Thursday 24 November 2011

LA URBE

El sistema nos venía grande. Tanto Alicia como Bartolomé como Jasek Prudome habían encontrado dificultades a la hora de elegir. Habían escrito cartas al Consejo con la esperanza de que alguien pudiera compartir las nuevas ideas que para el grupo se antojaban necesarias. El Consejo tenía todo programado. El Sistema preveía estos intentos de anticipación. Sentados en la mesa de la taberna que había a las afueras del conglomerado, los tres personajes se dejaban encender por el sabor de la cerveza tibia. El puente que cruzaba a la ciudad había sido despejado. Cientos de metros de profundidad descendían debajo de la piedra por la que durante el día pasaban los caballos, burros y carretas de los mercaderes. Se vendía plástico en la ciudad, se vendía aluminio y poliespan en la urbe de cristal y acero. Alicia hubiese preferido que alguien de los de adentro modificase su código. Las opciones que el sistema le brindaba no le parecían lo suficientemente atractivas. La relación de pareja, la elección sobre el número de hijos a tener, el trabajo a desempeñar, el nombre y colegio de cada niño, las novias y novios que tendrían llegada la adolescencia, los problemas a solventar, la forma de solventarlos, la casa sin jardín en el campo, el segundo coche, el ático por construir, las inundaciones en el corazón, el incendio en la garganta

Tuesday 22 November 2011

DESECHO DE CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10

La dejadez insospechada que barruntaba detrás de sus ojos, la escasez de adrenalina en sus peticiones de sexo sin ardor cuando el otoño apogeaba en el mes de octubre. A Carla le gustaba dejar la ventana del dormitorio abierta, le gustaba pasar frío en la cama. Martin había desarrollado un gusto por agarrar objetos que habían sido apretados recientemente por la mano de Carla y que todavía conservaban parte del calor humano transferido. Le gustaba coger las llaves del piso una vez que ella había abierto la puerta y las había dejado en el estante de la entrada. Sin que se diese cuenta, volvía al pasillo y se acercaba hasta el jarrón.
La noticia del día no había sido el ataque frontal que por vez primera había sido admitido, el reguero de casquillos y el eco de las explosiones, el olor a mortero y sangre humana. La noticia del día, decía Carla, era aquel presentador, Brandon Silver, de la segunda cadena. La lotería se mantenía como guía espiritual para muchos. También para los que rezaban y se confesaban semanalmente. No hacía falta llevar chaleco o pantalones de pinza. No hacía falta que se usaran licuadoras, que no se abusara de la comida con sal. La lotería unía religiones y maneras de ser. Unificaba objetivos y promulgaba la verdad. Brandon Silver tenía coche y vivía en una casa con jardín. Tenía tres hijos que estudiaban en un internado, una mujer colocada de ayudante de producción y un pelo glorioso. Se había levantado siguiendo los mismos peldaños de cada día; El café expreso en su máquina De Longui, la camisa planchada al vapor, el traje oscuro, estilizado y sin hombreras, el pelo apelmazado en su justa medida, las noticias de fondo en la televisión de plasma, el vacío sonoro que provocaba el internado, la pulcritud del salón, la negativa a desayunar en la cocina. Brandon Silver fumaba con el café. Nunca se había rendido al olor que la nicotina dejaba entre sus dedos. Se terminaba el cigarro y se lavaba las manos frotándose concienzudamente entre las falanges media y distal.
Las partículas de oxigeno que pululaban en el espacio del coche, encima del tapizado, colgadas del techo, las motas de servidumbre, la mecánica del movimiento de piernas y brazos que espoleaba la transmisión y la energía locomotriz. Afrontaba mentalmente obstáculos como la desintegración de aquello que le habían vendido, el éxito detrás de las cámaras. Le gustaba el café sin azúcar y el tabaco suave. Conducía con la ventanilla bajada y el codo por fuera, mirando el paisaje que alternaba rostros noctámbulos y bordillos afilados. Enumeraba las mujeres que habían formado parte del equipo durante el tiempo coincidido. Enumeraba sin hacer juicios de valor todas las hembras que se podía haber follado incluyendo a su mujer. Pretendía percibir la sensación de que había algo más detrás del set y del decorado, detrás de las bolas del bombo, del anuncio del número ganador y de aquella especie de resignación. Tal vez el roast beef que otras familias no comían, las visitas al dentista, la marginación de ciertas secciones del periódico, la duplicidad de todo lo que pensaba, la manía de beberse batidos de fresa a escondidas, de levantarse con el pie derecho y dar las buenas noches antes de acostarse. A su mujer no la concebía como una apuesta o una elección tanto como un tren perdido, una oportunidad desperdiciada.
Él que tanto había querido ser albañil, carpintero, decorador, restaurador de puentes, soldador, acaparador de herramienta pesada. Él que tanto había soñado con la parcela al otro lado del río, los domingos al sol, la silla plegable y el sombrero calado. Y sin embargo aquel olor proveniente del coche nuevo, de la edad del tejido que recubría los asientos, la manera con la que aquel asiento había sido diseñado, la ergonomicidad de las cosas a este lado de la cámara, donde el pelo requisaba de gel fijador y las mejillas brillaban produciendo ángulos exagerados.
La mano izquierda en posición cóncava, haciendo de techo abovedado, dejaba el hueco suficiente para que la empuñadura de cuero del cambio de marchas quedase abotonada en la oquedad de la palma de la mano. Se sentía en control de su propio destino mientras agarraba la empuñadura del cambio de marchas.
Había dinero depositado en cuentas corrientes, Chase y JP Morgan, vacaciones en una de las cuatro fortalezas hoteleras al sur de Vermont, intentos fallidos de slaloms con los niños, trajes de corte inglés, pastel de carne, paquetes de Marlboro, maletín Rocha, un Beuchat resistente al agua para indicarle las horas, cristales de Marling, vino francés, café molido. Pero el significado de aquellas posesiones y los placeres que le otorgaba ese estatus no tenía que ver solamente con los placeres del salmón ahumado y la tostada y el revuelto de espárragos y gambas, con los huevos benedict algunos domingos, la salsa hollandaise con migas de perejil… no. El estrecho de pirámide en el que se encontraba tenía que ver con dinero, bien estar, elitismo, pero sobre todo con otra cosa. No sólo el coche nuevo, la casa con jardín y las vacaciones dos veces al año. No solo el colegio de los niños y la cafetera De Longhi sino también algo más, otra especie de relación con ese estatus que era ser rico, algo más intangible, algo metafísico. Ser rico no era tanto un placer como un deber, una necesidad vital, la única forma posible de respirar. De no haber sido la televisión habría sido otra cosa.

