Tuesday 28 August 2012

ANUNCIO RELEVANTE

Durante las 02:00am y las 04:00am del próximo 12 de septiembre, esta página permanecerá cerrada al público por motivos de mantenimiento. Próximamente, el Salchichas de Pollo Group pondrá a disposición del que lo requiera un servicio auxiliar de ayuda al cliente. Se abrirá una línea telefónica para casos de emergencia, una especie de teléfono de la esperanza que será atendido por nuestro equipo psiquiátrico. También se facilitará un número de fax y un apartado de correos. Llamadas referentes a animales en peligro de extinción no serán atendidas. El 20 de septiembre se impartirá un curso online sobre el simbolismo y el no simbolismo en la cinematografía de David Lynch

DISLIKING LAS TABLAS DE DAIMIEL

Ocurre a veces, pero sobre todo cuando volvemos del Mercado Robles y dejamos las bolsas en la cocina, encima de la lavadora, sobre la mesa plegable con patas de hierro, entre la panera (que nunca usamos) y el molinillo (que sí usamos). Llegamos del mercado y dejamos bolsas llenas de patatas y cebollas y apio y carne picada en el ultimo segundo, con marcas en los dedos, con el sudor de la calle y los dos pisos de escaleras. Son bolsas cargadas de verano y mediodía y nos deshacemos de ellas como quien se quita un muerto de encima.

El sentimiento de que es más lo que nos separa que lo que nos une a las Tablas de Daimiel nos sacude cuando nos sentamos en el sofá justo después de volver del Mercado Robles. Ella pone el ventilador con pie de lámpara. Según ella es un ventilador con forma de girasol. Nos sentamos sin decir nada, todavía jadeando de las escaleras y la calle y el peso de las bolsas, y tampoco nos miramos. Sin que ninguno de los dos lo admita, percibimos cierta aprensión en el ambiente. Ayer domingo, sobre las 8 de la noche (todavía era de día), volvíamos a casa después de haber pasado el fin de semana en las Tablas de Daimiel (otra vez).

A veces este piso parece un piso apocalíptico. Será por la orientación, dice ella. Será por la manera tan dramática con la que entran los rayos de sol a través del balcón. El balcón tiene dos portezuelas viejas, de madera, con ventanales en la parte superior. Cuando llegamos del Mercado Robles abrimos las puertas del balcón de par en par, ponemos el ventilador y nos sentamos en el sillón sin decir nada. Como ahora. Ella ha empezado una frase pero se ha detenido nada más empezar. Ha querido decir algo pero luego se ha arrepentido. Algo sobre el fin de semana en Las Tablas de Daimiel y esa especie de opresión a la altura del pecho que a los dos nos sacude cada vez que vemos un pato cuchara o cada vez que alguien menciona al lagarto ocelado. A ella no le dan asco los lagartos. A mí tampoco. Sin embargo, es un no saber explicarse cada vez que alguien hace referencia al lagarto ocelado. Tampoco nos dan escalofríos ni ponemos caras raras. Ella cree que la nausea por el pato cuchara y el lagarto ocelado tiene que ver con el parque, con las Tablas de Daimiel como conjunto. Ella es de las que piensan que ese mismo lagarto y ese mismo pato nos harían sentir de manera muy distinta en otro lugar. Y eso que ella no tiene nada en contra de las Tablas de Daimiel, ni yo tampoco.

A veces nos preguntamos sin en realidad son las sombras de las siluetas, sobre todo la del olivo milenario de la plaza. O el eco de la gente que camina por las queseras, el agroturismo. A ella la palabra agroturismo no le gusta, le suena a bolsa de plástico, a hidrocarburo. Ella dice que la humedad de las queseras, unida al murmullo de la gente que camina en fila india por los túneles de la cueva, hablando de cosas que nada tienen que ver con el aquí y el ahora, unido también al olor propio del queso, y unido también al parque y su entorno, pues eso, que ahora mismo y solo de pensarlo se tiene que levantar del sofá y volver un poco las portezuelas del balcón para que no entre tanta luz

La ciudad está a 342kms del parque natural y sin embargo, algunas noches, ella se da cuenta de que no puede ser, de que algo no funciona, algo no cuaja. Luego llega el fin de semana y volvemos a las Tablas de Daimiel como quien renuncia al tiempo y a la vida

Saturday 25 August 2012

DISLIKING CIUDAD REAL

Querida Doris:

Espero que al recibo de esta carta no te hayas olvidado de aplicarte protección solar factor 15. Me pongo a escribirte y recuerdo con nostalgia tus protestas, el eco de tu voz quejándose de la quemadura del sol en el lado interno del tobillo derecho, ese que siempre dejas al desnudo cuando te sientas a leer en la playa y te cruzas de piernas como los hombres, manteniendo siempre el mismo ángulo, dejando el tobillo de lado, plano, en perpendicular al cielo. Luego me dices, también en formato de queja, que da lo mismo ponerse o no protección ahí porque esa zona es todo hueso y al no tener carne la protección solar no hace nada, es impotente. Querida Doris:

Te escribo desde la Ciudad Real que no nos gusta ni por asomo, desde el trozo de Ciudad Real que se nos hace bola en la boca, la Ciudad Real por la que uno pasea no por gusto sino a la fuerza, como si llevase pistola en la sien. Te escribo sobre todo desde un café muy particular, desde la mesa de una terraza. Te escribo desde el vacío intestinal que producen según qué calles (tú sabes de sobra). Vacío intestinal y también intelectual. El Bar Jonás. El jardín de la República. La tienda de lanas Sonsoles. La calle esa que hay detrás de la iglesia. La parte de esa Ciudad Real que da dolor de pecho y ardor de estómago. El ayudante nuevo del boticario y esa forma que tiene de coger las medicinas, la arrogancia con la que te dice cuántas tomar y cuántas no, ese runruneo que se masca en el ambiente. Querida Doris:

Te escribo desde la Ciudad Real que detestamos, desde esa parte de la ciudad (que no es geográfica) que se nos atraganta, que es bocadillo de atún seco, determinadas calles y bares que nos repugnan como si en realidad fuesen la extensión de otro algo, de otra ciudad, de otra realidad sin cochinillo ni vino tinto. Querida Doris:

Te escribo desde esa Ciudad Real que nos disgusta pero no físicamente, que nos duele como en otra vida, en otro universo paralelo. Más que ciertas calles y ciertos bares y ciertas costumbres, la ciudad nos disgusta en otra dimensión, en otra vida. Nos jode y no nos hace ninguna gracia a través de terceras personas. No es tanto el dolor propio como el dolor de parte de un primo al que se lo contó un amigo que tenía un negocio a medias con un tipo de Ciudad Real.

Tuesday 21 August 2012

BANDO

Salchichas de Pollo y por demanda popular estrenará a partir del mes de noviembre edición en formato facsímil

Monday 6 August 2012

MERCEDES BENZ AFTERNOONS (US VERSION)

A respected member of the production-line of the Literary Creations Chicken Sausages (please do not use plastic bags, wrap your food using old newspapers, old runs from 99 to 2001, the years without news worthy of being saved), writes from the 17th floor of the Chicken Sausage Building in Union Square, San Francisco, Ca. He writes for you now that you've come home not feeling like much, now that you’re hot. He writes for you this very moment. You get up from the sofa and move to the kitchen where you put some water to boil. You check with reluctance for phone messages, whatsapp messages, twitter messages. You get up and open the refrigerator door. You eat a slice of ham, no bread. Back to the living room, you sit on the couch and keep reading these lines. You don’t expect them to inspire you. You are giving them the two-page test. Two and a half max. There is distrust in the tone used. You doubt whether to turn on the iPod or read silently. You turn the on iPod because the city doesn’t speak softly so no music is like a pre-made kind of silence. You question possibilities. You go for Ryuichi Sakamoto’s BTTB. You sit back and keep reading. You have to re-read the same paragraph three times. You understand but can’t see the point. You read on and discover how the main character is a woman who lives alone and is going through a rough patch after a complicated separation. You become suspicious. You don’t like the fact that she has no name. She shares features with you. She is also in a hot flat. There is no cat in the flat. In both stories, yours and hers, there is the same background music and the same doorbell ringing exactly at the same time. You have to put the book down so you can go and open the door. You leave the book open, face down on the couch, page 35. You get up to open the door. You don’t check through the peephole. You open the door and show slight confusion because you don’t know me yet. You look me up and down. You fear that I’m here to sell you something. You know I am the one writing these lines. You don’t ask me anything. You let me through because it’s inevitable. You walk behind me. I know the flat to perfection because it's me who has described it. I go to the kitchen (you follow two steps behind) and open the fridge. I eat a slice of ham. I ask you to accompany me to the window. You come without a word. You walk straight, using very short steps. You stand beside me. We almost touch shoulder with shoulder. Leaning out the window I point towards a man sitting on a bench in the square. I tell you this man's name is Antonio and is about to call you. You ask me why is he calling. You cell phone rings.

