Saturday 31 December 2011

PELADURA DE CANCIÓN DE INVIERNO

Si no fuera porque tienes párpados de sidral y labios de regaliz
Hoy mismo te dejaba, al galope, apretando la entrepierna
Y si no fuera porque no sabes pronunciar según qué palabras
Hoy mismo te dejaba, por ser tan rubia y tan estática
Y si no fuera porque de a ratos te huele el aliento y si no
Fuera porque la saliva de tu boca, con cuentagotas
Hoy mismo te dejaba, por dejar algo, por la mecánica de las cosas
Y si no fuera porque miras con ojos de cortina, porque subrayas los pasos que das
Y si no fuera porque hasta la tapa del wáter se ruboriza cuando tu culo blanco y pecoso
Y si no fuera por esa extraña manera con la que te agrandas y si no fuera
Porque uno anda solo y sin nada mejor qué hacer
Hoy mismo te dejaba

Thursday 29 December 2011

TARDES CON TERESA (BACHARACH RUMANÍA)

Resulta que llevaba mal aquello de ser vecino de Ana Obregón y Jeremías Johnson, la una tan distanciada del otro, modelo, cantante, escritora, presentadora de televisión, vedette, y luego por otro lado Jeremías y su casa de madera en las montañas de Yellowstone. Ambos se habían mudado al edificio en el que vivía el camarero del Bar Bacharach, en el piso tercero del viejo inmueble de la Calle los Escolásticos, en el barrio de la Química. El hombre había coincidido con ambos y les comentaba acerca de su nuevo proyecto, montar otro Bacharach a las faldas de los Cárpatos, en Rumanía. Llevar el mobiliario no sería un problema, la logística si no llevaba prisa saldría barata. Los camareros al igual que la música serían importados. Jeremías se ofreció para ayudar con el trabajo de albañilería. Ana Obregón no podría acudir, tenía citas varias con un dentista de Bilbao. El camarero del Bacharach dudaba si en Rumanía habría hora límite para cerrar el local. En Zaragoza le resultaba difícil echar a la gente. El carácter del hombre del Cárpato sería distinto, más comprensivo, menos embriagador, más dubitativo si se quería. Ana Obregón y Jeremías Johnson habían solicitado ambos una tostadora. Ninguno de los dos tenía. Habían llamado a la puerta del piso del camarero del Bacharach demandando que si fuera posible, como amigos, en tono jocoso, que bueno, una tostadora serviría de puente al mordisco. El camarero del Bacharach y pese a no tener mucho pelo, decidió prestarles no solo una tostadora sino también pan, mantequilla y mermelada de frambuesa. Bien mirado que pasaran dentro y él mismo les preparaba las tostadas, estaba acostumbrado a servir. Una vez que los tuvo sentados les sacó el plano del local a construir a pies de los Cárpatos. Quería saber su opinión. Lo había recibido esa misma mañana, por envío urgente. El arquitecto se había disculpado por no acudir en persona. Amablemente había mandado un dvd en el que aparecía él mismo, sentado a su mesa, con el plano, explicando por partes las secuencias del mismo, los porqués y los cómos de cada partición, de cada puerta, de cada peldaño. A Ana Obregón le hacía gracia que Jeremías Johnson llevase la camisa que llevaba en ese momento, con la de oferta que había. También le hacía gracia la manera con la que masticaba la tostada con mermelada, acercándose de cuando en cuando los dedos a ras de los labios, con una delicadeza teatral y exquisita

Saturday 24 December 2011

CENA DE NAVIDAD

Salchichas de Pollo no quiso faltar a la historia y el pasado miércoles 21 de Diciembre celebró la consagrada Cena de Empresa de Navidad.
El alimento se nos atragantaba, sobre todo a un servidor. Se sirvieron mollejas en el Texas donde la ilustre camarera quiso que experimentásemos, a través del tacto, el gran poder helador que conservan sus antiguas cámaras frigoríficas. Bodegas Almau nos ofreció mucho desamparo y poca unidad de criterios, tal vez lo mejor del invierno. En el 9 Bis de Bez se nos unieron los whiskys que hasta entonces habían sido ninguneados, y el grupo quedó ampliado con la bendita presencia de Nacho "Mano de Piedra Durán" y Raquel Azpeitia Bogarde, diseñadora de interiores y artesana de la madera. Uno de los muchos puntos desalgidos de la noche fue la llegada y permanencia en el Bar Bacharach donde se sirvieron más licores y Coca Colas y donde incrédulos presenciamos la aparición, caminando entre las aguas, del legendario Thelonius Monk. Thelonius, a pesar de no ser negro, no quiso beberse una segunda cerveza. El dueño del bar, Pierre de La Cosima(componente de La Costa Brava), me dijo estar muy influenciado por otro Pierre, Pierre MacEwan, natural de la Isla de Skye, Escocia. Allí se ve que bucean a pulmón abierto, sin oxígeno, me comentó a la vez que nos apremiaba a abandonar el local.
Luego hubo un taxi y hubo a su vez una deserción de Raquel Monk y Thelonius Azpeitia y hubo a su vez un bar con aspecto de puticlub donde se nos desaconsejó según qué peticiones y donde se nos adelantó una paga extra en forma de abandono. Hubo otra carrera y hubo otro bar donde se presenció el estado de gracia de una chica y un chupito y luego ya no hubo nada.

Friday 23 December 2011

NUEVA INCORPORACIÓN

Con motivo del sorteo de nuestra particular Lotería de Navidad, el Consejo y sus secuaces, inclúyase se lo ruego a parte de la Sub-Dirección de Salchichas de Pollo, damos la bienvenida al señor Álvaro Estallo Gavín, Palma del Río, Huelva, 1945. Sin ser licenciado ni tener una robusta carrera a sus espaldas, sin haber figurado jamás en la lista de nombres que alguna vez han aparecido como colaboradores en cualquiera de los periódicos más importantes del país, Álvaro Estallo pasa a formar parte de la nómina de escribas de esta bendita casa. Uno de los principales motivos de la contratación es su marcado acento andaluz y en menor medida el profundo conocimiento que tiene sobre la España rica de los años 50, el hotel Ritz, Ava Gardner, Manolete, Chicote, el Marqués de Espinosa, los Dry-Martini, el Grupo de Toledo… etc. Gastrónomo por excelencia, playboy de segunda, el señor Estallo desarrollará labores de corrección en el departamento científico del grupo. Como condición para la contratación se le ha rogado que se abstenga de venir a trabajar con el abrigo de visón que a él tanto le gusta

Thursday 24 November 2011

LA URBE

El sistema nos venía grande. Tanto Alicia como Bartolomé como Jasek Prudome habían encontrado dificultades a la hora de elegir. Habían escrito cartas al Consejo con la esperanza de que alguien pudiera compartir las nuevas ideas que para el grupo se antojaban necesarias. El Consejo tenía todo programado. El Sistema preveía estos intentos de anticipación. Sentados en la mesa de la taberna que había a las afueras del conglomerado, los tres personajes se dejaban encender por el sabor de la cerveza tibia. El puente que cruzaba a la ciudad había sido despejado. Cientos de metros de profundidad descendían debajo de la piedra por la que durante el día pasaban los caballos, burros y carretas de los mercaderes. Se vendía plástico en la ciudad, se vendía aluminio y poliespan en la urbe de cristal y acero. Alicia hubiese preferido que alguien de los de adentro modificase su código. Las opciones que el sistema le brindaba no le parecían lo suficientemente atractivas. La relación de pareja, la elección sobre el número de hijos a tener, el trabajo a desempeñar, el nombre y colegio de cada niño, las novias y novios que tendrían llegada la adolescencia, los problemas a solventar, la forma de solventarlos, la casa sin jardín en el campo, el segundo coche, el ático por construir, las inundaciones en el corazón, el incendio en la garganta

Tuesday 22 November 2011

DESECHO DE CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10

La dejadez insospechada que barruntaba detrás de sus ojos, la escasez de adrenalina en sus peticiones de sexo sin ardor cuando el otoño apogeaba en el mes de octubre. A Carla le gustaba dejar la ventana del dormitorio abierta, le gustaba pasar frío en la cama. Martin había desarrollado un gusto por agarrar objetos que habían sido apretados recientemente por la mano de Carla y que todavía conservaban parte del calor humano transferido. Le gustaba coger las llaves del piso una vez que ella había abierto la puerta y las había dejado en el estante de la entrada. Sin que se diese cuenta, volvía al pasillo y se acercaba hasta el jarrón.
La noticia del día no había sido el ataque frontal que por vez primera había sido admitido, el reguero de casquillos y el eco de las explosiones, el olor a mortero y sangre humana. La noticia del día, decía Carla, era aquel presentador, Brandon Silver, de la segunda cadena. La lotería se mantenía como guía espiritual para muchos. También para los que rezaban y se confesaban semanalmente. No hacía falta llevar chaleco o pantalones de pinza. No hacía falta que se usaran licuadoras, que no se abusara de la comida con sal. La lotería unía religiones y maneras de ser. Unificaba objetivos y promulgaba la verdad. Brandon Silver tenía coche y vivía en una casa con jardín. Tenía tres hijos que estudiaban en un internado, una mujer colocada de ayudante de producción y un pelo glorioso. Se había levantado siguiendo los mismos peldaños de cada día; El café expreso en su máquina De Longui, la camisa planchada al vapor, el traje oscuro, estilizado y sin hombreras, el pelo apelmazado en su justa medida, las noticias de fondo en la televisión de plasma, el vacío sonoro que provocaba el internado, la pulcritud del salón, la negativa a desayunar en la cocina. Brandon Silver fumaba con el café. Nunca se había rendido al olor que la nicotina dejaba entre sus dedos. Se terminaba el cigarro y se lavaba las manos frotándose concienzudamente entre las falanges media y distal.
Las partículas de oxigeno que pululaban en el espacio del coche, encima del tapizado, colgadas del techo, las motas de servidumbre, la mecánica del movimiento de piernas y brazos que espoleaba la transmisión y la energía locomotriz. Afrontaba mentalmente obstáculos como la desintegración de aquello que le habían vendido, el éxito detrás de las cámaras. Le gustaba el café sin azúcar y el tabaco suave. Conducía con la ventanilla bajada y el codo por fuera, mirando el paisaje que alternaba rostros noctámbulos y bordillos afilados. Enumeraba las mujeres que habían formado parte del equipo durante el tiempo coincidido. Enumeraba sin hacer juicios de valor todas las hembras que se podía haber follado incluyendo a su mujer. Pretendía percibir la sensación de que había algo más detrás del set y del decorado, detrás de las bolas del bombo, del anuncio del número ganador y de aquella especie de resignación. Tal vez el roast beef que otras familias no comían, las visitas al dentista, la marginación de ciertas secciones del periódico, la duplicidad de todo lo que pensaba, la manía de beberse batidos de fresa a escondidas, de levantarse con el pie derecho y dar las buenas noches antes de acostarse. A su mujer no la concebía como una apuesta o una elección tanto como un tren perdido, una oportunidad desperdiciada.
Él que tanto había querido ser albañil, carpintero, decorador, restaurador de puentes, soldador, acaparador de herramienta pesada. Él que tanto había soñado con la parcela al otro lado del río, los domingos al sol, la silla plegable y el sombrero calado. Y sin embargo aquel olor proveniente del coche nuevo, de la edad del tejido que recubría los asientos, la manera con la que aquel asiento había sido diseñado, la ergonomicidad de las cosas a este lado de la cámara, donde el pelo requisaba de gel fijador y las mejillas brillaban produciendo ángulos exagerados.
La mano izquierda en posición cóncava, haciendo de techo abovedado, dejaba el hueco suficiente para que la empuñadura de cuero del cambio de marchas quedase abotonada en la oquedad de la palma de la mano. Se sentía en control de su propio destino mientras agarraba la empuñadura del cambio de marchas.
Había dinero depositado en cuentas corrientes, Chase y JP Morgan, vacaciones en una de las cuatro fortalezas hoteleras al sur de Vermont, intentos fallidos de slaloms con los niños, trajes de corte inglés, pastel de carne, paquetes de Marlboro, maletín Rocha, un Beuchat resistente al agua para indicarle las horas, cristales de Marling, vino francés, café molido. Pero el significado de aquellas posesiones y los placeres que le otorgaba ese estatus no tenía que ver solamente con los placeres del salmón ahumado y la tostada y el revuelto de espárragos y gambas, con los huevos benedict algunos domingos, la salsa hollandaise con migas de perejil… no. El estrecho de pirámide en el que se encontraba tenía que ver con dinero, bien estar, elitismo, pero sobre todo con otra cosa. No sólo el coche nuevo, la casa con jardín y las vacaciones dos veces al año. No solo el colegio de los niños y la cafetera De Longhi sino también algo más, otra especie de relación con ese estatus que era ser rico, algo más intangible, algo metafísico. Ser rico no era tanto un placer como un deber, una necesidad vital, la única forma posible de respirar. De no haber sido la televisión habría sido otra cosa.

