Saturday 27 June 2015

Alejandría como mal menor

La calle es la Calle Predicadores, portal 14. Es una agencia de viajes y Paco me ha pedido que le acompañe. La Francisquilla nos espera en el Corte Inglés de Sagasta. El coche lo han dejado aparcado allí. Antes de entrar a la agencia Paco me ha pedido que sobre todo no le diga nada a la Francisquilla. A continuación y sin que nada tenga que ver me ha dicho que cuando volvamos al Corte Inglés que ya de paso comprarán unos pollos a’last que hacen muy buenos en la planta de abajo, en el Hipercor. Pollos para llevar. También tienen croquetas.
Había un barco nuevo de la Royal Caribbean que se llamaba el Enigma de los Mares y que tenía catorce piscinas sin contar con los jacuzzis privados de los camarotes de alta gama. El barco era tan grande que a según que puertos no se podía acercar. Catorce piscinas, siete discotecas, restaurante japonés, tailandés, etíope, sueco, dos McDonalds, tres KFCs, cines, casinos, un bar con las paredes de hielo, otro con acuario de tiburones. Y luego, para los más golfos, nos dice la chica de melena espectacularmente teñida de rubio, para los más canallas, bar de strip-tease, bar de tetas, nos dice con una sonrisa pícara que ha ensayado cuarenta veces en el espejo.
Se llama Melanie y nos dice que ha estado en todos cruceros que vende. Bueno, en casi todos. Nos explica que para poder vender bien algo, su jefe, la agencia, considera imprescindible que los barcos sean conocidos a fondo por las vendedoras, por lo que normalmente todas ellas son enviadas a los cruceros cuando es temporada baja.
“A ver, que en todos no he estado, que eso es imposible. Pero en casi todos”
En este de las catorce piscinas no había estado pero bueno, era cuestión de tiempo, era muy nuevo, casi no había dado tiempo. Nos dice que su jefa (una tal Jennifer) sí que ha estado y que se quedó, literalmente, a cuadros. Era como estar en Nueva York, nos explica sin detallar afinidades.
Paco manosea cuatro catálogos de cruceros. Yo pregunto si es posible que filme allí dentro de la agencia. Le explico que estamos haciendo una especie de reality sobre la vida de este hombre y que si no le importa me gustaría filmar la escena. Me dice(toqueteándose el pelo) que es preciso verificar con el encargado.
“¿Con Jennifer?” pregunto con la cámara en la mano.
“No, con Ambrosio. Jennifer es supervisora. Supervisora jefe. El encargado o director es Ambrosio”
“El VP” le corrige otra chica en inglés.
“Eso, el VP. El Vice-President”
Una pareja muy acicalada, sobre todo ella, conversan con otra dependienta. Ellos no tienen necesidad que les muestren catálogos pues se los saben todos. Dos cruceros por año. Ultimamente se fijan más en la naviera que en el crucero en sí. El Caribe prefieren no tocarlo. Peninsular & Oriental si les dieran a elegir. Mejor armadores de barcos que no empresas como la Royal. Armadores de toda la vida.
“¿Y el Queen Elizabeth?”
“Con la Cunard hemos topado” dice el hombre jugueteando con el bastón que sujeta sobre las piernas. “Con la Cunard hemos topado” dice sonriéndose como si él y la Cunard fueran grandes conocidos.
La dependienta le facilita unos folletos sobre el Queen Elizabeth.
“¿Pero qué hacen ustedes vendiendo viajes de la Cunard? Yo creía que ustedes vendían cruceros. En la puerta pone que aquí solo se venden cruceros” dice el hombre sonriéndose como si estuviera contando un chiste, para alborozo de su mujer. La dependienta no sabe qué decir. El hombre se ha quedado callado, con la misma sonrisa en la boca, esperando que alguien adivine la adivinanza. La dependienta sonríe de vuelta.