Sunday 5 August 2012

MEDIODÍAS MERCEDES BENZ

Un socio numerario de la cadena de producción literaria, creaciones Salchichas de Pollo (no se lo lleven en bolsa de plástico, llévenselo en papel de periódico, tiradas viejas del 99 al 2001, los años sin noticias dignas de ser guardadas), escribe desde la planta 17 del Salchichas de Pollo building en Union Square, San Francisco, Ca. Escribe para ti que llegas a casa sin ganas de mucho, para ti que tienes calor, que te suda la espalda, que no vas a salir ni a ver la tele, que has puesto agua a hervir y chequeas con desgana y con la intermitencia de un semáforo tus mensajes del móvil, tus whatsapp y tu twitter. Te levantas y abres la puerta de la nevera. Te comes una loncha de jamón de york sin pan. Vuelves al salón, te sientas en el sofá y sigues leyendo sin grandes pretensiones. No esperas que te inspire. Te planteas leerlo durante dos páginas, dos páginas y medio max. Desconfías del tono de voz usado. Dudas si poner el Ipod o leer en silencio. Al final pones el Ipod porque el piso en el que vives y la ciudad donde está ubicado no hablan en voz baja y lo mismo molesta ese silencio prefabricado. Dudas sobre qué poner. Al final pones BTTB de Ryuichi Sakamoto. Te vuelves a sentar y vuelves a leer estas palabras. Vuelves a leer el mismo párrafo tres veces. Lo entiendes pero no le ves la gracia. Sigues leyendo y descubres que el personaje también es una mujer que vive sola y que está atravesando una mala racha después de una separación complicada y un suicidio en la familia. Te has vuelto desconfiada lo mismo que la protagonista de estas líneas. Te sabe mal que el autor no le haya puesto nombre. El hecho de que compartas características te lleva a imaginarte a ti misma de protagonista. Ella también está en un piso y en ese momento también tiene calor. No hay gato en el piso. En los dos pisos suena la misma música de fondo y el mismo timbre. Dejas el libro abierto, boca abajo, sobre el sofá, en la página 35 y te levantas a abrir la puerta. No miras por la mirilla. Abres la puerta y muestras leve desconcierto porque no me conoces. Me miras de arriba abajo. Desconfías de que esté allí para venderte algo. También desconfías de tu propio destino, del hecho de que sea yo, el mismo que está escribiendo las líneas de este libro que lees. No me preguntas nada, me dejas pasar como si fuera inevitable. Caminas detrás de mí. Conozco el piso a la perfección porque soy yo quien lo ha descrito. Me acercó a la cocina (tú sigues a dos pasos detrás) y abro la nevera. Me como una loncha de jamón de york. Te pido que me acompañes a la ventana. Vienes sin decir nada. Caminas estirada, dando pasos muy cortos. Te plantas junto a mí. Casi nos rozamos hombro con hombro. Asomados a la ventana yo señalo en dirección a un hombre que está sentado en uno de los bancos de la plaza. Te digo que ese hombre se llama Antonio y que ahora mismo va a llamarte. Me preguntas la razón por la que va a llamar. Te suena el móvil. Contesta.

Friday 3 August 2012

LAS VEGAS IV (Fin Cap-1, Parte III, La Guerra por La Tarde)

