Friday 3 August 2012

LAS VEGAS IV (Fin Cap-1, Parte III, La Guerra por La Tarde)

De vuelta a la habitación coincidieron en el rail-car con una mujer que también se hospedaba en el Aria y que decía ser una princesa rusa. A Arianna le daban un poco de vértigo las escaleras mecánicas que subían desde la parte trasera del Bellagio hasta la plataforma donde se cogía el rail-car. Se habían bebido dos copas más y habían desechado el sentarse a comer en cualquiera de los restaurantes que quedaban abiertos. Se habían cansado de beber y decirse gilipolleces el uno al otro. Tenían el don para darse cuenta. Otros hubieran seguido, hubiesen cruzado hasta el parisiense o se habrían quedado a jugar rojo y negro. Otros se habrían hecho conocidos de otra pareja en condición semejante. La mujer con la que coincidieron en el rail-car era pelirroja de ojos blanquiazules. Iba con una especie de consorte. Iba embriagada. Hablaba con cualquiera que se le ponía delante. En el vagón no había nadie más. Se puso a hablarles sin ningún tipo de acento. Ella era de sangre real por si no lo supieran. Se hospedaba en una sky suite y en su opinión gente que no tuviese sangre real no debería tener acceso a una sky suite por mucho dinero que tuviesen. Gente de sangre real y gente de servicio, de personal, criados y criadas, ya le entendían. Martin y Arianna la miraban sin decir nada. Ni asentían ni negaban ni se sorprendían. La miraban como si estuviesen mirando a través, hacía un fondo inexistente. Habían estado ahí muchas veces. Los dos se congratulaban mentalmente de no estar tan borrachos. Martin sugirió llamar al servicio de habitaciones y pedir dos hamburguesas y tal vez una botella de champagne, siempre y cuando… La rusa de cuando en cuando hablaba en ruso con el hombre que la acompañaba. Martin sintió necesidad de coger la mano de Arianna y apretarla con cariño. No se había olvidado de la inminente llegada de Carla, Arianna tampoco. Se distanciaba de Martin de cuando en cuando, sin pedir permiso ni mostrar frío ni compasión. Lo hacía libremente. Cada vez que le había ofrecido una elección se había encogido de hombros y le había dicho que lo mismo le daba. Sin aparentar tristeza ni malagana, le había mostrado indiferencia superior. En la piscina del Aria había un bar terraza que quedaba abierto hasta tarde. Martin a punto había estado de sugerir sentarse a una mesa de la terraza y comer allí. Aunque él no tenía hambre. Le preguntó si quería sentarse en la terraza de la piscina a tomarse otra copa. Allí podría fumar. Ella le dijo que ya no quería fumar más. Si él quería ir a la terraza del bar se iba a la terraza del bar, pero no lo tenía que hacer por ella. A ella le daba igual donde ir. Martin pensaba en las hamburguesas que traía el servicio de habitaciones. Las mejores hamburguesas que había probado en su vida. Costando lo que costaban no le sorprendía. Lo único que le irritaba era que el camarero que las traía lo hacía en una mesa plegable que luego desplegaba y quedaba montada como mesa de restaurante, con su mantel de hilo y sus servilletas de hilo y sus copas de cristal. Martin preguntó a Arianna si sería posible pedir las hamburguesas sin la mesa plegable ni los manteles. Una bandeja con dos hamburguesas y una botella de champagne, sin más. Una bandeja que fuese accesible desde la puerta de la habitación y así no dejar entrar al mozo hasta dentro. ¿Pedían la botella de champagne o no? La princesa rusa había enfilado hacia el casino. Arianna no contestó porque se había rezagado y hablaba con un hombre desconocido. Se había parado diez metros más atrás. Martin no se había dado cuenta. Parecía explicarle algo. El hombre la miraba con cercanía, sonriente. Arianna se explicaba descargando dulzura. Se tocaron el brazo. El hombre parecía agradecido y Arianna contenta de haber podido servir de ayuda. El hombre parecía italiano. Llevaba un traje que parecía italiano. Vestía impecable. Llevaba el pelo blanco pero no por la edad. Rondaría los cuarenta y pocos. El hombre se marchó haciendo una reverencia. Se inclinó encogiendo el antebrazo izquierdo sobre el cual llevaba doblada la chaqueta. Cuando Arianna llegó hasta Martin ya no quiso preguntarle sobre la mesa plegable que los del servicio de habitaciones subían con la comida. Se metieron en el ascensor sin hablar. El alcohol le había sentado peor a Martin. Arianna miraba el techo del ascensor con gesto risueño. Martin se volvía invisible.

Nada más llegar a la habitación, justo cuando Martin se empezó a sentir más a gusto, cuando se quitó los zapatos y a punto estuvo de besar a Arianna y olvidarse de las hamburguesas, ésta se echó hacia atrás y le dijo que ahora que lo pensaba sí que le apetecía fumar y que si no le importaba se iba a bajar un momento al patio a fumarse uno y que ahora volvía. Martin le dijo que ella no era fumadora. Fumaba de manera casual. No entendía esa urgencia. Nunca antes la había visto salir a fumar de esas maneras. Contestó que debía ser el champagne y se escurrió de la habitación sin darle tiempo a ponerse los zapatos y acompañarle abajo y sugerir otra vez el bar con terraza de la piscina. La puerta se cerró, Martin se quitó los pantalones, sacó una Heineken del mueble bar usando la tableta, puso ESPN y se acomodó sobre la cama, medio sentado medio tumbado.