“Pero cómo me venden algo de la Cunard en esta tienda de cruceros, de cru-ce-ros. Los barcos de la Cunard, el Queen Elizabeth, el Queen Mary 2 y el Queen Victoria, son trasatlánticos que no cruceros. No nos engañemos. Liverpool-Nueva York-Liverpool. Cruzan el Atlántico. Trasatlánticos. Barcos como los que ya no se hacen eso sí. La Cunard. Edward y Samuel Cunard”
Más allá de las mesas donde las dependientas atienden a los clientes, al fondo del pasillo, se divisa otra estancia donde las chicas tienen una mini cocina donde hacerse café y guardar cosas. Se ve una especie de aparador donde yace un bote de mayonesa Heinz.
El hombre y la mujer de al lado siguen hablando de la Cunard. Paco tiene tres catálogos delante. Va ojeando uno a uno. La chica le ha dicho que dependiendo del precio y el destino que quiera, que ella le encontrará uno a su medida. Paco ha pronunciado, con voz de ultratumba la palabra “Alejandría”. Yo sigo esperando a que aparezca el VP, señor Ambrosio.
La chica le dice a Paco que antes de elegir un crucero es fundamental preguntarse por qué se quiere ir a ese crucero. Y no solo por qué el crucero. Para qué el crucero. ¿Para qué se quiere el crucero? ¿Para recobrar el romance en la pareja? ¿Para encontrar nueva pareja? ¿Para alejarse de todo? La dependienta, con la mirada, coge a Paco de la solapa y le dice que antes de escoger el crucero que le diga por qué y para qué el crucero, y dependiendo de la respuesta ella le aconsejará.
Paco está a punto de comenzar a explicarle sobre su mujer, una tal Francisquilla, y una clínica de fertilidad con técnicas in-vitro cuando me levanto de la silla y le hago un gesto para que no diga nada, al ver salir de una oficina a quien se supone es el gerente de la agencia, el VP, el hombre que daría el visto bueno para que pudiese grabar allí dentro, el señor Ambrosio. Le digo a Paco que no le conteste a la dependienta de momento porque esa es una conversación que quiero grabar.
Un hombre alto, robusto, campechano, parecía de pueblo. Me invitó a su oficina donde me ofreció un café. Se interesó por el reality, me preguntó por trabajos pasados. Me contó sobre empleos anteriores de su parte y me dio su opinión acerca del mercado audiovisual. Llevaba un reloj Seiko plateado. En mitad de su explicación sobre la televisión y la programación de hoy en día le dio un ataque de tos que duró unos veinte segundos y que yo hubiese dado lo que fuera por haber podido grabar.
Al señor Ambrosio le hace mucha gracia que le hayan puesto el cargo de Vicepresident (me dice sobre-pronunciando el inglés). Me dice que estos americanos son la polla luciendo una de las sonrisas más llenas de dientes jamás vistas. Se levanta a la cocinilla para traer dos cafés. No me pregunta si mi compañero Paco quiere otro. Paco sigue hablando con la dependienta quien le enseña crucero tras crucero. Antes de volver con los cafés, Ambrosio le grita a una dependienta de nombre Diana recriminándole que se haya dejado el tarro de la mayonesa fuera de la nevera.
Son de máquina. Me dice que la pusieron hace unos meses para ofrecer café a los clientes. Me dice que se ha acostumbrado al vaso de plástico de tal manera que ahora el café en taza le sabe raro. El color blanco del vaso de plástico cautiva mi atención. Es un blanco atonal, un blanco sin ángulos ni esquinas. Ambrosio sigue hablando y yo me pregunto para qué y por qué un crucero. No en el caso de Paco, la decepción del bebé que no llega, sino en otro plano. En un plano más profundo. Por qué la elección. Por qué la dependienta y el café y la conexión del blanco del vaso y de la mayonesa Heinz. Ambrosio está a punto de darme el ok para grabar siempre y cuando solo le saquemos de su lado bueno y ofrezcamos una visión honesta y comprometida de su agencia de viajes. “Esto puede tener parangón en los Estados Unidos”, me dice. “Esto puede traer cola allá donde tenemos a los Managing Directors y a los CEOs y a los Division Managers”, dice gesticulando, ironizando grandeza. “Esto bien mirado podría traer cola. ¿Dónde dice usted que se emitirá este documental? ¿En qué cadena?”
