Friday 21 October 2011

ANUNCIO 2

Salchichas de Pollo se enorgullece de dar la bienvenida como activo integrante de este bendito movimiento al ilustrísimo Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, quien tras militar durante 25 años en el PRI (Partido Revolucionario Institucional de México) fundó el PRD (Partido de la Revolución Democrática de México). Cárdenas Solórzano, a sus 77 años, se ocupará de tareas relacionadas con la investigación mediática y el control de calidad de textos

Por otro lado el Consejo de Administración de Salchichas de Pollo advierte que debido a un momentáneo vacío de poder, ciertos mensajes publicados recientemente pueden dañar la sensibilidad del lector e incluso ofrecer lecturas que lleven a un posible error de interpretación. En Salchichas de Pollo nos sobra corazón y objetividad. Próximamente se emitirá un nuevo texto titulado: “La patada en el estómago” que esperamos sirva de guía indicativa sobre nuestros sentimientos respecto al tema de la violencia

El ilustrísimo Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, de momento, prefiere no pronunciarse al respecto

EL FIN DE LA VIOLENCIA DE ETA

En Salchichas de Pollo y sin que fuera de manera intencionada, de una forma u otra, siempre estuvimos ligados a la violencia. Violencia no ya física sino argumentativa, de parecer, violencia de opinión y también sexual (diferenciar de agresión sexual). Desapegados como siempre hemos estado de movimientos o posturas definidas en el terreno ideológico, sí que es cierto que en su día Salchichas de Pollo se manifestó a favor de conflictos bélicos tales como la guerra indo-pakistaní de 1947 (que no la de 1971) y también la Guerra de la Independencia de Eritrea iniciada en 1961. Desde aquí nunca desechamos la violencia como instrumento activo. Desechamos, cierto es, el vicio de la violencia, la carencia en la intención, el asalto físico en sí. Las bofetadas no nos gustan, eso ya quedó plasmado en La Declaración de Intenciones IIX del Séptimo Congreso que celebramos en Madrid, junto a un ya moribundo José Ortega y Gasset. Fue el mismo Gasset quien nos alumbró en el terreno de la agresión circunstancial. El final de la violencia de ETA muy poco tiene que ver con las Guerras Carlistas o con el sanguinario exterminio que los Caballeros Templarios sufrieron a manos de la Iglesia

Thursday 20 October 2011

BAD DAY

Tracy era alta , morena , transgresora , divertida y tan atractiva como lo prohibido , pero no tenia un buen día.. Así que no me extraño cuando la vi en las noticias esposada después de haber incendiado la escuela donde estudiaba Ruso , un problema con los horarios fue la chispa que prendió la gasolina que su mal día esparció por el suelo

Wednesday 19 October 2011

DISLIKING BELCHITE

La telepatía nos parece de buen uso siempre y cuando se utilice en su justa medida. Otra cosa es por ejemplo, las cosas que no nos gustan de Belchite como pueblo. Hay algunas calles como la cuesta de la Piedad y la Calle Escribanos que no es que no nos gusten pero sí nos resultan antipáticas. Primero está el grado de inclinación en la Piedad, siempre tan a medias entre la cuesta y el rellano. En la Calle Escribanos, la sombra que proyecta el sol a según qué horas del día afea las fachadas, desestima los ángulos, desvirtúa el claro oscuro. Tampoco ayuda la presencia de ciertos vecinos, el victimismo que proyectan, sin nombrar a nadie. Hay quien se hizo un raspazo en la rodilla por un descuido con la Mobylette y luego se dedicó a cojear más de lo debido sin que viniese a cuento, sobre todo al entrar al bar Bajo Aragón. Hay otros que se quejan por quejarse y uno en concreto que finge demencia senil. Nos disgusta en especial la tremenda halitosis de un tal Facundo

Tuesday 18 October 2011

ESTAMENTOS II IIB

Salchichas de Pollo y por motivos que todavía desconocemos, siempre estuvo asociada, de una manera u otra, con la Masonería. Hubo quien fue más lejos todavía (Profesor J Scott Armstrong, Universidad de Pensilvania) y nos relacionó con el Rosacrucismo. Cuando exigimos pruebas fundadas ante tal acusación, el profesor contestó que no había necesidad de pruebas físicas pues resultaba notorio que éramos el arma ideológica de dicha sociedad secreta. Se nos señaló como cerebro y lírica de tan legendaria agrupación. Aparentemente nuestros escritos, idearios y poemas se delataban a sí mismos. No se nos llegó a acusar de asesinato.