Las luces intermitentes de las fachadas de los demás edificios cercanos rebotaban en el asfalto y sobre los mil cristales que se erguían como paredes. Las luces de los coches despachaban blancos y rojos. El amarillo de los taxis serpenteaba por las venas de la ciudad en busca de la siguiente princesa rusa. A Martin le daba por pensar en una sky suite a la vez que trataba de concentrarse en Jonathan y Erica y en menor medida en Matilde, quien seguía en Nueva York atrincherada en otro edificio de lujo. No quería pensar en Carla. Quería pensar en Arianna quien ya tenía que haber vuelto. Sopesó pedir las hamburguesas y el champagne y sorprenderla a la vuelta. ESPN proyectaba una película vieja sobre un jugador de football que había sido entrenado desde temprana edad por un padre obcecado en someter a su hijo a un plan de formación intensivo y científico. El chaval había crecido como un espécimen único. Se había desarrollado más que sus compañeros de clase. Desde temprana edad había recogido los frutos de aquella educación física y había despuntado en el campo. Había sido figura en cada equipo que había jugado hasta que finalme…………………

..........

Los despertó el teléfono. Debían de ser las ocho y pico. Arianna había dado un salto de la cama. Martin había entreabierto los ojos y se había dado asco por despertarse vestido encima de la colcha. La Heineken posaba casi intacta sobre la mesilla. Arianna se había levantado y había contestado. Ella sí que iba en pijama. Se despertaron en estado de shock. Prácticamente nadie llamaba. Nadie o casi nadie sabían de su paradero o existencia, mucho menos del número de habitación ni del hotel en el que se hospedaban. Descolgó con susto y aprensión. Martin se levantó y se puso de pie, a su lado. No dijo ni hola ni buenos días ni tampoco preguntó quién era. Se quedó con el auricular pegado a la oreja, en silencio, esperando que fuese el otro lado quien se anunciase.

Una voz que ya habían escuchado con anterioridad se anunció de manera formal y educada. Una voz sin variantes en el tono, comedida, seca y profunda. Una voz profesional. Un account manager de Sotheby’s. Había surgido una tercera parte demasiado interesada como para no haberles llamado a semejante hora. Arianna y Martin se sacudieron el susto de encima. Martin se cabreó por las horas a las que llamaban, por lo buitres que eran, y más que nada por tener algo de resaca y por haberse quedado dormido con la ropa puesta. Se fue al baño de mala hostia a ducharse. Antes de que desapareciese, Arianna pidió a su interlocutor que esperase un segundo. Se dirigió a Martin llamándole cariño. Martin no quería saber nada de Sotheby’s, hizo un aspaviento como quitándose algo de encima. Arianna le pidió que por favor le pusiera la bañera a llenar.

Los créditos que quedaban de la primera venta no iban a durar para siempre. El señor account manager le explicaba que de momento ese lugar era el único lugar del mundo dentro del cual podían garantizarles seguridad absoluta. Había más lugares, claro que los había. Ciertos sitios en la costa oeste, en la alta California, ciertas áreas de Yosemite Park, Yellowstone, y luego tirando hacia el norte. Había más áreas donde llegado el caso podrían desplazarlos, pero el problema radicaría en el suministro financiero. Donde estaban ahora les resultaba fácil. Un alto porcentaje del capital estaba asentado en aquella ciudad. Las Vegas era el mejor fuerte en esos momentos. Había mucho poder dentro de aquel perímetro, poder de compra que garantizaba todo el arsenal que se apostaba en el perímetro y que disparaba a todo lo que se movía del otro lado de las alambradas. Para seguir allí dentro iban a necesitar más créditos. Él, y pese a ser account manager y deberse a Sotheby’s, sentía una especie de predilección hacia ella y hacia el Doctor Hofmann e incluso hacia el señor Nelson. Eran una sociedad muy particular. Jamás le había tocado lidiar con clientes semejantes. La particularidad de sus naturalezas le sentaba bien de la misma manera que un lado del cuerpo sentaba mejor que el otro cuando uno se miraba ante el espejo. Él se debía a Sotheby’s, claro que sí. Y Sotheby’s exigía profesionalidad puntual y exquisita, eso ya lo sabía. Pero si le permitía, si no le importaba, él sentía cierto cariño por la manera desenfadada de aquella especie de sociedad que formaban los tres y de los que tenía que cuidar desde un punto de vista financiero y protector. Martin entró a la habitación semi desnudo y se plantó delante de Arianna haciendo gestos de incomprensión. Quería que colgase. Quería que le dijese a Sotheby’s que la puta de momento podía seguir viviendo de la última mamada y de la última penetración anal por lo que no iba a necesitar más polla de momento. Una prostitución había sido traumática de por sí. Sin decirle nada le dijo que los mandase a la mierda. Poniendo ojos de loco y contorsionando el cuerpo, encogiéndose de hombros y frunciendo el ceño, desapareció al baño y se percató de cierta excitación genital. Estaba empalmado y tenía ganas de Arianna.

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