Desecho los planos directos. Desecho grabar posicionado detrás de Paco enfocando las dos cabezas, una de frente y otra de espaldas. Desecho el plano lateral directo por cierto sentimiento de insuficiencia. Los planos no me convencen. Ambrosio el VP sugiere construir una especie de castillo de naipes usando catálogos de cruceros y grabar a través del mismo. Las chicas advierten que eso sería fantástico, que vaya idea más genial, que vaya mente la del Vicepresident, qué creatividad.
Les dejo una grabadora. La dejo encima de la mesa y le pido a Paco que cuando le haga la señal desde la calle que le de a grabar y que comiencen con la conversación. Paco me dice que si la pone en este sitio, detrás del codo, que así no saldrá en el plano y que será mejor, ¿no? En la calle la luz no molesta. Creo que el sonido de la calle podrá ayudar a perfeccionar la escena. Los coches que pasan y las voces que también pasan, conversaciones que van en movimiento porque tienen piernas. Decido no mutar la cámara y usar luego el sonido de la calle como ritmo que acompasará la conversación entre Paco y la dependienta.
Antes de empezar a filmar, Ambrosio me dice que lo mismo él se mete en su despacho pero que durante la grabación saldrá fingiendo tener que hablar con las chicas, fingiendo dar instrucciones sobre alguna oferta o algún pedido o alguna nueva técnica de venta a seguir. Eso, me dice el VP, otorgará mucha realidad a la escena. Ambrosio me pregunta si es realismo lo que busco en mis filmaciones y no sé bien qué contestar.
En la calle, enfrente del escaparate, el plano es perfecto. Entre los pósters con las ofertas que seducen al viandante, se ve a Paco y la dependienta quienes me miran para ver si ya pueden empezar con la conversación. Ajusto el plano, acerco la imagen, respiro hondo y les doy el ok. Paco le da a la grabadora y comienzan un diálogo que solo escucharé cuando llegue al hotel y me ponga a editar.

“Por qué y para qué el crucero?”
“Bueno, verá usted. Aquí hay un problema de fondo. Yo no soy un tipo al que le gusten las aglomeraciones ni mucho menos las cosas estas, los cruceros, tan organizaos y tan estructurados. A ver, que lo del buffet libre bien, que eso anima, y lo de tener un gimnasio con vistas al mar donde sudar un rato. Porque yo el gimnasio no lo había pisao en mi vida, pero de un tiempo a esta parte, bueno, fue la Francisquilla, mi mujer. Cuando empezamos con lo de la inseminación in-vitro, con el programa, mi mujer se empeñó en que hiciera deporte porque según los médicos eso de estar en forma podía influir de manera positiva en conseguir que el embarazo saliera adelante. Yo todavía no lo tengo muy claro. O bueno sí, sí que lo tengo claro. Me parece una memez. Ya ves tú, qué tendrá que ver estar en forma con el semen de uno. Si el semen es bueno y lleva mucho esperma será bueno independientemente de que uno pueda correr los mil quinientos en qué sé yo cuantos minutos. ¿Me explico? Pero bueno, hoy en día el deporte y la meditación y su puta madre es muy recomendable para mejorar en todo. Calidad de vida que le dicen. Hay que joderse. Pero bueno, eso, que la Francisquilla se empeñó y usted porque no la conoce pero esa mujer es soberana cuando se le mete algo en la cabeza. Hizo falta ir al Corte Inglés, no te digo más. A comprarme un chandal y zapatillas de hacer deporte y pantalones cortos de marca. Luego me apuntó en un gimnasio donde hizo falta explicarle al monitor que un servidor estaba ya bastante pasao de rosca, con mucho tabaco encima, con mucho güisqui y mucho trasnoche. Pero bien, el chaval bien, muy majo. Me dijo que lo haríamos poco a poco y mira, empezamos andando, luego corriendo un poco, luego hicimos pesas, luego pasé a ir tres días por semana, me compré unos cascos para escuchar música, me puse mis rutinas y oye, que la cosa funcionó, que de alguna manera me enganché y ahora necesito el gimnasio de la misma manera que antes no lo necesitaba. Entonces ver esto de que en los barcos tengan estos gimnasios tan bonitos, pese a que no me gusten las aglomeraciones, bueno, un aliciente”
“¿Y la causa primaria del crucero?”
