Sunday 16 November 2014

Las Croquetas de Kasha y Natalia Kolodziej

“A mí es que Chick Corea ni fu ni fa, no sé si me explico”
“A propósito de las croquetas de…”
“¿Mi madre?”
“No, del bar de abajo”
“¿El Francesco?”
“No, el otro, el de las polacas”
“Rumanas”
“No, son polacas. Kasha y Natalia Kolodziej, se llaman”
“Oye por cierto, y Siria qué”
“Qué de qué”
“Joder, pues que están masacrando a la gente, hostia, que no hay derecho, que los están acribillando coño, y aquí estamos tú y yo que si el café arábica, que si las croquetas de las polacas, que si el violinista negro y que si la madre que la parió”
Se le disparan las revoluciones, un turbo interno situado entre el intestino grueso y el delgado es accionado sin querer. Uno se apoya en una pared sin darse cuenta del botón rojo que acciona todas las alarmas. Ana se tiene que levantar de tanta indignación. Es una indignación instantánea como el Nescafé. No se le hacen grumos ni nada. Cuando se enfada se pone más guapa de lo normal. Pierde toda su originalidad. Se cabrea y se confunde con la masa, con el gentío, con Manuel Falla cuando a baja a comprar una barra al super por lo de los bocadillos en cuenta de la merluza etc.
“Ana”
“Ni Ana ni hostias. Es que tienes muy poco sentido de la realidad. Es que vienes aquí a quejarte de que te ha dejado tu novia”
“No era mi novia. Beatriz nunca fue mi novia. Y la dejé yo a ella”
“Si no era tu novia cómo es que la dejaste”
“¿Eh?”
“Si no era tu novia cómo explicas que la dejaste… o te dejó ella, lo mismo me da. No se puede dejar a alguien si no se es novio”
“Eso no tiene sentido”
“Ya, lo mismo que Siria, y sin embargo aquí estamos, tú con tus pajas mentales y yo con el E-Darling”
“A mí tu jefe me va a llevar a juicio, me tiene pillao por los huevos”
“Metafóricamente hablando”
“Realmente hablando, lo del juicio tiene fecha. Son mis huevos de verdad”
“Ya veremos”
“Dios te oiga”
Ana no ha sabido o no ha querido acordarse del título de la canción de REM que tanto nos había gustado escuchar el año pasado. Yo empezaba a encontrarme a disgusto en el piso de Ana. Habían pasado demasiadas horas desde el abre que soy yo. Aquí me tienes moliendo café, me había dicho nada más entrar por la puerta. Llevaba una camiseta de tirantes dos tallas más grandes. Cuando ha dicho lo del café me ha sonreído como sonríe la gente de verdad, de forma natural, automática, igual que cuando se tose. Luego me he sentado y me he entretenido con unos escalopes de ternera como los que hacen en la playa y de ahí a las pruebas de café, el violinista negro, Beatriz, Gustavo y los hombres con nombre rimbombante.
“¿Te imaginas que alguien se llamase de nombre Rimbombante?”
“Eso es más apellido que nombre”
No estaba seguro de a qué hora había quedado con Beatriz. No quería mirar el móvil por no descubrir whatsapps que no quería contestar. Necesitaba una oferta de trabajo que me sacase del proyecto Crímenes Ortega. Leonor quería hablar conmigo, quería hablarme de Crímenes Ortega desde otro ángulo. El mismo trabajo por el que su marido quería pelarme vivo. Esto no son órdenes mías, no son opiniones de aquí de Madrid, esto viene de lejos, me dijo Osvaldo. La productora tiene ciertos intereses creados y un documental así podría cortar gran parte del flujo monetario que paga mi Jaguar y mi pent-house en pleno city center, no sé si me explico. Se explicaba de puta madre. Las palabras de Osvaldo sonaban con ritmo, con compás, y luego estaba el aroma de su after shave, el suntuoso olor de su colonia, el latido intoxicante, el viaje a otro lugar mejor.
“Podíamos quedar a cenar. Es viernes, ¿no?”
“¿A qué te refieres?”
“¿Eh?”
“Quedar a cenar en qué plan”
“Cómo que en qué plan”
“¿Cómo pareja?”