Friday 11 November 2011

PATINETE

De donde uno escupía demonios incontestables. En mitad de las falanges surgían borrascas consentidas, métrica de milibares y sintaxis podrida. Las viejas se sentaban a la banca de madera verde donde los unos y los otros discutían sobre lluvia y tiempo, sobre medición cronológica, el charco como segmento temporal, como paréntesis de acacia terminada, solfa profunda y camino de ciprés. Mosqueteros reales conjugaban versos impares y bromas de mal gusto cada vez que el uranio y el mercurio y los gatos salvajes coincidían en las neuronas de Braulio. Santos y santerías se mezclaban en los bolsillos de gente que andaba despistada. Hay quien sacaba corchos de botellas imaginarias y quien se desplazaba a lo largo y ancho de inmensos salones en vetustos palacios. La corneta era sinónimo de extinción y pasaporte, de sandía rajada con pepitas y esternón. Se proyectaban cubicajes en papel secante. Se decía lo que alguien había dicho el otro día en aquella taberna, del camino polvoriento, de la nula necesidad de asfalto. Se estaba mejor desde que el molino hacía menos ruido, desde que las hojas caducas languidecían sin complejo aparente, sin meada de perro y llanto crónico. Las trancas y barrancas del espíritu dormido, los tentempiés que se tomaba el señorito cada vez que la madrugaba acechaba, cada vez que el contrabando de falda corta y escote de punta, cada vez que la tos y la propaganda de ballenas. Hacía tiempo que no llovía como llovía antes. Ahora que se escuchaba el tintineo que hacía el horno cada vez que el asado finalizaba. La mano de Felipe Calderón desenroscaba la tapa del frasco donde antes había habido mermelada de fresa y hoy almendras tostadas. Le gustaba mantener la epidermis de la almendra en la boca, permitir la sequedad de garganta recién conquistada. El sonido de los secadores de pelo acompasaba con el olor a tinte y a señora mayor. Se percibía disgusto recién encontrado y monedero bien apretado entre manos y arrugas, entre crema hidratante y erosión de bulto. Los jóvenes idealistas fumaban porros en cuartos sin fondo, en hojas afiladas donde carne cruda y labio inferior. Las grietas de un barco petrolero y Artemio Cruz, la invasión Celta y la manera con la que ciertos presidentes levantaban la voz. Suministros portátiles habían sido requeridos tras la nula motivación proveniente del exterior. Los señores Santos y Gómez de Arpa se habían quejado de las inmensas goteras construidas a propósito de la última inundación. Lágrimas de cocodrilo, había dicho la chica del segundo b. Lágrimas de cocodrilo y perfume de alcanfor. Sentadas en la parada del autobús número 42 había quien leía y quien reía, quien entorpecía la rotación terrestre con palabras dichas a destiempo

Thursday 10 November 2011

Y NO VOLVÍ MÁS

Se presta menos atención a la realidad que al soporte en sí. Se construyen estructuras de platino y suspiro, se hacen paredes viejas con cemento armado y placa de acero. Se estiran presupuestos en busca de ese plus de seguridad, de ese corral de marfil donde las gallinas y los cerdos caguen a sus anchas y donde la temperatura atraiga a las moscas. Hacen falta líneas a seguir, proyectos, que alguien dibuje algo en el horizonte para poder desviar la vista del ataque de tiempo que se tiene alrededor. Que la gente se lleve la mano a la frente y aviste la dirección a seguir, los pagos de la lavadora y el sofrito colateral, las quemaduras en la planta de los pies y la dentadura postiza. Hay veces que uno se pregunta por todas aquellas mujeres que no se folló. Una esfera de cuerpo de mujer, un pétalo de goma, una estancia sin huesos, una escasez de materiales que sostener. Haría falta gelatina y dejadez, liquidez y cama elástica. Harían falta universidades con agujeros por donde cupiese la costumbre del excremento idolatrado. Renunciar a la necesidad del plan de la misma manera que se renuncia a la catedral y al cartabón. Desechar el andamio y el puntal para poder desechar luego todo eso que se pone encima y que hace de la estructura una necesidad engañosa, una sombra chinesca, un cúmulo de representantes de ventas, de gente que entristece segundos y prostituye caricias

COMPRABA SALCHICHAS Y OLVIDABA LUEGO PAGAR EL IMPORTE

Y se convierte en décima parte de cuarto trastero, en caricia pactada de antemano que ronda por los suburbios de la estancia flaca y agridulce que es su cara y su rostro, el somnífero que tomaba la tía Juliana cada vez que venían los del gas, cada vez que el sonido de las carretas zumbaba a través del altavoz, los lunes de domingo y los milagros de cartón. Al fondo de la ventana se dibujaban caderas de colinas y montañas y un poco más allá los lobos aullaban en sonido digital. Transgrediendo ideologías de serrín apelmazado, los cantares del resurgir vestido de pies a cabeza, las barandillas de la mente, la carrocería del corazón pintada de recuerdos que dejaban oxido en los bordes del mordisco. Gitana mía no me cuentes los días, no me cuestes la vida ni vayas vendiendo mi espalda y mis anginas como si de piezas de recambio se trataran. Hojaldre de mus y vino rancio, huevos fermentados en corrales de cal viva, pelarzos de bacalao y muda de domingo. El rugir de las agallas cabalgando encima de un mar hecho de escaleras de mármol y trapecio de circo. Ella que tanto se negaba a subastar sus necesidades, sus recodos de frío y lluvia, donde la mano ajena encajaba en el rompecabezas. Se escuchaban ritmos livianos y zarzuelas, se tomaban pastas de te hechas con mantequilla y azúcar. Los sembraos se cargaban de memorias y hazañas, de arruga de dedo pulgar y barbilla de clavos. Magdalena y el señor Saavedra que tan dispuestos se les había visto siempre, la mano a la espalda, el abrecartas afilado, la poca eficacia que generaba tanta responsabilidad. La tristeza del estampado de flores en la falda de la señora, las migas con chorizo, la estructura de olvido y la negación de libertad. Se renuncia a la elección como brújula y tesoro intrínseco

Wednesday 9 November 2011

NEXT EXIT, SAN FRANCISCO WEST

Después del incendio perpetrado por ciertos subordinados del Barón Hofmann, todos ellos amantes de la música folk-country, de Laura Marling y Gillian Welch, después del incendio en el ala oeste de la Biblioteca Mauricio Grande, fundada sobre los pilares de las teorías “practicistas” de Geppetto Calza y Martin Carroll (primo hermano de Lewis), apenas pudieron rescatarse, todavía intactos, borradores del primer volumen sobre las instrucciones para ser y existir y en menor medida el “Proyecto de un dibujo”. Perdidos para siempre, convertidos en ceniza, desaparecieron obras como “El legajo de un segundo”, “Tinieblas en la conducta del ser despierto” y “Piedras humanas, piedras docentes”

Tuesday 8 November 2011

CÁNCER DE PRÓSTATA Y BUÑUELOS DE BACALAO

Sint Niklaas, Avenida Las Landas, Flandes, 09/11/2011

Esta tarde, sobre las 5 y a petición de Cárdenas Solórzano se proyectará en la Sala Guardamar, Superman II y Superman III. Los Cine-forum no tienen cabida en nuestro espacio. Cualquier opinión ad-hoc nos parece desorientativa. Ayer me dijeron que mi apellido lleva sangre real, que un príncipe noruego subestimó su propia eyaculación y por ahí fueron los tiros. Ya no escuchamos Radio 3, ni a Mas Birras, ni a Tanita Tikaram cantando Twist in my sobriety. Nuestras consciencias son ajenas al paso del tiempo. No cometemos errores porque no discernimos entre el bien y el mal. En esta segunda etapa, la editorial y sus escribas renuncian al sistema binario que tanto confunde. Se nos acercaron dos maestros Zen, uno de ellos tenía el sobrenombre de Maestro Pepino Torcido, Shunryu Suzuki, otrora autor de aquella catedral llamada Mente Zen, Mente de Principiante. El otro nos era desconocido y además estaba enfermo, muy enfermo. Nos contaba, al amanecer, que su vida divergía entre un cáncer de próstata y buñuelos de bacalao. Luego llegaba Silvia con toda su belleza y a nosotros nos salían arrugas de metacrilato

Tuesday 1 November 2011

INTENTOS FALLIDOS DE GUERRAS POR LA TARDE

“Chica atractiva, 34, sana y delgada, busca chico amable, culto, mayor de 30, razonablemente sano, atractivo e inteligente, para conocernos primero y posible relación”