De vuelta a la habitación coincidieron en el rail-car con una mujer que también se hospedaba en el Aria y que decía ser una princesa rusa. A Arianna le daban un poco de vértigo las escaleras mecánicas que subían desde la parte trasera del Bellagio hasta la plataforma donde se cogía el rail-car. Se habían bebido dos copas más y habían desechado el sentarse a comer en cualquiera de los restaurantes que quedaban abiertos. Se habían cansado de beber y decirse gilipolleces el uno al otro. Tenían el don para darse cuenta. Otros hubieran seguido, hubiesen cruzado hasta el parisiense o se habrían quedado a jugar rojo y negro. Otros se habrían hecho conocidos de otra pareja en condición semejante. La mujer con la que coincidieron en el rail-car era pelirroja de ojos blanquiazules. Iba con una especie de consorte. Iba embriagada. Hablaba con cualquiera que se le ponía delante. En el vagón no había nadie más. Se puso a hablarles sin ningún tipo de acento. Ella era de sangre real por si no lo supieran. Se hospedaba en una sky suite y en su opinión gente que no tuviese sangre real no debería tener acceso a una sky suite por mucho dinero que tuviesen. Gente de sangre real y gente de servicio, de personal, criados y criadas, ya le entendían. Martin y Arianna la miraban sin decir nada. Ni asentían ni negaban ni se sorprendían. La miraban como si estuviesen mirando a través, hacía un fondo inexistente. Habían estado ahí muchas veces. Los dos se congratulaban mentalmente de no estar tan borrachos. Martin sugirió llamar al servicio de habitaciones y pedir dos hamburguesas y tal vez una botella de champagne, siempre y cuando… La rusa de cuando en cuando hablaba en ruso con el hombre que la acompañaba. Martin sintió necesidad de coger la mano de Arianna y apretarla con cariño. No se había olvidado de la inminente llegada de Carla, Arianna tampoco. Se distanciaba de Martin de cuando en cuando, sin pedir permiso ni mostrar frío ni compasión. Lo hacía libremente. Cada vez que le había ofrecido una elección se había encogido de hombros y le había dicho que lo mismo le daba. Sin aparentar tristeza ni malagana, le había mostrado indiferencia superior. En la piscina del Aria había un bar terraza que quedaba abierto hasta tarde. Martin a punto había estado de sugerir sentarse a una mesa de la terraza y comer allí. Aunque él no tenía hambre. Le preguntó si quería sentarse en la terraza de la piscina a tomarse otra copa. Allí podría fumar. Ella le dijo que ya no quería fumar más. Si él quería ir a la terraza del bar se iba a la terraza del bar, pero no lo tenía que hacer por ella. A ella le daba igual donde ir. Martin pensaba en las hamburguesas que traía el servicio de habitaciones. Las mejores hamburguesas que había probado en su vida. Costando lo que costaban no le sorprendía. Lo único que le irritaba era que el camarero que las traía lo hacía en una mesa plegable que luego desplegaba y quedaba montada como mesa de restaurante, con su mantel de hilo y sus servilletas de hilo y sus copas de cristal. Martin preguntó a Arianna si sería posible pedir las hamburguesas sin la mesa plegable ni los manteles. Una bandeja con dos hamburguesas y una botella de champagne, sin más. Una bandeja que fuese accesible desde la puerta de la habitación y así no dejar entrar al mozo hasta dentro. ¿Pedían la botella de champagne o no? La princesa rusa había enfilado hacia el casino. Arianna no contestó porque se había rezagado y hablaba con un hombre desconocido. Se había parado diez metros más atrás. Martin no se había dado cuenta. Parecía explicarle algo. El hombre la miraba con cercanía, sonriente. Arianna se explicaba descargando dulzura. Se tocaron el brazo. El hombre parecía agradecido y Arianna contenta de haber podido servir de ayuda. El hombre parecía italiano. Llevaba un traje que parecía italiano. Vestía impecable. Llevaba el pelo blanco pero no por la edad. Rondaría los cuarenta y pocos. El hombre se marchó haciendo una reverencia. Se inclinó encogiendo el antebrazo izquierdo sobre el cual llevaba doblada la chaqueta. Cuando Arianna llegó hasta Martin ya no quiso preguntarle sobre la mesa plegable que los del servicio de habitaciones subían con la comida. Se metieron en el ascensor sin hablar. El alcohol le había sentado peor a Martin. Arianna miraba el techo del ascensor con gesto risueño. Martin se volvía invisible.

Nada más llegar a la habitación, justo cuando Martin se empezó a sentir más a gusto, cuando se quitó los zapatos y a punto estuvo de besar a Arianna y olvidarse de las hamburguesas, ésta se echó hacia atrás y le dijo que ahora que lo pensaba sí que le apetecía fumar y que si no le importaba se iba a bajar un momento al patio a fumarse uno y que ahora volvía. Martin le dijo que ella no era fumadora. Fumaba de manera casual. No entendía esa urgencia. Nunca antes la había visto salir a fumar de esas maneras. Contestó que debía ser el champagne y se escurrió de la habitación sin darle tiempo a ponerse los zapatos y acompañarle abajo y sugerir otra vez el bar con terraza de la piscina. La puerta se cerró, Martin se quitó los pantalones, sacó una Heineken del mueble bar usando la tableta, puso ESPN y se acomodó sobre la cama, medio sentado medio tumbado.