Beatriz no conducía y yo tampoco. Tenía que llevarle una caja con las cosas que se había dejado en mi piso. Ella no vivía cerca. Le había dicho de quedar en un bar que queda muy cerca de mi piso. Luego ella tendría que llevarse la caja en el metro hasta su casa. Me sentía un poco culpable. Me sentía menos culpable cada vez que pensaba en Gustavo. Que le lleve la caja Gustavo, nos ha jodido. Tenía el móvil boca abajo, lo he levantado ligeramente y he visto un mensaje de Paco. No lo he querido leer. Necesitaba hablar conmigo. Habíamos estado muy unidos durante el asesinato de Rita y desde que yo había vuelto a Madrid la cosa se había enfriado. Levanto el móvil y así por encima leo que Paco va a venir a Madrid porque se tiene que reunir con la persona del gobierno que le firma las actas, la persona que le da luz verde para matar. Vente con nosotros y así lo grabas, dice el mensaje. No tengo cámara. Me las han quitado todas. Aparentemente mientras siga con contrato en la productora no puedo grabar nada bajo denuncia. Hasta mis propias cámaras se han llevado. Las han confiscado. Me tengo que presentar a juicio dentro de poco. Si gano me las devolverán. Ana ya me ha dicho que no voy a ganar.
“¿Y qué se supone voy a hacer?”
“¿Has llamado a tu madre? Seguro que ella te puede sacar del lío. Está bien conectada”
“A mi madre ni en pintura”
“¿Antes la cárcel?”
“Antes la cárcel” (de esto no creo que sea muy consciente y llegado el caso estoy seguro de que felizmente suplicaría a mi madre que me ayude)
“A mí tu madre siempre me ha caído de puta madre”
“No la conoces”
“Claro que la conozco. He quedado con ella de vez en cuando. Un día me llevó al casino. Lo que pasa es que siempre lo hemos hecho a tus espaldas porque últimamente estás de un sensitivo que manda cojones”
“¿Y Siria?”
“De Siria no es fácil opinar. Hay que viajar allí, ver lo que pasa in situ, pasar un tiempo con gente de ambos bandos”
“Pero si hace un momento te has puesto como una loca”
El problema de quedar a cenar con Ana es que la cena implicaría otra cosa. No existen lazos sentimentales ni pretensiones de que algún día pueda pasar algo, es otra cosa, la expectativa que sea crea desde el exterior, el camarero que nos dará las buenas noches, que nos preguntará (antes de retirar las chaquetas) cómo hemos pasado el día o que si todo está bien, la clase de pregunta que no busca respuesta, que forma parte de esa materia necesaria en cualquier restaurante, marcar los tiempos, la pregunta que equivale a un entrante, qué tal han pasado el día = vieira con lámina de bacon y puré de apio. Salir con Ana a cenar no implicaría tener que dar explicaciones pero daría pie al análisis posterior, al cine fórum después de las copas, después de sentarnos en cualquier bar normal y corriente que estuviera de paso a casa y de ahí a Ana pidiéndole al hombre que si no le importe, que no eche la persiana, que solo queremos una copa muy rápido, que si quiere que se tome una con nosotros, que somos gente muy interesante, que lo mismo disfrutará usted de nuestra compañía, y de ahí yo pasaré al silencio que la situación impondrá, al silencio del espectador que se sienta en un taburete mientras Ana deja de ser la Ana de siempre, la del café casero y los E-Darlings para convertirse en una Ana de comic, y el camarero o el dueño del bar también formará parte del comic, y se servirá brandy con naranja porque eso es lo que bebían los padres de Ana cuando ella era pequeña, y yo los miraré desde el otro lado de la platea, observaré como Ana convencerá al dueño para que abra una lata de chipirones, y sacará palillos y un poco de pan, y yo me quedaré pensativo tratando de recordar si alguna vez dibujó alguien chipirones en las páginas de un comic.