“La causa es mi mujer, la Francisquilla, el in-vitro este de los cojones que nos lleva fritos. ¿Usted sabe que les pinchan hormonas para que les suba no sé qué y se vuelven loquitas como si tuvieran ataques de regla cada dos por tres? Unos gritos por nada, una tensión, unos lloros. Las hormonas esas no pueden ser buenas, sean para lo que sean”
“¿El crucero como calmante?”
“No, como calmante no, como plan B. Por eso le digo que si tiene cruceros a Alejandría que mucho mejor”
“Alejandría”
“Aunque allí no vaya la Royal Caribbean ni los barcos tengan cuarenta piscinas ni puticlub, ¿me entiende?”
“Alejandría”
“Alejandría como plan B”
“¿Por si acaso?”
“Sí, algo así. Es más que nada por la Francsiquilla, ¿sabe usted? La mujer actúa ya como si fuera madre y bueno, el programa que llevamos con el Doctor Espinosa está ya en la recta final pues según él, seguir intentándolo más veces podría ser muy contraproducente para la Francisquilla, el cuerpo no podría aguantar tantos intentos, sobre todo por lo de las hormonas. El día dieciocho es el día D que le dicen, y justamente cae el día de antes en que tenemos que matar a la niña Ana María, ya ve usted, y si lo uno falla necesito de un plan B”
“Una especie de segundo premio”
“Sí, un premio de consolación que no incluya a la Royal Caribbean ni el Engendro de los Mares o como se llame el barco ese con su parque de actividades para niños con padres a los que sí les fue bien lo de la in-vitro, ¿me entiende?”
“Y por eso Alejandría”
“Por eso y porque yo siempre he tenido curiosidad, debilidad, lo que sea por la ciudad esa. No sé qué pinta tiene, no sé a qué se parece. Sé que está en Egipto, sé que ya no es lo que fue. Pero me tira. Es el nombre que suena a historia, que suena a imperio venido a menos, a ciudad oxidada, con tufillo, ¿me entiende usted?”
“Alejandría”
“Alejandría siempre y cuando haya cruceros a Alejandría”
“Como plan B”
“Como plan B sí, porque la Francisquilla ya no habla de otra cosa que no sea el bebé que no ha nacido, el bebé que está por nacer, el bebé que según el Doctor Espinosa tiene un 15% de posibilidades de que se haga realidad. Y aunque Alejandría no sea la solución ni sirva de eso que usted ha dicho…”
“Segundo premio”
“Sí. Segundo premio, premio de consolación, medalla de bronce”
“Alejandría como medalla de bronce”
“Alejandría como el diploma que le dan al cuarto en las olimpiadas. Algo así”
“Alejandría como mal menor”
“O como huida. Algo que la saque de la ciudad y de la planta de niños y bebés del Corte Inglés donde ahora mismo la tienes merodeando por los pasillos, mirando vestiditos de niña, trajes de marinero de niño, patucos, biberones, cunas, libros de pedagogía”
“¿Tiene nombre ya?”
