Friday 26 August 2016

Cartas a Anita Dupont III

Anita Dupont
Café del Paramo
Plaza de Santiago 6
28013 Madrid, Spain

Anita:

Cuando uno vive en la Calle Eugeniu Carada de Bucarest lo hace con la sensación de estar viviendo del lado donde la imperfección manda. Nada que objetar con la calle en sí, Anita, uno podría cerrar los ojos y pensar que está en Bratislava o en Oslo o si me apuras en Gante. Uno vive en esta calle y da igual que se esté del lado de los pares o los impares, es otra cosa. Entrar al café donde me siento a leer un periódico que no entiendo por estar en Rumano, Barni el camarero que me sonríe pero con desconfianza, como se le sonríe a un loco. Me siento con la cerveza tibia y el cuaderno y por los cristales de las ventanas no se ven catedrales ni chicas bonitas ni cosas que estén a punto de suceder. 
Anita, ¿tú sabes quién es Emir Kusturica y la No Smoking Orchestra? Aquí Barni me habla de ellos como si fueran familia cercana, me dice que me acerque y le da al móvil y el sonido es catastrófico. Yo trato de decirle que tú y yo una vez en el mismo café de la Plaza Santiago al que te escribo nos encontramos con un tal Peter Donachie que nos juraba y perjuraba que él había sido el principal fundador de Radiohead, guitarra solista, creador de ideas, catalizador del talento posterior. ¿Te acuerdas que nos preguntaba cómo traducir estopa al inglés? Amalgador, aglutinador, pegamento que enlazó lo que luego terminó siendo. Debían de ser las dos de la mañana y tú le decías a la chica de la barra sobre la importancia de poner la cantidad exacta de espuma en la cerveza. Tuviste que meterte dentro y explicarle sobre el ángulo al que se tenía que poner el vaso. Pediste una servilleta donde escribir una fórmula que tenía en cuenta la presión, el ángulo, la temperatura, la forma con la que había que coger el vaso, nunca agarrarlo de aquí o de allá, si era San Miguel así o asá, mientras el chico de Radiohead y yo jugábamos a un juego de cartas recién inventado y me contaba sobre su pueblo natal, Tarvin en Chesire. Luego viniste tú y sugeriste aplicar nuevas reglas al juego recién inventado con la intención de otorgar dinamismo, para que fluyera mejor la cosa y para que al final se pudiera saber con seguridad quien era el ganador y quien el perdedor.
Anita, hoy he bajado a la embajada a preguntar y me han dicho que todavía hay guerra, que la paz está al caer pero que todavía hay guerra. Yo he perseguido precisión. He sugerido que si fueran tan amables de escribir aquí, en este papel de este cuaderno, si fuera usted tan amable de poner la fecha y la hora de esa paz que está al caer, yo podría empezar con los trámites y el proceso de mudanza, visitar una agencia de viajes, preguntar a qué hora sale tal o cual tren, comparar el precio de volar directo o con escala en Bruselas, ir al bar de Barni y pedirle una cerveza con otra cara, con la sonrisa del que se sabe vencedor de algo. Decirle también a Veroniq que ya no hace falta que limpie a partir del día tal, salir de casa y caminar por la calle Eugeniu Carada con otros ojos, mirarlo todo otra vez de manera distinta, no como la primera vez pero con la sensación de que tampoco será la última, marcando las legañas en la fachada de esa casa que es mitad casa mitad iglesia, la mujer con el pañuelo blanco en la cabeza, el olor a patatas fritas que se desprende de su boca cuando habla para decir lo que supongo serán los buenos días.
Anita, esta vez te escribo al café de la Plaza Santiago no tanto porque exista una posibilidad mayor de que así la carta acabe en tus manos sino por lo mucho que me acuerdo de la noche aquella con el tal Pete Donachie y lo mucho que nos reimos una vez terminada la partida de cartas cuando tú convenciste a la chica de la barra que una reorganización del local era necesaria en ese preciso momento.