Desde el inicio de nuestra andadura, nunca tuvimos la necesidad de visitar países como la India o especialmente Jordania. Siempre tuvimos claro que no se nos había perdido nada en el Gran Templo de Petra. Del calor excesivo y las aglomeraciones huimos como de la peste. Los países con altos índice de humedad nos parecen de muy mal gusto.

ESTAMENTOS I

Salchichas de Pollo siempre fue considerado como un compendio de anotaciones jeroglíficas, un quiero y no puedo. Hay estamentos, claro que los hay, y en su día hubo delegados de sección y agentes de campo. La burocracia se nos antoja imprescindible, es aire y oxígeno, generador de combustión de todas estas frases que suenan a devolución sin recibo. Nos gustan los procesos lentos, las interminables colas delante de cualquier ventanilla equivocada, las esperas en el dentista y los viajes organizados. Somos amantes de la comida en lata, de la sardina rancia y el vino fino. La exquisitez la encontramos en tarjetas de crédito. Nos gustan los juegos hipnóticos de la misma forma que a mucha gente le gusta el teatro de variedades. Somos adictos al colorante en las comidas, el arroz amarillo. Nos gusta responder a cartas que nunca recibimos, sobre todo si tenían que haber venido del extranjero. En la cocina somos de harina y pan rallao. En general las desgracias ajenas nos conmueven poco, muy poco

Monday 17 October 2011

ACEITE DE OLIVA

En el plato quedan restos de ojo cansado, de mirada paulatina, y mientras tanto el fuego lo quema todo a excepción de un insulto refugiado en las paredes de un paréntesis. Anthony Match sigue sin escribir, Gloria bebe irritada. Llueven tropezones de desgana sobre una lata de atún abierta desde hace días y la sequedad es permanente

LA RUBIA DEL CELLO

Tenía la manía de no enamorarse nunca de mí. Se había enamorado de Roberto, dos veces, y había flirteado con Agus y sobre todo con Martín, al principio, pero nunca conmigo, independientemente de que tocase el piano, o de que el día de la invasión hubiese hecho de escudo humano para protegerla. Alba se sentaba en la baranda mientras nosotros bajábamos a la playa a jugar al beisbol. A mí me reprochaban que jugase con pantalones de pana. Los refrescos a Alba le gustaban bien fríos. Se ponía tres cubitos de hielo en cada vaso. Bebía soda y de cuando en cuando se levantaba y alargaba el cuello para vernos jugar. Cada vez que se levantaba yo la miraba por el rabillo del ojo desentendiéndome de la pelota, de mi equipo y del beisbol en general.

Nunca me habían dicho que fuese feo, o poco atractivo. Gloria había sido una de las muchas en el pueblo que aparentemente se habían enamorado de mí, especialmente cuando supieron que tocaba el piano y cuando me escucharon luego tocar en la iglesia, los sábados por la tarde. Nunca se ponían en primera fila, se sentaban en los bancos de en medio. A mí me halagaba como algo gracioso, como una cosquilla. Luego al salir de la iglesia me esperaban y yo les hablaba de Rachmaninov y Schubert. Ellas me escuchaban con ojos de lejanía, como si les estuviese hablando una voz de otro planeta. Les hablaba de Viena, de Salzburgo, de los planes que tenía, y ellas hacían fuerza con la mirada para que las llevase conmigo, o para que por lo menos me lo planteara.

Franklin había sido tildado de americanista, de yankee, cuando propuso lo del beisbol. Lo único que sabíamos era lo que habíamos visto por la tele, que un equipo bateaba y el otro lanzaba. Franklin no sabía mucho más, pero un día decidió que había llegado la hora de evolucionar, de dar un cambio. Habíamos jugado demasiado fútbol, nadie iba a progresar o hacerse peor. Habíamos alcanzado la cumbre de nuestras limitaciones y de ahí al dichoso libro que le enviaron por correo, las reglas del beisbol.