“Jacobo si es niño y Esmeralda si es niña”
“Bonitos nombres”
“Si usted lo dice”
“Pues cruceros a Alejandría que yo sepa solo hay uno. El barco es pequeño. Escalas en Tánger, en Argel y no sé dónde más. Tengo que mirarlo. Casi nadie pregunta nunca por Alejandría”
“Pues mírelo haga el favor”
“De momento creo que la única salida esta al caer y si no me equivoco coincide con las fechas que me estaba usted diciendo”
“¿Qué fechas?”
“Eso que me ha dicho de la niña que van a matar”
“Ana María”
“Sí. Mire, mire aquí. El barco sale de Barcelona el diecinueve”
“¿A qué hora?”

Sunday 14 June 2015

La chica guapa que predecía el futuro

No tanto las cosas importantes sino las menudencias, las cosas de entretienda, lo que no se veía. Yo estaba sentado en aquella mesa a petición de Ana. Me había dicho; siéntate un rato con la chica, déjala hablar, escúchale, mírale bien a los ojos, por dentro. Deja que tus ojos y tus oídos hagan de cámara. La chica tiene un misticismo anónimo muy difícil de resistir. Huele como huelen las adelfas. Habla suave como si usara polvos de talco. Siéntate con ella, llévala a lo de la Alameda, entrad en cualquiera de los bares que tienen mesitas fuera, haced como si no se oyese a los patos, adivinad las sombras del carrusel, dejad que el grito de los niños se adueñe del parque, interferir con las aves, equilibrar la tarde-noche.
Se llama Inés y tiene telarañas en los ojos. Se llama Inés y aunque se pone maquillaje se le ven las entrañas por fuera. Mueve mucho las manos y tiene una diminuta cicatriz en el antebrazo. No sonríe por sonreír. Se da la vuelta y mira a los patos. Me dice algo de un viaje a Maracaibo. Le digo que me cuente más. Le pido que mire fijamente a la cámara y me cuente sobre el hotel. Me dice que ver a alguien de traje y corbata merodeando la piscina de un hotel le recuerda a James Bond, 007. Me dice que su película preferida es Octopussy. Se toca poco el pelo. Cuando se queda callada no necesita de repliegues físicos. No cruza las piernas, no despliega muecas, no establece barreras. Es una chica muy de frente. Me pregunta por la chica que van a matar. Pregunto si sabe algo que los demás no sepamos, si ha visto algo en sueños, si puede predecir el cómo y el cuándo. Me dice que lo único que sabe es lo que le ha contado Ana. Le digo que Ana no debería ir por ahí contando lo que no le incumbe.
Inés me cuenta que ella se cría en Tres Cantos aunque a los ocho años se van a Santander para volver a Madrid cinco años después. A su padre lo trasladaron de oficina. Eso al principio. Luego, sobre sus poderes mágicos, la clarividencia, eso lo obtiene por necesidad. Tiene un novio de apellido Somoza y de nombre Alberto al que quería con locura. No un primer amor sino un tercero o cuarto. Alberto se convierte en el primer novio que le arrebata el sentido común. Un chaval de aspecto pasado de moda, incluso su planta y su manera de ser, muy blanco y negro, muy FM-AM. Era un tipo distinto, me explica. Tenía nariz aguileña como ya casi nadie tiene. Patillas, colonia Brummel, peinado a raya. Un chaval de otro mundo, de otro barrio, de otra esfera social. Un tío del que se enamoró hasta las profundidades de su ser y del que pasados dos meses de relación comienza a sospechar no ya tanto de posibles infidelidades sino de algo peor, pérdida de interés. Una chica como yo y un tipo cómo él. Dónde iba a parar. “Por aquel entonces”, me cuenta, “yo vivía en un piso tercero de la Calle Caravaca, a este lado del río. Él venía a buscarme en moto, una Bultaco que se tiró dios sabe cuanto en reformar y arreglar, una moto más vieja que la tos. El sonido todavía lo escucho en sueños” me dice con ojos de cristal de translúcido. “Y cada vez venía menos, y cada vez con menos fuego en los ojos, menos intención en su manera de ser conmigo, no sé si me explico. Y es ahí cuándo empiezo a obtener los poderes, ahí cuando la clarividencia, por necesidad. Yo me obligo a entender lo que pasa, a ver lo que pasa. Necesito saber si se está follando a otra, si ya no le gusto, si ha perdido interés, y es entonces cuando me paso noches enteras apretando la mente, buscando dentro de mí”
“¿Meditando?”
