Saturday 25 August 2012

DISLIKING CIUDAD REAL

Querida Doris:

Espero que al recibo de esta carta no te hayas olvidado de aplicarte protección solar factor 15. Me pongo a escribirte y recuerdo con nostalgia tus protestas, el eco de tu voz quejándose de la quemadura del sol en el lado interno del tobillo derecho, ese que siempre dejas al desnudo cuando te sientas a leer en la playa y te cruzas de piernas como los hombres, manteniendo siempre el mismo ángulo, dejando el tobillo de lado, plano, en perpendicular al cielo. Luego me dices, también en formato de queja, que da lo mismo ponerse o no protección ahí porque esa zona es todo hueso y al no tener carne la protección solar no hace nada, es impotente. Querida Doris:

Te escribo desde la Ciudad Real que no nos gusta ni por asomo, desde el trozo de Ciudad Real que se nos hace bola en la boca, la Ciudad Real por la que uno pasea no por gusto sino a la fuerza, como si llevase pistola en la sien. Te escribo sobre todo desde un café muy particular, desde la mesa de una terraza. Te escribo desde el vacío intestinal que producen según qué calles (tú sabes de sobra). Vacío intestinal y también intelectual. El Bar Jonás. El jardín de la República. La tienda de lanas Sonsoles. La calle esa que hay detrás de la iglesia. La parte de esa Ciudad Real que da dolor de pecho y ardor de estómago. El ayudante nuevo del boticario y esa forma que tiene de coger las medicinas, la arrogancia con la que te dice cuántas tomar y cuántas no, ese runruneo que se masca en el ambiente. Querida Doris:

Te escribo desde la Ciudad Real que detestamos, desde esa parte de la ciudad (que no es geográfica) que se nos atraganta, que es bocadillo de atún seco, determinadas calles y bares que nos repugnan como si en realidad fuesen la extensión de otro algo, de otra ciudad, de otra realidad sin cochinillo ni vino tinto. Querida Doris:

Te escribo desde esa Ciudad Real que nos disgusta pero no físicamente, que nos duele como en otra vida, en otro universo paralelo. Más que ciertas calles y ciertos bares y ciertas costumbres, la ciudad nos disgusta en otra dimensión, en otra vida. Nos jode y no nos hace ninguna gracia a través de terceras personas. No es tanto el dolor propio como el dolor de parte de un primo al que se lo contó un amigo que tenía un negocio a medias con un tipo de Ciudad Real.

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