llevando la tabla a cuestas y siento el daño puntiagudo cada vez que doy un paso sobre las piedras de la playa de Whistable. Eso y luego Adriana llegando del trabajo y esa cara que pone a medio camino entre una sonrisa por verme y el gesto cansado después de 10 horas de teléfono y cargas y descargas. Y luego Miles Davis y quizá un párrafo de un libro que había leído recientemente y que hablaba de un policía que se había ido de vacaciones a Miami con su prometida. Se me hacía difícil juntar todo eso, especialmente ahora mismo que he dejado una lata atún a medias, y el aceite se ha salido de la lata, y ahora está aceitosa con lo que tendré que ponerla en un plato antes de meterla en la nevera para por si acaso me apetece terminarla de aquí a un rato. Pero bueno, Marcos iba a llamar de un momento a otro ya que se había reunido con un chico que una vez hizo de extra en una película de James Bond, que en parte se había rodado en España, en Bilbao, y él había protagonizado el papel de un Ertxaina que entraba en un piso persiguiendo a alguien, no sé si a James Bond o a uno de los malos, y eso, Marcos creyó que sería interesante hablar con él y averiguar si podría aportar alguna idea a la venta o no venta del tesoro de las Minas del Rey Salomón. Cuando finalmente Marcos llamó, eran las 12:30 y lo primero que me dijo fue que el extra de la película de James Bond no era de Bilbao. Era argentino y se llamaba Jaime, y sabia de un restaurante de comida argentina que no estaba muy lejos de donde vivíamos en el cual trabajaba una camarera que se llamaba Clara y que había estudiado ciencias políticas y que aunque no hubiese terminado la carrera, ella siempre decía que la había terminado ya que abandonó en el último año y nunca le pareció que los planes de estudio de la facultad se ajustaran a la realidad, y eso, que ella había leído lo suficiente y se consideraba en posesión de los suficientes conocimientos como para considerarse licenciada. Una vez hechas las presentaciones y ya sentados a la mesa del restaurante, Clara se acercó a tomar nota cuando Jaime dijo que Clara nos podría ayudar, posiblemente más que él, y sí, ya sabía, había salido en una película de James Bond pero sinceramente, puntualizó Jaime, Clara podría, aun sin tener muchos contactos en el mundillo de la compra venta, ayudarnos de una manera más sólida que él, ya que era una persona muy creativa. Clara entonces nos sonrió de la manera más dulce posible y acto seguido nos preguntó que si nos interesaba la política. Marcos dijo que a él le gustaba la carne poco hecha. Mas tarde y ya sentados todos juntos en la mesa de una terraza de otro bar que había dos calles más abajo del restaurante, Clara nos dijo que desde su más humilde opinión, ella pensaba que tal vez nuestro problema no fuese tanto el qué hacer con el tesoro como el qué no hacer con el tesoro. Yo pedí cuatro vinos blancos y Jaime sonreía de tal manera que parecía que fuese a estallar de alegría. Cuando fui a la barra a coger los vinos coincidí a solas con Marcos que salía del lavabo y le pregunté que si alguna vez había visto a alguien sonreír de la manera que Jaime sonreía. Marcos me dijo que no, y que cuando estaba en el retrete había escrito en la puerta del mismo nuestro número de teléfono junto a las palabras: tesoro de las minas del Rey Salomón, porque nunca se sabía quien podría visitar dicho retrete en el futuro más cercano. Luego le dijimos al camarero que si alguien preguntase por dicha inscripción, el número de teléfono era el nuestro y que creíamos ciegamente en que haber escrito eso en la puerta del retrete sería más fructífero que cualquier otra forma de anunciarse al público. El camarero nos dijo que se llamaba Máximo y que le parecía fascinante el hecho de que hubiésemos comprado dicho tesoro. Luego dijo que él nunca se había leído el libro pero que si que vio una vez una película acerca del tema en la que salía Sharon Stone. Luego también nos dijo que en la película Instinto Básico, el supo desde el primer momento quien era la asesina ya que no había en el mundo dos mujeres que hiciesen el amor de la misma manera y que de ese modo, supo que la asesina era la que follaba de la manera que follaba la mujer que asesinaba a sus victimas. Nunca supo hasta el final si ésta era Sharon Stone o la otra pelirroja, pero sabía quien era la asesina si es que su explicación se entendía. Clara dijo que se entendía perfectamente y luego le contó que ella también era camarera aunque en su caso había hecho la carrera de Ciencias Políticas. Jaime