Siempre he sido amable. Siempre cedo mi asiento en el autobús a personas mayores, doy constantemente las gracias y pido las cosas por favor. Culto, si por culto se entiende estar en posesión de un saber general, disperso, también. Si por atractivo se refiere a que no sea feo, feo tampoco soy. También me considero inteligente. Lo que no tengo tan claro es lo de ser razonablemente sano. No tengo muy claro si el anuncio se refiere a sanidad mental, física, a mis hábitos alimentarios, sociales... Se debe de estar refiriendo a tener un cuerpo sano, musculado, ligero en grasas, atlético. Mirándome delante del espejo me palpo los músculos, me doy la vuelta, me miro de perfil… Sin conservar el cuerpo que tenía hace unos años todavía mantengo mi condición física de forma notable. Todavía delante del espejo, posando con cierta inseguridad y aprensión, me miro directamente a los ojos y me avergüenzo como si estuviera mirando a otra persona, a alguien ajeno, a un desconocido. Vuelvo al periódico y me pongo a releer el anuncio.
Una lluvia fina a punto de terminar, golpea suavemente el cristal de la única ventana de la habitación. Es importante que deje de llover. Pongo la cafetera y de reojo miro el teléfono. Aunque la habitación sea diminuta me gusta vivir aquí. La casa está en Maison Dieu Road, a cinco minutos del puerto. Me gusta abrir la ventana y escuchar el sonido de las sirenas de los ferris mezclado con el graznar de las gaviotas. Me gusta que la habitación se empape de olor a mar.
“Chica sana, atractiva, delgada, 34 años…”
Le habría costado poner aquel anuncio. Le habrían convencido, posiblemente alguna amiga, Claudia, después de haberse pasado demasiado tiempo sola, o desde que Claudia hubiese decidido lo que estar demasiado tiempo sola significaba, sola después de una gran ruptura, la ruptura con Marco... Para cualquier mujer, el hecho de anunciarse en un periódico sin dejar que sobresaliera ningún atisbo de desesperación tenía que resultar difícil, más todavía para alguien tan orgullosa como ella.
Me bebo el café de manera enérgica, a tragos secos. Siempre café de filtro, de cafetera americana. He puesto un disco de Mitsuko Uchida interpretando a Schubert. Mis dedos se mueven tocando teclas de aire, golpeando la taza. El equipo de sonido lo compré el mismo día que me asignaron la nueva vivienda y el pasaporte. Un amplificador Yamaha R-S300 de color plata, un lector de discos compactos también Yamaha, y dos altavoces AQ sin cable. Coste total £720. Tres veces más que el depósito que pagué por la habitación. Trabajaba desde casa, era guionista. De cuando en cuando iba a Londres a reunirme con los jefes de la productora, le dije a Nancy Johnston, la ama de llaves, especie de manager que se ocupa del mantenimiento del edificio, el día en que me reuní con ella para recibir las llaves. Solo admitían gente con trabajo, sino no se fiaban. Esta vez era escritor de guiones. Otras veces me había tocado ser pintor, diseñador de software, profesor en preparación de un doctorado, probador de webs, fotógrafo… siempre trabajos que no estuviesen atados a ningún tipo de horario fijo.
Conocer una chica a través del periódico era práctico y científico. Se buscaba afinidad en cada requisito, se dejaban muy pocas cosas al azar. Se llevaba a cabo un intercambio de intenciones, de planes, de mapas, de esquemas. Habría un tira y afloja, se irían marcando x en casillas blancas, se debatirían gustos propios, se hablaría de comidas, de tecnología, de música, de lo qué esperaba uno de la vida, de familia, ex novios...
“Daniel”, me decía a mí mismo una y otra vez, todavía de pie, todavía asomado a la ventana, saboreando el último sorbo de café, dejando que cada nota de Mitsuko fuese cada latido, fuesen fracciones de tiempo que había que dejar pasar para acostumbrarse a ese nuevo nombre, “Daniel”, lo mismo que a esa ciudad, Dover, al sonido de las gaviotas, a los ferris de la P&O, a ese nuevo mensaje, ese nuevo trabajo, el dinero, el coche, las instrucciones, el archivo con el nombre de Erica Hoffman, la inexistencia de preguntas, la necesidad de no profundizar, de no dejarse llevar por las apariencias, de tratar la carne como carne que era y los ojos como esferas oculares, retina, tejido, y poco más.
“Chica atractiva, 34, sana y delgada, busca chico amable…”
Le había dicho que sí. Ese había sido el primer escollo. Había aceptado verme en persona. Todo comenzó con un mensaje que le dejé en su buzón de voz. Un mensaje casual, inocente. Luego Erica contestó y yo, o Daniel, seguimos dejando más mensajes como si fueran migas de pan. Sabía de sobra qué decir en todo momento. Sabía cómo tenía que vestirme, que grupos de música me tenían que gustar, que autores, que películas.
La lluvia se había desintegrado, el cielo se había abierto de par en par. El sol empezaba a penetrar por la ventana deshilachándose en diagonales de haz de luz que caían sobre la vieja mesa de pino rústico. La habitación era pequeña cuando uno la comparaba con una casa, pero grande si se comparaba con una habitación. Con la cama en una esquina, la mesa de pino que hacía las veces de comedor, escritorio y mesilla de noche, el aparador y los armarios donde guardaba comida y vajilla, el pequeño lavabo con el espejo encima, la televisión, el equipo de música, el reproductor de dvd, y un armario empotrado donde tenía la ropa, me sobraba y me bastaba para vivir plácidamente.
Antes de salir hacia la estación donde tomaría el tren que me llevaría a Canterbury revisé que todo estuviera en orden. En la mochila llevaba dos pasaportes, el mío y el de una chica de 34 años llamada Brenda Cardinal. Llevaba también el DELL Inspiron 14, diez mil euros en billetes de 20 y 10, dos pares de botas Brascher Gore Tex, dos chaquetas de última generación North Face, calcetines, camisetas y ropa interior de ambos sexos.
De camino a la estación crucé por el parque que conectaba con la plaza del mercado para evitar al gentío que a esas horas acamparía en la High Street. La gente se sentaba en las aceras sin saber muy bien si mendigar, robar, o dejarse estar. Pasé de largo por el Eight Bells mientras mi mente iba y venía de la cita que me esperaba con Erica. Había visto sus fotos y no era mi tipo, no me seducía. No la encontraba atractiva como tampoco consideraba atractivo el hecho de que se anunciara en el periódico. Erica no era fea. No necesitaba anunciarse en ningún periódico. Tal vez lo hiciese por pereza, o por hacer algo distinto, por dar la nota, por desfachatez, o por aburrimiento. Tal vez se hubiera cansado de hablar con chicos en el pub. O tal vez se anunciase de forma lúdica, como si fuera un juego, o un experimento. Ella que había sido tan niña de papá, que lo había tenido todo, y que todo lo había abandonado.
Las obras de remodelación de la gasolinera BP de Folkestone Road ya habían comenzado. Después de haber estado abiertas a concurso se habían decidido por el modelo cajero automático. La gasolinera estaría cerrada en su perímetro por una muralla metálica. Para acceder dentro de la gasolinera se procedería introduciendo una tarjeta de crédito en un lector a la entrada de la misma, desde el cual se accedería a la compra del combustible. Una vez que el cajero se hubiese cobrado el importe, el coche ganaría acceso al recinto dentro del cual ya tendría adjudicado un surtidor junto al cual habría otra ranura donde meter la misma tarjeta de crédito para verificar que se trataba del mismo cliente. Desde los últimos saqueos y después de que varios camiones cisterna hubiesen sido secuestrados, las gasolineras de todo el país estaban reformando sus medidas de seguridad.
El tren salía a las 12:45 desde Dover Priory y llegaba a Canterbury East a las 13:01. Pagué £7.10 en la ventanilla y como todavía quedaban unos 15 minutos me acerqué al pub que había enfrente de la estación. La decoración del local olía a rancio. Pesados taburetes de madera con asiento de almohadilla forrado de una especie de raso verde desgastado por el humo, el tiempo y los roces. Pedí una pinta de Guiness y un paquete de cacahuetes y por no mirar a la camarera, entrada en carnes lo mismo que en años, vestida como una quinceañera, los dientes oscuros por el tabaco, me giré a mirar unos chavales que jugaban al billar mientras compartían una pinta de Stella.
En el tren casi todos vagones iban considerablemente llenos para el día y la hora que era. Las autoridades se habían visto desbordadas y no habían tenido más remedio que acceder al billete descuento para todo aquel que no tuviese trabajo. Me costó encontrar dos asientos vacíos. Me senté junto a la ventanilla y reposé la cabeza sobre el cristal. Saqué el Ipod del bolsillo y me puse a escuchar uno de sus grupos favoritos, The Lemonheads. Me apetecía seguir escuchando a Mitsuko, poner el Impromptus de Schubert a todo volumen, escucharlo por parte de madre, herencia única, escucharla tocar a ella en vez de Mitsuko, mis primeros recuerdos como ser humano, las notas del piano en la casa nueva, antes de volver a la granja. Me picaban los ojos. La noche anterior no había dormido bien del todo. El no saber siempre me producía ansiedad. Por mi cabeza habían pasado todas y cada una de las posibilidades que se podían plantear. Planes a, planes b y planes c. Con la mente en otro lugar, escuchando a The Lemonheads, miraba la campiña del sur de Inglaterra por la ventana, los campos cubiertos por un manto amarillo de flores. Después de haber dejado atrás Sheperdswell, Adisham y Bekesbourne, el tren hizo su entrada en los andenes de Canterbury East.
El sol ejercía un dominio absoluto, ya no quedaban nubes. Las calles en Canterbury también estaban abarrotadas pese a ser una hora un poco tierra de nadie, demasiado tarde para seguir de compras y demasiado temprano para salir a tomar algo. Sin embargo el centro histórico soportaba una estampida multirracial llena de rasgos asiáticos y africanos. Los más de ellos se dedicaban a recorrer con la mirada los numerosos escaparates que anunciaban productos cada vez más insoportablemente caros.
Crucé la pasarela que conectaba con las murallas y el parque Dane John. En el parking que había al final del mismo estaba aparcado el Ford Focus que Frank me había dejado preparado con el frasco del compuesto.
Tras la leve lluvia matinal había quedado un día glorioso. Se respiraba un aroma a primavera fresca y recién estrenada. De camino hacía el parking, todavía escuchando a The Lemonheads, sorteando a la multitud, no podía evitar ese sentimiento de aprensión que me acechaba en los instantes previos al primer contacto. Aprensión por lo que iba a hacer, lo que le iba a decir, lo que ella pensaría de mí…
Había visto su foto mil veces. Había estudiado sus facciones lo mismo que su curriculum. Sabía de su paso por Columbia, de haber abandonado la carrera de Biología junto con la casa en Park Slope, la semi adicción a la cocaína, el amor y el desamor, los desayunos con Maggie en Central Park. Todavía no la había visto en persona y creía conocer el ritmo de su respiración, tan desacompasado a veces, sobre todo cuando le entraba esa ansiedad tan particular, cuando vislumbraba ataques de pánico. Y sin embargo no la conocía, no la había visto, no sabía qué esperar de su cara, de sus gestos, de las pecas que poblaban sus mejillas.
No recordaba haber salido jamás con ninguna chica pecosa. No eran mi tipo. Érica no me iba a gustar. Algo me decía que su personalidad me iba a irritar.
Llegué al final de la muralla, bajé hacía los jardines y me encaminé hacia el parking. El coche tendría que estar aparcado en la parte trasera del café restaurante. Debería de tener la estancia pagada como mínimo para tres horas. Tres horas serían tiempo más que suficiente. Doblé la esquina y seguí caminando hacia el restaurante. Quería comprobar lo lejos que quedaba el coche. Esperaba que hubiesen encontrado un buen sitio.
Al llegar al café eché un rápido vistazo al menú que tenían apuntado en la pizarra. Bocadillos de bacon, hamburguesas, baguettes de salchicha Cumberland, Lincolnshire, quiches de varios sabores, pastel de cerdo y ternera, tartas de varios sabores y magdalenas de chocolate caseras.
Pasé de largo por la barra, sorteé mesas y sillas, inspeccioné de reojo a los pocos comensales que poblaban la terraza, alcancé el final del establecimiento, giré a mano derecha y me fui recto hasta el aparcamiento.
Era un Ford Focus plateado. Matrícula GN-06-FTR. Habían conseguido dejarlo en el mejor espacio posible. Un lateral del coche, el que daba al parque, quedaba desprovisto de cobertura de seguridad. Era uno de los pocos ángulos que no cubrían las cámaras. Un ángulo muerto.
Dentro del tubo de escape encontré las llaves y un pañuelo blanco dentro del cual había un diminuto frasco de cristal. Abrí el maletero y dejé caer la mochila dentro del mismo. Con sumo cuidado introduje el frasco de cristal en el bolsillo interior de la chaqueta, cerré el coche y me fui camino a la cita.

