I imagined people at breakfast, people who know each other intimately, probably a husband and a wife, speaking in unfinished sentences, in grunts, in coughs, as people do, particularly at that time of day. And I wondered what it would be like to sit down at that kind of dialogue, in which sentences are rarely completed and thoughts are rarely followed up and one person is not really listening closely to another. That’s all I had. And that’s when I began writing - Don Delillo
Friday, 29 August 2008
El maletero del coche de Franklin
Estando una vez con Franklin, Marcos se tuvo que levantar a subir el volumen del stereo ya que en ese momento pasaba el camión de la basura y justamente ahora que sonaba la canción número 3 del disco Birth Of The Cool, Moon Dreams, donde Miles Davis alargaba cada nota hasta la extenuación, hasta que la melodía se estiraba tanto que agonizaba lo mismo que el aire en sus pulmones, y justamente entonces sucedía que era miércoles por la noche y el camión de la basura pasaba haciendo un ruido seco y mecánico cada vez que sacudía los contenedores. Marcos se levantó a subir el volumen de mala leche y objetó que era demasiada casualidad para que Moon Dreams coincidiese con ese camión que pasaba por nuestro portal 5 minutos a la semana, y que tenía que haber sido justamente durante los cinco minutos en que Moon Dreams sonaba, canción que dicho sea de paso jamás había sonado antes en ese stereo, ya que era un disco que Franklin había traído esa misma noche, no, tanta casualidad no podía ser una casualidad, objetaba Marcos mientras Franklin se servía una copa sin sentir la más mínima culpa. A mí me da por pensar que de alguna manera, Franklin está en nuestras vidas solo en tiempo pasado. Me acuerdo de aquella noche y deduzco que Franklin es un tipo del que solo se pueda hablar en pasado. Es algo así como si no fuésemos conscientes cada vez que llama para decir que está en el sur de Francia conduciendo a lo largo de un acantilado con su viejo Cadillac descapotable, llevando a una señora que pasa de los sesenta y que dice ser familia de una condesa. Somos conscientes cuando recordamos su voz, pero no cuando nos habla. Yo recuerdo perfectamente aquella noche, especialmente el hecho de que Marcos siguiese insinuando que tanta casualidad no podía ser casualidad incluso dos horas después de que el camión se hubiese esfumado, pero no recuerdo haber sido consciente de ello en tiempo presente. Y todo ello me resultaba extraño del mismo modo que a Marcos le resultase extraña aquella coincidencia, sobre todo porque se consideraba una persona que no creía en el destino de la misma manera que no creía en que la belleza residiese en las pequeñas cosas de la vida. Franklin había terminado de servir tres copas de whisky sin hielo cuando Marcos dijo que para él, un cuadro grande siempre era más bello que un cuadro pequeño, y que aquella teoría de que la vida era lo que pasa mientras tanto, era tan incongruente y snob que le hacía vomitar, ya que lo que pasaba mientras tanto era según él, lo que le pasaba a los demás y no lo que le sucede a uno mismo. Franklin quiso opinar al respecto pero tras dudar unos segundos, se limitó a sonreír. En ese momento ya no sonaba Birth Of The Cool, ahora lo hacía un disco recopilatorio de Thelonious Monk, que Franklin había elegido en honor a uno de sus escritores favoritos quien tenía cierta predilección por dicho pianista. Yo no sabía que pensar y tal vez fuera por ello que comenté mis problemas acerca de la falta de unidad y fluidez que encontraba en ciertos aspectos importantes de mi vida, como la tabla de windsurf, un paquete de Marlborough Light , la fotografía, Adriana y tantas otras cosas. El teléfono sonó en la otra habitación. Marcos se levantó a contestar y tras mantener una breve conversación, colgó y volvió al cuarto de estar anunciando que era Antonio, que estaba de camino y que traía una muestra del tesoro para que Franklin se la llevase a Francia y se la enseñase a aquellas señoras que había conocido por si acaso pudieran estar interesadas en la compra del mismo. La falta de unidad podría representar la unidad en sí, me dijo Franklin. Es como quien crea un ritmo a base de acordes arítmicos. La repetición de ciertos factores formaban un patrón, una línea a seguir, un ritmo en sí mismo, y toda aquella falta de unidad, todo aquel atragantarse, pudiera ser mi ritmo, el único ritmo que era capaz de seguir, algo así como tener en la inseguridad y la duda una religión… Marcos preguntó a Franklin sobre las opciones reales de que aquellas señoras pudiesen estar interesadas en la compra del tesoro y que si ese fuera el caso, cuanto creía él que estarían dispuestas a pagar. Franklin contestó que el mayor problema sería la posibilidad de que la muestra que Antonio traía no le cupiese en el maletero del coche, pero que si cupiese, que bueno, que ya se vería. “Cuantas lanzas trae?”. Marcos no sabía, no le había preguntado, auque conociendo a Antonio probablemente dos, y un escudo, y tal vez una de las ollas. A mí el whisky me daba hambre. Me levanté a la cocina y en la nevera sola había patatas y champiñones. Miré en el armario y vi que Marcos tenía una lata de atún y un bote de ketchup. Cuando volví al cuarto de estar para recriminarle a Marcos su falta de abastecimiento, el timbré sonó, era Antonio con la muestra del tesoro. Marcos y Franklin se levantaron y cuando bajamos todos a ayudarle a subirlo, Franklin dijo que si no sería mejor trasbordarlo del maletero de Antonio al suyo. Tras debatir la cuestión durante unos segundos decidimos subirlo todo al piso por razones de seguridad aunque según Marcos, quién coño iba a estar interesado en robarlo, con lo que pesaban las jodidas lanzas. Ya de vuelta con la muestra del tesoro, Antonio dijo que si nos parecía suficiente con una olla o que si sería mejor llevar dos, una grande y otra pequeña. Marcos se encogió de hombros y sirvió otro whisky desentendiéndose por completo. Yo volví a la cocina y saqué las patatas de la nevera. Patatas fritas con ketchup sería. Nadie más tenía hambre por lo que nadie iba a ayudarme a pelar y cortar las mismas. Traje las patatas al cuarto de estar, puse un periódico viejo para tirar las peladuras, y me senté a pelarlas a la vez que Antonio se servía un whisky y hacía cierta declaración de principios en torno al disco que escuchábamos en ese momento y que ya no era Thelonious Monk sino Lou Reed, NYC MAN.
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