Saturday 30 April 2011

EL BALANCE DE ALICIA

El incendio ese que se suponía tenía que haber pasado, aquí, no en el cuarto de estar sino al filo de tu mejilla, y que mire usted donde las dan las toman, y el carro de la compra, yogures coleccionables, con el cuarto lote se regalaban suicidios desde balcones de plástico y arruga vertical. La decadencia era prorrogable, el tiempo se entregaba según convenios en cuartos trasteros. Sin máscara de hollín y sin zapatos nuevos y sin rozadura en el talón. El pulso en la sien, de vacaciones. Los amigos rotos, las manzanas descatalogadas, las cadenas de esparto. El muslo de la queja sin costumbre, el eje de la pregunta, allí donde residía el balance de Alicia. El delito radicaba en su sombra de ojos. Susurros embadurnados de pan rallado y harina. Esa tos como de renuncia y que tanto el diablo cargaba. Donde se intercambiaban balanzas por cencerros y donde pasaban cosas como estucados de tela de barniz, sobredosis de tristeza y un solo cable deshilachado. Todavía quedaban restos en la botella de ayer. Todavía el sudor y todavía la ausencia de alivio a la altura del pecho

BIELORRUSIA

Sus besos como nitrato esparcido. Bielorrusia y la manía de tirar piedras al río. Utilizar esa sonrisa descompuesta y la congestión de plátanos como analgésico. Entender la sincronía de sus gestos como un fraude. Apoyarse en el tabique acostumbrado, en la matanza del cerdo, en la cuestión morosa, el diafragma de las noches y los días, productos básicos, nitroglicerina. Bastaría con expulsar tanto sentimiento y laca para el pelo. Sopla el viento de costado cuando el punto de mira y esa forma con la que dice la palabra “tarrina”. Esa forma de emanciparse a medio camino entre tigres de Bengala y platos rotos, entre salidas internacionales y ferias bovinas. La garganta no llega hasta el beso. La boca y sus labios como recurso vacío, cartilla sin fondos de pelo teñido, de ausencia de carmín. La tempestad y sin embargo los valles y cuantos altares sin llanto. El devenir de aquella carcasa estropeada, los paseos por Mundine, la cuentas de la vieja, los orgasmos sonoros, césped recién cortado, mantequilla en llamas, pata de perro bloqueado

GIGANTES Y BARRAS DE LABIOS

Escritura de cemento solo rasgada por lágrima de mar disecada. El abrazo restringido y el deseo invertebrado. Ella es de seda y pupitre. Marion habla y su lengua es matriz de almíbar. Los porteadores deambulan a lo largo de un límite de segundos. Termostatos variables y maquinas de hacer pan sucumben al calendario sin asas, al preludio de café y botella de agua, a la trompeta monolítica, al caballero condecorado, a los pasos perdidos. Como si existiera un maná carcomido, se suman números centígrados atrapados en libreta de cuadros. Rondallas y gigantes y barras de labios. Nadie dijo que aquello marchitaría tan pronto. Los sonidos del puerto, las bases del templo, el futuro azucarado. Sin embargo un chasis y sin embargo ese sabor a óxido de prima lejana. El hecho de que no se quiera tender la ropa al sol es inversamente proporcional a la brisa despoblada. Mire usted señor conde, mire usted cuanta gangrena