Friday 11 November 2011

PATINETE

De donde uno escupía demonios incontestables. En mitad de las falanges surgían borrascas consentidas, métrica de milibares y sintaxis podrida. Las viejas se sentaban a la banca de madera verde donde los unos y los otros discutían sobre lluvia y tiempo, sobre medición cronológica, el charco como segmento temporal, como paréntesis de acacia terminada, solfa profunda y camino de ciprés. Mosqueteros reales conjugaban versos impares y bromas de mal gusto cada vez que el uranio y el mercurio y los gatos salvajes coincidían en las neuronas de Braulio. Santos y santerías se mezclaban en los bolsillos de gente que andaba despistada. Hay quien sacaba corchos de botellas imaginarias y quien se desplazaba a lo largo y ancho de inmensos salones en vetustos palacios. La corneta era sinónimo de extinción y pasaporte, de sandía rajada con pepitas y esternón. Se proyectaban cubicajes en papel secante. Se decía lo que alguien había dicho el otro día en aquella taberna, del camino polvoriento, de la nula necesidad de asfalto. Se estaba mejor desde que el molino hacía menos ruido, desde que las hojas caducas languidecían sin complejo aparente, sin meada de perro y llanto crónico. Las trancas y barrancas del espíritu dormido, los tentempiés que se tomaba el señorito cada vez que la madrugaba acechaba, cada vez que el contrabando de falda corta y escote de punta, cada vez que la tos y la propaganda de ballenas. Hacía tiempo que no llovía como llovía antes. Ahora que se escuchaba el tintineo que hacía el horno cada vez que el asado finalizaba. La mano de Felipe Calderón desenroscaba la tapa del frasco donde antes había habido mermelada de fresa y hoy almendras tostadas. Le gustaba mantener la epidermis de la almendra en la boca, permitir la sequedad de garganta recién conquistada. El sonido de los secadores de pelo acompasaba con el olor a tinte y a señora mayor. Se percibía disgusto recién encontrado y monedero bien apretado entre manos y arrugas, entre crema hidratante y erosión de bulto. Los jóvenes idealistas fumaban porros en cuartos sin fondo, en hojas afiladas donde carne cruda y labio inferior. Las grietas de un barco petrolero y Artemio Cruz, la invasión Celta y la manera con la que ciertos presidentes levantaban la voz. Suministros portátiles habían sido requeridos tras la nula motivación proveniente del exterior. Los señores Santos y Gómez de Arpa se habían quejado de las inmensas goteras construidas a propósito de la última inundación. Lágrimas de cocodrilo, había dicho la chica del segundo b. Lágrimas de cocodrilo y perfume de alcanfor. Sentadas en la parada del autobús número 42 había quien leía y quien reía, quien entorpecía la rotación terrestre con palabras dichas a destiempo