Estábamos en ese pueblo, en ese lugar, porque habíamos recibido una tarea. Nos encontrábamos en lugar fronterizo, pronto habría una guerra. Había muchísimo militar y nosotros pretendíamos estar ahí para avisar de cuando viniese el enemigo, por frecuencias, radio, ondas, llamadas grabadas. En realidad estábamos allí para ayudar al enemigo. La duda residía en la posibilidad de que poco a poco nos fuésemos enamorando de las gentes del pueblo y se tambalea todo el compromiso ideológico.

Para mí, más que la guerra, era la tragedia del amor por lo ajeno, la falta de reciprocidad, la injusticia del azar. Me preguntaba por las razones por las que un hombre llegaba a querer a una mujer que no correspondía, a esa mujer que era ajena, la mujer de mi amigo. Mi amigo que en la otra vida ejercía de arquitecto profesional, encargos de alto orden, y ella que quería aprender a tocar el cello, y de ahí que viniese a la iglesia. Yo siempre le hablaba de aquella película de James Bond y aquella chica rubia con el cello, el descenso. A mí por aquellos días no me pasaba gran cosa, en la casa se estaba bien.

Saturday 15 October 2011

XXXII ANIVERSARIO SALCHICHAS DE POLLO

Hoy es el XXXII aniversario de esta santa entidad que llamamos Salchichas de Pollo y por ende, del extenso, selecto y perseguido grupo de personas que la formamos. Salchichas de Pollo nació cuando un joven francés llamado Olivier Beuseon llamó para contarme sobre las experiencias que sus tíos sufrieron cuando el ejército Nazi invadió París. Hoy estamos muy orgullosos de ser quiénes somos y de catalizar un movimiento que ha calado hondo en la sociedad franco-española (ver edición en francés). Con el tiempo hemos visto como distintos presidentes y consejos de ministros se nos acercaban buscando complicidad y propaganda que nunca vendimos barata. Hoy es el XXXII aniversario de Salchichas de Pollo y es por ello que hemos organizado un ágape en el salón del baile de la Puebla de Alfindén. El ágape dará comienzo a las seis de la tarde y será sucedido por un baile popular, carrera de cintas, campeonato de tiro de barra aragonesa, y ya para terminar, una chocolatada

Friday 14 October 2011

BEIRUT (THE BAND)

El grupo se llama Beirut, la canción; The Rip Tide. Sentado en una de las mesas de la parte de atrás del Café Beyoglu, Murray divisa a Zach Condon cantar y tocar el metal de viento, el espasmo de charanga, todo demasiado compacto, demasiado música de final de algo, música que uno espera escuchar junto a las letras de crédito que suben hacia arriba tan deprisa que es imposible leer el nombre del segundo ayudante de realización. Parece una charanga culta y deprimida, un balanceo de alta mar, una escasez de esperanza. Dulce y mortal se le aparece aquel sonido a Murray. El paquete de cigarrillos turcos hace juego con la ginebra a palo seco y con las manchas de sudor en la parte interior del cuello de la camisa. Lo mismo la barba dura y seca, los granos de tanto sudar, la faja, el bombín, el rayo cósmico de la ultima puta y la ultima raya de cocaína, la honda profundidad en los bolsillos del pantalón de tela, el agujero extra hecho con bisturí en el cinturón de cuero marrón, antaño marrón, las similitudes de Murray y el paisaje, la música apocalíptica de Beirut, The Rip Tide, música para entierros de mariachis, sonido de pescuezo, melodía de cero, ni rojo ni negro

