Wednesday 8 February 2012

GUILLERMINA FOZ

El día en que Salchichas de Pollo fue denominada “Holding” y no mera agrupación intelectual fue el mismo que hizo falta nombrar un “Comité de Riego” para encarar los problemas de sequía que sufrían ciertas áreas del chalet en el que por aquel entonces convivíamos. Jesús Puente, lejos de formar parte del Comité de Riego y colaborar en la ardua tarea de hidratar el tejido, pregonaba a diestro y siniestro anunciando que la música era la única solución. El remedio físico era bula y careta de cartón, decía arropado por la sinergia que le otorgaba la botella de whisky de doce años que empuñaba. Hacía falta poner música, acercar altavoces a la parte trasera del chalet donde la tierra se agrietaba víctima de una sequía focal. Se subió a una roca y llamó a todo al mundo a que se le acercase. Eran las dos y media de la tarde. Nadie sabía a ciencia cierta si aquellas palabras las dictaba el alcohol o la locura. Todos los caminos conducían a Monk, gritaba a pulmón abierto. Todos los caminos conducían a Monk, mientras los técnicos de riego se arremolinaban a sus pies. Jesús Puente se convertía en estatua viviente, en orador de malta. Todos los caminos conducían al único maestro capaz de tocar las teclas del piano a la inversa, tocar hacia atrás aunque la melodía fuese hacia delante. Con los dedos secos como la tierra, aplastaba notas con la única intención de deshacer la nota en cada quejido, de quitarle la capucha a la canción. Cada vez que Monk tocaba les sacaba guisantes a las teclas, decía un Jesús Puente más apasionado que de costumbre. Los moros se habían equivocado con aquello del regadío y los canales y el ajedrez. Todos los caminos conducían a Monk, decía mientras que por el rabillo del ojo admiraba de forma intermitente las interminables piernas de la nueva becaria, Guillermina Foz, natural de Lanzarote, tierra de fuego

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