Friday 29 August 2008

El maletero del coche de Franklin

Estando una vez con Franklin, Marcos se tuvo que levantar a subir el volumen del stereo ya que en ese momento pasaba el camión de la basura y justamente ahora que sonaba la canción número 3 del disco Birth Of The Cool, Moon Dreams, donde Miles Davis alargaba cada nota hasta la extenuación, hasta que la melodía se estiraba tanto que agonizaba lo mismo que el aire en sus pulmones, y justamente entonces sucedía que era miércoles por la noche y el camión de la basura pasaba haciendo un ruido seco y mecánico cada vez que sacudía los contenedores. Marcos se levantó a subir el volumen de mala leche y objetó que era demasiada casualidad para que Moon Dreams coincidiese con ese camión que pasaba por nuestro portal 5 minutos a la semana, y que tenía que haber sido justamente durante los cinco minutos en que Moon Dreams sonaba, canción que dicho sea de paso jamás había sonado antes en ese stereo, ya que era un disco que Franklin había traído esa misma noche, no, tanta casualidad no podía ser una casualidad, objetaba Marcos mientras Franklin se servía una copa sin sentir la más mínima culpa. A mí me da por pensar que de alguna manera, Franklin está en nuestras vidas solo en tiempo pasado. Me acuerdo de aquella noche y deduzco que Franklin es un tipo del que solo se pueda hablar en pasado. Es algo así como si no fuésemos conscientes cada vez que llama para decir que está en el sur de Francia conduciendo a lo largo de un acantilado con su viejo Cadillac descapotable, llevando a una señora que pasa de los sesenta y que dice ser familia de una condesa. Somos conscientes cuando recordamos su voz, pero no cuando nos habla. Yo recuerdo perfectamente aquella noche, especialmente el hecho de que Marcos siguiese insinuando que tanta casualidad no podía ser casualidad incluso dos horas después de que el camión se hubiese esfumado, pero no recuerdo haber sido consciente de ello en tiempo presente. Y todo ello me resultaba extraño del mismo modo que a Marcos le resultase extraña aquella coincidencia, sobre todo porque se consideraba una persona que no creía en el destino de la misma manera que no creía en que la belleza residiese en las pequeñas cosas de la vida. Franklin había terminado de servir tres copas de whisky sin hielo cuando Marcos dijo que para él, un cuadro grande siempre era más bello que un cuadro pequeño, y que aquella teoría de que la vida era lo que pasa mientras tanto, era tan incongruente y snob que le hacía vomitar, ya que lo que pasaba mientras tanto era según él, lo que le pasaba a los demás y no lo que le sucede a uno mismo. Franklin quiso opinar al respecto pero tras dudar unos segundos, se limitó a sonreír. En ese momento ya no sonaba Birth Of The Cool, ahora lo hacía un disco recopilatorio de Thelonious Monk, que Franklin había elegido en honor a uno de sus escritores favoritos quien tenía cierta predilección por dicho pianista. Yo no sabía que pensar y tal vez fuera por ello que comenté mis problemas acerca de la falta de unidad y fluidez que encontraba en ciertos aspectos importantes de mi vida, como la tabla de windsurf, un paquete de Marlborough Light , la fotografía, Adriana y tantas otras cosas. El teléfono sonó en la otra habitación. Marcos se levantó a contestar y tras mantener una breve conversación, colgó y volvió al cuarto de estar anunciando que era Antonio, que estaba de camino y que traía una muestra del tesoro para que Franklin se la llevase a Francia y se la enseñase a aquellas señoras que había conocido por si acaso pudieran estar interesadas en la compra del mismo. La falta de unidad podría representar la unidad en sí, me dijo Franklin. Es como quien crea un ritmo a base de acordes arítmicos. La repetición de ciertos factores formaban un patrón, una línea a seguir, un ritmo en sí mismo, y toda aquella falta de unidad, todo aquel atragantarse, pudiera ser mi ritmo, el único ritmo que era capaz de seguir, algo así como tener en la inseguridad y la duda una religión… Marcos preguntó a Franklin sobre las opciones reales de que aquellas señoras pudiesen estar interesadas en la compra del tesoro y que si ese fuera el caso, cuanto creía él que estarían dispuestas a pagar. Franklin contestó que el mayor problema sería la posibilidad de que la muestra que Antonio traía no le cupiese en el maletero del coche, pero que si cupiese, que bueno, que ya se vería. “Cuantas lanzas trae?”