Thursday 13 October 2011

AVATAR

Jordascum sentado en la silla, atado con correas, electrodos en el pecho conectados a un sistema informático creación del Dr Rasmussen llamado “Libélula”. El programa “Libélula” creado exclusivamente para fines militares, fines de lucro. Habían sentado a Jordascum cerca de la ventana desde donde se podía divisar el humo naciente de las bombas. El dolor de la guerra, el estirpe de cada explosión allá por el cordón del 58, el sufrimiento transferido por su novia ante la posible pérdida familiar, la preocupación, la impotencia del pincel y el lienzo, el agotamiento físico y mental, el compuesto químico que recorría sus vasos sanguíneos, todo influía de forma premeditada, todo estaba estudiado, todo formaba parte de un sistema estímulo respuesta que si aplicado en justa medida produciría el tesoro de las Minas del Rey Salomón. Hacía falta dar con la milésima que encajara en la exactitud, la centésima de milímetro que otorgase el equilibrio perfecto, las toneladas que reposaran en una centésima cúbica, el cuadro de Santa Fe, el camino a Sotheby’s y Christie’s y sobre todo la convicción de que aquello era sólo el principio.

El doctor Rasmussen se quejaba al General Castor de que la Gioconda no se pintó en cuatro días. Las bombas debían de caer más separadas, no a trompicones, tenían que sincronizar mejor el estímulo-respuesta, Jordascum empezaba a mostrar los mismos signos de inmunidad que mostraban las ratas. Aquellos pilotos alemanes no se lo tomaban a pecho. Bombardeaban por bombardear. Jordascum había conocido que la familia de su novia no había sufrido bajas, estaban todos bien, ella estaba más tranquila, el bombeo sanguíneo fruto del miedo estaba disminuyendo, aquellos bombardeos ya no cogían a nadie por sorpresa, hacía falta cambiar de táctica, cambiar de barrio, dejar caer alguna bomba en la Plaza de la Misericordia, si pudiera ser al mediodía, justo después de darle a Jordascum la segunda toma, justo ahora que estaba en mitad de un paisaje distante, ahora que se había entablado una guerra de colores en el lienzo.

La novia de Jordascum había crecido en la ciudad y antes que él había estado con dos novios. Había fingido estar preñada en una ocasión y sus inquietudes convergían en proyectos prácticos, en números capaces de pagar rentas, hipotecas y solares donde negociar. El amor no era un capricho sino una obligación, un puente que había que pasar si se querían alcanzar según qué metas. La chica sentía debilidad por su abuelo materno, antiguo pastor de ovejas y carnicero, veterano de guerra y contador de historias. Todavía apegada a su niñez, tiraba del carro de aquel pintor somnoliento, de aquel estado de premonición al que sabían sus labios cada vez que los besaba.

Por su parte el General Staublin no aceptaba que la culpa fuera de sus pilotos. El General nada sabía de pintura, tampoco preguntaba. No era general por gusto ni por vocación. Era una prostituta del ejército. Sus pilotos ejecutaban las órdenes con pulcritud y ciencia, no entendían de claroscuros ni emociones producidas por un color o por una enajenación. Bombardear al mediodía en la Plaza de la Misericordia sería suicida, dijo con voz firme. Si querían bombas al mediodía en la Plaza de la Misericordia que se lo pidieran a su propio ejército.