“Chica atractiva, 34, sana y delgada, busca chico amable, culto, mayor de 30, razonablemente sano, atractivo e inteligente, para conocernos primero y posible relación”

The Kentish Gazette, Canterbury Adscene, The Times, The Evening Standard, The Independent, The Guardian, lo mismo daba. Camino de la cita, vestido con ropas neutras, ni muy arreglado, ni muy desarreglado, ni muy grunge, ni muy pijo, ni muy geeky, ni muy de nada. Las ropas, el estilo, tenían que denostar falta de necesidad, imagen de no esforzarse, coolness, tranquilidad, suficiencia pero sin llegar a la arrogancia, chulería descafeinada. ¿Qué llevaba a la gente a relacionarse a través de anuncios en el periódico? El sentido de la aventura, el morbo, el envoltorio que suponía el anuncio. La frialdad del anuncio jugaba a favor de posibles fracasos ya que si el interior del envoltorio no gustaba se podía desechar sin necesidad de daños y perjuicios morales. “No estamos hechos el uno para el otro, somos muy diferentes, ok, no pasa nada, gracias por la cerveza, o por la Coca Cola, o por el desayuno con diamantes”. Caminar de vuelta a la estación, sentarse en un banco y esperar a que llegase el tren de la siguiente cita, del siguiente anuncio, el tren del periódico que saldría el domingo siguiente, donde se encontrarían más anuncios de chicas como si fueran coches de segunda mano, o casas de alquiler.
Ella estaba esperando, había llegado antes que yo. Caminando con las manos en los bolsillos a través del bullicioso centro, la mente en blanco, vacía de ideas predeterminadas, la pude ver sentada de espaldas, en la plaza de la catedral, en la terraza del ButterMarket, un lugar muy céntrico por donde muchísima gente pasaba y se sentaba a tomar algo, lugar ideal para quedar si se buscaba protección del gentío cuando se había quedado con un perfecto desconocido.
Cómo era ella y cómo se derrumbaban todas las ideas que uno había ido albergando desde el día en que leyó esas dos líneas que decían chica busca chico formal, y posteriormente el archivo en el apartado de correos con todo su historial. Siempre terminaba imaginando objetivos demasiado rubios, o demasiado pelirrojos, o demasiado demasiado.
Avancé entre la gente, llegué a la terraza, busqué entre las nucas, entre las media melenas, hasta que encontréesa silueta infalible, ese cuerpo que esperaba nervioso e intrigado y que no se habría podido imaginar en cien mil años lo que le esperaba

CAPITULO 10

La dejadez insospechada que barruntaba detrás de sus ojos, la escasez de adrenalina en sus peticiones de sexo sin dolor cuando el otoño apogeaba en el mes de octubre. A Carla le gustaba dejar la ventana del dormitorio abierta, le gustaba pasar frío en la cama. Martin había desarrollado un gusto por agarrar objetos que habían sido apretados recientemente por la mano de Carla y que todavía conservaban parte del calor humano que ésta les había transferido. Le gustaba coger las llaves del piso una vez que Carla había abierto la puerta y las había dejado en el estante de la entrada. Sin que ella se diese cuenta, volvía al pasillo y se acercaba hasta el jarrón donde las llaves habían sido depositadas. Las cogía y se las llevaba a la cara en busca de tiempo perdido

TOS SECA

Un ataque de tos que le sobrevino a la mujer del vestido rojo justo al entrar a la bombonería donde Madame Altemir juraba y perjuraba no saber nada acerca del secuestro que según se decía por ahí, la todavía adolescente hija del señor Montierre se había auto-perpetrado. La identidad de la mujer del vestido rojo que sufrió el ataque de tos no nos interesa tanto como la forma con la que ejecutó el mencionado ataque. Doblando la cintura, llevándose ambas manos al pecho, reclinando la cabeza ligeramente hacia el suelo, parecía hacer uso de su cuerpo como si se tratara de un instrumento de viento. A Madame Altemir le parecía de muy mal gusto que alguien entrase a una bombonería tosiendo de aquella manera. La señora del vestido rojo decidió no excusarse al respecto pues consideraba que un acto involuntario y fisiológico como aquel no requería disculpas. Había entrado a comprar bombones de chocolate negro rellenos de trufa y miga de torta. Madame Altemir solo comía chocolate con leche. A punto estuvo de preguntarle si pensaba volver a ponerse a toser de aquella manera. Detrás del mostrador y de las vitrinas donde se exponían los bombones, un espejo con marco ornamental reflejaba a las dos mujeres. La señora del vestido rojo creía ciegamente en el destino. No sólo había entrado tosiendo sino que además había coincidido con Madame Altemir quien en ese preciso momento hablaba de la hija del banquero Montierre y el supuesto auto-secuestro. La adolescencia era una época difícil de interpretar, se dijo visualizando los bombones requeridos y dudando sobre la cantidad a comprar

Friday 21 October 2011

ANUNCIO 2

Salchichas de Pollo se enorgullece de dar la bienvenida como activo integrante de este bendito movimiento al ilustrísimo Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, quien tras militar durante 25 años en el PRI (Partido Revolucionario Institucional de México) fundó el PRD (Partido de la Revolución Democrática de México). Cárdenas Solórzano, a sus 77 años, se ocupará de tareas relacionadas con la investigación mediática y el control de calidad de textos

Por otro lado el Consejo de Administración de Salchichas de Pollo advierte que debido a un momentáneo vacío de poder, ciertos mensajes publicados recientemente pueden dañar la sensibilidad del lector e incluso ofrecer lecturas que lleven a un posible error de interpretación. En Salchichas de Pollo nos sobra corazón y objetividad. Próximamente se emitirá un nuevo texto titulado: “La patada en el estómago” que esperamos sirva de guía indicativa sobre nuestros sentimientos respecto al tema de la violencia

El ilustrísimo Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, de momento, prefiere no pronunciarse al respecto

EL FIN DE LA VIOLENCIA DE ETA

En Salchichas de Pollo y sin que fuera de manera intencionada, de una forma u otra, siempre estuvimos ligados a la violencia. Violencia no ya física sino argumentativa, de parecer, violencia de opinión y también sexual (diferenciar de agresión sexual). Desapegados como siempre hemos estado de movimientos o posturas definidas en el terreno ideológico, sí que es cierto que en su día Salchichas de Pollo se manifestó a favor de conflictos bélicos tales como la guerra indo-pakistaní de 1947 (que no la de 1971) y también la Guerra de la Independencia de Eritrea iniciada en 1961. Desde aquí nunca desechamos la violencia como instrumento activo. Desechamos, cierto es, el vicio de la violencia, la carencia en la intención, el asalto físico en sí. Las bofetadas no nos gustan, eso ya quedó plasmado en La Declaración de Intenciones IIX del Séptimo Congreso que celebramos en Madrid, junto a un ya moribundo José Ortega y Gasset. Fue el mismo Gasset quien nos alumbró en el terreno de la agresión circunstancial. El final de la violencia de ETA muy poco tiene que ver con las Guerras Carlistas o con el sanguinario exterminio que los Caballeros Templarios sufrieron a manos de la Iglesia

Thursday 20 October 2011

BAD DAY

Tracy era alta , morena , transgresora , divertida y tan atractiva como lo prohibido , pero no tenia un buen día.. Así que no me extraño cuando la vi en las noticias esposada después de haber incendiado la escuela donde estudiaba Ruso , un problema con los horarios fue la chispa que prendió la gasolina que su mal día esparció por el suelo

Wednesday 19 October 2011

DISLIKING BELCHITE

La telepatía nos parece de buen uso siempre y cuando se utilice en su justa medida. Otra cosa es por ejemplo, las cosas que no nos gustan de Belchite como pueblo. Hay algunas calles como la cuesta de la Piedad y la Calle Escribanos que no es que no nos gusten pero sí nos resultan antipáticas. Primero está el grado de inclinación en la Piedad, siempre tan a medias entre la cuesta y el rellano. En la Calle Escribanos, la sombra que proyecta el sol a según qué horas del día afea las fachadas, desestima los ángulos, desvirtúa el claro oscuro. Tampoco ayuda la presencia de ciertos vecinos, el victimismo que proyectan, sin nombrar a nadie. Hay quien se hizo un raspazo en la rodilla por un descuido con la Mobylette y luego se dedicó a cojear más de lo debido sin que viniese a cuento, sobre todo al entrar al bar Bajo Aragón. Hay otros que se quejan por quejarse y uno en concreto que finge demencia senil. Nos disgusta en especial la tremenda halitosis de un tal Facundo

Tuesday 18 October 2011

ESTAMENTOS II IIB

Salchichas de Pollo y por motivos que todavía desconocemos, siempre estuvo asociada, de una manera u otra, con la Masonería. Hubo quien fue más lejos todavía (Profesor J Scott Armstrong, Universidad de Pensilvania) y nos relacionó con el Rosacrucismo. Cuando exigimos pruebas fundadas ante tal acusación, el profesor contestó que no había necesidad de pruebas físicas pues resultaba notorio que éramos el arma ideológica de dicha sociedad secreta. Se nos señaló como cerebro y lírica de tan legendaria agrupación. Aparentemente nuestros escritos, idearios y poemas se delataban a sí mismos. No se nos llegó a acusar de asesinato.

Desde el inicio de nuestra andadura, nunca tuvimos la necesidad de visitar países como la India o especialmente Jordania. Siempre tuvimos claro que no se nos había perdido nada en el Gran Templo de Petra. Del calor excesivo y las aglomeraciones huimos como de la peste. Los países con altos índice de humedad nos parecen de muy mal gusto.

ESTAMENTOS I

Salchichas de Pollo siempre fue considerado como un compendio de anotaciones jeroglíficas, un quiero y no puedo. Hay estamentos, claro que los hay, y en su día hubo delegados de sección y agentes de campo. La burocracia se nos antoja imprescindible, es aire y oxígeno, generador de combustión de todas estas frases que suenan a devolución sin recibo. Nos gustan los procesos lentos, las interminables colas delante de cualquier ventanilla equivocada, las esperas en el dentista y los viajes organizados. Somos amantes de la comida en lata, de la sardina rancia y el vino fino. La exquisitez la encontramos en tarjetas de crédito. Nos gustan los juegos hipnóticos de la misma forma que a mucha gente le gusta el teatro de variedades. Somos adictos al colorante en las comidas, el arroz amarillo. Nos gusta responder a cartas que nunca recibimos, sobre todo si tenían que haber venido del extranjero. En la cocina somos de harina y pan rallao. En general las desgracias ajenas nos conmueven poco, muy poco

Monday 17 October 2011

ACEITE DE OLIVA

En el plato quedan restos de ojo cansado, de mirada paulatina, y mientras tanto el fuego lo quema todo a excepción de un insulto refugiado en las paredes de un paréntesis. Anthony Match sigue sin escribir, Gloria bebe irritada. Llueven tropezones de desgana sobre una lata de atún abierta desde hace días y la sequedad es permanente

LA RUBIA DEL CELLO

Tenía la manía de no enamorarse nunca de mí. Se había enamorado de Roberto, dos veces, y había flirteado con Agus y sobre todo con Martín, al principio, pero nunca conmigo, independientemente de que tocase el piano, o de que el día de la invasión hubiese hecho de escudo humano para protegerla. Alba se sentaba en la baranda mientras nosotros bajábamos a la playa a jugar al beisbol. A mí me reprochaban que jugase con pantalones de pana. Los refrescos a Alba le gustaban bien fríos. Se ponía tres cubitos de hielo en cada vaso. Bebía soda y de cuando en cuando se levantaba y alargaba el cuello para vernos jugar. Cada vez que se levantaba yo la miraba por el rabillo del ojo desentendiéndome de la pelota, de mi equipo y del beisbol en general.

Nunca me habían dicho que fuese feo, o poco atractivo. Gloria había sido una de las muchas en el pueblo que aparentemente se habían enamorado de mí, especialmente cuando supieron que tocaba el piano y cuando me escucharon luego tocar en la iglesia, los sábados por la tarde. Nunca se ponían en primera fila, se sentaban en los bancos de en medio. A mí me halagaba como algo gracioso, como una cosquilla. Luego al salir de la iglesia me esperaban y yo les hablaba de Rachmaninov y Schubert. Ellas me escuchaban con ojos de lejanía, como si les estuviese hablando una voz de otro planeta. Les hablaba de Viena, de Salzburgo, de los planes que tenía, y ellas hacían fuerza con la mirada para que las llevase conmigo, o para que por lo menos me lo planteara.