Las luces intermitentes de las fachadas de los demás edificios cercanos rebotaban en el asfalto y sobre los mil cristales que se erguían como paredes. Las luces de los coches despachaban blancos y rojos. El amarillo de los taxis serpenteaba por las venas de la ciudad en busca de la siguiente princesa rusa. A Martin le daba por pensar en una sky suite a la vez que trataba de concentrarse en Jonathan y Erica y en menor medida en Matilde, quien seguía en Nueva York atrincherada en otro edificio de lujo. No quería pensar en Carla. Quería pensar en Arianna quien ya tenía que haber vuelto. Sopesó pedir las hamburguesas y el champagne y sorprenderla a la vuelta. ESPN proyectaba una película vieja sobre un jugador de football que había sido entrenado desde temprana edad por un padre obcecado en someter a su hijo a un plan de formación intensivo y científico. El chaval había crecido como un espécimen único. Se había desarrollado más que sus compañeros de clase. Desde temprana edad había recogido los frutos de aquella educación física y había despuntado en el campo. Había sido figura en cada equipo que había jugado hasta que finalme…………………

..........

Los despertó el teléfono. Debían de ser las ocho y pico. Arianna había dado un salto de la cama. Martin había entreabierto los ojos y se había dado asco por despertarse vestido encima de la colcha. La Heineken posaba casi intacta sobre la mesilla. Arianna se había levantado y había contestado. Ella sí que iba en pijama. Se despertaron en estado de shock. Prácticamente nadie llamaba. Nadie o casi nadie sabían de su paradero o existencia, mucho menos del número de habitación ni del hotel en el que se hospedaban. Descolgó con susto y aprensión. Martin se levantó y se puso de pie, a su lado. No dijo ni hola ni buenos días ni tampoco preguntó quién era. Se quedó con el auricular pegado a la oreja, en silencio, esperando que fuese el otro lado quien se anunciase.

Una voz que ya habían escuchado con anterioridad se anunció de manera formal y educada. Una voz sin variantes en el tono, comedida, seca y profunda. Una voz profesional. Un account manager de Sotheby’s. Había surgido una tercera parte demasiado interesada como para no haberles llamado a semejante hora. Arianna y Martin se sacudieron el susto de encima. Martin se cabreó por las horas a las que llamaban, por lo buitres que eran, y más que nada por tener algo de resaca y por haberse quedado dormido con la ropa puesta. Se fue al baño de mala hostia a ducharse. Antes de que desapareciese, Arianna pidió a su interlocutor que esperase un segundo. Se dirigió a Martin llamándole cariño. Martin no quería saber nada de Sotheby’s, hizo un aspaviento como quitándose algo de encima. Arianna le pidió que por favor le pusiera la bañera a llenar.

Los créditos que quedaban de la primera venta no iban a durar para siempre. El señor account manager le explicaba que de momento ese lugar era el único lugar del mundo dentro del cual podían garantizarles seguridad absoluta. Había más lugares, claro que los había. Ciertos sitios en la costa oeste, en la alta California, ciertas áreas de Yosemite Park, Yellowstone, y luego tirando hacia el norte. Había más áreas donde llegado el caso podrían desplazarlos, pero el problema radicaría en el suministro financiero. Donde estaban ahora les resultaba fácil. Un alto porcentaje del capital estaba asentado en aquella ciudad. Las Vegas era el mejor fuerte en esos momentos. Había mucho poder dentro de aquel perímetro, poder de compra que garantizaba todo el arsenal que se apostaba en el perímetro y que disparaba a todo lo que se movía del otro lado de las alambradas. Para seguir allí dentro iban a necesitar más créditos. Él, y pese a ser account manager y deberse a Sotheby’s, sentía una especie de predilección hacia ella y hacia el Doctor Hofmann e incluso hacia el señor Nelson. Eran una sociedad muy particular. Jamás le había tocado lidiar con clientes semejantes. La particularidad de sus naturalezas le sentaba bien de la misma manera que un lado del cuerpo sentaba mejor que el otro cuando uno se miraba ante el espejo. Él se debía a Sotheby’s, claro que sí. Y Sotheby’s exigía profesionalidad puntual y exquisita, eso ya lo sabía. Pero si le permitía, si no le importaba, él sentía cierto cariño por la manera desenfadada de aquella especie de sociedad que formaban los tres y de los que tenía que cuidar desde un punto de vista financiero y protector. Martin entró a la habitación semi desnudo y se plantó delante de Arianna haciendo gestos de incomprensión. Quería que colgase. Quería que le dijese a Sotheby’s que la puta de momento podía seguir viviendo de la última mamada y de la última penetración anal por lo que no iba a necesitar más polla de momento. Una prostitución había sido traumática de por sí. Sin decirle nada le dijo que los mandase a la mierda. Poniendo ojos de loco y contorsionando el cuerpo, encogiéndose de hombros y frunciendo el ceño, desapareció al baño y se percató de cierta excitación genital. Estaba empalmado y tenía ganas de Arianna.