Wednesday 12 October 2011

EL CORDÓN DE LA 58

En según qué zonas de la ciudad estaba terminantemente prohibido tirar bombas de racimo, sobre todo en cualquiera de las calles que componían el núcleo del barrio donde Jordascum pintaba composiciones modernistas en su estudio de Barrington Street. Un poco más allá del canal y sobre todo en cualquiera de los barrios del cordón de la 58, allí sí, ahí sí que se le había concedido permiso a la artillería enemiga para bombardear y no sólo con bombas de racimo sino también con cohetes “Skud” y similares. Del estudio donde Jordascum pintaba más de veinte horas diarias se esperaba un resultado transversal, algo que fuese más allá de la pintura, el resultado del proceso de una mente exhausta unida a la composición química que se le otorgaba por vía oral, sin prescripción médica y sin más cuidados que el temor que su novia parecía soportar. Se habían llevado las llaves de VW Golf y le habían suprimido cualquier tipo de complejo vitamínico. En la licuadora y dos veces al día, el Doctor Rasmussen le servía la dosis que en teoría tendría que acercarle a Rembrandt, Van Dick, Durero, Picasso y Botticelli. El general Sir Edmund Castor-Green había dado órdenes a su homologo Richard Staublin de bombardear sobre todo al mediodía, en toda la zona de la 58, justo donde la familia de la novia residía. La medicación del Doctor Rasmussen junto al dolor que la novia sufriría más el agotamiento en su grado justo y los rayos uva que se le aplicaban al pintor cada tres horas, formarían el caldo de cultivo perfecto para engendrar el cuadro de los mil millones. Pese a que el General Staublin no estaba seguro del proceso y menos del acuerdo alcanzado por aquella especie de mano invisible que tejía y destejía la guerra a su antojo, la corporación de los grandes almacenes, el señor Rohl, la señora Rohl, los marqueses del otro lado del charco, el cable de Rusia y los intereses árabes, imponían y decidían y donde mandaba patrón no mandaba marinero. A los pilotos se les daban las órdenes que se les daban sin tener que dar explicaciones a cambio. El señor Laprass y su ayudante Edmont Dupre habían sido contratados como técnicos y especialistas de campo. Se les había entregado la llave del apartamento contiguo al estudio y tenían la ardua y pesada tarea de escribir extensos y minuciosos informes cada vez que Jordascum ejecutaba una pincelada

Tuesday 11 October 2011

POEMA PARA LUCÍA

Hacía falta lejía para quitarme las manchas que me había dejado Lucía, junto al esternón, donde más dolía

Otra tarde más

Llevo toda la tarde oyendo a Franco Batiatto y me ronda la idea de abrir una botella de albariño que se pudre muy fría en la nevera… Traza mi mente círculos concéntricos sobre un sacacorchos de metal viejo y oxidado …sagradas sinfonías del tiempo …. solo la voz de Franco me arranca de esa idea autodestructiva … en este mar de confusiones

Harto de la vanidad de mi crueldad autoimpuesta empiezo a relacionarme con el entorno de nuevo , miro a mi perra que dormita a mis pies , escucho los silbidos de Carla que hace como si estuviera trabajado en algo importante pero los dos sabemos que no es así , siempre lleva un carmín rojo casi púrpura cuando realmente esta en ago importante .

Entonces lo veo claro …mierda ¡! ya podía llevar media botella de albariño en el cuerpo , otra tarde debatiéndome entre lo que quiero y lo que querría querer ….

Monday 10 October 2011

LA HUMEDAD

Me gustaría encontrar por la calle a chicas, de unos treinta y tantos, con grandes pancartas de panel de madera, donde con pintura negra se leyese el grado de humedad que hubiese en ese preciso momento en la ciudad. O no ya en la ciudad sino en esa precisa esquina de esa precisa calle. Cada cinco minutos habría que llevar a cabo una nueva medición y si el resultado variase, aunque fuese mínimamente, haría falta construir una nueva pancarta

LOS COWBOYS DE JESÚS DE NAZARETH

Al final de Hyde Street, justo donde el restaurante español al que acudieron una vez con Joyce y con aquella chica argentina que había trabajado editando películas italianas, se advertían comunidades religiosas y espirituales variopintas desparramadas por el césped de los jardines, algunos de rodillas, con la vista fija en el cielo, las palmas unidas, pidiendo a dios clemencia y salvación. Había diferentes grupos y todos rezaban de manera distinta. Se adivinaban jerarquías, directores de rezo, managers de sección. Algunos grupos pedían clemencia con más dramatismo que otros. Había quien entraba en trance y quien rezaba casi por obligación, a desgana. Martin apreciaba con facilidad devotos de vocación, de oficio, y devotos que estaban allí porque una tal Claudia o Beth o Silvia les había dicho que tenían que estar allí y punto. Mucha gente estaba allí buscando alivio no tanto por creencia sino por no tener nada mejor que hacer. Eran técnicamente desplazados. Si no se tomaban bandos ni se tenía trabajo, uno escogía la religión como quien escogía el color de de la tela para el visillo del salón. Se escogían dioses o ideologías de la misma manera que antes se habían escogido equipos de fútbol. Sin ser de Nueva York, sin tener familia o lazo emocional alguno en Dallas, sin haber pisado jamás San Francisco, uno, con nueve años, había elegido ser fan de los 49ers o de los Dallas Cowboys o de los Nicks. Una mujer de aspecto solido, armazón alzado, en sus cincuenta años, sermoneaba con gravedad acerca del perdón y la culpa y la misericordia. El semblante serio y rígido, la forma de hablar casi sin gesticular, cortando el aire, imponía solemnidad y peso pesado. Al cruzar de acera, Martin y aquella señora cruzaron miradas durante unos instantes. La mujer sonrió levemente. Una sonrisa de mentira. Una sonrisa después de tanta seriedad y tanta solemnidad