Franklin había sido tildado de americanista, de yankee, cuando propuso lo del beisbol. Lo único que sabíamos era lo que habíamos visto por la tele, que un equipo bateaba y el otro lanzaba. Franklin no sabía mucho más, pero un día decidió que había llegado la hora de evolucionar, de dar un cambio. Habíamos jugado demasiado fútbol, nadie iba a progresar o hacerse peor. Habíamos alcanzado la cumbre de nuestras limitaciones y de ahí al dichoso libro que le enviaron por correo, las reglas del beisbol.

Estábamos en ese pueblo, en ese lugar, porque habíamos recibido una tarea. Nos encontrábamos en lugar fronterizo, pronto habría una guerra. Había muchísimo militar y nosotros pretendíamos estar ahí para avisar de cuando viniese el enemigo, por frecuencias, radio, ondas, llamadas grabadas. En realidad estábamos allí para ayudar al enemigo. La duda residía en la posibilidad de que poco a poco nos fuésemos enamorando de las gentes del pueblo y se tambalea todo el compromiso ideológico.

Para mí, más que la guerra, era la tragedia del amor por lo ajeno, la falta de reciprocidad, la injusticia del azar. Me preguntaba por las razones por las que un hombre llegaba a querer a una mujer que no correspondía, a esa mujer que era ajena, la mujer de mi amigo. Mi amigo que en la otra vida ejercía de arquitecto profesional, encargos de alto orden, y ella que quería aprender a tocar el cello, y de ahí que viniese a la iglesia. Yo siempre le hablaba de aquella película de James Bond y aquella chica rubia con el cello, el descenso. A mí por aquellos días no me pasaba gran cosa, en la casa se estaba bien.

Saturday 15 October 2011

XXXII ANIVERSARIO SALCHICHAS DE POLLO

Hoy es el XXXII aniversario de esta santa entidad que llamamos Salchichas de Pollo y por ende, del extenso, selecto y perseguido grupo de personas que la formamos. Salchichas de Pollo nació cuando un joven francés llamado Olivier Beuseon llamó para contarme sobre las experiencias que sus tíos sufrieron cuando el ejército Nazi invadió París. Hoy estamos muy orgullosos de ser quiénes somos y de catalizar un movimiento que ha calado hondo en la sociedad franco-española (ver edición en francés). Con el tiempo hemos visto como distintos presidentes y consejos de ministros se nos acercaban buscando complicidad y propaganda que nunca vendimos barata. Hoy es el XXXII aniversario de Salchichas de Pollo y es por ello que hemos organizado un ágape en el salón del baile de la Puebla de Alfindén. El ágape dará comienzo a las seis de la tarde y será sucedido por un baile popular, carrera de cintas, campeonato de tiro de barra aragonesa, y ya para terminar, una chocolatada

Friday 14 October 2011

BEIRUT (THE BAND)

El grupo se llama Beirut, la canción; The Rip Tide. Sentado en una de las mesas de la parte de atrás del Café Beyoglu, Murray divisa a Zach Condon cantar y tocar el metal de viento, el espasmo de charanga, todo demasiado compacto, demasiado música de final de algo, música que uno espera escuchar junto a las letras de crédito que suben hacia arriba tan deprisa que es imposible leer el nombre del segundo ayudante de realización. Parece una charanga culta y deprimida, un balanceo de alta mar, una escasez de esperanza. Dulce y mortal se le aparece aquel sonido a Murray. El paquete de cigarrillos turcos hace juego con la ginebra a palo seco y con las manchas de sudor en la parte interior del cuello de la camisa. Lo mismo la barba dura y seca, los granos de tanto sudar, la faja, el bombín, el rayo cósmico de la ultima puta y la ultima raya de cocaína, la honda profundidad en los bolsillos del pantalón de tela, el agujero extra hecho con bisturí en el cinturón de cuero marrón, antaño marrón, las similitudes de Murray y el paisaje, la música apocalíptica de Beirut, The Rip Tide, música para entierros de mariachis, sonido de pescuezo, melodía de cero, ni rojo ni negro

Thursday 13 October 2011

AVATAR

Jordascum sentado en la silla, atado con correas, electrodos en el pecho conectados a un sistema informático creación del Dr Rasmussen llamado “Libélula”. El programa “Libélula” creado exclusivamente para fines militares, fines de lucro. Habían sentado a Jordascum cerca de la ventana desde donde se podía divisar el humo naciente de las bombas. El dolor de la guerra, el estirpe de cada explosión allá por el cordón del 58, el sufrimiento transferido por su novia ante la posible pérdida familiar, la preocupación, la impotencia del pincel y el lienzo, el agotamiento físico y mental, el compuesto químico que recorría sus vasos sanguíneos, todo influía de forma premeditada, todo estaba estudiado, todo formaba parte de un sistema estímulo respuesta que si aplicado en justa medida produciría el tesoro de las Minas del Rey Salomón. Hacía falta dar con la milésima que encajara en la exactitud, la centésima de milímetro que otorgase el equilibrio perfecto, las toneladas que reposaran en una centésima cúbica, el cuadro de Santa Fe, el camino a Sotheby’s y Christie’s y sobre todo la convicción de que aquello era sólo el principio.

El doctor Rasmussen se quejaba al General Castor de que la Gioconda no se pintó en cuatro días. Las bombas debían de caer más separadas, no a trompicones, tenían que sincronizar mejor el estímulo-respuesta, Jordascum empezaba a mostrar los mismos signos de inmunidad que mostraban las ratas. Aquellos pilotos alemanes no se lo tomaban a pecho. Bombardeaban por bombardear. Jordascum había conocido que la familia de su novia no había sufrido bajas, estaban todos bien, ella estaba más tranquila, el bombeo sanguíneo fruto del miedo estaba disminuyendo, aquellos bombardeos ya no cogían a nadie por sorpresa, hacía falta cambiar de táctica, cambiar de barrio, dejar caer alguna bomba en la Plaza de la Misericordia, si pudiera ser al mediodía, justo después de darle a Jordascum la segunda toma, justo ahora que estaba en mitad de un paisaje distante, ahora que se había entablado una guerra de colores en el lienzo.

La novia de Jordascum había crecido en la ciudad y antes que él había estado con dos novios. Había fingido estar preñada en una ocasión y sus inquietudes convergían en proyectos prácticos, en números capaces de pagar rentas, hipotecas y solares donde negociar. El amor no era un capricho sino una obligación, un puente que había que pasar si se querían alcanzar según qué metas. La chica sentía debilidad por su abuelo materno, antiguo pastor de ovejas y carnicero, veterano de guerra y contador de historias. Todavía apegada a su niñez, tiraba del carro de aquel pintor somnoliento, de aquel estado de premonición al que sabían sus labios cada vez que los besaba.

Por su parte el General Staublin no aceptaba que la culpa fuera de sus pilotos. El General nada sabía de pintura, tampoco preguntaba. No era general por gusto ni por vocación. Era una prostituta del ejército. Sus pilotos ejecutaban las órdenes con pulcritud y ciencia, no entendían de claroscuros ni emociones producidas por un color o por una enajenación. Bombardear al mediodía en la Plaza de la Misericordia sería suicida, dijo con voz firme. Si querían bombas al mediodía en la Plaza de la Misericordia que se lo pidieran a su propio ejército.

Wednesday 12 October 2011

EL CORDÓN DE LA 58

En según qué zonas de la ciudad estaba terminantemente prohibido tirar bombas de racimo, sobre todo en cualquiera de las calles que componían el núcleo del barrio donde Jordascum pintaba composiciones modernistas en su estudio de Barrington Street. Un poco más allá del canal y sobre todo en cualquiera de los barrios del cordón de la 58, allí sí, ahí sí que se le había concedido permiso a la artillería enemiga para bombardear y no sólo con bombas de racimo sino también con cohetes “Skud” y similares. Del estudio donde Jordascum pintaba más de veinte horas diarias se esperaba un resultado transversal, algo que fuese más allá de la pintura, el resultado del proceso de una mente exhausta unida a la composición química que se le otorgaba por vía oral, sin prescripción médica y sin más cuidados que el temor que su novia parecía soportar. Se habían llevado las llaves de VW Golf y le habían suprimido cualquier tipo de complejo vitamínico. En la licuadora y dos veces al día, el Doctor Rasmussen le servía la dosis que en teoría tendría que acercarle a Rembrandt, Van Dick, Durero, Picasso y Botticelli. El general Sir Edmund Castor-Green había dado órdenes a su homologo Richard Staublin de bombardear sobre todo al mediodía, en toda la zona de la 58, justo donde la familia de la novia residía. La medicación del Doctor Rasmussen junto al dolor que la novia sufriría más el agotamiento en su grado justo y los rayos uva que se le aplicaban al pintor cada tres horas, formarían el caldo de cultivo perfecto para engendrar el cuadro de los mil millones. Pese a que el General Staublin no estaba seguro del proceso y menos del acuerdo alcanzado por aquella especie de mano invisible que tejía y destejía la guerra a su antojo, la corporación de los grandes almacenes, el señor Rohl, la señora Rohl, los marqueses del otro lado del charco, el cable de Rusia y los intereses árabes, imponían y decidían y donde mandaba patrón no mandaba marinero. A los pilotos se les daban las órdenes que se les daban sin tener que dar explicaciones a cambio. El señor Laprass y su ayudante Edmont Dupre habían sido contratados como técnicos y especialistas de campo. Se les había entregado la llave del apartamento contiguo al estudio y tenían la ardua y pesada tarea de escribir extensos y minuciosos informes cada vez que Jordascum ejecutaba una pincelada

Tuesday 11 October 2011

POEMA PARA LUCÍA

Hacía falta lejía para quitarme las manchas que me había dejado Lucía, junto al esternón, donde más dolía

Otra tarde más

Llevo toda la tarde oyendo a Franco Batiatto y me ronda la idea de abrir una botella de albariño que se pudre muy fría en la nevera… Traza mi mente círculos concéntricos sobre un sacacorchos de metal viejo y oxidado …sagradas sinfonías del tiempo …. solo la voz de Franco me arranca de esa idea autodestructiva … en este mar de confusiones

Harto de la vanidad de mi crueldad autoimpuesta empiezo a relacionarme con el entorno de nuevo , miro a mi perra que dormita a mis pies , escucho los silbidos de Carla que hace como si estuviera trabajado en algo importante pero los dos sabemos que no es así , siempre lleva un carmín rojo casi púrpura cuando realmente esta en ago importante .

Entonces lo veo claro …mierda ¡! ya podía llevar media botella de albariño en el cuerpo , otra tarde debatiéndome entre lo que quiero y lo que querría querer ….