Thursday 2 August 2012

LAS VEGAS III

Mirado desde el techo se verían círculos y más círculos de todos los posavasos que quedaban esparcidos por mesas y barras. Todos con el logo azul y amarillo del hotel, el amago de esfinge, la garra de lo que parecía ser un tigre, los cinco diamantes y las gotas de mar. A ras de todas las cabezas que se asomaban a ruletas, juegos de mesa o máquinas tragaperras, una estela de catarata de humo de tabaco era succionado hacia el techo por los extractores mudos e invisibles. Alrededor de gente decente se agrupaba el servicio de acompañamiento, cuerpos de mujer con silicona y sin grasa. Mujeres con manos esculpidas para sujetar el cosmopolitan o el daiquiri. Botellas de Pernod que en otro lado hubiesen sido elemento decorativo allí se usaban para sofocar incendios de whisky y ginebra. Detrás de las barras aparecían caras de tormenta, la mala leche que muchos bármanes sujetaban en la mejilla después de meses entregándose al vicio de clasificar clientes según el poderío económico. Si uno era barman de un lugar de lujo esperaba atender a clientes de lujo. La gente como Martin no pertenecía a esa clase. Más allá de las mesas de juego y como parte del mobiliario del casino, siempre había mujeres aspirando algún recodo de moqueta. Aspiraban sin levantar la vista del suelo. De cuando en cuando se miraban entre ellas e intercambiaban mini conversaciones autóctonas. El poco polvo que crecía de las arañas que colgaban del techo era vaporizado por un sistema de aspiradora aspersor que en vez de aspirar escupía causando el mismo efecto. Un tipo muy específico de partículas disolvían el polvo y luego desaparecían dejando aroma a secuoya. Los clientes que no jugaban ni tampoco bebían, se aburrían vagando con la vista de lado a lado, aterrizando en gestos de otra gente, en muecas, en conversaciones que sucedían a cinco metros de distancia. Vivían la experiencia del casino a través de la experiencia de otros clientes con los que rara vez intercambiaban palabra. Cada tanto se veían clientes nuevos atravesando la parte delantera del casino que llevaba a los ascensores, cargados de Samsonites, Roncatos o Delseys llenas de ropa ligera, material informático y productos imposibles de encontrar allí (un tipo de galletas favoritas que solo se vendían en una tienda de Minnesota).

Según la tarde discurría y Martin pasaba de mostrador en mostrador, absorto en carreras de perros televisadas, sujetando cacahuetes que se quedaban a medio camino entre la mano y la boca, embobado como una mosca por el mínimo aspaviento exterior, conforme iban dando las siete de la tarde el paisaje cambiaba para mejor. La gente había subido a sus habitaciones, se habían vestido con camisas Pierre Cardín y habían descendido al mismo casino de siempre con la infalible sospecha de que la noche traería mejores sensaciones, todo cambiaría un poco para mejor. Y en cierto modo sucedía. La fuente del Bellagio seguía siendo acorralada por las mismas parejas que durante tantos años la habían acorralado para deleitarse con el chorro de agua que ascendía y descendía en comunión perfecta con los cambios de tono y ritmo de la melodía de la canción de la Pantera Rosa. La gente fumaba apoyada a la balaustrada de piedra como si realmente aquello fuese la fuente del Bellagio y como si no pasara nada, como si vestir el traje que se vestía y llevar a la mujer que se llevaba del brazo fuese lo más normal. Las mujeres más distinguidas iban vestidas con trajes oscuros y se cubrían la cara con gafas de sol antes del espectáculo de luces y colores. Martin y Arianna transitaban de casino en casino y de espectáculo en espectáculo. Sin haberle puesto nombre y apellidos a la relación, a veces se cogían de la mano, dependiendo de lo tarde que fuera y lo cansada que estuviera ella. Se iban al Bellagio y de ahí al Caesars III y luego al Paris II y de vuelta al Bellagio donde se sentaban a la barra del bar Mixologie donde una copa de champagne y un Manhattan costaba lo que en otro tiempo había pagado una familia entera para pasar una semana. A veces pedían sin darse o cuenta o sin querer darse cuenta. Pedían por equivocación, brindaban sin mirarse a los ojos y cambiaban de conversación.