Saturday 8 October 2011

HALF BISCUIT

Me paso el rato jugando con un gato negro que no es mío, escribiendo salchichas de pollo, dejando Novecento interrumpido, la gravedad del arcoíris desechado, observando como la respiración que amo se entrecorta y se desvela. Escucho a Leonard cantando And you know that she's half crazy. But that's why you want to be there, bebo café orgánico con leche desnatada, me como un donut de chocolate, me como un hojaldre de salchicha y un melocotón y dos manzanas golden. El tiempo se desliza sin exigir interpretaciones de ningún tipo, sin la necesidad de hablar con Érica y enumerarle las razones por las que la quiero, por las que creo que la quiero, por las que me dolería sino estuviese a mi lado. A veces estoy sentado junto a ella y en paralelo miramos una película vieja con Cary Grant y Grace Kelly, luego vemos a Audrey Hepburn y Dos en La Carretera. De reojo veo la sombra roja de su pelo, su tez pálida, el reflejo de sus pecas, los ojos azules vacíos de escarlata, la huella dactilar de su postura. Podría haber sido alguien llamada Rebeca, o Matilde, o Alicia, podría haber sido rubia o morena, en otro tiempo, en otros días, la costumbre hubiese derivado de la misma manera que esta costumbre que es Dos en La Carretera y luego Leonard Cohen cantando Suzanne. Existen otros precipicios a los que entregarse como por ejemplo alitas de pollo y arroz con azafrán. Mi piel sería la misma, las mismas células, los mismos vasos capilares, y tal vez las mismas corrientes, la misma desgana cada vez que un anuncio de coches. Ella podría ser mejor en la cama y yo peor en la cocina, o al revés, y en vez de este gato negro que se revuelca en el patio habría un mastín de cuatro meses, cagándose no por este pasillo enmoquetado sino en la baldosa de una casa en las Bahamas. Mi forma de caminar, la forma individual con la que toso o estornudo, el sentimiento que sufro cada vez que me duele la garganta, el frío cuando me quedo dormido en el sofá, tal vez todo ello fuese idéntico, independiente de esta pelirroja, independiente de la pérdida de aliento cada vez que me grita, cada vez que me seduce, cada vez que me manda a la mierda. Tal vez el sonido de la alarma del horno fuese el mismo aunque la yema del dedo que lo aprieta fuese la mano de Isabel o de Celeste. Y tal vez las patatas tardasen exactamente lo mismo en cocer, aquí que en Porto Alegre, o en Níger o en Camboya. El ruido de los platos, el sabor del café

