Sixto se paseaba por la oficina con un vaso de
plástico en la mano. Camisa a cuadros, corbata de lana, chaqueta herringbone
gris, pañuelo verde. En la mesa yacía una caja de pizza Domino’s cerrada. El
mueble donde reposa el altavoz es madera maciza. Las paredes son de cristal
dotado de una lámina que filtra la luz por lo que no hacen falta cortinas.
Había pedido un informe sobre el número de guerras que estaban sucediendo en
ese momento. Mara ha preguntado por la diferencia entre guerra y conflicto.
“Una guerra es declarada. Las guerras son más
cortas, están mejor definidas, mejor organizadas”
“Ventanas temporales”
“Los conflictos duran para siempre. Gaza. Odio que
se lleva en la sangre. Nada que ver con las guerras”
“Las guerras son productivas”
“¿Cuántas guerras hay ahora mismo?”
Soldados esperando agazapados las órdenes de un
capitán o de un teniente. Escuadrones, regimientos, divisiones, batallones. El
soldado Martínez y el soldado Benedict Truman. Fuego cruzado. Cuerpo a tierra.
Olor a tabaco y munición. Poblados desérticos. Drones que se confunden con
halcones peregrinos. Sixto abre la caja y saca un pedazo de pizza. Lo hace
deprisa y abriendo solo lo suficiente para que quepa el pedazo. Parece pollo y
bacon. La cierra y vuelve a preguntar lo mismo. Dónde había guerras ahora
mismo. Quería papel y boli, pizarra, lluvia de ideas. Seleccionar una guerra y
analizarla bien. Mirar allí donde no miraban las multinacionales.
“Somos una multinacional”
“Desechar lo obvio”
“Ahora mismo hay una guerra en Tanzania, señor
Sixto”
“¿Sabes cuánto vale ese altavoz?”
“Las guerras son capas. La capa base es el
territorio, la tierra. No confundir con las raíces. Luego la cultura, la gente
que la puebla. Otra capa es la economía. Otra son los enemigos, los intereses
colectivos, los individuales. Cada capa tiene subcapas. Las guerras son capas,
estratos. Necesito gente que sepa analizarlas, que sepa diferenciarlas y que me
diga que subcapa es la que interesa a esta empresa. Hace falta elegir la
subcapa adecuada y volcar ahí nuestro esfuerzo, intenciones y recursos. Hace
falta mandar a alguien. Hace falta financiación. Acudir al campo de batalla con
los deberes hechos. Saber con quién hablar, a quién comprar. Tierra, personas,
intereses. Una acequia de la que beben los campos. Un terreno baldío que no
quiere nadie. Hace falta bloquear un ámbito. Comprar barato. Hace falta mandar
a alguien. ¿Dónde está Terry? Para una cosa así hace falta alguien como Terry.
¿Cómo se vuela a Tanzania? ¿Qué aerolínea? ¿Escalas dónde?”
“Mil dólares. Mil quinientos. Dos mil”
“Un altavoz inalámbrico. Sonido cristalino. Un
altavoz que mejora la canción”
“Los venden también en blanco”
En la pared hay un cuadro con un letrero de
se-vende. Arte moderno. Sixto lo compró en Londres. También había flores de
plástico, una bombona con agua mineral, un tablero al otro lado de la oficina
con taburetes y lámparas de foco colgantes. Una pizarra transparente, una foto
del campo de los Brooklyn Dodgers cuando jugaban en Nueva York en los años
cuarenta. The Polo Grounds. Otra foto debajo donde Bobby Thomson y Ralph Branca
se dan la mano. Un modelo de prototipo de aeronave que fue desechado por la
USAF en los años ochenta. Una noria hecha con alambre, un ciempiés disecado,
una bola de cristal del tamaño de una pelota de béisbol, un soldado de juguete
con paracaídas.
Mara escribe en su MacBook Air más rápido que el
discurso hablado. Viste faldas y vestidos y chalecos de hombre. Es una mujer
con tienda de ropa favorita y cafetería favorita y bar de zumos favorito y
tintorería favorita y que necesita de las canciones de Ryan Adams para saber
cómo se siente realmente. Nos dice que tendrá un informe sobre Tanzania mañana
por la tarde. Primera mano. Gente presente en el nacimiento de la guerra. El
informe en sí estará listo por la mañana pero necesita traducción. Mara en su
apartamento tiene una lámina colgada del jefe Cheyenne Pequeño Lobo. Mara habla
por encima de los demás. Nunca se siente atacada. República Unida de Tanzania.
Casi mil kilómetros cuadrados. La mosca tsé-tsé vive en el centro. Solo hay un
volcán activo, el Oi Onyo Legaï. Minas de oro, reservas de gas natural, café,
algodón, té, diamantes.
“En Tanzania coexisten 127 idiomas”
Sixto se levanta y pregunta si ha llegado ya el
dron. Richard descuelga uno de los teléfonos, marca un número y pide hablar con
expediciones (planta 124). Nadie le puede atender porque es hora punta de
aterrizajes. Le piden llamar de vuelta en diez minutos.
Cuando un silencio se establece en la oficina,
cuando hace falta un puente para pasar al siguiente momento, nos tocamos la
ropa por defecto, los puños de las camisas, el cuello, la corbata. Nos cruzamos
de piernas, miramos para otro lado. Mara manosea la taza de café con la mente
en otro sitio. Se mira el móvil en busca de nuevos emails donde depositar la
atención. Los cuerpos incomodan cuando no hay nada qué hacer, cuando hacen
falta enganches. Alguien se acuerda de algo, generalmente Richard. Yo me miro
la suela de las botas por si acaso un chicle. Se advierten imperfecciones,
arrugas, elementos asimétricos, un cuadro desviado, una bombilla inhabilitada.
Sixto respira hondo, cierra los ojos, empuja el momento. Un hotel en Arkansas,
dice. ¿Quién iba a ir a Arkansas? Yo. Me dice que recuerda un hotel muy
recomendable. En las afueras. Un hotel que no era tanto hotel sino casa de
huéspedes. Una casa vieja por fuera pero nueva por dentro. Una cocina enorme.
Calefacción subterránea, debajo de las baldosas. Describe lo que se siente al
pisar una baldosa templada. Parecido al masaje. Richard menciona un
restaurante. Mara dice no haber estado nunca en Arkansas. Richard dice haber
trabajado allí dos años. Un restaurante que tal vez ya no exista. No recuerda
el nombre pero se acuerda del menú. Daban lentejas.