. Marcos no sabía, no le había preguntado, auque conociendo a Antonio probablemente dos, y un escudo, y tal vez una de las ollas. A mí el whisky me daba hambre. Me levanté a la cocina y en la nevera sola había patatas y champiñones. Miré en el armario y vi que Marcos tenía una lata de atún y un bote de ketchup. Cuando volví al cuarto de estar para recriminarle a Marcos su falta de abastecimiento, el timbré sonó, era Antonio con la muestra del tesoro. Marcos y Franklin se levantaron y cuando bajamos todos a ayudarle a subirlo, Franklin dijo que si no sería mejor trasbordarlo del maletero de Antonio al suyo. Tras debatir la cuestión durante unos segundos decidimos subirlo todo al piso por razones de seguridad aunque según Marcos, quién coño iba a estar interesado en robarlo, con lo que pesaban las jodidas lanzas. Ya de vuelta con la muestra del tesoro, Antonio dijo que si nos parecía suficiente con una olla o que si sería mejor llevar dos, una grande y otra pequeña. Marcos se encogió de hombros y sirvió otro whisky desentendiéndose por completo. Yo volví a la cocina y saqué las patatas de la nevera. Patatas fritas con ketchup sería. Nadie más tenía hambre por lo que nadie iba a ayudarme a pelar y cortar las mismas. Traje las patatas al cuarto de estar, puse un periódico viejo para tirar las peladuras, y me senté a pelarlas a la vez que Antonio se servía un whisky y hacía cierta declaración de principios en torno al disco que escuchábamos en ese momento y que ya no era Thelonious Monk sino Lou Reed, NYC MAN.

Thursday 7 August 2008

Donde se termina hablando de Diana Krall

A veces se me hacía difícil combinar cosas como la fotografía, el windsurf y un paquete de Marlborough Lights. O combinar a Adriana y los discos tardíos de Miles Davis, especialmente el disco Spanish Sketches en el que interpreta una versión del Concierto de Aranjuez. Y se me hace difícil porque son cosas que no pegan, no hay fluidez entre ellas, especialmente cuando pienso en un paquete de Marlborough Light reposando en la mesa roja que hay en el jardín, el paquete abierto, y luego pienso no en el viento que empuja la vela de mi tabla de windsurf sino en el dolor que sufro en las plantas de los pies cuando camino hacia el agua llevando la tabla a cuestas y siento el daño puntiagudo cada vez que doy un paso sobre las piedras de la playa de Whistable. Eso y luego Adriana llegando del trabajo y esa cara que pone a medio camino entre una sonrisa por verme y el gesto cansado después de 10 horas de teléfono y cargas y descargas. Y luego Miles Davis y quizá un párrafo de un libro que había leído recientemente y que hablaba de un policía que se había ido de vacaciones a Miami con su prometida. Se me hacía difícil juntar todo eso, especialmente ahora mismo que he dejado una lata atún a medias, y el aceite se ha salido de la lata, y ahora está aceitosa con lo que tendré que ponerla en un plato antes de meterla en la nevera para por si acaso me apetece terminarla de aquí a un rato. Pero bueno, Marcos iba a llamar de un momento a otro ya que se había reunido con un chico que una vez hizo de extra en una película de James Bond, que en parte se había rodado en España, en Bilbao, y él había protagonizado el papel de un Ertxaina que entraba en un piso persiguiendo a alguien, no sé si a James Bond o a uno de los malos, y eso, Marcos creyó que sería interesante hablar con él y averiguar si podría aportar alguna idea a la venta o no venta del tesoro de las Minas del Rey Salomón. Cuando finalmente Marcos llamó, eran las 12:30 y lo primero que me dijo fue que el extra de la película de James Bond no era de Bilbao. Era argentino y se llamaba Jaime, y sabia de un restaurante de comida argentina que no estaba muy lejos de donde vivíamos en el cual trabajaba una camarera que se llamaba Clara y que había estudiado ciencias políticas y que aunque no hubiese terminado la carrera, ella siempre decía que la había terminado ya que abandonó en el último año y nunca le pareció que los planes de estudio de la facultad se ajustaran a la realidad, y eso, que ella había leído lo suficiente y se consideraba en posesión de los suficientes conocimientos como para considerarse licenciada. Una vez hechas las presentaciones y ya sentados a la mesa del restaurante, Clara se acercó a tomar nota cuando Jaime dijo que Clara nos podría ayudar, posiblemente más que él, y sí, ya sabía, había salido en una película de James Bond pero sinceramente, puntualizó Jaime, Clara podría, aun sin tener muchos contactos en el mundillo de la compra venta, ayudarnos de