Aquella noche habían subido la música del bar. Acudir al bar del Bellagio les era conveniente por la atmosfera decadente y porque usando el pasillo que había en la parte posterior, se iba a parar justo a las escaleras mecánicas que subían a la plataforma donde paraba el raíl-car que los llevaba al Aria. Aquella noche habían puesto un disco de Al Green y por razón desconocida el bar manager había subido el nivel de volumen prestablecido por la dirección del hotel. Martin supuso que tal vez fuese un poco contento. Por los altavoces se escuchaba I’ve Never Found a Girl y el barman daba palmadas secas y bien marcadas cada vez que el estribillo. Inmerso en la canción daba palmadas muy acompasadas, dejando pasar demasiados segundos entre golpe y golpe, yendo más lento que la melodía de la canción. Se balanceaba con los ojos cerrados como si estuviese escuchando How Can You Mend a Broken Heart en vez de I’ve Never Found a Girl. Arianna dijo que iba borracho, tenía que ir borracho. Miraban al camarero balanceándose y canturreando. Se habían sentado en dos taburetes de la parte trasera. Ambos mantenían la copa agarrada aunque éstas reposaran sobre la barra. Ambos mantenían el otro brazo caído. Miraban atónitos al camarero, bar manager, puertorriqueño de vocación, como si fuese otra atracción de hotel, como si viniera con el entretenimiento del complejo.

Esa misma noche, sin haber caído en la cuenta de cenar por muchos créditos y mucho hambre que hubieran tenido, a la altura del cuarto cóctel, cuando alguien de dirección había venido y se había llevado al bar manager (no opuso resistencia), cuando el nivel del volumen de la música había sido reducido lo suficiente como para que fuese otra vez música ambiente, ruido de fondo, esa misma noche Martin se había querido quitar un peso de encima con Arianna. Le dijo que tal vez aquellos cócteles, aquellas facturas, aquellos créditos que gastaban, tal vez no fuesen tan irresponsables ni tan chulescos ni tan arrogantes. Ella llevaba unos vaqueros negros ajustados, unos zapatos de tacón morados y una blusa blanca sin mangas. Se había recogido el lateral del pelo con horquillas y por encima de la frente sujetaba un amago de tupé. Se había vestido con un gesto más radical que de costumbre. Aparentaba filo y congelación. Frenó en seco el trago que estaba dando a su copa de champagne. No se había esperado que “la conversación” o una rama de “la conversación” fuese a aparecer allí en vivo y en directo, sin previo aviso, y menos de su boca, justo cuando tan a gusto habían empezado a estar.

Martin se había olvidado de que todavía no se habían terminado las bebidas, ni siquiera las tenían a mitad. Hizo tentativa de llamar al camarero. Arianna le sujetó del brazo. Martin se dio la vuelta y se le quedó mirando fijamente. No hizo falta que le dijese que ya tenían bebidas.

Aquel casino. Todos los hoteles que había en la avenida. Todo aquel nova más del que se habían rodeado mientras que más allá del perímetro la gente se aplastaba por encontrar un metro cuadrado que no estuviese habitado. Era verdad que los hijos de él estaban ok y que los padres de ella habían sido incinerados. Era cierto que en teoría no tenían de qué sentirse avergonzados. Nelson también tenía lo suyo. El mundo se iba al carajo. Había demasiada gente y no había comida ni agua potable para todos. Pero a lo que él iba era algo distinto. Arianna le interrumpió para decir que le apetecía fumar. En aquel bar no se podía fumar, contestó Martin señalando detrás de la barra pero queriendo señalar el bar como un todo. Arianna le pidió que se salieran fuera. Había una terraza cruzando una puerta. Podían salir por el acceso que daba a las piscinas y sentarse en las tumbonas. Si le pedían al camarero de buenas maneras seguro que no le importaría que se sacaran los vasos. Martin necesitaba sacarse de la boca aquella catarata de palabras y frases que le quería decir. Tenía prisa por vomitar. Salieron fuera y se sentaron a los pies de dos hamacas en paralelo. Se sentaron a la orilla de una piscina. Arianna se encendió un Marlboro y le ofreció otro a Martin.

