Wednesday 26 September 2012

MONICA BELLUCCI

En Salchichas de Pollo estamos tan sumamente enamorados de Mónica Bellucci que problemas como el cambio climático o el riñón o la tos seca con la que Teresa se atraganta, pierden peso. En Salchichas de Pollo no estamos interesados en saber lo que hay detrás de esos ojos color precipicio, no nos interesa Mónica Bellucci la persona, no la queremos imaginar poniendo una lavadora ni gritándole a la vecina del quinto desde su ventana del patio de luces. Nos interesa la otra Mónica Bellucci, la que de tan guapa parece mentira, la de plástico, de cartón piedra, la del país de Alicia

Tuesday 4 September 2012

DISLIKING THE POVEDA RESTAURANT

Holding Salchichas-de-Pollo (http://salchichasdepollo.blogspot.co.uk/)

Restaurante Poveda, San Carlos de la Rápita, Tarragona, E-43540.

El restaurante Poveda no nos gusta de la misma manera que a uno no le gustan determinadas enfermedades. Está situado en una esquina de la calle Emperadores, justo en frente de una tienda de hierbas medicinales. La comida está exquisita y sin embargo, cada vez que Leonor va al baño, luego es difícil cerrar la puerta del retrete y volver a abrirla ya que se abre hacia dentro y según Leonor uno tiene que hacer contorsionismos para poder salir. A veces se tiene que subir al inodoro y con tacones pues ya me explicará usted. Luego está la falda colgante y el suelo de baldosa que nunca está del todo limpio no porque el equipo de limpieza del restaurante Poveda no sea lo suficientemente efectivo sino porque ese tipo de baldosa, ese tipo de suelo, es permisivo a la suciedad. Sólo con cambiar las baldosas sería otra cosa, dice Leonor sentándose a la mesa, colgándose la servilleta del cuello de la camisa y mirando el filete de rodaballo (ya en el plato) con desconfianza, con un sentimiento de quiero y no puedo. Leonor hay veces que piensa que no es la comida en sí lo que le paraliza por dentro (en el peor sentido), ni el servicio, ni el acento de la muchacha dominicana que se hizo cargo de la barra, no, es otra cosa, es difícil de explicar. Leonor corta el rodaballo con aprensión y con cuidado, como si estuviese manipulando los cables de una bomba de relojería, da un trago a su copa de vino y me dice que aunque esto que va a decir pueda sonar muy raro, ella piensa que más que el restaurante en sí, y entiéndase por restaurante las cosas palpables que lo forman (servilletas, maquina de café, platos, menú…), es otra cosa lo que le atormenta, algo que va más allá de formalidades. Le da un bocado al rodaballo, lo saborea gustosamente, y dice que la razón de todos los males tal vez sean los simbolismos. El restaurante no como plato físico sino como recuerdo de otra cosa. Había un restaurante llamado El Pez Burlón, en Cambrils, hace muchos años, me cuenta. La llevaban de pequeña los domingos después de haber pasado la mañana en la playa. Era un restaurante muy bueno en cuanto relación calidad-precio. Las raciones eran generosas y el producto fresco. Iban muchos domingos y se acuerda de aquellas vitrinas de cristal donde ponían el pescado y la carne encima del hielo, allí junto a la barra, a modo de escaparate. Su abuela se atragantó con una espina y aunque no murió se la tuvieron que llevar en ambulancia y del susto ya nunca volvió a ser la misma. A Leonor, de la impresión (sobre todo cuando metieron a la abuela dentro de la ambulancia y le pusieron la mascarilla de oxígeno), se le cortó la digestión. Aquella vitrina del restaurante El Pez Burlón donde su abuela casi se muere era muy parecida a la vitrina que tenían en el restaurante Poveda. La vitrina del restaurante Poveda contenía brazo de gitano, tarta de queso (New York style) y orujo de hierbas. No sabía. Las vitrinas no eran iguales. La disposición de alimentos dentro de las mismas tampoco. En la vitrina del restaurante Poveda ni siquiera ponían hielo. Pero había algo, tal vez la iluminación, el reflejo del cristal, la manera con la que el camarero se situaba detrás de la misma, había algo que no acertaba a identificar pero que hacía conexión y solo de pensarlo se le atragantaba el rodaballo y le entraban nauseas y había que salir pitando del restaurante Poveda, pagar la cuenta, y bajar corriendo por la calle Buenavista hasta llegar a los apartamentos Calazul y entrar al bar de Manolo donde pedir un gin-tonic y dos carajillos de ron para olvidar