Monday 15 August 2011

LA REINA MADRE SIN IR MAS LEJOS

La reina madre sin ir más lejos, decía Mr Chiltern. La reina de Inglaterra aparecía en un documental, a sus setenta años, aparecía en palacio, en un documental que trataba de plasmar el día a día del monarca, la BBC. Se levantaba a tal hora, desayunaba a tal hora en tal sitio, despachaba asuntos, leía la prensa y planificaba viajes y ceremonias. La reina llegaba hasta el último detalle. Hablaba con alguien acerca de la inclinación de unas cortinas antes de una cena oficial, se preocupaba por el ángulo en que los muebles debían ser colocados, corregía menesteres, separaba cuadros, indagaba en el punto de sal de ciertos alimentos. Estructura mental. Costumbre. No pensaba en los privilegios, o en Sudán, o en la hepatitis aguda. O tal vez sí. Lo mismo daba. Estructura mental y andamio. Primero lo uno y después lo otro. Daba lo mismo que fuese cena con el primer ministro iraquí o Jacinta haciendo el crucigrama después de haberse dado un baño de quimio.

HBO

De todos modos Mr Chiltern no lo había llevado allí para hablar de la afición de su primo Bloomfield por Pretty Boy Mayweather o Manny Pacquiao. Sabía de aquella avanzadilla rebelde más que muchos cargos del estamento militar. Mr Chiltern quería hacer hincapié en el cambio, en la transformación que habían sufrido las vidas de muchos primos Bloomfields, el paso de aquel estado anteriormente bautizado como normalidad, las excursiones cada sábado por la mañana a cualquier Wal-Mart o Safeway donde comprar corn flakes y leche y hamburguesas y pechugas de pollo para pasar la semana. Aquella realidad asistida, la sociedad del bienestar, donde cortes de pelo mensuales alternaban con productos de lujo tales como coches Mustang o gramos de cocaína, donde se jugaba al golf y donde se apostaba por los Broncos. Aquella especie de anestesia, aquella respiración asistida que uno desconocía que era asistida, hasta que de repente ese desplazamiento daba comienzo, ese movimiento cortical, ese desprendimiento progresivo, la falta de combustible primero, la subida de precios, los despidos involuntarios, la crisis médica, la dificultad de alcanzar, los derrumbes paulatinos, la incomprensión primero, el estupor después, la impotencia ulterior, la incredulidad de que aquel tiempo era el que le estaba tocando vivir a uno, la escasez y la miseria por vez primera, la desarticulación del estado de bienestar, la imposibilidad de desplazarse como se hacía antes, las posibilidades, la certeza de que algo se podía hacer, otros caminos, otras trayectorias, usar una táctica diferente, mudarse a Amarillo donde sus tíos y sus primos, mudarse a la costa oeste, al norte, a las Dakotas, pasar a Canada, seguro que en Canada todavía se vendían coches y hacían falta vendedores. Seguro que en Canada habría posibilidades de burbujas como las que se tenían antes, seguro que allí Texas Grill y HBO y cine con palomitas. Uno se volvía loco. Aquello les había cogido a todos desprevenidos. Aquello que se suponía solo pasaba en los libros de historia. Los cambios radicales en las sociedades. Las brechas, las guerras abiertas. Uno se volvía loco. Miraba la situación desde todas las perspectivas posibles, se le daba la vuelta, se le ponía de pie, se le miraba por detrás, hasta que una llamada de teléfono proveniente de Amarillo donde los tíos y los primos llamaban para decir que allí estaban igual sino peor. Y eso, que la cosa andaba jodida y que tal vez fuera bueno que se mudaran ellos allí. Y así es como la nueva sociedad se engendraba. Ese día, los días de las asimilaciones por familia, cuando se empezaban a asimilar los hechos y los armarios vacíos, era el punto de partida de muchas reuniones y convenciones y asambleas piratas donde se buscaban alternativas, donde se pasaba por encima de aquel gobernador con manos de plastilina, donde se enterraba la respiración asistida que los había mantenido alelados durante tanto tiempo, donde se despertaba el hombre primitivo, el instinto animal, donde se miraba con ojos de tigre.

FANDANGIN

Al primo segundo le gustaba mucho el boxeo y de cuando en cuando Mr Chiltern le había escuchado hablar de Ali como si lo hubiese conocido, como si lo hubiese visto pelear a pie de ring, como si hubiera estado presente en Kinshasa, como si hubiese presenciado a escasos dos metros aquella combinación izquierda-derecha que terminó por mandar a Foreman a los anales del fin. Después de haberse servido un segundo vaso de vino, Mr Chiltern no recordaba el porqué de aquella cita al gusto de su primo por el boxeo. Había una conexión, aseguraba hundiendo la mente en los recodos de su memoria, tratando de pescar al arrastre.
Había una especie de cóctel molotov dentro del pensamiento cotidiano. Era difícil razonar con aquella amalgama de sensaciones, con aquellas variantes, aquellos vectores tan cortantes los unos con otros. Aquella voz de aquel tal Reginald que había llamado llevándose por delante quien sabía a cuántos demonios, aquella urgencia imperiosa, aquella necesidad por la semilla que pasaba de largo de cualquier valor humano, de cualquier reconocimiento personal o escala de valores. Aquella manera de tiritar por el maletín con el dinero, por el desembarco en tierra libre. Y luego por otro lado estaba su primo, una persona honrada, alguien que se vestía por los pies y que había tenido por esposa a una chica ejemplar, madre de dos criaturas no menos ejemplares, partidos de softball los sábados por la mañana, salidas al cine, pizza hut, partidas de bolos, Xbox y Wii en familia, carcajadas desaconsejables. Por un lado aquella presión y aquellos hombres que reducían una a una sus neuronas vendiéndolas al mejor postor, apostando de farol por la humanidad. Por un lado aquel vómito de buena voluntad, aquellos científicos y luego Reginald llamando a gritos y aquella presión humanamente insoportable y aquella desconfianza aterradora. Uno no sabía muy bien en qué aguas estaba nadando. Y por eso le contaba sobre su primo Bloomfield. Aquella comida no tenía que ver con Sandra. Estaba cansado. Cansado de no saber hacia dónde tirar, de no decantarse, cansado de mediar con todo el mundo, de hacer de pegamento y embudo.