Thursday 10 November 2011

Y NO VOLVÍ MÁS

Se presta menos atención a la realidad que al soporte en sí. Se construyen estructuras de platino y suspiro, se hacen paredes viejas con cemento armado y placa de acero. Se estiran presupuestos en busca de ese plus de seguridad, de ese corral de marfil donde las gallinas y los cerdos caguen a sus anchas y donde la temperatura atraiga a las moscas. Hacen falta líneas a seguir, proyectos, que alguien dibuje algo en el horizonte para poder desviar la vista del ataque de tiempo que se tiene alrededor. Que la gente se lleve la mano a la frente y aviste la dirección a seguir, los pagos de la lavadora y el sofrito colateral, las quemaduras en la planta de los pies y la dentadura postiza. Hay veces que uno se pregunta por todas aquellas mujeres que no se folló. Una esfera de cuerpo de mujer, un pétalo de goma, una estancia sin huesos, una escasez de materiales que sostener. Haría falta gelatina y dejadez, liquidez y cama elástica. Harían falta universidades con agujeros por donde cupiese la costumbre del excremento idolatrado. Renunciar a la necesidad del plan de la misma manera que se renuncia a la catedral y al cartabón. Desechar el andamio y el puntal para poder desechar luego todo eso que se pone encima y que hace de la estructura una necesidad engañosa, una sombra chinesca, un cúmulo de representantes de ventas, de gente que entristece segundos y prostituye caricias

COMPRABA SALCHICHAS Y OLVIDABA LUEGO PAGAR EL IMPORTE

Y se convierte en décima parte de cuarto trastero, en caricia pactada de antemano que ronda por los suburbios de la estancia flaca y agridulce que es su cara y su rostro, el somnífero que tomaba la tía Juliana cada vez que venían los del gas, cada vez que el sonido de las carretas zumbaba a través del altavoz, los lunes de domingo y los milagros de cartón. Al fondo de la ventana se dibujaban caderas de colinas y montañas y un poco más allá los lobos aullaban en sonido digital. Transgrediendo ideologías de serrín apelmazado, los cantares del resurgir vestido de pies a cabeza, las barandillas de la mente, la carrocería del corazón pintada de recuerdos que dejaban oxido en los bordes del mordisco. Gitana mía no me cuentes los días, no me cuestes la vida ni vayas vendiendo mi espalda y mis anginas como si de piezas de recambio se trataran. Hojaldre de mus y vino rancio, huevos fermentados en corrales de cal viva, pelarzos de bacalao y muda de domingo. El rugir de las agallas cabalgando encima de un mar hecho de escaleras de mármol y trapecio de circo. Ella que tanto se negaba a subastar sus necesidades, sus recodos de frío y lluvia, donde la mano ajena encajaba en el rompecabezas. Se escuchaban ritmos livianos y zarzuelas, se tomaban pastas de te hechas con mantequilla y azúcar. Los sembraos se cargaban de memorias y hazañas, de arruga de dedo pulgar y barbilla de clavos. Magdalena y el señor Saavedra que tan dispuestos se les había visto siempre, la mano a la espalda, el abrecartas afilado, la poca eficacia que generaba tanta responsabilidad. La tristeza del estampado de flores en la falda de la señora, las migas con chorizo, la estructura de olvido y la negación de libertad. Se renuncia a la elección como brújula y tesoro intrínseco

