Sunday 16 November 2014

Las Croquetas de Kasha y Natalia Kolodziej

“A mí es que Chick Corea ni fu ni fa, no sé si me explico”
“A propósito de las croquetas de…”
“¿Mi madre?”
“No, del bar de abajo”
“¿El Francesco?”
“No, el otro, el de las polacas”
“Rumanas”
“No, son polacas. Kasha y Natalia Kolodziej, se llaman”
“Oye por cierto, y Siria qué”
“Qué de qué”
“Joder, pues que están masacrando a la gente, hostia, que no hay derecho, que los están acribillando coño, y aquí estamos tú y yo que si el café arábica, que si las croquetas de las polacas, que si el violinista negro y que si la madre que la parió”
Se le disparan las revoluciones, un turbo interno situado entre el intestino grueso y el delgado es accionado sin querer. Uno se apoya en una pared sin darse cuenta del botón rojo que acciona todas las alarmas. Ana se tiene que levantar de tanta indignación. Es una indignación instantánea como el Nescafé. No se le hacen grumos ni nada. Cuando se enfada se pone más guapa de lo normal. Pierde toda su originalidad. Se cabrea y se confunde con la masa, con el gentío, con Manuel Falla cuando a baja a comprar una barra al super por lo de los bocadillos en cuenta de la merluza etc.
“Ana”
“Ni Ana ni hostias. Es que tienes muy poco sentido de la realidad. Es que vienes aquí a quejarte de que te ha dejado tu novia”
“No era mi novia. Beatriz nunca fue mi novia. Y la dejé yo a ella”
“Si no era tu novia cómo es que la dejaste”
“¿Eh?”
“Si no era tu novia cómo explicas que la dejaste… o te dejó ella, lo mismo me da. No se puede dejar a alguien si no se es novio”
“Eso no tiene sentido”
“Ya, lo mismo que Siria, y sin embargo aquí estamos, tú con tus pajas mentales y yo con el E-Darling”
“A mí tu jefe me va a llevar a juicio, me tiene pillao por los huevos”
“Metafóricamente hablando”
“Realmente hablando, lo del juicio tiene fecha. Son mis huevos de verdad”
“Ya veremos”
“Dios te oiga”
Ana no ha sabido o no ha querido acordarse del título de la canción de REM que tanto nos había gustado escuchar el año pasado. Yo empezaba a encontrarme a disgusto en el piso de Ana. Habían pasado demasiadas horas desde el abre que soy yo. Aquí me tienes moliendo café, me había dicho nada más entrar por la puerta. Llevaba una camiseta de tirantes dos tallas más grandes. Cuando ha dicho lo del café me ha sonreído como sonríe la gente de verdad, de forma natural, automática, igual que cuando se tose. Luego me he sentado y me he entretenido con unos escalopes de ternera como los que hacen en la playa y de ahí a las pruebas de café, el violinista negro, Beatriz, Gustavo y los hombres con nombre rimbombante.
“¿Te imaginas que alguien se llamase de nombre Rimbombante?”
“Eso es más apellido que nombre”
No estaba seguro de a qué hora había quedado con Beatriz. No quería mirar el móvil por no descubrir whatsapps que no quería contestar. Necesitaba una oferta de trabajo que me sacase del proyecto Crímenes Ortega. Leonor quería hablar conmigo, quería hablarme de Crímenes Ortega desde otro ángulo. El mismo trabajo por el que su marido quería pelarme vivo. Esto no son órdenes mías, no son opiniones de aquí de Madrid, esto viene de lejos, me dijo Osvaldo. La productora tiene ciertos intereses creados y un documental así podría cortar gran parte del flujo monetario que paga mi Jaguar y mi pent-house en pleno city center, no sé si me explico. Se explicaba de puta madre. Las palabras de Osvaldo sonaban con ritmo, con compás, y luego estaba el aroma de su after shave, el suntuoso olor de su colonia, el latido intoxicante, el viaje a otro lugar mejor.
“Podíamos quedar a cenar. Es viernes, ¿no?”