CORDON BLEU

Me pregunto si este ruido o pérdida me viene de emplear demasiado tiempo en buscar por lugares equivocados. Planear la batalla con Érica, desenrollar la alfombra roja donde los dos ejércitos, el suyo y el mío, masculino y femenino, cabalgarán en pos de una victoria común, en pos de una conquista recíproca. Luego, después del sexo, después del cuarto día, o del decimoquinto, el estómago se llena de bártulos hasta no dejar hueco para el hambre. No hace frío ni calor, no hay conjura. Si uno no deja hueco para el hambre, el estómago se asfixia. Me pregunto por las causas que me llevaron a besar el sobaco recién depilado de Érica, a chupar de sus cicatrices, a vaciarle los ojos como pezones. Soy presa y cazador. Me siento en el restaurante que tanto me gusta, en la calle g, con las mesas en la acera, los manteles amarillos sobre el tapete blanco, las sillas metálicas pintadas de negro. Pido un cordon bleu y una botella de Robert Mondavi no tanto por las proteínas y vitaminas del alimento ni por las tonalidades y el cuerpo del vino sino por llenar con algo el sitio que queda libre dentro de eso que es mi vida al lado de Érica. A veces la elección reside más en el color de los manteles y en la estructura metálica de las sillas negras que en la necesidad de sentarme a comer. El rebozado me gusta quemado en los bordes, frito con menos aceite del necesario. Saco una pierna por fuera de la mesa, sentado siempre en dirección sureste como si fuese inevitable, como si realmente tuviese importancia. Los camareros saben que no me gusta hablar. No les digo nada, ni siquiera las gracias. Les respondo con una mueca sonriente, estímulo respuesta cada vez que dejan el plato sobre la mesa. Junto a los cubiertos deposito el móvil como si también fuese necesario. Rara vez recibo llamadas, tampoco de Érica, pero lo posiciono en la mesa como si fuera a vida o muerte, como si llevase oxígeno cargado, como si fuese un bastón sin el que uno no pudiese sentarse a comer, un cable que sujeta la estructura de mi nombre y apellido. Me como la carne mirando al vacío, interpretando pensamientos fugaces, recogiendo migajas de ideas o recuerdos, imágenes voraces, asociaciones de falta de ánimo. Después de la segunda copa de Mondavi todo cambia, todo frena, el acontecimiento desacelera, las consecuencias llegan a medias, la descomposición se entorpece, se tropieza consigo mismo, nada mejora ni empeora, la anestesia no embellece nada, lo distorsiona, lo encharca de niebla sin que ello sepa mejor ni peor. Érica es más bella ahora que antes de la conquista. Hay cierto color marfil en sus mejillas, cierta caoba en sus rizos, ciertos tonos rojizos dentro del rojo de su pelo. Sus ojos azules turquesa, la forma que emplea al beber agua justo antes de acostarse, el dramatismo de la necesidad de hidratarse porque lo aconsejan las revistas de belleza que pretende no leer. El deseo es el motor y puente que conduce a la batalla, que hace de la batalla un lugar accesible. El amor y el desamor, la pasión y el envenenamiento, tienen que ver con el aparato digestivo, son directamente proporcionales a la falta o no falta de alimento. Cualquier persona leída podría acercarse a esta mesa, interrumpirme justo ahora que estoy a punto de comerme el sexto bocado de cordon bleu con ensalada avinagrada y patatas fritas, y mandarme a la mierda. El ego, el deseo, la irrelevancia de la estupidez y la nula importancia de un arrogante como el ser que habito. Váyase a la mierda, borrico burgués, adulto con pañales, bebé que se pone camisas de cuadros, tejanos, americana y botas de montaña. Solo me falta la corbata, sonrío con la boca llena