Thursday 28 August 2014

Leonor, la mujer de Osvaldo

Leonor, la mujer de Osvaldo, es de la idea de que el documental sí pero dependiendo del formato. En la comida ha dicho que lo ideal sería convertirlo en algo tragicómico, en parodiar Crímenes Ortega, en hacer del documental un concurso con sus apuestas y sus llamadas y su voto del público y su panel de jueces. Números de teléfono que empiecen por 08. Descansos donde la banda del momento toque la canción número uno en las listas, en playback. Entreactos como los que se hacían en el Un Dos Tres. Ahora entra un elefante o un cocodrilo o un astronauta que dice se ha perdido y no encuentra su nave espacial y luego se quita la escafandra y resulta ser Gila o Pedro Reyes o uno de los de Faemino y Cansado. Dividir el programa en varias partes; un directo donde se mata o se intenta matar, la acción, Crímenes Ortega live and for one night only, seguido de un espacio de valoración donde familiares de las víctimas y personal de Crímenes Ortega discuten entre ellos y comentan las mejores jugadas, y un final ya con el entierro y las memorias y una breve introducción del asesinato que tendrá lugar el próximo jueves, como siempre, en Telecinco, no nos fallen, muy buenas noches.

Monday 2 June 2014

Ella que lleva una trenca Burberry

El restaurante está en la Calle Cádiz. Paso por la puerta de un pub irlandés y luego por la puerta de un bar donde varios camareros preparan mesas para las cenas que están por llegar. Una mujer en sus cuarenta y tantos acaba de entrar y se sienta en la barra. Lleva una trenca Burberry debajo de la cual asoman medias negras y zapatos de tacón azul marino. Uno de los camareros que está preparando las mesas le ha dicho que ahora mismo la atiende. Desde donde estoy solo le veo el perfil. Se ha sentado al taburete como se sientan las madres de Audi Q4 y colegio bilingüe de los niños. Su pelo fue rubio natural cuando tuvo ocho o nueve años. Ahora el recogido de peluquería cara está cubierto por mechas doradas.

Paco me ha mandado otro mensaje para avisar de que volvía a cambiar el restaurante. Calle Cádiz. Mesón no sé qué. Yo con todo lo que soy me he prometido no volver a llamar a Ana ni a contarle sobre la cena y la posible excursión posterior. Me pregunto si Paco y los de la funeraria, llegado el momento y para deshacerse de las mujeres, tendrán que excusarse para hablar de cierto negocio del que necesitan privacidad máxima. Algo que ver con un muerto potencial. Un amigo al que se le ha recomendado Crímenes Ortega y que mira tú por donde está interesadísimo y con el que se ha quedado a las 2 am en un bar de la Calle Ruiseñores donde les espera a solas, sin mujeres. Más tarde me entero que cerca de la Calle Ruiseñores hay un bar de putas que se llama el Caballo Blanco, The White Horse.

Yo que llevo las manos en los bolsillos desde donde sujeto el móvil, me he quedado parado enfrente del bar mirando a esa mujer de piernas macizas, de gimnasio/spa, de músculos esculpidos con la ayuda de un entrenador personal, desarrollo de bíceps lunes y miércoles, espalda y pierna los martes, zumos naturales después de cada sesión, orgánicos. Entre tanto fitness es necesario introducir tandas de yoga, pilates, masaje deportivo. Yo que me he comprado unas botas similares a las que tenía y un jersey azul marino setenta por cien algodón. Yo que sin saber muy bien por qué me he metido al bar donde la mujer se bebe un Martini y pregunta al chico que le ha servido si puede fumar sentada donde está, prácticamente fuera del bar.

Son horas donde la poca gente que pasa por la calle lo hace generalmente porque se ha olvidado algo y es necesario salir corriendo antes de cenar. Los bares se preparan para el inicio del fin de semana, el sonido de las campanas extractoras invade el espacio sonoro vacío de voces que digan mire usted lo bien que viene tener tranvía en la ciudad y la falta que hacía y Juan Carlos que ha entrado en la academia militar por méritos propios y lo bien que le sientan a mi marido las camisas blancas, slim fit.

Ella ha sacado un iPhone5 y mira su página de Facebook mientras empalma el Martini con el cigarro. Está mirando fotos de una fiesta. Una mujer rubia que tal vez sea ella y que sale del brazo de un señor con traje. Le digo al camarero que si fuera tan amable le agradecería mucho que no me sacara ni patatas fritas ni olivas ni cacahuetes con la cerveza. La mujer levanta la mirada del móvil y me sonríe microscópicamente. Luego me mira de arriba abajo y deja el móvil y se termina el Martini y paga y se marcha sin esperar las vueltas y me deja allí clavado en aquel bar que está como a medias de algo, a medias de ser un bar, incompleto porque no es todavía la hora de la cena y los camareros no hacen de camareros sino de montadores y es necesario poner dos tenedores a la izquierda y dos cuchillos a la derecha y que alguien haga el favor de bajar a las cámaras y subir más bebida. En las cocinas se pelan patatas y se dejan salsas a punto para así luego no tener más que cocer los macarrones.