una manera más sólida que él, ya que era una persona muy creativa. Clara entonces nos sonrió de la manera más dulce posible y acto seguido nos preguntó que si nos interesaba la política. Marcos dijo que a él le gustaba la carne poco hecha. Mas tarde y ya sentados todos juntos en la mesa de una terraza de otro bar que había dos calles más abajo del restaurante, Clara nos dijo que desde su más humilde opinión, ella pensaba que tal vez nuestro problema no fuese tanto el qué hacer con el tesoro como el qué no hacer con el tesoro. Yo pedí cuatro vinos blancos y Jaime sonreía de tal manera que parecía que fuese a estallar de alegría. Cuando fui a la barra a coger los vinos coincidí a solas con Marcos que salía del lavabo y le pregunté que si alguna vez había visto a alguien sonreír de la manera que Jaime sonreía. Marcos me dijo que no, y que cuando estaba en el retrete había escrito en la puerta del mismo nuestro número de teléfono junto a las palabras: tesoro de las minas del Rey Salomón, porque nunca se sabía quien podría visitar dicho retrete en el futuro más cercano. Luego le dijimos al camarero que si alguien preguntase por dicha inscripción, el número de teléfono era el nuestro y que creíamos ciegamente en que haber escrito eso en la puerta del retrete sería más fructífero que cualquier otra forma de anunciarse al público. El camarero nos dijo que se llamaba Máximo y que le parecía fascinante el hecho de que hubiésemos comprado dicho tesoro. Luego dijo que él nunca se había leído el libro pero que si que vio una vez una película acerca del tema en la que salía Sharon Stone. Luego también nos dijo que en la película Instinto Básico, el supo desde el primer momento quien era la asesina ya que no había en el mundo dos mujeres que hiciesen el amor de la misma manera y que de ese modo, supo que la asesina era la que follaba de la manera que follaba la mujer que asesinaba a sus victimas. Nunca supo hasta el final si ésta era Sharon Stone o la otra pelirroja, pero sabía quien era la asesina si es que su explicación se entendía. Clara dijo que se entendía perfectamente y luego le contó que ella también era camarera aunque en su caso había hecho la carrera de Ciencias Políticas. Jaime dio otro trago a su copa de vino y justo después de tragarse el claro licor le preguntó al camarero que si le gustaban las películas de James Bond. Antes de que el camarero pudiese contestar Jaime subrayó que él era de la opinión de que James Bond había sido un personaje totalmente infravalorado por la crítica. Un personaje que a su modo de ver nunca había sido entendido de la manera que él entendía a James Bond, al James Bond persona, al personaje que había detrás del super agente con licencia para matar. Al hombre que se llama James y que según él era una persona que se encontraba terriblemente sola y que tenía grandes problemas para expresar sus sentimientos. Luego añadió que si alguna vez le preguntasen a él, los grandes productores de Holywood, en como enfocar la siguiente película del agente 007, él no haría ninguna escena de acción, ningún tiroteo, sino que se centraría en el James Bond que se levanta todo los días a desayunar y que se encuentra solo y que no sabe qué hacer con el peso de la existencia. Clara le dijo a Marcos que una vez salió con un argentino y que vaya pedazo de cabrón. Un tío que se llamaba Samuel y que la llevaba al parque donde hacían picnics y se besaban hasta que se hacía tarde y entonces había que recoger todos los trastos y volver a casa donde lo único que hacían era follar. Marcos le contestó que teníamos un amigo que se llamaba Franklin y que ahora mismo estaba en el sur de Francia enseñándole unas habitaciones a una señora mayor que decía ser prima hermana de una condesa francesa. Hablamos un rato sobre Franklin y para entonces el camarero y Jaime no prestaban atención a nuestra conversación pues se habían enfrascado en una discusión acerca de la situación actual del cine español. Marcos decía que para él Franklin era algo así como el eslabón perdido entre nuestra infancia y nuestra madurez. Una persona capaz de ver las cosas sin el filtro de la experiencia. Un tipo no espontáneo sino capaz de hacer cada cosa que hacía como si fuera la primera vez que lo hiciera. Un tipo que detestaba la poesía y que a su vez se podía considerar un poeta. Se dedicaba a alquilar pisos y apartamentos que a su vez alquilaba sin contratos ni papeleos de ningún tipo. Y ante todo, explicaba Marcos, una persona que nos había