“No, meditando no. Haciendo mucha fuerza con la mente. Apretando por dentro. Mirando con fuerza. Buscando. Muchas horas. Me daban las tres, las cuatro, las cinco de la mañana”
“¿Cuántos años tenías?”
“Dieciséis”
“¿Y lo de tu tío al que le explotó una bomba olvidada de la guerra civil cuando hacía footing por el campo?”
“Eso es otra historia”
Hay un baile de hojas secas en lo de la Alameda, justo enfrente del bar de bocadillos Quique. Pasa entre las cinco y las seis y no lleva anuncio, no hay carteles pegados en mamparas de autobús que avisen del baile de hojas secas, del swing del platanero, de la cumbia en suspensión, de esa especie de aguantar el aliento dentro que se produce cuando las hojas bailan enfrente del Bar Quique cuando Inés habla como por extensión, de forma contextual. Las hojas que bailan tienen nombres y apellidos.
Cuando yo pregunto e Inés contesta nosotros no somos lo importante, no tenemos el foco encima. Estamos allí de decorado. Alguien ha pedido un bocadillo de ventresca con virutas de no sé qué (inaudible). Inés ha dicho que la palabra “virutas” le da risa. Yo vuelvo la cámara hacia las hojas pero ya no bailan. El viento se ha quedado en nada. A lo lejos un señor mayor se detiene y se echa las manos encima como tratando de desabrocharse algo. Yo lo filmo todo mientras la voz de Inés habla sobre los poderes de adivinación y lo muy poco que le pega sobre todo por sus gustos en lo que a la moda se refiere, los vestidos abogotados, lo barroco (no sabía si se explicaba bien).
“Yo todo lo divido entre barroco y no barroco”
“¿Y lo de tu tío?”
“Lo de mi tío pasó en el noventa y algo”
Inés es de las personas que utilizan mucho frases como “vamos a ver si nos aclaramos”. Es una persona que gusta de la organización mental. Separar pensamientos según el sentido del pensamiento, la utilidad y sobre todo el orden temporal. ¿Es un pensamiento que tiene que ir antes o después de este otro pensamiento? Dice vamos-a-ver-si-nos-aclaramos y en realidad lo que hace es ordenar pensamientos. Se le cuela uno que tiene que ver con las hojas que han bailado hace un rato y tiene que apartarlo y ponerlo en otra fila y para entonces yo ya no atiendo, yo escucho a los patos y me pregunto si no estaría mejor filmándolos a ellos.
“¿Y de la muerte de Ana María me puedes decir algo? ¿Cómo funciona la cosa para que eches un vistazo al futuro en torno a esto? ¿Se puede ver el futuro por temas o es algo que no controlas? ¿Cómo se ejerce? ¿Cuándo se empiezan a ver cosas? ¿Hay que darle a un botón, elegir el tema, seleccionar el tiempo futuro, si se quiere ver de aquí a dos días, a una semana, a tres meses?”
Aparentemente no hacía falta bola de cristal.