EL CULO A DOS PALMOS DEL SUELO

Sentado en la silla de mimbre y madera pintada, la puerta falsa abierta, tratando de coincidir de cuando en cuando con la mirada extraviada del perro de caza que late en la sombra que dejan los recovecos. Sin tener mujer alguna esperando, sin escuchar el latido de la olla hirviendo, en esa especie de composición que era el pueblo en verano, el pueblo de cal blanca y maceteros colgados a modo de canastas, las puertas con número y con toldo de tela, sentado allí como si formase parte de un todo indivisible, habitando de cuerpo presente en la piel de aquellos instantes que cosían la eternidad, fabricando atardeceres prefabricados, esculpiendo cortes de respiración. Dolores era de caderas generosas y pecho hambriento, con destello de estrella fugaz y pan con tomate, mujer de quien madruga dios le ayuda y de manos alargadas. Sentado en la silla de mimbre se sentía inferior a aquella atmosfera de mota de polvo. Los rayos del sol hacían ruido al caer en la plaza mayor. El fresco estancado en las bodegas ahuyentaba cualquier atisbo de premonición, cualquier gramo de esperanza, cualquier oasis y visado de salida. En la radio una voz agujereada cantaba un brazo de copla, un segmento de transición, cante por bulerías, un amago de vida. Sentado en la silla de mimbre, las piernas abiertas de par en par, el culo a dos palmos del suelo, mirando de reojo la persiana de madera verde donde entre las rendijas so colaban intentos de eyaculación, allí donde el vientre de Dolores se pegaba a las sabanas de hilo, con los lavados por hacer, con los pendientes de la abuela y el flan de sobre. El sonido avispado del tractor marca Ebro se hace paso a trancas y barrancas como el tiempo dentro del enganche, como Marcelo y Covián, como Paco, como aquella especie de insurrección involuntaria que acaecía cada vez que el reloj de la plaza sangraba las cinco de la tarde, los peldaños del minotauro, la gran canallada. Sentado en la silla de mimbre y sin palillo y sin lluvia fina apareciendo por ningún recodo de cielo, desierto de nubes, sin tocarse los dedos y sin ahuyentar lagartijas, trataba sin éxito de experimentar el tiempo, allí sentado entre tanto silencio, entre tanto sol y piedra y ceño arrugado, entre culos y delantales sentados en bancas de madera de pino astillada, entre sacos de nitrato y huellas de procesión, sentado entre tanta puta y tanto dolor

Friday 7 October 2011

EL GRITO PÉLVICO(del vecino)

Entiéndase el grito pélvico como antecedente de todo lo que vino después. El grito pélvico como antecedente penal que transcurre durante las fiestas de la patrona del santo sepulcro y de todas las almas que vagan en pena. El grito pélvico como desplante ante eso que llaman “el porvenir”, como mezcla de hilo de cobre y pájaro en mano. Hacía falta un adalid para abrir puertas de exilio mental, desabastecerse de brújulas y cronógrafos, producir conglomerados de hombres que llevasen bigote cuando por aquellos tiempos, Saturno, todavía devoraba a sus hijos. Se trata de comer con moderación, de no quitarse el delantal antes de lo debido, de pelar las naranjas del atardecer como si fueran piernas de mujer con cáscara. Ir al cine los domingos es una opción tan invalida como el que marchita en la cola de un banco, el ajedrez del diálogo, la síntesis del desperdicio. El cine de la Calle Semprún, los olivares que plantaron en lo que en su día fue un manto de sangre de la guerra civil, los simbolismos de aspiradora, el reciclaje como opción también inválida, como si acaso las palabras se pudieran reciclar, como si fuera posible desalinizar los insultos, arrojar a una fosa común todos los codos apoyados en reposabrazos de cualquier butaca de cualquier salón, ponerle raza, color de pelo y apellidos a la saliva de Silvia. En agosto se desayunaba con aspirina efervescente y sándwich vegetal. El sonido de la huerta perduraba en el sudor de tantas nucas con tantas camisas blancas, recién planchadas, los cuellos rellenos de almidón, el incienso del Corpus Cristi… El grito del zapato contra la baldosa se escuchaba a lo largo y ancho de la nave central. Después de misa uno se entregaba a la banderilla y al vino dulce que despedía el asidero desde donde se agarraba el miedo de los hombres. Sobrevivir nunca se consideró un arte en la parte vieja de la Calle Dueñas, si acaso una obligación con fecha de caducidad. Sobrevivir dentro del bar sin nombre donde las bolsas de patatas fritas, intactas, miraban el anís consumido dentro del color rojo de los ojos del cliente que devoraba la tertulia repetida, la palabra y la oración que salía en serie de la boca del borracho, laminada, catalogada, numerada, fruto de una cadena de producción ensamblada a base de futbolistas y toreros de otros tiempos. Se sobrevive sin que ello suponga un lujo o un adelanto al tiempo de cada uno, se sobrevive con disimulo y con plato de garbanzos con arroz. Se sobrevive como se puede sobre todo al grito pélvico, a la falta de unidad, a la poca necesidad de que las cosas sigan un compromiso, a que las estructuras se basen en manos invisibles, a la conducta en torno a una llave maestra. Se sobrevive, sobre todo, a la poca necesidad de engañar que producen los números pares