influenciado de tal manera que sin su presencia, sería imposible explicar o definir quien éramos nosotros mismos. Interrumpí para preguntarle a Clara la hora y traté de imaginar por unos instantes lo que estaría haciendo Adriana en estos momentos. Marcos explicó entonces que fue precisamente una llamada de Franklin lo que nos empujó realmente a comprar el tesoro de las Minas del Rey Salomón. Clara escuchaba con suma atención a la vez que se rascaba el hombro. En un momento determinado Marcos me miró sonriente y detecté que esperaba algún gesto de aprobación sobre algo que acababa de decir. Yo me limité a sonreírle de la misma manera que él me había sonreído lo que llevó a Marcos a estallar en una carcajada antes de contar la contradicción que suponía el hecho de que aunque Franklin fuera una persona adicta a la meditación, era un tipo que no podía estarse quieto ni un segundo y que las ideas bullían en su cerebro a velocidad de vértigo. “Es un hacedor”, dijo Marcos. Eso era lo que mejor definía a Franklin, un hacedor, un productor de situaciones y conflictos. Clara apuntó entonces que no se podía creer que Marcos fuese tan rubio, dijo que le parecía imposible que fuese español y que cuando lo vio por vez primera en el restaurante pensó que era nórdico. Marcos se sintió avergonzado y tras un instante de silencio volvió a hablar sobre Franklin y sobre su pasión en descalificar a grandes escritores de la literatura universal como James Joyce. Yo no pude evitar una leve carcajada al recordar entonces la primera vez que Franklin nos habló de su lista sobre los 10 peores escritores de entre los mejores escritores de la historia y de cómo a continuación elevó a Kafka hasta los mayores altares y nos dio una clase magistral sobre el genial escritor y en especial sobre su obra “El Castillo”, que se prolongó hasta altas horas de la madrugada cuando el alcohol y el sueño batallaban dentro de nuestros cuerpos y mentes a la vez que un disco de Brassens sonaba una y otra vez no por ser éste autor de nuestra predilección sino porque era el único disco que Franklin pudo encontrar en aquella casa de campo que tenía alquilada en aquellos tiempos. Otro clásico en Franklin era la aparente facilidad con la que se dejaba las llaves en casa. Ni él mismo podía decirnos las veces que al salir de casa había cerrado la puerta, se había detenido en el rellano, y se había palpado los bolsillos hasta percatarse de haberse dejado las llaves tras de si. Siempre que le reprochábamos entre risas y burlas dicha conducta, Franklin se excusaba diciendo que si no fuera por ello nunca se hubiese hecho tan amigo de Martín, el cerrajero del barrio. Y no sólo de Martín, nos solía decir levantando el dedo índice, sino de la sabiduría de Martín y por extensión de todo lo el universo que le rodeaba a éste incluyendo en ese universo a su preciosa hija de 17 años de edad. Clara dijo que ya le caía bien nuestro amigo Franklin a la vez que hizo patente el estado de vacío de su copa de vino. Yo me levanté a la barra no sin antes interrumpir la profunda conversación que Jaime mantenía con el camarero para preguntarle si quería otro vino. Ambos me miraron atónitos como si hubiese dicho algo sorprendente y tras unos segundos de vacilación que sirvieron para que despertasen del profundo diálogo que hasta ese momento habían mantenido, Máximo, el camarero, dijo que no me preocupase que él se encargaba de traernos otra ronda pues para eso le pagaban. Una vez que el camarero entró al bar a por los vinos Jaime nos dijo que habían estado hablando de los presos en Guantánamo y de cómo los estadounidenses llevaron una especie de caza de brujas tras los atentados contra las torres gemelas, arrestando a gente que creían sospechosos y que por el mero hecho de insinuar que fueran sospechosos los llevaron a Guantánamo sin juicio previo y sin que tuvieran estos oportunidad de defenderse. Nos quedamos mirando a Jaime creyendo que iba a decir algo más pero tras quedarse silencioso y dubitativo pensando en dicho tema, Marcos creyó oportuno revelar la pasión que Franklin tenía por las mujeres pelirrojas. Y no es que Franklin sea un mujeriego, no, es distinto… con Franklin es distinto, como con casi todo lo que Franklin venera, espetó Marcos. “Te acuerdas cuando nos vino emocionado con aquel disco que había comprado y que le había hecho tan feliz que no se podía explicar como la felicidad valía 12 euros, 35 minutos de felicidad, 35 minutos de blues cantado por una mujer bellísima