Aquello que le quería decir no tenía carga emocional. Tampoco era nada particular. Era una generalidad que se le había ocurrido aquella tarde y que esperaba que le hiciera sentirse mejor y sobre todo menos culpable. Una leve brisa se había levantado de la parte baja del hotel. Arianna sintió con agrado el ligero látigo del aire seco en los tobillos.

Se había tirado gran parte de la tarde caminando avenida arriba avenida abajo, ya sabía ella. Se veía un hotel allí en frente y se iba hasta allí porque se suponía que estaba a cuatro pasos, luego se tardaba más de media hora en llegar. Uno nunca terminaba de acostumbrarse al engaño visual de aquella ciudad. Arianna daba caladas laterales al cigarro. Cada vez que soltaba el humo lo hacía encogiendo el cuello y soplando hacia el cielo. Había que ver con cuanta perfección construía el hombre. Había que ver aquellas avenidas, le decía volcado en la conversación, gesticulando como pocas veces gesticulaba. Había que ver cuánto trabajo y cuántos cálculos y cuántos quebraderos de cabeza y concentración ponía el ser humano en que aquellas avenidas fuesen bien rectas, en que aquellos edificios estuviesen nivelados de forma perfecta. Cuánto pensamiento había ido en que la ciudad como tal fuese capaz de respirar con autonomía, de ser un ente homogéneo, con sus alcantarillas, su saneamiento, su abastecimiento de electricidad y agua, con sus aparatos de aire acondicionado.

Arianna se había terminado la copa de champagne y quería otra. Martin le pidió que se fumase otro cigarro porque ya terminaba. Arianna obedeció sin necesidad.

Si se paraba a pensar, si se detenía un momento y pensaba en el ser humano en general, en toda la pasión y el trabajo que ponía la gente en sus vidas para que el edificio o la avenida que construían fuese perfecto y recto y pulcro y sin escapes de ningún tipo, si se fijaba en la cantidad de trabajo que presidentes ponían para dictar mociones y establecer procesos, y en cambio luego se fijaba en el poco trabajo, la poca energía, el poco empeño que todo el mundo ponía en llevar a cabo labores de auto-reconocimiento personal, la facilidad con la que todo el mundo seguía a lo suyo sin pararse a preguntarse las preguntas que realmente importaban y que quemaban lo mismo que el hielo. Si ella se paraba a pensar en la escasez de gente que realmente se sentaba a preguntarse por qué esto y por qué lo otro, por qué se había usado ese tono de voz con la madre, por qué se quería a alguien cercano solo a medias, por qué se había masturbado pensando en la hermana o en la vecina, por qué le daba lo mismo que aquel cáncer llegara a buen o mal puerto siempre y cuando no salpicase… Si ella caía en la cuenta de lo mucho que la gente se empeñaba en que lo de afuera fuese perfecto y lo poco o nada que se empeñaban en que lo de adentro fuese ok (tocándose el pecho a la altura del corazón), ahí tenía ella el calmante moral, ahí tenía ella la demonstración teórico práctica de que ellos dos, por estar donde estaban y por hacer lo que hacían, no eran ningún par de monstruos siempre y cuando se comparasen con el resto de los mortales. A continuación quiso decir C’est la vie como colofón y punto y aparte pero no dijo nada.

Wednesday 1 August 2012

DISCULPA EDITORIAL

El equipo que forma Salchichas de Pollo quisiera emitir a día de hoy una disculpa a los cientos de miles de lectores que siguen con apetito voraz esta bendita publicación

Esta noche Salchichas de Pollo tenía la intención de publicar un texto acerca de cuatro empleados de oficina, que cada día, a eso de las 3:45pm, abandonaban sus puestos de trabajo y se reunían a escondidas en una sala de conferencias que había en el piso 47, con el propósito de construir o levantar una especie de escultura hecha a base de sillas, similar a la que aparecía en la primera parte de la película Poltergeist, cuando la niña estaba en la cocina mirando el canal de televisión sin sintonizar y las sillas por arte de magia formaban una especie de figura inexplicable e imposible.

Salchichas de Pollo pide disculpas por no haber publicado dicho texto. La intención estaba ahí pero por un lado un disco nuevo (que no es nuevo) de Shelby Lynne y por otro ciertos macarrones sin queso, dieron al traste con el proyecto.

Este comunicado no es tanto una disculpa como un alegato en favor de que la gente pueda dormir de pie