Wednesday 9 November 2011

NEXT EXIT, SAN FRANCISCO WEST

Después del incendio perpetrado por ciertos subordinados del Barón Hofmann, todos ellos amantes de la música folk-country, de Laura Marling y Gillian Welch, después del incendio en el ala oeste de la Biblioteca Mauricio Grande, fundada sobre los pilares de las teorías “practicistas” de Geppetto Calza y Martin Carroll (primo hermano de Lewis), apenas pudieron rescatarse, todavía intactos, borradores del primer volumen sobre las instrucciones para ser y existir y en menor medida el “Proyecto de un dibujo”. Perdidos para siempre, convertidos en ceniza, desaparecieron obras como “El legajo de un segundo”, “Tinieblas en la conducta del ser despierto” y “Piedras humanas, piedras docentes”

Tuesday 8 November 2011

CÁNCER DE PRÓSTATA Y BUÑUELOS DE BACALAO

Sint Niklaas, Avenida Las Landas, Flandes, 09/11/2011

Esta tarde, sobre las 5 y a petición de Cárdenas Solórzano se proyectará en la Sala Guardamar, Superman II y Superman III. Los Cine-forum no tienen cabida en nuestro espacio. Cualquier opinión ad-hoc nos parece desorientativa. Ayer me dijeron que mi apellido lleva sangre real, que un príncipe noruego subestimó su propia eyaculación y por ahí fueron los tiros. Ya no escuchamos Radio 3, ni a Mas Birras, ni a Tanita Tikaram cantando Twist in my sobriety. Nuestras consciencias son ajenas al paso del tiempo. No cometemos errores porque no discernimos entre el bien y el mal. En esta segunda etapa, la editorial y sus escribas renuncian al sistema binario que tanto confunde. Se nos acercaron dos maestros Zen, uno de ellos tenía el sobrenombre de Maestro Pepino Torcido, Shunryu Suzuki, otrora autor de aquella catedral llamada Mente Zen, Mente de Principiante. El otro nos era desconocido y además estaba enfermo, muy enfermo. Nos contaba, al amanecer, que su vida divergía entre un cáncer de próstata y buñuelos de bacalao. Luego llegaba Silvia con toda su belleza y a nosotros nos salían arrugas de metacrilato

Tuesday 1 November 2011

INTENTOS FALLIDOS DE GUERRAS POR LA TARDE

“Chica atractiva, 34, sana y delgada, busca chico amable, culto, mayor de 30, razonablemente sano, atractivo e inteligente, para conocernos primero y posible relación”