Siempre tuyo


Barnaby II

Tuesday 9 August 2016

Las chicas del 17

Las chicas del 17 insistían en los beneficios que otorgaba el vóley playa. Estrategia, concentración, sincronización… valores todos muy necesarios a la hora de la invasión. Cuando vieron al cura pasearse por el hall del hotel, Manuel Acacia dijo que allí nadie había pedido un cura. Sensato se quejaba de que tuvieran la música tan alta. El ala oeste se llenaba de gente adicta al trasnochar. Iba a hacer falta que alguien ayudara a desplegar las cortinas de la puerta que daba al balcón. Juanma y Savio advirtieron que la isla ya no formaba parte de ninguna monarquía. El Estado Mayor les había otorgado el grado de república independiente. Sir Wilfred Houston había ocupado dos minutos de su tiempo en ponerse al aparato y desearles lo mejor. Les dijo que se acordaba como si fuera ayer de la última vez que visitó el hotel, todavía de la mano de su madre. La fachada blanca y el ruido del mar que taladraba la playa. Los chicos seguían sin tener claro sobre la necesidad de limpiar el litoral. El orden, la limpieza y la pulcritud no siempre invitaban al asalto. Margarita Freemont se interesaba por los avances del proyecto de manufactura del órgano Hammond. Juanma y Savio aseguraban que estaba al caer. Cuatro o cinco semanas como mucho. Dependía del tiempo que pudieran dedicarle enteramente. Preparar la isla para la invasión y construir un órgano medianamente competente no eran labores fáciles de alternar. Habían solicitado no tener que acudir a los dos ensayos de la tarde. Si conseguían esas tres-cuatro horas libres, el órgano estaría listo antes de tiempo. Si las fechas fuesen favorables, creían que tendrían tiempo para dar unos cuantos conciertos antes de la invasión (cosa que no vendría mal aunque solo fuera por aquello de ensayar). Margarita Freemont era una de las pocas personas en la isla con derecho a no acudir a los ensayos. Por algo era una actriz de renombre. Por algo la habían traído en hidroavión. Por algo le habían asignado una de las pocas habitaciones en la planta alta del hotel. Juanma y Savio le pedían que interviniese por ellos. Ella les podía ensenyar a actuar. Clases privadas. Lo que fuera con tal de no acudir a los ensayos generales de la tarde. A Margarita Freemont le daba por reírse a carcajadas. Basculaba la cabeza hacía atrás, sentada en la butaca amarilla, con las piernas cruzadas, la media melena rizada, los collares de plata que hacían chin-chin.

Los arrebatos del Hotel Manager

Los arrebatos del Hotel Manager y su manera de verbalizar, el gesto enfático en las vocales tónicas, la manera dibujo-animada con la que salía corriendo. Nunca nos dijo de su pasión por el tenis. Luego nos enteramos que con veinte años fue número 3 por Moldova y que ganó varios torneos. Existió el Acvila Tennis Club. Existió un revés cortado largo muy difícil de devolver. El hotel manager se llamaba Sensato y nos decía que por allí abajo estaban las cavas. Allí estaba el Bollinger Vintage. Todavía quedaban botellas. Esa puerta tenía sus llaves y sus cerrojos pero de momento estaba prohibido consumir. Si empezaban a beber ahora no quedaría nada para después de la invasión. En la piscina había aparecido flotando una botella sin mensaje dentro. Heidsieck & Co Monopole. Sensato había mirado para otro lado. Anita Dupont estaba al caer y no quería numeritos. Venía en una lancha rápida con para-sol. Savio gritó a viva voz el punto de velocidad necesario para que una lancha fuese considerada “rápida”.

Sunday 7 August 2016

Los Días Previos a la Invasión

Max Bogarde había avisado de que Anita Dupont no esperaría for-ever. Juanma y Savio habían dado con una frecuencia en la que se emitían mensajes en clave. Los chicos no se daban ninguna prisa por limpiar la playa. Una playa limpia no invita a desembarcos, había dicho Margarita Freemont con poca convicción, echándose una tercera cucharada de azúcar al café, malgastando la tarde como la solíamos malgastar todos en aquellos días previos a la invasión.