Salgo a la calle y en vez de encaminarme al restaurante giro a la izquierda y desemboco en el Paseo Independencia. Me asomo y dos señoras mayores esperan el tranvía, ajenas al día de la semana que es. Las tiendas cierran a ambos lados de la avenida. Por los soportales hasta los mendigos empiezan a retirarse. El centro de la ciudad empieza un intermedio parecido al de los teatros. Se baja el telón de la Plaza España y hace falta retirar a los mendigos, cerrar las tiendas, bajar persianas, remodelar ambientes, construir el nuevo decorado que hará de escenario para la noche del viernes. Un VW Golf 2.0 TDi pasa por delante con el conductor sentado como si estuviera en el sofá de su casa y no a los mandos de un automóvil que vino de la mano de un plan de financiación. Miro el móvil y no hay mensajes. A estas horas Ana estará a punto de dar comienzo su cita con Quino. Mujer sola, treinta y tantos. Buen sentido del humor, atractiva, alta y delgada (como su madre), busca hombre con inquietudes, que le guste la lectura, viajar, el cine. La edad importa lo mismo que el físico. Absténganse perdedores y hombres con poca visión de futuro. Absténganse hombres que no sepan leer entre líneas. Si el nombre empieza por las letras C, O, M o P, absténganse también. Si se llama usted Ricardo lo mismo es necesario que también se abstenga. Ana y sus demandas tan clínicas y tan precisas. Ana y el vértigo que da esa forma con la que se da la vuelta dejando la espalda al descubierto, las faldas que siempre le llegan a la altura del menisco, la manera de cruzarse de brazos, indecisa, indagando en las intenciones del que tiene delante. Ana que estará cenando con ese tal Quino y lo mismo en el restaurante suena (vía Sonos System) The Peter Malick Group featuring Norah Jones, campeona del mundo de ojos negros.

Crímenes Ortega, me susurro a mí mismo justo cuando pasa un Opel Zafira lleno de una familia que parece en busca de una dirección a decir por la manera con la que todos componentes del vehículo alargan sus cuellos y miran en todas direcciones con porte inquisidor. Crímenes Ortega y a propósito de Paco y los de la funeraria y la Francisquilla a la que me muero por conocer.

Yo que deambulo por esta ciudad que no es la mía. Los viernes por la noche se es más forastero que entre semana. Pandillas de amigos que han quedado a tomar un vino y un aperitivo y una raya de coca pre-cena, te lo hacen saber. Los que hay y están de turismo van siempre en pareja y generalmente se cogen de la mano y ella le llama a él cari.

Saturday 8 February 2014

Thelonius Monk

Esa manera que tenía de enganchar las teclas del piano, de aporrear como si fueran palancas y no Steinway & Sons, tocando el piano como si no fuera un piano, escarbando entre el blanco y negro, abocándose al teclado, jorobando la espalda, sacando notas que más que música eran tiempo escarbado. Tocaba como si estuviera separando granos de arroz, consiguiendo la unidad a base de romper la unidad, tan a trancas y barrancas, tocando a sopetazos, con un sube y baja, con el ritmo que tienen los cacharros de feria, tocando Around Midnight a cualquier hora del día. Para tocar como Thelonius Monk era necesario remangarse la camisa, sentarse al borde de la butaca, con tres patas al aire, con la sensación de que en cualquier momento uno se iba a caer. Thelonius Monk toca el piano y uno se queda con la sensación de que hay un tren que sale de la estación y a punto se está de perder ese tren y uno corre y el tren sale, y uno sigue corriendo, a más no poder, y está casi ya a la altura, estira la mano, se agarra de un barrote del vagón, casi a la par que la puerta abierta desde la cual surgen manos bienvenidas, manos que le invitan a saltar, y uno corre y el tren va cogiendo más velocidad, y se está muy cerca ya de la puerta, a punto de alcanzarla, y el tren sigue y lo mismo pasa con la manera con la que Thelonius Monk toca el piano, tan intermitente, tan locomotora de vapor, tan estación de tren en los años de Willy Fogg, tan quiero y no puedo. Thelonious Monk toca como si fuera una metralleta que no funciona bien, que de cuando en cuando se atasca. Toca como si fuese tartamudo, como si cada nota costase sangre, sudor y lágrimas. Una música no apta para los que toman caldo de gallina. No apta para los que más vale uno que ciento volando ni para los que hacen del reciclaje de envases una religión. Thelonius Monk toca el piano como si éste fuese un saco de patatas y no Steinway & Sons. Toca como si le hiciera rozadura el zapato, como si estuviese allí sentado por obligación, destrozando el ritmo a base de otro ritmo que todavía no tiene nombre pero que late debajo del ritmo oficial que todos conocen y aprecian a la perfección cada vez que hacen uso de sus abonos para los grandes conciertos de música clásica, los domingos por la mañana. Thelonius Monk es Willy Fogg y a la vez el tren. Toca Around Midnight y se convierte, con su barba y su sombrero, en el espacio que dista entre la mano de Willy Fogg y el barrote de la puerta del tren, es el suspiro ese que se queda a mitad, el vacío de aire con el que uno se topa cada mañana, el dedo meñique de la mano que dice adiós. Toca como si estuviese tocando con las muelas del juicio, escupiendo notas que luego se quedan ahí, en el espacio, formando estalactitas. Toca excavando cuevas que luego uno descubre a través de National Geographic. Thelonius Monk y esa manera de tocar con las gafas, esa especie de espantapájaros con vida que toca sin que nadie le haya explicado antes como se toca, que hace música sin tener cuidado de seguridades ni riesgos laborales, que toca achicándole tiempo al tiempo, a base de echarse hacia delante y escarbar entre las teclas del piano como si ahí abajo, entre las do y las re y las mi, hubieran minutos y segundos que uno podía arrebatarle a la muerte