Monday 10 October 2011

LA HUMEDAD

Me gustaría encontrar por la calle a chicas, de unos treinta y tantos, con grandes pancartas de panel de madera, donde con pintura negra se leyese el grado de humedad que hubiese en ese preciso momento en la ciudad. O no ya en la ciudad sino en esa precisa esquina de esa precisa calle. Cada cinco minutos habría que llevar a cabo una nueva medición y si el resultado variase, aunque fuese mínimamente, haría falta construir una nueva pancarta

LOS COWBOYS DE JESÚS DE NAZARETH

Al final de Hyde Street, justo donde el restaurante español al que acudieron una vez con Joyce y con aquella chica argentina que había trabajado editando películas italianas, se advertían comunidades religiosas y espirituales variopintas desparramadas por el césped de los jardines, algunos de rodillas, con la vista fija en el cielo, las palmas unidas, pidiendo a dios clemencia y salvación. Había diferentes grupos y todos rezaban de manera distinta. Se adivinaban jerarquías, directores de rezo, managers de sección. Algunos grupos pedían clemencia con más dramatismo que otros. Había quien entraba en trance y quien rezaba casi por obligación, a desgana. Martin apreciaba con facilidad devotos de vocación, de oficio, y devotos que estaban allí porque una tal Claudia o Beth o Silvia les había dicho que tenían que estar allí y punto. Mucha gente estaba allí buscando alivio no tanto por creencia sino por no tener nada mejor que hacer. Eran técnicamente desplazados. Si no se tomaban bandos ni se tenía trabajo, uno escogía la religión como quien escogía el color de de la tela para el visillo del salón. Se escogían dioses o ideologías de la misma manera que antes se habían escogido equipos de fútbol. Sin ser de Nueva York, sin tener familia o lazo emocional alguno en Dallas, sin haber pisado jamás San Francisco, uno, con nueve años, había elegido ser fan de los 49ers o de los Dallas Cowboys o de los Nicks. Una mujer de aspecto solido, armazón alzado, en sus cincuenta años, sermoneaba con gravedad acerca del perdón y la culpa y la misericordia. El semblante serio y rígido, la forma de hablar casi sin gesticular, cortando el aire, imponía solemnidad y peso pesado. Al cruzar de acera, Martin y aquella señora cruzaron miradas durante unos instantes. La mujer sonrió levemente. Una sonrisa de mentira. Una sonrisa después de tanta seriedad y tanta solemnidad

Saturday 8 October 2011

HALF BISCUIT

Me paso el rato jugando con un gato negro que no es mío, escribiendo salchichas de pollo, dejando Novecento interrumpido, la gravedad del arcoíris desechado, observando como la respiración que amo se entrecorta y se desvela. Escucho a Leonard cantando And you know that she's half crazy. But that's why you want to be there, bebo café orgánico con leche desnatada, me como un donut de chocolate, me como un hojaldre de salchicha y un melocotón y dos manzanas golden. El tiempo se desliza sin exigir interpretaciones de ningún tipo, sin la necesidad de hablar con Érica y enumerarle las razones por las que la quiero, por las que creo que la quiero, por las que me dolería sino estuviese a mi lado. A veces estoy sentado junto a ella y en paralelo miramos una película vieja con Cary Grant y Grace Kelly, luego vemos a Audrey Hepburn y Dos en La Carretera. De reojo veo la sombra roja de su pelo, su tez pálida, el reflejo de sus pecas, los ojos azules vacíos de escarlata, la huella dactilar de su postura. Podría haber sido alguien llamada Rebeca, o Matilde, o Alicia, podría haber sido rubia o morena, en otro tiempo, en otros días, la costumbre hubiese derivado de la misma manera que esta costumbre que es Dos en La Carretera y luego Leonard Cohen cantando Suzanne. Existen otros precipicios a los que entregarse como por ejemplo alitas de pollo y arroz con azafrán. Mi piel sería la misma, las mismas células, los mismos vasos capilares, y tal vez las mismas corrientes, la misma desgana cada vez que un anuncio de coches. Ella podría ser mejor en la cama y yo peor en la cocina, o al revés, y en vez de este gato negro que se revuelca en el patio habría un mastín de cuatro meses, cagándose no por este pasillo enmoquetado sino en la baldosa de una casa en las Bahamas. Mi forma de caminar, la forma individual con la que toso o estornudo, el sentimiento que sufro cada vez que me duele la garganta, el frío cuando me quedo dormido en el sofá, tal vez todo ello fuese idéntico, independiente de esta pelirroja, independiente de la pérdida de aliento cada vez que me grita, cada vez que me seduce, cada vez que me manda a la mierda. Tal vez el sonido de la alarma del horno fuese el mismo aunque la yema del dedo que lo aprieta fuese la mano de Isabel o de Celeste. Y tal vez las patatas tardasen exactamente lo mismo en cocer, aquí que en Porto Alegre, o en Níger o en Camboya. El ruido de los platos, el sabor del café

CORDON BLEU

Me pregunto si este ruido o pérdida me viene de emplear demasiado tiempo en buscar por lugares equivocados. Planear la batalla con Érica, desenrollar la alfombra roja donde los dos ejércitos, el suyo y el mío, masculino y femenino, cabalgarán en pos de una victoria común, en pos de una conquista recíproca. Luego, después del sexo, después del cuarto día, o del decimoquinto, el estómago se llena de bártulos hasta no dejar hueco para el hambre. No hace frío ni calor, no hay conjura. Si uno no deja hueco para el hambre, el estómago se asfixia. Me pregunto por las causas que me llevaron a besar el sobaco recién depilado de Érica, a chupar de sus cicatrices, a vaciarle los ojos como pezones. Soy presa y cazador. Me siento en el restaurante que tanto me gusta, en la calle g, con las mesas en la acera, los manteles amarillos sobre el tapete blanco, las sillas metálicas pintadas de negro. Pido un cordon bleu y una botella de Robert Mondavi no tanto por las proteínas y vitaminas del alimento ni por las tonalidades y el cuerpo del vino sino por llenar con algo el sitio que queda libre dentro de eso que es mi vida al lado de Érica. A veces la elección reside más en el color de los manteles y en la estructura metálica de las sillas negras que en la necesidad de sentarme a comer. El rebozado me gusta quemado en los bordes, frito con menos aceite del necesario. Saco una pierna por fuera de la mesa, sentado siempre en dirección sureste como si fuese inevitable, como si realmente tuviese importancia. Los camareros saben que no me gusta hablar. No les digo nada, ni siquiera las gracias. Les respondo con una mueca sonriente, estímulo respuesta cada vez que dejan el plato sobre la mesa. Junto a los cubiertos deposito el móvil como si también fuese necesario. Rara vez recibo llamadas, tampoco de Érica, pero lo posiciono en la mesa como si fuera a vida o muerte, como si llevase oxígeno cargado, como si fuese un bastón sin el que uno no pudiese sentarse a comer, un cable que sujeta la estructura de mi nombre y apellido. Me como la carne mirando al vacío, interpretando pensamientos fugaces, recogiendo migajas de ideas o recuerdos, imágenes voraces, asociaciones de falta de ánimo. Después de la segunda copa de Mondavi todo cambia, todo frena, el acontecimiento desacelera, las consecuencias llegan a medias, la descomposición se entorpece, se tropieza consigo mismo, nada mejora ni empeora, la anestesia no embellece nada, lo distorsiona, lo encharca de niebla sin que ello sepa mejor ni peor. Érica es más bella ahora que antes de la conquista. Hay cierto color marfil en sus mejillas, cierta caoba en sus rizos, ciertos tonos rojizos dentro del rojo de su pelo. Sus ojos azules turquesa, la forma que emplea al beber agua justo antes de acostarse, el dramatismo de la necesidad de hidratarse porque lo aconsejan las revistas de belleza que pretende no leer. El deseo es el motor y puente que conduce a la batalla, que hace de la batalla un lugar accesible. El amor y el desamor, la pasión y el envenenamiento, tienen que ver con el aparato digestivo, son directamente proporcionales a la falta o no falta de alimento. Cualquier persona leída podría acercarse a esta mesa, interrumpirme justo ahora que estoy a punto de comerme el sexto bocado de cordon bleu con ensalada avinagrada y patatas fritas, y mandarme a la mierda. El ego, el deseo, la irrelevancia de la estupidez y la nula importancia de un arrogante como el ser que habito. Váyase a la mierda, borrico burgués, adulto con pañales, bebé que se pone camisas de cuadros, tejanos, americana y botas de montaña. Solo me falta la corbata, sonrío con la boca llena

EL CULO A DOS PALMOS DEL SUELO

Sentado en la silla de mimbre y madera pintada, la puerta falsa abierta, tratando de coincidir de cuando en cuando con la mirada extraviada del perro de caza que late en la sombra que dejan los recovecos. Sin tener mujer alguna esperando, sin escuchar el latido de la olla hirviendo, en esa especie de composición que era el pueblo en verano, el pueblo de cal blanca y maceteros colgados a modo de canastas, las puertas con número y con toldo de tela, sentado allí como si formase parte de un todo indivisible, habitando de cuerpo presente en la piel de aquellos instantes que cosían la eternidad, fabricando atardeceres prefabricados, esculpiendo cortes de respiración. Dolores era de caderas generosas y pecho hambriento, con destello de estrella fugaz y pan con tomate, mujer de quien madruga dios le ayuda y de manos alargadas. Sentado en la silla de mimbre se sentía inferior a aquella atmosfera de mota de polvo. Los rayos del sol hacían ruido al caer en la plaza mayor. El fresco estancado en las bodegas ahuyentaba cualquier atisbo de premonición, cualquier gramo de esperanza, cualquier oasis y visado de salida. En la radio una voz agujereada cantaba un brazo de copla, un segmento de transición, cante por bulerías, un amago de vida. Sentado en la silla de mimbre, las piernas abiertas de par en par, el culo a dos palmos del suelo, mirando de reojo la persiana de madera verde donde entre las rendijas so colaban intentos de eyaculación, allí donde el vientre de Dolores se pegaba a las sabanas de hilo, con los lavados por hacer, con los pendientes de la abuela y el flan de sobre. El sonido avispado del tractor marca Ebro se hace paso a trancas y barrancas como el tiempo dentro del enganche, como Marcelo y Covián, como Paco, como aquella especie de insurrección involuntaria que acaecía cada vez que el reloj de la plaza sangraba las cinco de la tarde, los peldaños del minotauro, la gran canallada. Sentado en la silla de mimbre y sin palillo y sin lluvia fina apareciendo por ningún recodo de cielo, desierto de nubes, sin tocarse los dedos y sin ahuyentar lagartijas, trataba sin éxito de experimentar el tiempo, allí sentado entre tanto silencio, entre tanto sol y piedra y ceño arrugado, entre culos y delantales sentados en bancas de madera de pino astillada, entre sacos de nitrato y huellas de procesión, sentado entre tanta puta y tanto dolor

Friday 7 October 2011

EL GRITO PÉLVICO(del vecino)

Entiéndase el grito pélvico como antecedente de todo lo que vino después. El grito pélvico como antecedente penal que transcurre durante las fiestas de la patrona del santo sepulcro y de todas las almas que vagan en pena. El grito pélvico como desplante ante eso que llaman “el porvenir”, como mezcla de hilo de cobre y pájaro en mano. Hacía falta un adalid para abrir puertas de exilio mental, desabastecerse de brújulas y cronógrafos, producir conglomerados de hombres que llevasen bigote cuando por aquellos tiempos, Saturno, todavía devoraba a sus hijos. Se trata de comer con moderación, de no quitarse el delantal antes de lo debido, de pelar las naranjas del atardecer como si fueran piernas de mujer con cáscara. Ir al cine los domingos es una opción tan invalida como el que marchita en la cola de un banco, el ajedrez del diálogo, la síntesis del desperdicio. El cine de la Calle Semprún, los olivares que plantaron en lo que en su día fue un manto de sangre de la guerra civil, los simbolismos de aspiradora, el reciclaje como opción también inválida, como si acaso las palabras se pudieran reciclar, como si fuera posible desalinizar los insultos, arrojar a una fosa común todos los codos apoyados en reposabrazos de cualquier butaca de cualquier salón, ponerle raza, color de pelo y apellidos a la saliva de Silvia. En agosto se desayunaba con aspirina efervescente y sándwich vegetal. El sonido de la huerta perduraba en el sudor de tantas nucas con tantas camisas blancas, recién planchadas, los cuellos rellenos de almidón, el incienso del Corpus Cristi… El grito del zapato contra la baldosa se escuchaba a lo largo y ancho de la nave central. Después de misa uno se entregaba a la banderilla y al vino dulce que despedía el asidero desde donde se agarraba el miedo de los hombres. Sobrevivir nunca se consideró un arte en la parte vieja de la Calle Dueñas, si acaso una obligación con fecha de caducidad. Sobrevivir dentro del bar sin nombre donde las bolsas de patatas fritas, intactas, miraban el anís consumido dentro del color rojo de los ojos del cliente que devoraba la tertulia repetida, la palabra y la oración que salía en serie de la boca del borracho, laminada, catalogada, numerada, fruto de una cadena de producción ensamblada a base de futbolistas y toreros de otros tiempos. Se sobrevive sin que ello suponga un lujo o un adelanto al tiempo de cada uno, se sobrevive con disimulo y con plato de garbanzos con arroz. Se sobrevive como se puede sobre todo al grito pélvico, a la falta de unidad, a la poca necesidad de que las cosas sigan un compromiso, a que las estructuras se basen en manos invisibles, a la conducta en torno a una llave maestra. Se sobrevive, sobre todo, a la poca necesidad de engañar que producen los números pares