“Yo no veo el futuro” me dice de mala baba. “Yo no veo el futuro” dice queriendo añadir la palabra subnormal. “Yo me dedico a otras cosas, yo intuyo situaciones, yo veo un poco más allá de las maquinaciones de la gente”
Inés era capaz de prever corrientes marinas. Ella se quedaba levantada hasta las dos de la noche y de puro apretar las sienes descubría por dónde iba a soplar el viento. No veía los hechos del día siguiente sino las intenciones de los personajes. Veía de qué lado se decantaba la balanza del hombre. A mí me apetecía un café pese a las horas de la tarde. El viento se había detenido en seco (desconozco si Inés lo había previsto), la temperatura había ascendido dos escalones, ella se había desabrochado dos botones de la camisa permitiendo al personal adivinar parte del un sujetador que servidor se había quedado mirando a la vez que ella me pillaba y de ahí a la sonrisa de arriba las manos, esto es un atraco.
“¿Entonces tú no sabes si la van a matar o no?”
“¿Para eso me has traído aquí?”
“¿Cuántos años dices que tienes?”
Inés preveía un tanto por ciento del futuro más cercano. Le he pedido al camarero que además del café nos saque algo de picar, nada que lleve preparación. Le he pedido, de la forma menos amable posible, dejando claro quién es el cliente y quién ejerce de sirviente, que nos saque un snack casual, algo que llevarse a la boca, unos cacahuetes sin sal, tostados, unas patatas fritas sabor paprika, algo que apenas lleve dos minutos servir.
“¿Qué es la paprika?” pregunta Inés.
Ella es mujer de vestido de verano. Le pegan según qué estampados con el color de sus ojos, con la intermitencia de las pecas, con los huesos que le salen de los codos, tan años cuarenta, tan de posguerra. Sus abuelos vivían en un pueblo como todos los abuelos. Durante un rato que no sé cuánto dura me habla de series de dibujos que veía cuando era pequeña. Luego y a petición mía me cuenta sobre el tío al que le explotó una bomba mientras corría por el monte. “Salió disparado hacia el cielo. Fueron unos quince metros de altura. Pudieron deducirlo por la posición geográfica donde se le encontró. No tuvo que hacer el viaje de bajada. Salió disparado hacia el cielo y aterrizo suavemente en una loma cercana. Pese a la suerte de tener la loma ahí, no vivió para contarlo. La explosión, la metralla… La fragilidad del cuerpo humano”
Se me quedan las ganas de decirle que somos como hormigas, nada.
“Hace poco y cuando ya se hicieron patentes mis poderes de adivinación, mi tía, la hermana de mi tío, me pidió que intentase establecer contacto para ver qué tal estaba. Al día siguiente le dije que había establecido contacto y que estaba bien, que los cuidaba a todos desde el cielo, y que sobre todo a ella le pedía que fuese feliz y que hiciese el bien allá por donde fuera. Mi tía se emocionó, se echó a llorar y desde entonces es otra persona”
“¿Los cuida desde el cielo?”
“Los protege”
“¿Les cubre las espaldas?”
“Les pone una especie de escudo celestial”
“¿Duerme con un ojo abierto?”
“En el cielo se duerme poco”
El camarero nos trae las patatas y un plato de olivas y antes de que se marche nos da tiempo de pedir un gin tonic y un vodka tonic pese a los cafés con leche. No un vodka con tónica sino un vodka tonic. Mucho hielo pero no a rebosar. “Y haga el favor de llevarse los cafés”
El tiempo no iba a dar para mucho más y yo necesitaba saber sobre Ana María. Paco me había dicho que algunas muertes se volvían personales. Ésta era una de ellas. Incluso a mí que solo era el cámara se me estaba metiendo debajo de la piel. Masticábamos la muerte de Ana María como carne demasiado hecha, como atún seco. Matarla iba a hacer falta matarla. Nos mirábamos incrédulos porque nadie tenía o iba a tener el estómago. Era uno de esos encargos que suscitan preguntas, que abren la caja de los truenos. El tipo de trabajo que hace que uno se mire al espejo más de la cuenta por la mañana. Una ejecución que iba a dar que hablar, que empujaría a la mujer a preguntar qué pasa cuando son las tantas y uno no pega ojo. Se mira al techo como si fuera Ana María esperando. No era pena, era otra cosa. Estábamos metidos en un sistema del que parecía imposible salir. Si Madrid firmaba los papeles había poco que hacer. Yo necesitaba verme las caras con José Luis para exigir una segunda explicación.