Thursday 28 April 2011

ESQUINA DE PUERRO

Llevaba la sonrisa metida por ventilación asistida. El afán de decir que no, el uso de las frases subordinadas, la natación sincronizada, el gesto vetusto, el charco de hojalata, la mazorca despeinada, el hueso pendenciero. Mañana y los cuadraditos de mortadela mientras Félix, el apuntador, se quejaba con trago pocero, con ademán substancial, el criollo y la guerra, la sombra de Neptuno, el soliloquio existencial, la curva de la pata de la mecedora, el tresillo de piel, lágrimas de orquídea, sabina milenaria, macizo inoportuno, acento en la a, subversión y vino tinto. Como si aquella mata de acebo no fuese suficiente. Como si esa especie de esclerosis de lenguado frito, de congestión de sonidos graves, de llave del agua, ascensor público, ella y su manera de reírse, particular como la lluvia fina. Se dejaban querer de cuando en cuando, gente de provincia y mano soldadora. A veces ocurría que no les parecía bastante, el duelo por el carnicero muerto, la piedra equivocada, la garganta sin espinas, el dilatar de la noche asustada, boquiabierta, vacilante, de lados convexos, de independencia por conquistar, de cosquilla fácil.

CARLA SIN DIENTES

Corteza de piel arrítmica, superficie de proyección de ser humano. Sonrisas de antemano que caducan después del primer hervor. Junto al aparato de radio, el respaldo de la butaca, las notas, do re mí, la sensación de melodía podrida y pensamiento turbio de cría de cabra. Todo lo que pasa dentro del abrigo rojo de la señora sentada en la mesa número 3 de la terraza del café bar El Sol. Plátanos maduros y el señor Frumento que justamente ahora camina con paso firme por la tarima metálica. Arista de cartón de huevos y alambre de tono de risa. Labios sin pintar, diente de nitrógeno líquido, beso desacompasado, a destiempo , como tantas veces Manuel, como Pablo y su sombrero de fieltro, las caricias prestadas, los barquitos de papel a vapor, el ingreso en la metalurgia y esa imitación de bostezo que emana de la boca de Carla

ROCE DE CODO

Cartílago de fresa, renuncia a medias. Como si de un encontronazo de arena se tratase. Un empujón de espuma que se desvanece al rozar con el codo de Marga y esa semi-sonrisa de fractura artificial. Una arruga en la yema del dedo. Como si el acero estuviera podrido por dentro. En su gesto, un frenazo. Sus cabellos en desaliño, el desguace entre sus senos, la saliva en la boca, hirviendo. El percance que claudica cuando la sílaba se justifica y las pecas del brazo en retirada se anuncian. La señora del tercero anuncia lloviznas. Justo y su cuñado en la moto, de viaje, chaquetas sin cremallera, el asfalto y la hoguera. El sentimiento de suburbio y paso cambiado, macera. El timbre y la cal, sopa sin pan, marisma irregular, piedra pómez, instante de clavícula, bocetos de novias, espárrago impar.

EL MUEBLE COMO ANDAMIO

Sabor a tesoro y mentira. Conato de directrices torcidas, al borde del extrarradio no de la ciudad sino de una embestida. Se trata de un océano mal entendido. Presunción de amago de mar. Ola caliente de boca de seno. Esteban que llega a casa y se sienta en el mueble como estructura. El mueble como andamio hecho a base de respaldos. La vejez merodea como turista emboscado detrás de una dirección incorrecta. Se come comida inundada. Se respira como si el aire fuese de fogueo. Como si el vecino y aquel pobre consejero y la marca del vaso en la barra. Sopas Julianas y macarrones con queso. Junto al precipicio, sin postre y sin monedas. El viento y un pueblo llamado Harlow. Frambuesas y grano de avena. Espigas que dejan marca. Cicatrices de natilla de sobre. Inventario de tornillos sueltos. Tempestades de segunda mano y cuerda vocal rota.

LA PERRA Y LA GINEBRA

Como salchichas de pollo. Como hormigas sentadas, de piernas cruzadas. Como la tinta china y como el sobre que entrego, la perra y la verdad, la sobredosis de angina de pecho. Distante queda en la memoria la gota que agito, el suenyo al que no llego. Estrecho de los Dardanelos, escalera cronica, peldanyo repetitivo, magdalena atonita, cable de trigo, persistencia de palabras. Como si a alguien, en algun sitio, le diera un calambre entre las pastas y el primer plato. Antojo de barco en camisa de rayas. Supersticion de ginebra, palabra en llamas, cara sin cejas.