Wednesday 21 September 2011

SILUETA DE ESCAYOLA

Para salvar los muebles hacía falta escoger margaritas de látex, hacía falta pisar según qué tipo de alfombras. Las calles azoradas se convertían en suplemento de oxígeno y pulmón, en sobrevuelo de mota de polvo y salvación a 30, 60 y 90 días. Se aplicaba adrenalina en lugares poco comunes y remedios eran otorgados por videoconferencia. Se divisaba un paisaje de sobaco roto a la hora de la tapia blanca donde la sargantana merodeaba en torno a una especie de abdicación, a un cantar paralelo a la desgana que subsistía en el barrio que era el contexto de aquella vida, el paisaje de grasa vegetal y carne gruesa. La cresta de ojos azules salpicaba de tanto mirar. Las puertas de mueble antiguo, el oscuro de los tapizados y el reflejo profundo que ofrecía el barniz. El olor a tinaja y comida en conserva resonaba en los ecos de bodegas sordomudas. El vitalismo y el optimismo carecían de salsa. La vida en un piso noveno con ventanales con rejas y con cuidado de no derramar calcetines centrifugados. Los hipódromos se llenaban de escasez de sonrisas mulatas. La paciencia dormitaba apoyada en la suspensión de un tiempo hecho a base de chatarra y excepción

Thursday 15 September 2011

LA CHICA SERENA

Machetazos de certeza, cuando la piel necesita de suministro de alcanfor, llenar el saco de chica joven con flequillo lateral, el vestido blanco, el polvo de la concentración de trigo en noches de agosto, preludio de fiesta municipal, las calles con pisada de cerveza y distracción. Cantar de forma paulatina y distante sin que importe demasiado el desajuste vascular, la marginación que sufre la alpargata de esparto como si fuera grajo de orquídea, tomate en conserva, colchones de lana parada. El reflejo de las chicas del pueblo vecino en el suelo plateado de los alrededores de la pista de autos de choque. El algodón de palo y olor a pólvora se mezcla con el santo, la procesión y el pelo enlacado de la mujer del alcalde. El camino de piedra y ribazo y el trasplante de bomba nuclear cada vez que el pan duro y la mantequilla apelmazada como si fuera relación de invierno, como si uno se quedase sordo del canto del grillo y el redoble de tambor. Sus besos, los que nunca me dio, hubiesen sabido a gasolina de tractor rojo, a liza negra, a tajadera de riego

Wednesday 14 September 2011

EL TEOREMA DE ARQUÍMEDES

Hacía falta contar, especialmente desde que los sonidos de la chatarrería de en frente se volvían más precarios, la chatarrería del tercero izquierda, hacía falta contar la ausencia de manifestaciones multitudinarias en la Calle Bordeaux y en la Plaza de la Alameda, esquina Santa Engracia. Antes la gente protestaba y se tomaba muy en serio hechos como que la basura sólo fuera recogida los martes y los jueves y como que el ayuntamiento cerrase los parques a partir de las diez de la noche, sobre todo en invierno. Antes la gente se levantaba en armas contra ayuntamientos y organizaciones provinciales, rebelándose no contra el sistema sino contra el hecho de que un tal Ramón decidiese que en invierno hacía falta cerrar los parques antes que en verano, desacato temporal, racismo de estación. Esto le recordaba una campaña que su tío Frank organizó una vez. Tendría diez o doce años, en verano se iban a Vermont. Recordaba como aquel verano su tío y otros más organizaron una campaña en defensa de un determinado tipo de ave. El nombre del ave en particular no lo recordaba. Un pájaro en peligro de extinción. Nunca entendió del todo qué llevaba a aquella gente a emplear tiempo y energía en llevar a cabo semejante acción. Cenar deprisa y corriendo, marcharse sin dar las buenas noches a los niños, echarse calle abajo, entrar al local donde los panfletos de basta ya y los carteles en defensa de aquel perdigacho, de aquella golondrina poco común. La indignación colectiva, la incomprensión ante la barbarie municipal, ante la falta de principios. Aquellas charlas bañadas en vino de Oporto y Bourbon a palo seco. La golondrina esto y la golondrina aquello. Y el tío Frank intentando rascarse el omoplato derecho, aquel picor súbito, incontrolable. El reflejo de echarse el brazo a la espalda de forma antinatural, la torpeza de la articulación al revés. Cuando le atacaba el picor o cuando a cualquiera de los de la asociación le entraban ganas de ir al lavabo o cuando se perdía a un ser querido, las golondrinas pasaban a un segundo plano. Igual que ahora cuando caían obuses del ejército rebelde, cuando se habían reportado violaciones y cuando el grano de maíz se pagaba como si fuese oro

Monday 15 August 2011

LA REINA MADRE SIN IR MAS LEJOS

La reina madre sin ir más lejos, decía Mr Chiltern. La reina de Inglaterra aparecía en un documental, a sus setenta años, aparecía en palacio, en un documental que trataba de plasmar el día a día del monarca, la BBC. Se levantaba a tal hora, desayunaba a tal hora en tal sitio, despachaba asuntos, leía la prensa y planificaba viajes y ceremonias. La reina llegaba hasta el último detalle. Hablaba con alguien acerca de la inclinación de unas cortinas antes de una cena oficial, se preocupaba por el ángulo en que los muebles debían ser colocados, corregía menesteres, separaba cuadros, indagaba en el punto de sal de ciertos alimentos. Estructura mental. Costumbre. No pensaba en los privilegios, o en Sudán, o en la hepatitis aguda. O tal vez sí. Lo mismo daba. Estructura mental y andamio. Primero lo uno y después lo otro. Daba lo mismo que fuese cena con el primer ministro iraquí o Jacinta haciendo el crucigrama después de haberse dado un baño de quimio.

HBO

De todos modos Mr Chiltern no lo había llevado allí para hablar de la afición de su primo Bloomfield por Pretty Boy Mayweather o Manny Pacquiao. Sabía de aquella avanzadilla rebelde más que muchos cargos del estamento militar. Mr Chiltern quería hacer hincapié en el cambio, en la transformación que habían sufrido las vidas de muchos primos Bloomfields, el paso de aquel estado anteriormente bautizado como normalidad, las excursiones cada sábado por la mañana a cualquier Wal-Mart o Safeway donde comprar corn flakes y leche y hamburguesas y pechugas de pollo para pasar la semana. Aquella realidad asistida, la sociedad del bienestar, donde cortes de pelo mensuales alternaban con productos de lujo tales como coches Mustang o gramos de cocaína, donde se jugaba al golf y donde se apostaba por los Broncos. Aquella especie de anestesia, aquella respiración asistida que uno desconocía que era asistida, hasta que de repente ese desplazamiento daba comienzo, ese movimiento cortical, ese desprendimiento progresivo, la falta de combustible primero, la subida de precios, los despidos involuntarios, la crisis médica, la dificultad de alcanzar, los derrumbes paulatinos, la incomprensión primero, el estupor después, la impotencia ulterior, la incredulidad de que aquel tiempo era el que le estaba tocando vivir a uno, la escasez y la miseria por vez primera, la desarticulación del estado de bienestar, la imposibilidad de desplazarse como se hacía antes, las posibilidades, la certeza de que algo se podía hacer, otros caminos, otras trayectorias, usar una táctica diferente, mudarse a Amarillo donde sus tíos y sus primos, mudarse a la costa oeste, al norte, a las Dakotas, pasar a Canada, seguro que en Canada todavía se vendían coches y hacían falta vendedores. Seguro que en Canada habría posibilidades de burbujas como las que se tenían antes, seguro que allí Texas Grill y HBO y cine con palomitas. Uno se volvía loco. Aquello les había cogido a todos desprevenidos. Aquello que se suponía solo pasaba en los libros de historia. Los cambios radicales en las sociedades. Las brechas, las guerras abiertas. Uno se volvía loco. Miraba la situación desde todas las perspectivas posibles, se le daba la vuelta, se le ponía de pie, se le miraba por detrás, hasta que una llamada de teléfono proveniente de Amarillo donde los tíos y los primos llamaban para decir que allí estaban igual sino peor. Y eso, que la cosa andaba jodida y que tal vez fuera bueno que se mudaran ellos allí. Y así es como la nueva sociedad se engendraba. Ese día, los días de las asimilaciones por familia, cuando se empezaban a asimilar los hechos y los armarios vacíos, era el punto de partida de muchas reuniones y convenciones y asambleas piratas donde se buscaban alternativas, donde se pasaba por encima de aquel gobernador con manos de plastilina, donde se enterraba la respiración asistida que los había mantenido alelados durante tanto tiempo, donde se despertaba el hombre primitivo, el instinto animal, donde se miraba con ojos de tigre.

FANDANGIN

Al primo segundo le gustaba mucho el boxeo y de cuando en cuando Mr Chiltern le había escuchado hablar de Ali como si lo hubiese conocido, como si lo hubiese visto pelear a pie de ring, como si hubiera estado presente en Kinshasa, como si hubiese presenciado a escasos dos metros aquella combinación izquierda-derecha que terminó por mandar a Foreman a los anales del fin. Después de haberse servido un segundo vaso de vino, Mr Chiltern no recordaba el porqué de aquella cita al gusto de su primo por el boxeo. Había una conexión, aseguraba hundiendo la mente en los recodos de su memoria, tratando de pescar al arrastre.
Había una especie de cóctel molotov dentro del pensamiento cotidiano. Era difícil razonar con aquella amalgama de sensaciones, con aquellas variantes, aquellos vectores tan cortantes los unos con otros. Aquella voz de aquel tal Reginald que había llamado llevándose por delante quien sabía a cuántos demonios, aquella urgencia imperiosa, aquella necesidad por la semilla que pasaba de largo de cualquier valor humano, de cualquier reconocimiento personal o escala de valores. Aquella manera de tiritar por el maletín con el dinero, por el desembarco en tierra libre. Y luego por otro lado estaba su primo, una persona honrada, alguien que se vestía por los pies y que había tenido por esposa a una chica ejemplar, madre de dos criaturas no menos ejemplares, partidos de softball los sábados por la mañana, salidas al cine, pizza hut, partidas de bolos, Xbox y Wii en familia, carcajadas desaconsejables. Por un lado aquella presión y aquellos hombres que reducían una a una sus neuronas vendiéndolas al mejor postor, apostando de farol por la humanidad. Por un lado aquel vómito de buena voluntad, aquellos científicos y luego Reginald llamando a gritos y aquella presión humanamente insoportable y aquella desconfianza aterradora. Uno no sabía muy bien en qué aguas estaba nadando. Y por eso le contaba sobre su primo Bloomfield. Aquella comida no tenía que ver con Sandra. Estaba cansado. Cansado de no saber hacia dónde tirar, de no decantarse, cansado de mediar con todo el mundo, de hacer de pegamento y embudo.