dio otro trago a su copa de vino y justo después de tragarse el claro licor le preguntó al camarero que si le gustaban las películas de James Bond. Antes de que el camarero pudiese contestar Jaime subrayó que él era de la opinión de que James Bond había sido un personaje totalmente infravalorado por la crítica. Un personaje que a su modo de ver nunca había sido entendido de la manera que él entendía a James Bond, al James Bond persona, al personaje que había detrás del super agente con licencia para matar. Al hombre que se llama James y que según él era una persona que se encontraba terriblemente sola y que tenía grandes problemas para expresar sus sentimientos. Luego añadió que si alguna vez le preguntasen a él, los grandes productores de Holywood, en como enfocar la siguiente película del agente 007, él no haría ninguna escena de acción, ningún tiroteo, sino que se centraría en el James Bond que se levanta todo los días a desayunar y que se encuentra solo y que no sabe qué hacer con el peso de la existencia. Clara le dijo a Marcos que una vez salió con un argentino y que vaya pedazo de cabrón. Un tío que se llamaba Samuel y que la llevaba al parque donde hacían picnics y se besaban hasta que se hacía tarde y entonces había que recoger todos los trastos y volver a casa donde lo único que hacían era follar. Marcos le contestó que teníamos un amigo que se llamaba Franklin y que ahora mismo estaba en el sur de Francia enseñándole unas habitaciones a una señora mayor que decía ser prima hermana de una condesa francesa. Hablamos un rato sobre Franklin y para entonces el camarero y Jaime no prestaban atención a nuestra conversación pues se habían enfrascado en una discusión acerca de la situación actual del cine español. Marcos decía que para él Franklin era algo así como el eslabón perdido entre nuestra infancia y nuestra madurez. Una persona capaz de ver las cosas sin el filtro de la experiencia. Un tipo no espontáneo sino capaz de hacer cada cosa que hacía como si fuera la primera vez que lo hiciera. Un tipo que detestaba la poesía y que a su vez se podía considerar un poeta. Se dedicaba a alquilar pisos y apartamentos que a su vez alquilaba sin contratos ni papeleos de ningún tipo. Y ante todo, explicaba Marcos, una persona que nos había influenciado de tal manera que sin su presencia, sería imposible explicar o definir quien éramos nosotros mismos. Interrumpí para preguntarle a Clara la hora y traté de imaginar por unos instantes lo que estaría haciendo Adriana en estos momentos. Marcos explicó entonces que fue precisamente una llamada de Franklin lo que nos empujó realmente a comprar el tesoro de las Minas del Rey Salomón. Clara escuchaba con suma atención a la vez que se rascaba el hombro. En un momento determinado Marcos me miró sonriente y detecté que esperaba algún gesto de aprobación sobre algo que acababa de decir. Yo me limité a sonreírle de la misma manera que él me había sonreído lo que llevó a Marcos a estallar en una carcajada antes de contar la contradicción que suponía el hecho de que aunque Franklin fuera una persona adicta a la meditación, era un tipo que no podía estarse quieto ni un segundo y que las ideas bullían en su cerebro a velocidad de vértigo. “Es un hacedor”, dijo Marcos. Eso era lo que mejor definía a Franklin, un hacedor, un productor de situaciones y conflictos. Clara apuntó entonces que no se podía creer que Marcos fuese tan rubio, dijo que le parecía imposible que fuese español y que cuando lo vio por vez primera en el restaurante pensó que era nórdico. Marcos se sintió avergonzado y tras un instante de silencio volvió a hablar sobre Franklin y sobre su pasión en descalificar a grandes escritores de la literatura universal como James Joyce. Yo no pude evitar una leve carcajada al recordar entonces la primera vez que Franklin nos habló de su lista sobre los 10 peores escritores de entre los mejores escritores de la historia y de cómo a continuación elevó a Kafka hasta los mayores altares y nos dio una clase magistral sobre el genial escritor y en especial sobre su obra “El Castillo”, que se prolongó hasta altas horas de la madrugada cuando el alcohol y el sueño batallaban dentro de nuestros cuerpos y mentes a la vez que un disco de Brassens sonaba una y otra vez no por ser éste autor de nuestra predilección sino porque era el único disco que Franklin pudo encontrar en aquella casa de campo que tenía alquilada en aquellos tiempos. Otro clásico en Franklin era la aparente facilidad con la que se dejaba las llaves