Siempre he sido amable. Siempre cedo mi asiento en el autobús a personas mayores, doy constantemente las gracias y pido las cosas por favor. Culto, si por culto se entiende estar en posesión de un saber general, disperso, también. Si por atractivo se refiere a que no sea feo, feo tampoco soy. También me considero inteligente. Lo que no tengo tan claro es lo de ser razonablemente sano. No tengo muy claro si el anuncio se refiere a sanidad mental, física, a mis hábitos alimentarios, sociales... Se debe de estar refiriendo a tener un cuerpo sano, musculado, ligero en grasas, atlético. Mirándome delante del espejo me palpo los músculos, me doy la vuelta, me miro de perfil… Sin conservar el cuerpo que tenía hace unos años todavía mantengo mi condición física de forma notable. Todavía delante del espejo, posando con cierta inseguridad y aprensión, me miro directamente a los ojos y me avergüenzo como si estuviera mirando a otra persona, a alguien ajeno, a un desconocido. Vuelvo al periódico y me pongo a releer el anuncio.
Una lluvia fina a punto de terminar, golpea suavemente el cristal de la única ventana de la habitación. Es importante que deje de llover. Pongo la cafetera y de reojo miro el teléfono. Aunque la habitación sea diminuta me gusta vivir aquí. La casa está en Maison Dieu Road, a cinco minutos del puerto. Me gusta abrir la ventana y escuchar el sonido de las sirenas de los ferris mezclado con el graznar de las gaviotas. Me gusta que la habitación se empape de olor a mar.
“Chica sana, atractiva, delgada, 34 años…”
Le habría costado poner aquel anuncio. Le habrían convencido, posiblemente alguna amiga, Claudia, después de haberse pasado demasiado tiempo sola, o desde que Claudia hubiese decidido lo que estar demasiado tiempo sola significaba, sola después de una gran ruptura, la ruptura con Marco... Para cualquier mujer, el hecho de anunciarse en un periódico sin dejar que sobresaliera ningún atisbo de desesperación tenía que resultar difícil, más todavía para alguien tan orgullosa como ella.
Me bebo el café de manera enérgica, a tragos secos. Siempre café de filtro, de cafetera americana. He puesto un disco de Mitsuko Uchida interpretando a Schubert. Mis dedos se mueven tocando teclas de aire, golpeando la taza. El equipo de sonido lo compré el mismo día que me asignaron la nueva vivienda y el pasaporte. Un amplificador Yamaha R-S300 de color plata, un lector de discos compactos también Yamaha, y dos altavoces AQ sin cable. Coste total £720. Tres veces más que el depósito que pagué por la habitación. Trabajaba desde casa, era guionista. De cuando en cuando iba a Londres a reunirme con los jefes de la productora, le dije a Nancy Johnston, la ama de llaves, especie de manager que se ocupa del mantenimiento del edificio, el día en que me reuní con ella para recibir las llaves. Solo admitían gente con trabajo, sino no se fiaban. Esta vez era escritor de guiones. Otras veces me había tocado ser pintor, diseñador de software, profesor en preparación de un doctorado, probador de webs, fotógrafo… siempre trabajos que no estuviesen atados a ningún tipo de horario fijo.
Conocer una chica a través del periódico era práctico y científico. Se buscaba afinidad en cada requisito, se dejaban muy pocas cosas al azar. Se llevaba a cabo un intercambio de intenciones, de planes, de mapas, de esquemas. Habría un tira y afloja, se irían marcando x en casillas blancas, se debatirían gustos propios, se hablaría de comidas, de tecnología, de música, de lo qué esperaba uno de la vida, de familia, ex novios...
“Daniel”, me decía a mí mismo una y otra vez, todavía de pie, todavía asomado a la ventana, saboreando el último sorbo de café, dejando que cada nota de Mitsuko fuese cada latido, fuesen fracciones de tiempo que había que dejar pasar para acostumbrarse a ese nuevo nombre, “Daniel”, lo mismo que a esa ciudad, Dover, al sonido de las gaviotas, a los ferris de la P&O, a ese nuevo mensaje, ese nuevo trabajo, el dinero, el coche, las instrucciones, el archivo con el nombre de Erica Hoffman, la inexistencia de preguntas, la necesidad de no profundizar, de no dejarse llevar por las apariencias, de tratar la carne como carne que era y los ojos como esferas oculares, retina, tejido, y poco más.
“Chica atractiva, 34, sana y delgada, busca chico amable…”
Le había dicho que sí. Ese había sido el primer escollo. Había aceptado verme en persona. Todo comenzó con un mensaje que le dejé en su buzón de voz. Un mensaje casual, inocente. Luego Erica contestó y yo, o Daniel, seguimos dejando más mensajes como si fueran migas de pan. Sabía de sobra qué decir en todo momento. Sabía cómo tenía que vestirme, que grupos de música me tenían que gustar, que autores, que películas.
La lluvia se había desintegrado, el cielo se había abierto de par en par. El sol empezaba a penetrar por la ventana deshilachándose en diagonales de haz de luz que caían sobre la vieja mesa de pino rústico. La habitación era pequeña cuando uno la comparaba con una casa, pero grande si se comparaba con una habitación. Con la cama en una esquina, la mesa de pino que hacía las veces de comedor, escritorio y mesilla de noche, el aparador y los armarios donde guardaba comida y vajilla, el pequeño lavabo con el espejo encima, la televisión, el equipo de música, el reproductor de dvd, y un armario empotrado donde tenía la ropa, me sobraba y me bastaba para vivir plácidamente.
Antes de salir hacia la estación donde tomaría el tren que me llevaría a Canterbury revisé que todo estuviera en orden. En la mochila llevaba dos pasaportes, el mío y el de una chica de 34 años llamada Brenda Cardinal. Llevaba también el DELL Inspiron 14, diez mil euros en billetes de 20 y 10, dos pares de botas Brascher Gore Tex, dos chaquetas de última generación North Face, calcetines, camisetas y ropa interior de ambos sexos.
De camino a la estación crucé por el parque que conectaba con la plaza del mercado para evitar al gentío que a esas horas acamparía en la High Street. La gente se sentaba en las aceras sin saber muy bien si mendigar, robar, o dejarse estar. Pasé de largo por el Eight Bells mientras mi mente iba y venía de la cita que me esperaba con Erica. Había visto sus fotos y no era mi tipo, no me seducía. No la encontraba atractiva como tampoco consideraba atractivo el hecho de que se anunciara en el periódico. Erica no era fea. No necesitaba anunciarse en ningún periódico. Tal vez lo hiciese por pereza, o por hacer algo distinto, por dar la nota, por desfachatez, o por aburrimiento. Tal vez se hubiera cansado de hablar con chicos en el pub. O tal vez se anunciase de forma lúdica, como si fuera un juego, o un experimento. Ella que había sido tan niña de papá, que lo había tenido todo, y que todo lo había abandonado.