llamada Diana Krall?”, me preguntó Marcos, por momentos igual de emocionado que cuando Franklin nos vino con el disco. Y era sobre todo por una canción, recordó Marcos, Love me like a man, y aquel solo de piano, dijo exaltado, y luego la teoría de Franklin de que el precio de la felicidad era relativo, en ese caso 12 euros, y entonces recordé con ternura aquella tarde cuando Franklin nos vino con el disco bajo el brazo y nos obligo a todos a dejar lo que llevábamos entre manos en aquel momento para llevarnos a su casa donde una botella de J&B y el susodicho disco de Diana Krall hicieron que la tarde fuese perfecta a pesar de que hacía un día soleado, uno de esos días de invierno cuando el sol sale y molesta en los ojos. Y luego Franklin nos dijo que Diana se había casado con Elvis Costello, y que había que ver el cabrón de Elvis Costello, el hombre más afortunado del mundo, y que si no se sintiera así habría que fusilarlo de inmediato pues los gobiernos del mundo entero deberían decretar una ley por consenso total, que estipulara que fuera donde fuera que Elvis Costello se encontrase en cualquier momento , si el sujeto se sintiese minimamente infeliz aunque fuera por cuestión de segundos, debería de ser fusilado en el acto al declarar todas las potencias mundiales que el ciudadano Elvis Costello tenía terminantemente prohibido sentirse infeliz siempre y cuando estuviera casado con Diana Krall, bajo pena de muerte inmediata. Jaime sonreía nuevamente como si estuviese a punto de explotar y Clara llamó al camarero para pedirle lápiz y papel y así anotar el nombre de la cantante y el disco al que nos referíamos, pues llegados a ese punto, y tal y como Marcos y yo nos percatamos, Clara ya vivía bajo la influencia de Franklin con lo que podía ser considerada una más de los nuestros. Acto seguido me pregunté a mismo por la impresión que le produciría a Adriana dicha realidad, y algo me decía que no estaría del todo contenta y que tras el anuncio se sucedería un batallón de preguntas acerca de esa chica llamada Clara, que trabaja de camarera en un restaurante argentino y que se autodeclaraba licenciada en Ciencias Políticas a pesar de no haber terminado la carrera. Es guapa?, me preguntaría a continuación.

Tuesday 5 August 2008

SIN FRANKLIN

Sus besos eran un insulto contra la ley de la gravedad. Mesopotamía y Ana Obregón daban los últimos sorbos a sus Martinis y todo ello se me antojaba como un preámbulo de respiración. Marcos estaba preocupado porque Franklin no había llamado y era por ello que se refugiaba en las ideas de Kant. Yo había pedido dos cervezas y el camarero se empeñaba en defender la nueva legislatura y en especial la nueva ley de inmigración. Ana Obregón se excusó diciendo que no había podido evitar escuchar la opinión del camarero y declaró que ella no estaba ni a favor ni en contra, simplemente pensaba que no era ni el momento ni el lugar adecuado para discutir semejante cuestión. Marcos se levantó de la silla y dijo en voz alta que quizás debiéramos hablar de Rembrandt pero Mesopotamia dijo que le resultaba difícil encontrar su sitio en esta sociedad tan cambiante. El camarero dijo que lo mejor era hacer lo que había hecho Bob Dylan, reinventarse a si mismo. Ana Obregón dijo que eso era precisamente lo que había hecho toda su vida a pesar de que le resultaba increíblemente difícil cambiar en las mentes de la gente la imagen que tenían de ella. Yo dije que a mi la palabra increíblemente no me gustaba nada y Marcos dijo que nosotros habíamos intentado reinventarnos a nosotros mismos comprando el tesoro de las minas del Rey Salomón. A Ana le pareció una idea de lo mas brillante y nos preguntó si alguna vez habíamos pensado en llevarlo a la televisión pues creía que era un formato en el que dicha idea se podría exprimir. El camarero le preguntó a Ana que si estaría interesada en producir un documental sobre la inmigración, una especie de reportaje que él mismo podría filmar con su cámara. Ana le preguntó que qué tipo de cámara tenía. Una Sony, respondió el camarero. Una Sony de ir por casa, ideal para el documental, ya que si vas a realizar un documental acerca de gente pobre y sin derechos no había nada mejor que hacerlo con una cámara de andar por casa ya que ello daría otra dimensión al proyecto. A mí no me gustaba la palabra proyecto y Ana seguía empeñada en que era mucho mejor hacer lo del tesoro de las Minas del rey Salomón con todos sus respetos al camarero y al tema de la inmigración. Mesopotamia