en casa. Ni él mismo podía decirnos las veces que al salir de casa había cerrado la puerta, se había detenido en el rellano, y se había palpado los bolsillos hasta percatarse de haberse dejado las llaves tras de si. Siempre que le reprochábamos entre risas y burlas dicha conducta, Franklin se excusaba diciendo que si no fuera por ello nunca se hubiese hecho tan amigo de Martín, el cerrajero del barrio. Y no sólo de Martín, nos solía decir levantando el dedo índice, sino de la sabiduría de Martín y por extensión de todo lo el universo que le rodeaba a éste incluyendo en ese universo a su preciosa hija de 17 años de edad. Clara dijo que ya le caía bien nuestro amigo Franklin a la vez que hizo patente el estado de vacío de su copa de vino. Yo me levanté a la barra no sin antes interrumpir la profunda conversación que Jaime mantenía con el camarero para preguntarle si quería otro vino. Ambos me miraron atónitos como si hubiese dicho algo sorprendente y tras unos segundos de vacilación que sirvieron para que despertasen del profundo diálogo que hasta ese momento habían mantenido, Máximo, el camarero, dijo que no me preocupase que él se encargaba de traernos otra ronda pues para eso le pagaban. Una vez que el camarero entró al bar a por los vinos Jaime nos dijo que habían estado hablando de los presos en Guantánamo y de cómo los estadounidenses llevaron una especie de caza de brujas tras los atentados contra las torres gemelas, arrestando a gente que creían sospechosos y que por el mero hecho de insinuar que fueran sospechosos los llevaron a Guantánamo sin juicio previo y sin que tuvieran estos oportunidad de defenderse. Nos quedamos mirando a Jaime creyendo que iba a decir algo más pero tras quedarse silencioso y dubitativo pensando en dicho tema, Marcos creyó oportuno revelar la pasión que Franklin tenía por las mujeres pelirrojas. Y no es que Franklin sea un mujeriego, no, es distinto… con Franklin es distinto, como con casi todo lo que Franklin venera, espetó Marcos. “Te acuerdas cuando nos vino emocionado con aquel disco que había comprado y que le había hecho tan feliz que no se podía explicar como la felicidad valía 12 euros, 35 minutos de felicidad, 35 minutos de blues cantado por una mujer bellísima llamada Diana Krall?”, me preguntó Marcos, por momentos igual de emocionado que cuando Franklin nos vino con el disco. Y era sobre todo por una canción, recordó Marcos, Love me like a man, y aquel solo de piano, dijo exaltado, y luego la teoría de Franklin de que el precio de la felicidad era relativo, en ese caso 12 euros, y entonces recordé con ternura aquella tarde cuando Franklin nos vino con el disco bajo el brazo y nos obligo a todos a dejar lo que llevábamos entre manos en aquel momento para llevarnos a su casa donde una botella de J&B y el susodicho disco de Diana Krall hicieron que la tarde fuese perfecta a pesar de que hacía un día soleado, uno de esos días de invierno cuando el sol sale y molesta en los ojos. Y luego Franklin nos dijo que Diana se había casado con Elvis Costello, y que había que ver el cabrón de Elvis Costello, el hombre más afortunado del mundo, y que si no se sintiera así habría que fusilarlo de inmediato pues los gobiernos del mundo entero deberían decretar una ley por consenso total, que estipulara que fuera donde fuera que Elvis Costello se encontrase en cualquier momento , si el sujeto se sintiese minimamente infeliz aunque fuera por cuestión de segundos, debería de ser fusilado en el acto al declarar todas las potencias mundiales que el ciudadano Elvis Costello tenía terminantemente prohibido sentirse infeliz siempre y cuando estuviera casado con Diana Krall, bajo pena de muerte inmediata. Jaime sonreía nuevamente como si estuviese a punto de explotar y Clara llamó al camarero para pedirle lápiz y papel y así anotar el nombre de la cantante y el disco al que nos referíamos, pues llegados a ese punto, y tal y como Marcos y yo nos percatamos, Clara ya vivía bajo la influencia de Franklin con lo que podía ser considerada una más de los nuestros. Acto seguido me pregunté a mismo por la impresión que le produciría a Adriana dicha realidad, y algo me decía que no estaría del todo contenta y que tras el anuncio se sucedería un batallón de preguntas acerca de esa chica llamada Clara, que trabaja de camarera en un restaurante argentino y que se autodeclaraba licenciada en Ciencias Políticas a pesar de no haber terminado la carrera. Es guapa?, me preguntaría a continuación.

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