Inés fumaba y dispersaba el humo que soplaba con labios de ropa limpia. Echaba la cabeza atrás y disparaba hacia donde despegan los cohetes. Yo necesitaba a duras penas que me contase más de Ana María. Le pregunté si una foto de la chica ayudaría pero cabeceó que no. Inés no tiene poderes sensoriales. Cualquier cosa que entrase por la vista no ayudaría. Si le diese a oler algo de ropa de Ana María tampoco, no era un perro. Conocer a la chica tal vez tampoco ayudase. Ella solo predecía un tanto por ciento del futuro. A veces ni eso, me dice tirando la colilla al suelo. Yo me doy la vuelta con la sensación de estar siendo espiado por la espalda.
Me cuenta de una exposición de arte moderno en el centro cívico donde vive. Esculturas hechas con papel rellenas de poemas viejos. Un piano hecho con recibos de la luz y el agua. Un cuadro que es un retrato de Cervantes donde los ojos son dos monedas de cincuenta pesetas y la nariz una zanahoria y la boca una máquina Polaroid de la que sale una foto completamente rosa a modo de lengua. Me cuenta de un tal Ignacio que estudia derecho y que es un portento jugando a las canicas. El tío tiene veintitantos y juega a las canicas. Tiene una colección. Está en segundo de derecho y los fines de semana se junta vía Facebook con gente que comparte la misma pasión. Hay más aficionados en Europa. Existen ligas, campeonatos. El chaval se llama Ignacio. Inés no está segura de quererle como novio o como amigo. Inés pregunta al camarero si tienen lima para su gintonic y antes de que el camarero conteste le corta y le pide que no le conteste, que ya sabe ella que no tienen. El camarero corrobora que efectivamente no tienen. Cuando se marcha, Inés me pregunta si he grabado la adivinación en directo. Luego añade que sus amigas le dicen que ella es mucho más guapa que Ignacio.
La ciudad tiene una banda sonora que se escucha a través de las ventanillas bajadas de los coches que pasan. Los antebrazos apoyados, los codos apuntando hacia fuera mientras la Cadena Ser o la Cadena Cope o M80 Radio o donde un CD de Philip Glass, pista cuatro, Metamorfosis IV.
Le pido que si es tan amable, que si me podría dar algo de consejo respecto al juicio que se me viene encima. Pero Inés no da consejo. Una cosa es ver e futuro y otra intervenir. Ah, eso no. Eso nunca. Me dice que hay una vieja regla escrita al respecto. Algo muy viejo, viejísimo. Me dice que ya cuando los magos y los encantadores, cuando los druidas y los castillos con torre y princesa encerrada, ya entonces se regían por dicha regla. Muchos reyes quisieron comprar adivinos para poder maniobrar antes de la tormenta. Siempre salió mal. Normalmente terminaba en muerte por ambas partes. Mago y monarca los dos al hoyo. Aconsejar no, me dice mientras tres chicos intentan vendernos merchandising. Le sugiero que no hace falta que me aconseje, que simplemente me diga lo que ve. Le propongo que sí el resultado final coincide que me daré por convencido y que el reportaje es suyo. Le digo que podría empezar a filmar en la Calle Caravaca.
Antes de que me dijese que lo tengo muy jodido y que me ve encerrado, entre rejas, en cosa de dos o tres meses como mucho, me dice que ve una niña, una niña muy pequeña, pero que no puede ser Ana María porque esta niña es un bebe.
“¿Es posible que sea Ana María cuando era niña?”
“No. Yo veo el futuro” me dice respirando hondo y encendiendo otro cigarro a la vez que yo levanto la mano para que el camarero me traiga la cuenta.