Saturday 18 February 2012

SUCK IT AND SEE

María Garcés pesaba setenta y dos kilos, mal llevaba 53 años de vida y dedicaba las tardes a hacer voodoo en el cuerpo de trapo de Antonio Cañadas Valiente, antiguo esposo y presente demandante por apropiación indebida. María había tenido otro cuerpo en otro tiempo, había sido una mujer distinta, alejada de grasas y recibos de la seguridad social y caminos preconcebidos. Había hecho de paquete en una Guzzi del 64 y había recorrido Europa con Antonio durante dos años y medio jugando a pretender perderse en distintos hoteles y fronteras y países como excusa para no perderse en los brazos de cada uno. Antonio encontró fortuna en las granjas de doradas, pronto hizo dinero y se desentendió de María y de la moto. Pinchaba el muñeco de trapo mientras Antonio daba sorbos a un Martini blanco, apoyado en el balcón de una suite de hotel, dando la espalda a otra chica veinte años menor. En la mesilla de noche quedaban restos de rayas de cocaína incrustadas en círculos de vasos de brandy. María seguía incrustando agujas en el muñeco con la total seguridad de que estaban produciendo el efecto esperado. Tal vez no le den pinchazos en el estómago, tal vez no sienta el acero del cuchillo, tal vez no se tenga que doblar de dolor, pero el voodoo le está surtiendo efecto, claro que le está surtiendo efecto. María pretendía tener poderes psíquicos. En un juicio posterior Antonio se rió a carcajadas cuando fue preguntado si había padecido dolores que pudiesen estar relacionados con prácticas de voodoo. María hubiese deseado tener treinta años menos cuando tuvo que subir al podio para ser interrogada. Claro que le duelen los pinchazos, claro que hacen efecto. Cada agujazo se convierte en diez minutos de ansiedad, en un periodo de indecisión, en malestar general, en tos crónica. Mírenle la cara, les dijo a los miembros del jurado. Un hombre como él, demasiado mayor para contener un cerebro impertinente. Un hombre que se va al médico y vuelve con una receta pretendiendo estar enfermo. Claro que el voodoo le hace efecto, decía agarrada a la barandilla del podio, cerrando los ojos de cuando en cuando, pretendiendo sentir el viento en la cara, abrazada a una chaqueta de cuero negro, oliendo la gasolina y los kilómetros perdidos como si fueran días de otro tiempo

Wednesday 8 February 2012

GUILLERMINA FOZ

El día en que Salchichas de Pollo fue denominada “Holding” y no mera agrupación intelectual fue el mismo que hizo falta nombrar un “Comité de Riego” para encarar los problemas de sequía que sufrían ciertas áreas del chalet en el que por aquel entonces convivíamos. Jesús Puente, lejos de formar parte del Comité de Riego y colaborar en la ardua tarea de hidratar el tejido, pregonaba a diestro y siniestro anunciando que la música era la única solución. El remedio físico era bula y careta de cartón, decía arropado por la sinergia que le otorgaba la botella de whisky de doce años que empuñaba. Hacía falta poner música, acercar altavoces a la parte trasera del chalet donde la tierra se agrietaba víctima de una sequía focal. Se subió a una roca y llamó a todo al mundo a que se le acercase. Eran las dos y media de la tarde. Nadie sabía a ciencia cierta si aquellas palabras las dictaba el alcohol o la locura. Todos los caminos conducían a Monk, gritaba a pulmón abierto. Todos los caminos conducían a Monk, mientras los técnicos de riego se arremolinaban a sus pies. Jesús Puente se convertía en estatua viviente, en orador de malta. Todos los caminos conducían al único maestro capaz de tocar las teclas del piano a la inversa, tocar hacia atrás aunque la melodía fuese hacia delante. Con los dedos secos como la tierra, aplastaba notas con la única intención de deshacer la nota en cada quejido, de quitarle la capucha a la canción. Cada vez que Monk tocaba les sacaba guisantes a las teclas, decía un Jesús Puente más apasionado que de costumbre. Los moros se habían equivocado con aquello del regadío y los canales y el ajedrez. Todos los caminos conducían a Monk, decía mientras que por el rabillo del ojo admiraba de forma intermitente las interminables piernas de la nueva becaria, Guillermina Foz, natural de Lanzarote, tierra de fuego