“¿A qué te refieres?”
“¿Eh?”
“Quedar a cenar en qué plan”
“Cómo que en qué plan”
“¿Cómo pareja?”
Beatriz no conducía y yo tampoco. Tenía que llevarle una caja con las cosas que se había dejado en mi piso. Ella no vivía cerca. Le había dicho de quedar en un bar que queda muy cerca de mi piso. Luego ella tendría que llevarse la caja en el metro hasta su casa. Me sentía un poco culpable. Me sentía menos culpable cada vez que pensaba en Gustavo. Que le lleve la caja Gustavo, nos ha jodido. Tenía el móvil boca abajo, lo he levantado ligeramente y he visto un mensaje de Paco. No lo he querido leer. Necesitaba hablar conmigo. Habíamos estado muy unidos durante el asesinato de Rita y desde que yo había vuelto a Madrid la cosa se había enfriado. Levanto el móvil y así por encima leo que Paco va a venir a Madrid porque se tiene que reunir con la persona del gobierno que le firma las actas, la persona que le da luz verde para matar. Vente con nosotros y así lo grabas, dice el mensaje. No tengo cámara. Me las han quitado todas. Aparentemente mientras siga con contrato en la productora no puedo grabar nada bajo denuncia. Hasta mis propias cámaras se han llevado. Las han confiscado. Me tengo que presentar a juicio dentro de poco. Si gano me las devolverán. Ana ya me ha dicho que no voy a ganar.
“¿Y qué se supone voy a hacer?”
“¿Has llamado a tu madre? Seguro que ella te puede sacar del lío. Está bien conectada”
“A mi madre ni en pintura”
“¿Antes la cárcel?”
“Antes la cárcel” (de esto no creo que sea muy consciente y llegado el caso estoy seguro de que felizmente suplicaría a mi madre que me ayude)
“A mí tu madre siempre me ha caído de puta madre”
“No la conoces”
“Claro que la conozco. He quedado con ella de vez en cuando. Un día me llevó al casino. Lo que pasa es que siempre lo hemos hecho a tus espaldas porque últimamente estás de un sensitivo que manda cojones”
“¿Y Siria?”
“De Siria no es fácil opinar. Hay que viajar allí, ver lo que pasa in situ, pasar un tiempo con gente de ambos bandos”
“Pero si hace un momento te has puesto como una loca”
El problema de quedar a cenar con Ana es que la cena implicaría otra cosa. No existen lazos sentimentales ni pretensiones de que algún día pueda pasar algo, es otra cosa, la expectativa que sea crea desde el exterior, el camarero que nos dará las buenas noches, que nos preguntará (antes de retirar las chaquetas) cómo hemos pasado el día o que si todo está bien, la clase de pregunta que no busca respuesta, que forma parte de esa materia necesaria en cualquier restaurante, marcar los tiempos, la pregunta que equivale a un entrante, qué tal han pasado el día = vieira con lámina de bacon y puré de apio. Salir con Ana a cenar no implicaría tener que dar explicaciones pero daría pie al análisis posterior, al cine fórum después de las copas, después de sentarnos en cualquier bar normal y corriente que estuviera de paso a casa y de ahí a Ana pidiéndole al hombre que si no le importe, que no eche la persiana, que solo queremos una copa muy rápido, que si quiere que se tome una con nosotros, que somos gente muy interesante, que lo mismo disfrutará usted de nuestra compañía, y de ahí yo pasaré al silencio que la situación impondrá, al silencio del espectador que se sienta en un taburete mientras Ana deja de ser la Ana de siempre, la del café casero y los E-Darlings para convertirse en una Ana de comic, y el camarero o el dueño del bar también formará parte del comic, y se servirá brandy con naranja porque eso es lo que bebían los padres de Ana cuando ella era pequeña, y yo los miraré desde el otro lado de la platea, observaré como Ana convencerá al dueño para que abra una lata de chipirones, y sacará palillos y un poco de pan, y yo me quedaré pensativo tratando de recordar si alguna vez dibujó alguien chipirones en las páginas de un comic.