Las obras de remodelación de la gasolinera BP de Folkestone Road ya habían comenzado. Después de haber estado abiertas a concurso se habían decidido por el modelo cajero automático. La gasolinera estaría cerrada en su perímetro por una muralla metálica. Para acceder dentro de la gasolinera se procedería introduciendo una tarjeta de crédito en un lector a la entrada de la misma, desde el cual se accedería a la compra del combustible. Una vez que el cajero se hubiese cobrado el importe, el coche ganaría acceso al recinto dentro del cual ya tendría adjudicado un surtidor junto al cual habría otra ranura donde meter la misma tarjeta de crédito para verificar que se trataba del mismo cliente. Desde los últimos saqueos y después de que varios camiones cisterna hubiesen sido secuestrados, las gasolineras de todo el país estaban reformando sus medidas de seguridad.
El tren salía a las 12:45 desde Dover Priory y llegaba a Canterbury East a las 13:01. Pagué £7.10 en la ventanilla y como todavía quedaban unos 15 minutos me acerqué al pub que había enfrente de la estación. La decoración del local olía a rancio. Pesados taburetes de madera con asiento de almohadilla forrado de una especie de raso verde desgastado por el humo, el tiempo y los roces. Pedí una pinta de Guiness y un paquete de cacahuetes y por no mirar a la camarera, entrada en carnes lo mismo que en años, vestida como una quinceañera, los dientes oscuros por el tabaco, me giré a mirar unos chavales que jugaban al billar mientras compartían una pinta de Stella.
En el tren casi todos vagones iban considerablemente llenos para el día y la hora que era. Las autoridades se habían visto desbordadas y no habían tenido más remedio que acceder al billete descuento para todo aquel que no tuviese trabajo. Me costó encontrar dos asientos vacíos. Me senté junto a la ventanilla y reposé la cabeza sobre el cristal. Saqué el Ipod del bolsillo y me puse a escuchar uno de sus grupos favoritos, The Lemonheads. Me apetecía seguir escuchando a Mitsuko, poner el Impromptus de Schubert a todo volumen, escucharlo por parte de madre, herencia única, escucharla tocar a ella en vez de Mitsuko, mis primeros recuerdos como ser humano, las notas del piano en la casa nueva, antes de volver a la granja. Me picaban los ojos. La noche anterior no había dormido bien del todo. El no saber siempre me producía ansiedad. Por mi cabeza habían pasado todas y cada una de las posibilidades que se podían plantear. Planes a, planes b y planes c. Con la mente en otro lugar, escuchando a The Lemonheads, miraba la campiña del sur de Inglaterra por la ventana, los campos cubiertos por un manto amarillo de flores. Después de haber dejado atrás Sheperdswell, Adisham y Bekesbourne, el tren hizo su entrada en los andenes de Canterbury East.
El sol ejercía un dominio absoluto, ya no quedaban nubes. Las calles en Canterbury también estaban abarrotadas pese a ser una hora un poco tierra de nadie, demasiado tarde para seguir de compras y demasiado temprano para salir a tomar algo. Sin embargo el centro histórico soportaba una estampida multirracial llena de rasgos asiáticos y africanos. Los más de ellos se dedicaban a recorrer con la mirada los numerosos escaparates que anunciaban productos cada vez más insoportablemente caros.
Crucé la pasarela que conectaba con las murallas y el parque Dane John. En el parking que había al final del mismo estaba aparcado el Ford Focus que Frank me había dejado preparado con el frasco del compuesto.
Tras la leve lluvia matinal había quedado un día glorioso. Se respiraba un aroma a primavera fresca y recién estrenada. De camino hacía el parking, todavía escuchando a The Lemonheads, sorteando a la multitud, no podía evitar ese sentimiento de aprensión que me acechaba en los instantes previos al primer contacto. Aprensión por lo que iba a hacer, lo que le iba a decir, lo que ella pensaría de mí…
Había visto su foto mil veces. Había estudiado sus facciones lo mismo que su curriculum. Sabía de su paso por Columbia, de haber abandonado la carrera de Biología junto con la casa en Park Slope, la semi adicción a la cocaína, el amor y el desamor, los desayunos con Maggie en Central Park. Todavía no la había visto en persona y creía conocer el ritmo de su respiración, tan desacompasado a veces, sobre todo cuando le entraba esa ansiedad tan particular, cuando vislumbraba ataques de pánico. Y sin embargo no la conocía, no la había visto, no sabía qué esperar de su cara, de sus gestos, de las pecas que poblaban sus mejillas.
No recordaba haber salido jamás con ninguna chica pecosa. No eran mi tipo. Érica no me iba a gustar. Algo me decía que su personalidad me iba a irritar.
Llegué al final de la muralla, bajé hacía los jardines y me encaminé hacia el parking. El coche tendría que estar aparcado en la parte trasera del café restaurante. Debería de tener la estancia pagada como mínimo para tres horas. Tres horas serían tiempo más que suficiente. Doblé la esquina y seguí caminando hacia el restaurante. Quería comprobar lo lejos que quedaba el coche. Esperaba que hubiesen encontrado un buen sitio.
Al llegar al café eché un rápido vistazo al menú que tenían apuntado en la pizarra. Bocadillos de bacon, hamburguesas, baguettes de salchicha Cumberland, Lincolnshire, quiches de varios sabores, pastel de cerdo y ternera, tartas de varios sabores y magdalenas de chocolate caseras.
Pasé de largo por la barra, sorteé mesas y sillas, inspeccioné de reojo a los pocos comensales que poblaban la terraza, alcancé el final del establecimiento, giré a mano derecha y me fui recto hasta el aparcamiento.
Era un Ford Focus plateado. Matrícula GN-06-FTR. Habían conseguido dejarlo en el mejor espacio posible. Un lateral del coche, el que daba al parque, quedaba desprovisto de cobertura de seguridad. Era uno de los pocos ángulos que no cubrían las cámaras. Un ángulo muerto.
Dentro del tubo de escape encontré las llaves y un pañuelo blanco dentro del cual había un diminuto frasco de cristal. Abrí el maletero y dejé caer la mochila dentro del mismo. Con sumo cuidado introduje el frasco de cristal en el bolsillo interior de la chaqueta, cerré el coche y me fui camino a la cita.