Monday 6 February 2012

TAMBIÉN TENÍA SUEÑOS PEQUEÑOS

En sus sueños más alocados John Lennon se peinaba a raya y Marifé de Triana hacía el tonto subida a un caballo de madera. No aparecían juntos en el sueño. Le gustaba extrapolarlo todo, sobre todo las fantasías aquellas que se le aparecían sin razón aparente. La guerra siempre sucedía por la tarde, de buena mañana los muchachos limpiaban cañones y las mujeres planchaban los trajes a los alféreces. Había quien se mojaba el pelo antes de la batalla. También tenía sueños pequeños e incluso sueños medianos. En sus sueños más pequeños se veía a sí mismo de bebé, jugando al ajedrez, en pañales. En los sueños medianos perdía los zapatos por el hueco que quedaba entre los peldaños de las escaleras de la Torre Eiffel. Los zapatos caían muy poco a poco, desde lo alto de la torre, balanceándose en el aire como si fueran plumas, como hojas de árbol platanero. Se balanceaban durante horas hasta que por fin aterrizaban en las aguas del Sena. Yo lo veía todo desde las escaleras frías, metálicas, sentado de rodillas, con los ojos tapados por el vértigo que me daba el viento en la cara

MANERAS DE VIVIR

Nos habían llamado de una radio en pleno Alvarado Park, en Albuquerque, y se nos había pedido con claridad y diligencia, que colaborásemos en el programa collage que hacían los martes por la noche para que narrásemos en primera persona y ante toda la audiencia Nuevo Mexicana lo que había significado para muchos de nosotros el descubrimiento en 1981, de la canción Maneras de Vivir, incluida en el álbum “En Vivo” del grupo Leño. A toda la gente que forma parte de este movimiento de masas que es Salchichas de Pollo, opinar así por opinar siempre nos ha gustado mucho. Tanto Juanjo Bautista como Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano comían ganchitos de queso acercando las barbas al micrófono de la emisora independiente que dirigía Manuel “Culebra” González. La tarde previa a la grabación la pasamos en el frontón que habían construido en lo que antes había sido el Parque de la Cordialidad. El frontón había sido cosa de petición popular, nos dijeron en la radio. Después del programa, tanto Cárdenas Solórzano como un servidor tuvimos muy pocas ganas de irnos a la cama. Se establecieron dos grupos; uno de retirada y otro de continuación. Los chicos de la emisora consiguieron varias botellas de vino dulce y juntos la emprendimos hacia aquella explanada que llamaban la puerta del desierto. Una vez allí, seguimos hablando de Rosendo y su Maneras de Vivir. A las 3:15 de la noche Cárdenas Solórzano llevó a cabo el mejor y más original comentario al respecto. Los chicos de la emisora le reprocharon que no hubiese tenido semejante ocurrencia en antena. El viaje de vuelta a casa fue de lo más placentero. Pudimos avistar ballenas espermáticas y delfines de gran plasticidad. Juanjo Bautista no se quitó los auriculares ni para mear

Sunday 5 February 2012

THE HOURS

Si no era por el celofán, joder, ni por lo otro. Era esa manía que tenía de rascarse a deshoras, sin que hiciera falta, el picor mental, las pocas ganas de bajar abajo y poner la mesa, sacar los platos de la vajilla antigua, la del arreglo floral incrustado que tanto le recordaba a la casa de campo en los años cuarenta, aquel semi feudalismo donde todo se metía en conserva, la leche con nata, el pan duro, las montañas de trigo. Se rascaba como respuesta a estímulos externos. Se rascaba como para defenderse de sí misma. Según el estímulo, según la frase que el joven Jonathan hubiese recitado o según el mensaje, si tuviese que ver con un pago o con una cita, ella se rascaba en el hombro o en la espinilla. Cuando se rascaba en la espinilla, primero se bajaba el calcetín. Se sentaba en cualquier sitio, en el bordillo de una acera, sobre el borde de una fuente, y doblaba la pierna acercándose el pie. A veces se rascaba porque había levantado la vista y descubierto una chimenea en el momento preciso cuando comenzaba a vomitar humo. Otras se rascaba porque el semáforo había cambiado mientras cruzaba o porque en una peluquería habían encendido un secador justo cuando iba a preguntar la hora. Se rascaba como se rascaría una mosca. También fumaba por fumar, y veraneaba en la costa cada primera quincena de cada mes de Agosto, sin ganas pero sin reparos, dejándose llevar por la cuesta abajo y el bocadillo previsible, las tortillas de claroscuros, la sonrisa de Erica, el Don Juan jugando a las sombras chinescas. Matilde era muy friolera. Se ponía vaqueros y jersey encima del pijama. Tenía un jersey de lana a rayas que según ella se agrandaba a las dos horas de haberlo llevado puesto. Luego lo guardaba en el cajón y al día siguiente había menguado milagrosamente. A Matilde le gustaba pensar en voz alta