se sentía mal porque por una parte quería pedir una ronda de cubatas pero por otra quería pedir un taxi e irse a casa a descansar a pesar de que mañana no tenía que trabajar. El camarero dijo que tenía un amigo que además de ser inmigrante ilegal era musulmán, y que en el documental sería precioso si le preguntaran por su opinión acerca de los atentados contra las Torres Gemelas. Acto seguido dijo que nos invitaba a una ronda de chupitos y acto seguido después nos preguntó que si era posible que pagáramos los chupitos ya que su jefe le tenía terminantemente prohibido invitar a rondas. Mesopotamia dijo entonces que tenía la imperiosa necesidad de escuchar a Miles Davis, en concreto la canción Autum Leaves, aunque a mi no me gustase la palabra imperiosa. Yo le contesté que a mí lo que no me gustaba era tener discos en las cajas equivocadas, o tener discos en un estuche aunque resultara de lo mas conveniente pero que hacía que uno se olvidase de la caja original donde te ponían los títulos de las canciones y los agradecimientos del grupo. El camarero dijo que él de lo que realmente estaba en contra era de la piratería. Ana dijo que lo que realmente le apetecía era escuchar música cubana. Mesopotamia dijo que la música cubana era una mierda y el camarero dijo que había a que ver lo felices que eran los cubanos a pesar de no tener nada de nada. Marcos preguntó que si estaba la cocina abierta, y que si ese era el caso, quería una ración de calamares. Ana dijo que llevaba todo el día con dos salchichas en el cuerpo. Dos salchichas que había frito antes de ayer, y que las compró en una carnicería a la que no había ido nunca, y que se quedó perpleja de ver como cuando las calentaba en la sartén sin aceite, porque ella nunca echaba aceite a las salchichas ya que éstas tenían demasiada grasa y era con la grasa misma de las salchichas con las que las freía, como cuando las calentaba en la sartén se dio cuenta de que las salchichas no soltaban nada de grasa, nada, ni una gota, y eso, que las abrió por el medio para ver si así soltaban grasa y que tampoco, y que eso, le sobraron dos, las dejó en un plato en la nevera, y que hoy en vez de cocinar se comió las dos salchichas y que eso era lo que había comido en todo el día. Marcos, Mesopotamia y el camarero jugaban a piedra, papel y tijera. Yo le pregunté a Marcos por la ración de calamares y Ana comentó el nombre de un bar en Écija donde hacían los mejores calamares que había probado en su vida. El camarero dijo que para él lo mejor que había hecho Miles Davis fue la versión tardía que hizo en sus últimos años de My Funny Valentine, cuando usaba el distorsionador y cuando se dejó el pelo largo, y cuando se vestía con trajes de colores, allá cuando tenía 60 años. Ana dijo que Écija era la sartén de España. Mesopotamia se bebió un chupito de un trago y luego dijo que ella abandonó a su marido una noche después de follar con él y darse cuenta de que no sentía nada por él, y no tenía que ver con el placer sexual, sintió placer sexual, pero se dio cuenta de que no sentía nada por él. Marcos dijo que a él le gustaba la ropa de niño, de bebé para ser más precisos. Ana dijo que volviendo al tema del tesoro de las Minas del Rey Salomón, ella coincidía plenamente con Pedro Almodóvar en aquello que dijo de que Sharon Stone le parecía una actriz increíble, que había hecho pésimas películas, en referencia a la versión que protagonizó de las Minas del rey Salomón titulada Quatermain. El camarero dijo que en casa tenía un disco de Miles Davis en el que hacía una versión del Concierto de Aranjuez. Mesopotamia le preguntó si tenía el de Autum Leaves pero él dijo que solo tenía el del Concierto de Aranjuez y que si queríamos y alguien le acompañaba que iba a buscarlo. Marcos y Mesopotamia dijeron que le acompañaban si ponía otra ronda d chupitos y Ana Obregón dijo que ella ya había pasado su etapa del jazz y que ahora mismo el jazz no le decía nada y especialmente Miles Davis. Marcos más tarde me contó que una vez en el taxi con el con el camarero y Mesopotamia, el camarero dijo que a él lo que le gustaba eran los documentales pero no de animales sino de personas, especialmente unos documentales que había visto recientemente sobre los españoles que emigraron a Alemania en la pos guerra. De vuelta en el bar Ana me dijo que en realidad no tenía nada en contra del jazz y que si por favor me podía pasar al otro lado de la barra y poner dos gin-tonics. Yo le dije que sí y que si quería calamares.