Sunday 12 January 2014

Hace falta follarse a la Doctora Erikson

Uno había acudido a la cita con la Doctora Erikson sin muchas pretensiones. La mujer ha venido después de haberse tirado siete años en Linköping University. Uno acude a la cita en un café de la Calle Escribanos, en frente de León Felipe, en la parte que hace esquina con Guillermo III, justo a la altura de Alfombras Miguel, pared con pared con el Bar los 3 Toneles donde los huevos rotos vienen sin foie y donde Enriqueta y Julia Mari se dejaron una vez el bolso y donde nunca jamás tocó la lotería. Uno acude a la cita con la Doctora Erikson sin muchas pretensiones, sin obsesionarse con sus piernas, sin dejarse embaucar por esos ojos azules que son mitad azul mitad marfil y que de cuando en cuando parecen transparentes, ojos de acuario, de piscina, y de ahí a no aguantarle mucho la mirada, pedir dos cañas pese a que son las once y cuarenta y cinco y uno siempre ha tenido la manía de no beber alcohol hasta que sean las doce. La Doctora Erikson se viste de manera infantil, lleva calcetines y falda a cuadros. Se sienta y se cruza de piernas y las Nike Air lucen en su pie derecho que queda colgando al aire, debajo de la mesa. El camarero trae las cañas y unas olivas y luego el sol empieza a pegar de lleno en la terraza del Café Robles y hace falta mover las sillas, corregir la postura, sentarse de espaldas al sol. La Doctora Erikson acaba de recibir un email en su BlackBerry. Yo le estaba contando que últimamente me encuentro mejor, aunque el principal problema persiste, creo estar algo mejor. Me sigo dejando los sueños a medias pero por lo menos la espalda ya no me duele.
Más que la cura lo que uno busca es follarse a la Doctora Erikson. Follársela pero no de manera egoísta, no por lo carnal, ni mucho menos. Follársela por lo que ello representaría, por lo anímico del asunto, por lo de las expectativas y la ansiedad esa que siempre asalta al mediodía y porque hace falta llegar a fin de mes

Guillermina tiene Jet Lag (una canción de primavera)

Crímenes Ortega se plantea la lotería como una posibilidad desatascadora de cash-flow y letras a 90 días. Hace falta primar a los señores ejecutivos para que se compren sus trajes Ferragamo y sus corbatas indias y se tomen sus brunches en la terraza de uno de esos cafés en mitad de un parque con estanque y barcas alquiladas y carrito de los helados. Hace falta olvidarse de la caja aquella de aspirinas que compramos en amazon.co.uk y que según el tracking device ha salido ya del puerto de la China. Mientras tanto es necesario concentrarse en la gente que pasa por la calle. Desviar la mirada a otras cabezas que a su vez soporten dolores de cabeza y así desinflar un poco el nuestro. Manuelita, la hija de Doña Paca, la del tercero derecha, ha empezado un curso de magia por correspondencia, brujería, y según ella parece que funciona. El otro día y sin quererlo, fue capaz de freír dos huevos así porque sí, sin proponérselo, y luego vino Don Enrique y no se imaginan ustedes lo contento que se puso. A Don Enrique lo que más le gusta es la caza del zorro, al modo inglés. Y de ahí a sus domingos por la mañana galopando por los campos de Castilla en busca de un zorro que solo existe en la memoria colectiva. A Guillermina en cambio lo que le va es la ropa de moda, la alta costura, Milán, París. Le gusta merodear por la casa llevándose la mano a la cabeza y jugando a tener jet-lag. Guillermina tiene siete años aunque no los aparenta. Le gusta el té sin azúcar