“Chica atractiva, 34, sana y delgada, busca chico amable, culto, mayor de 30, razonablemente sano, atractivo e inteligente, para conocernos primero y posible relación”

The Kentish Gazette, Canterbury Adscene, The Times, The Evening Standard, The Independent, The Guardian, lo mismo daba. Camino de la cita, vestido con ropas neutras, ni muy arreglado, ni muy desarreglado, ni muy grunge, ni muy pijo, ni muy geeky, ni muy de nada. Las ropas, el estilo, tenían que denostar falta de necesidad, imagen de no esforzarse, coolness, tranquilidad, suficiencia pero sin llegar a la arrogancia, chulería descafeinada. ¿Qué llevaba a la gente a relacionarse a través de anuncios en el periódico? El sentido de la aventura, el morbo, el envoltorio que suponía el anuncio. La frialdad del anuncio jugaba a favor de posibles fracasos ya que si el interior del envoltorio no gustaba se podía desechar sin necesidad de daños y perjuicios morales. “No estamos hechos el uno para el otro, somos muy diferentes, ok, no pasa nada, gracias por la cerveza, o por la Coca Cola, o por el desayuno con diamantes”. Caminar de vuelta a la estación, sentarse en un banco y esperar a que llegase el tren de la siguiente cita, del siguiente anuncio, el tren del periódico que saldría el domingo siguiente, donde se encontrarían más anuncios de chicas como si fueran coches de segunda mano, o casas de alquiler.
Ella estaba esperando, había llegado antes que yo. Caminando con las manos en los bolsillos a través del bullicioso centro, la mente en blanco, vacía de ideas predeterminadas, la pude ver sentada de espaldas, en la plaza de la catedral, en la terraza del ButterMarket, un lugar muy céntrico por donde muchísima gente pasaba y se sentaba a tomar algo, lugar ideal para quedar si se buscaba protección del gentío cuando se había quedado con un perfecto desconocido.
Cómo era ella y cómo se derrumbaban todas las ideas que uno había ido albergando desde el día en que leyó esas dos líneas que decían chica busca chico formal, y posteriormente el archivo en el apartado de correos con todo su historial. Siempre terminaba imaginando objetivos demasiado rubios, o demasiado pelirrojos, o demasiado demasiado.
Avancé entre la gente, llegué a la terraza, busqué entre las nucas, entre las media melenas, hasta que encontréesa silueta infalible, ese cuerpo que esperaba nervioso e intrigado y que no se habría podido imaginar en cien mil años lo que le esperaba