Monday 6 January 2014

Achicoria Eko

Jacinto no está pasando por un buen momento. Lleva meses jodido. Desde que dejó la finca y se mudó al barrio le cuesta arrancar. A mí el campo me va como a cualquiera, lo justo. Pero esto es otra cosa, se explica Jacinto de mala gana mientras culea en la silla de plástico azul. Esto es otra cosa. Allí en la finca desayunábamos todos días Eko, achicoria en vez de café. Uno lo prueba y no es lo mismo y se queda así con la madalena en la mano, pensando que un Nescafé sería lo suyo, pero algo pasa, los perros que no paran de ladrar, el ruido ese que hace el campo, el viento que corre, el ensanchamiento de la tierra, los trigales, algún gallo, y de ahí a la achicoria que ya no sabe tan mal, que le pega al paisaje, a la finca, a los tres dálmatas, a Marisa quien lleva quien sabe cuánto sin follar. Pero mire usted, dice Jacinto. La silla esta me está dejando el culo como una piedra. Una silla de plástico azul, con patas de metal, color negro. Estas cosas no ayudan a mejorar el estado de las personas, los pequeños detalles. Aquí no hay mucho que hacer. Yo me paseo por la plaza del Pilar, sabe usted. Me doy vueltas y busco oportunidades y pienso en Marisa quien sigue en la finca y tiene carrera de abogado y unas piernas bonitas y se levanta todo días a las 5 de la mañana y ordeña las vacas. Yo nunca le dije nada. Nunca le propuse nada. Y lo mismo es eso lo que me corroe por dentro. Aquí en el barrio es todo distinto. Está Miko que de cuando en cuando me da masajes, ya lo sé. Pero Miko vive en otra galaxia. Miko es distinta a las demás. A Miko hasta le he llegao a decir lo del encargo, con pelos y señales, pese a lo mucho que me advirtió Ortega de que sobre el trabajo no podía largar palabra hasta que estuviese terminado, por si acaso se enteraba el muerto en cuestión, sabe usted, pero bueno, que eso, que esto no es lo mismo, y que aunque yo eche de menos a Marisa y la finca, aunque esté jodido por dentro, la vida es así, y está silla me está dejando el culo duro y frio, y que ya que usted me está haciendo este documental pues que lo mismo nos podíamos pasar ahí en frente, al Toni, y pedir unas gambas cocidas, copón

Friday 3 January 2014

José Luís, el técnico

Esto viene a cuento por lo del conflicto y las señas de identidad de cada uno y porque José Luís, el técnico, escribió desde Madrid para que nos pusiéramos en contacto. Aquí de momento las cosas no andan tan mal como uno pudiera imaginar. Violeta no ha llegado a cumplir los 8 años. Lo que en su día fue el garaje aquel que teníamos en la parte de atrás del corral es ahora una piscifactoría. Combinamos las doradas con el pez pequeño común, el pez ese que no es de raza. Por las tardes seguimos empeñándonos en Chopin igual que en la primavera del 95 cuando Julita y tus tíos vinieron a vernos. De cuando en cuando a Faustino le sigue dando por hacer el festival de baile en saco ese que tú ganaste una vez. Por la mañanas sigue haciendo un frío de cojones. Añoramos el mediterráneo, las puestos de pollos asados, el olor ese a aceite usado que tienen los mediodías allí. Yo echo de menos el sonido de los aparatos de aire acondicionado. Bueno, nada más. Ya me despido. Un abrazo de Julita y los niños. Jacobo dice que te envía un dibujo por correo. Es un Picasso pero falso, me dice que te diga

Thursday 2 January 2014

El Mensaje del Rey

A mí me gustaría que dijese que su color favorito es el azul y que más allá de la monarquía a él lo que le apasiona es la fontanería, la composición de banderillas clásicas, la gamba gabardina, hacer cálculos mentales inútiles, chupar terrones de azúcar, la humedad de la baba en el almohadón, tirar dos veces de la cadena… etc