CAPITULO 10

La dejadez insospechada que barruntaba detrás de sus ojos, la escasez de adrenalina en sus peticiones de sexo sin dolor cuando el otoño apogeaba en el mes de octubre. A Carla le gustaba dejar la ventana del dormitorio abierta, le gustaba pasar frío en la cama. Martin había desarrollado un gusto por agarrar objetos que habían sido apretados recientemente por la mano de Carla y que todavía conservaban parte del calor humano que ésta les había transferido. Le gustaba coger las llaves del piso una vez que Carla había abierto la puerta y las había dejado en el estante de la entrada. Sin que ella se diese cuenta, volvía al pasillo y se acercaba hasta el jarrón donde las llaves habían sido depositadas. Las cogía y se las llevaba a la cara en busca de tiempo perdido

TOS SECA

Un ataque de tos que le sobrevino a la mujer del vestido rojo justo al entrar a la bombonería donde Madame Altemir juraba y perjuraba no saber nada acerca del secuestro que según se decía por ahí, la todavía adolescente hija del señor Montierre se había auto-perpetrado. La identidad de la mujer del vestido rojo que sufrió el ataque de tos no nos interesa tanto como la forma con la que ejecutó el mencionado ataque. Doblando la cintura, llevándose ambas manos al pecho, reclinando la cabeza ligeramente hacia el suelo, parecía hacer uso de su cuerpo como si se tratara de un instrumento de viento. A Madame Altemir le parecía de muy mal gusto que alguien entrase a una bombonería tosiendo de aquella manera. La señora del vestido rojo decidió no excusarse al respecto pues consideraba que un acto involuntario y fisiológico como aquel no requería disculpas. Había entrado a comprar bombones de chocolate negro rellenos de trufa y miga de torta. Madame Altemir solo comía chocolate con leche. A punto estuvo de preguntarle si pensaba volver a ponerse a toser de aquella manera. Detrás del mostrador y de las vitrinas donde se exponían los bombones, un espejo con marco ornamental reflejaba a las dos mujeres. La señora del vestido rojo creía ciegamente en el destino. No sólo había entrado tosiendo sino que además había coincidido con Madame Altemir quien en ese preciso momento hablaba de la hija del banquero Montierre y el supuesto auto-secuestro. La adolescencia era una época difícil de interpretar, se dijo visualizando los bombones requeridos y dudando sobre la cantidad a comprar