Sunday 31 July 2011

LA CIUDAD

Martin pensaba en Nueva York como quien pensaba en ovejitas durante noches de insomnio, como el objeto que nunca estaba al alcance de la mano, como la imagen proyectada en la pared, imposible de tocar. Pensaba en Nueva York como quien destapaba la válvula Nueva York, como quien daba zarpazos al frente en días de sol, la ciudad como sombra chinesca, como dragón chino, como cicatriz invisible, como gafas de repuesto, andanza esférica, marioneta y electricidad, reflejo en el asfalto. Cuando se paraba a pensar en la gran ciudad donde creció y en los sentimientos de odio y amor que profesaba, cuando trataba de entender o desentender algo, como aquella tarde sentado en aquella mesa del Blue Oyster Café, pensaba no en la ciudad en sí con sus rascacielos y su vida nocturna, o en la ciudad como región geográfica, como espacio físico, como dimensión temporal o hecho palpable, hecho que se podía agarrar de la misma forma que alguien agarraba un café latte con leche desnatada en cualquier Starbucks, no. Martin pensaba en la infancia, en el patio del recreo, en la construcción de sí mismo. Trataba de descifrar números impares a base de especular con la ciudad, a base de imaginar la ciudad como un todo, sin bares ni cafés, sin teatros, sin downtown ni uptown, ni east side ni west side ni village ni banda sonora ni Chase Manhattan Bank ni Brooklyn ni Queens ni estado de excepción. Uno se comía una patata frita en su justo punto de sal, con su justa medida de tomate kétchup, sin queso. Uno daba un sorbo a aquella cerveza fría, sentado en un café de Indianápolis, descifrando los gestos de un niño que coleccionaba estampitas de los Yankees, tolerando la voz de Matt Monro cantando “Stranger in Paradise”, echando la caña por si acaso pescara alguna de aquellas vibraciones provenientes del movimiento de caderas de una camarera llamada Brandy. Martin desechaba la gran ciudad como un número inexacto de metros cuadrados y trataba de imaginarla, de pensarla, de procesarla, de recrearla, como una nebulosa, una masa de gas, como la idea de lo que en realidad era, despachando el término realidad, haciendo caso omiso de ese “lo que en realidad era”. Conforme pasaba el tiempo uno se alejaba de sus raíces espiritualmente, había un desapego cárnico. Matilde le había dicho en numerosas ocasiones que cuando regresara no conocería la ciudad, que había cambiado mucho desde que se fue. Martin había elegido envejecer sin la ciudad, sin ser parte de ella, madurar de lado, y era esa la razón por la que para intentar recuperar parte de ella tenía que imaginarla como un todo insospechable, Nueva York como idea general, como resumen de sí misma, como fórmula que luego se desarrollaba hasta llegar al bar que había cerca del campus donde los domingos a mediodía servían comida Hawaiana.

Friday 29 July 2011

PHOENIX AVENUE

Qué hacer con la semilla justo ahora que Carla se había puesto a hacer preguntas del orden del progreso, de la vista larga, preguntas que incluían años próximos, porvenir, planes, verbos condicionales, oraciones subordinadas, posibilidades que había que plantearse. Qué hacer con la semilla ahora que se empezaba a estar mejor, ahora que después de la primera tanda de deportaciones se podía respirar, se podía bajar por Phoenix Avenue y entrar en cualquiera de aquellos bares a comer costillas con salsa de barbacoa sin que uno se sintiera mal del todo, sin todas aquellas miradas de reojo y aquellas almas que deambulaban por la calle de atrás donde se sacaban los huesos a los contendores. Entrar en Wendy’s o en The Blue Oyster y sentarse en una mesa que estuviese cerca de la ventana, el mantel a cuadros, el menú plastificado, los dibujos donde las porciones cobraban brillo, el bote de kétchup junto a la mostaza, el primer café, el segundo café, el tercer café, y esa mirada que avistaba viandantes justo por encima de la taza, esos ojos furtivos que buscaban otros ojos furtivos a los que agarrarse, esa sed de complicidad, esa radiografía de una urbe que cambiaba con los tiempos, donde ya no se pedían tortas con sirope, donde uno se conformaba con el perrito especial o la hamburguesa sencilla o si acaso las costillas y las patatas con queso. Por mucha semilla que uno tuviese en el bolsillo estaba ese transistor que siempre sonaba en el Blue Oyster y a través del cual se escuchaba música porteña, el canal nostalgia, algo tan improcedente como el nombre del local, la ostra azul, semejante nombre para tan pequeño café sin ostras ni mejillones ni nada por el estilo.

Wednesday 27 July 2011

BRANDY

Se podía pedir una hamburguesa con queso, sin chili, una jarra de cerveza, o se podía dejar la ocasión para otro momento más especial. Compartir mantel con Carla, o mejor con Patrick y así poder hablar del asunto, desenvolver el paquete, buscar consejo, recorrer cada una de las alternativas que ya se habían recorrido en cada habitación de la mente. Aquella semilla tan Señor de los Anillos, tan pesada y sin embargo tan diminuta y que tantas consecuencias albergaba. La camarera se llamaba Brandy. Debajo de aquel uniforme-delantal que parecía más de enfermera que de camarera, Brandy albergaba curvas de mujer bien definida, de carne de madera de haya. No llevaba chicle en la boca pero uno se la podía imaginar mascando chicle cuando no estuviera el jefe delante. Se llamaba Brandy y tenía pinta de estar agotada. Sin embargo todavía dejaba escapar alguna sonrisa de vez en cuando, especialmente cada vez que los viejos que había sentados en la mesa del fondo la llamaban para demandar café como excusa para demandar su mera presencia, para poder volver a contarle el mismo chiste, el mismo comentario que incluía descalificativos hacia sus respectivas mujeres y proposiciones de beatificación para la camarera que tan bien los cuidaba y que tanto sentido daba no solo al hecho de que se juntasen siempre en la misma mesa del mismo café sino sentido a sus propias vidas, la camarera que derramaba café y sentido existencial por igual, Brandy y aquellas caderas y aquellos dos botones que casi siempre llevaba desabrochados como razón para seguir vivos, como único motivo para levantarse de la cama y atardecer como se atardecía en aquellos días de bochorno e insuficiencia renal.

Monday 18 July 2011

FINE AND MELOW

Por un lado aquellas colas angustiosas y aquella necesidad pura y básica y por otro lado Billie Holiday y aquella manera de cantar Fine and Melow, en directo, con Lester Young. Por un lado estaban las deportaciones y la muerte y aquella forma de esperar a que las cepas de trigo y maíz creciesen de la nada. Por un lado estaba la obviedad fisiológica, la falta de miga de pan, las sobras de hambre y tristeza, y luego por otro lado estaba Billie cantando al final de su carrera, Billie que llegados a ese punto lo había visto todo incluido las orejas al lobo y el otro lado del escenario desde donde uno podía ver los brazos que dirigían las marionetas. Era sobre todo aquel semblante, sentada en el taburete, aquella media sonrisa devastadora, aquella sabiduría tan de maestro zen, cuando todo daba igual, cuando nada importaba, cuando por mucho que uno soplara y por mucho que uno intuyera y por mucho que se leyera entre líneas. Martín tenía una de aquellas semillas en la palma de su mano y le daba por pensar en aquella grabación de Billie Holiday y en la pregunta de si el perro poseía naturaleza búdica: ¡Mu!

Sunday 17 July 2011

DESACOSTUMBRARSE A MATILDE

Había sido difícil desacostumbrarse a Matilde, pensaba Martin de cuando en cuando, sobre todo cuando se despertaba y veía el auricular del teléfono yaciendo sobre las sábanas blancas, cuando se levantaba y recogía los restos de conversación de la madrugada anterior como quien recogía los platos sucios después de la fiesta. Había invertido tiempo en escalar por las piernas de Matilde, había sido una expedición costosa en la que se habían sufrido congelaciones que luego habían determinado amputación y antibiótico espiritual. La conquista de Matilde, o el intento de doma, o el trabajo que Martin llevó a cabo para hacer de Matilde algo comestible, algo con lo que se pudiera vivir, algo que no cortaba la leche. La consolidación de aquella presa gigante capaz de sujetar aunque fuese de forma temporal, el viento de piedra y carne viva que Matilde soplaba, había formado de alguna manera al hombre en su proceso. Martin era quien era por la evolución sufrida durante aquel periodo en el que construyó él solito aquel Canal de Suez, aquella torre Eiffel, aquel Caballo de Troya. Se habían empleado demasiadas herramientas y demasiados cálculos y encima se habían bebido todas las cantimploras restantes, se había usado carne propia para untar con yeso y cemento y levantar aquella pared, aquellos cimientos que luego sujetaron su voz, sus contestaciones, sus entregas, sus excesos, su manía de señalar las cosas con el dedo antes de nombrarlas. Martin era quien era en gran parte por la erosión sufrida durante el proceso, por el salitre que se le había adherido a las costillas, por todos los sellos que Matilde estampó en su pasaporte existencial. Y de cuando en cuando no es que sufriese nostalgia por la mujer ausente o por el desquicio vacante pero sí que notaba que le faltaba un brazo, la extraña sensación de caminar sin la rozadura del zapato, el vacío que había dejado el aparato en los dientes, la escopeta al hombro, los grilletes y la desnaturalización de las judías y la sopa de pescado

STUTTGART AIRPORT

Mujeres que compraban bolsos y accesorios como si fueran cápsulas y antídotos contra la inseguridad. El rumor aplatanado del resurgir inconsciente del revuelo humano, la sopa de costumbres como el brazo alzado o el movimiento giratorio del pomo de la puerta. Se intentaba vivir sin la necesidad de acostumbrarse a la vida misma. Para entender el porqué de la alarma y el trabajo y luego el fútbol y el jardín y para entender los 15 días en Acapulco y sobre todo para entender el porqué del gorrito azul del niño y la colección de sellos, era necesario entender primero el significado de la palabra estructura. Estructura como fleje, como andamio. Estructura como depósito o plataforma donde colocar todas aquellas cosas que pesaran más de 5 kilos como por ejemplo; el dolor que a uno le viene en el pecho así muy de repente o las quejas de la vecina del tercero B. El andamio o estructura no da sentido a la vida, simplemente la soporta. El soporte estructural de Antonio donde los miércoles a las nueve se mira el mismo programa de variedades mientras come pipas sin sal. Las estructuras humanas al igual que los garajes se terminan llenando de objetos inservibles. El individuo padece una fe ciega a la hora de calificar la utilidad de las cosas. El término utilidad suena a rancio, a pescadilla quemada, a deseo de luto. Antonio que vivía en Kendal Sud decíase que sobrecargó su estructura a base de intentos fallidos con mujeres varias. Uno pensaría que la calidad física, la cualidad estética de la mujer en sí tendría que ser directamente proporcional al peso depositado en la estructura. No es así. Entre otras cosas porque Antonio no se enamoraba jamás de las mujeres más bellas sabedor de que ante semejantes adversarios jugaba siempre en inferioridad numérica. Antonio, al igual que todo hijo de vecino, elegía personalmente de quien se enamoraba. El hecho de que la decisión fuera tomada en milésimas de segundo en cualquier bar, parque o tienda de ropa, no era argumento válido contra el hecho de que uno elegía en su pleno derecho. Por mucho que la decisión hubiera sido muy poco sopesada o contrastada, la decisión seguía residiendo en las manos del elector, léase Antonio. Hay que ver cómo le dolían aquellas mujeres, sobre todo a la altura de las costillas.

Friday 24 June 2011

DESCOSIENDO A SANDRA

Un embargo de beso roto, de orgasmo adyacente, de respiración que no funciona. En sus posturas no se adivinaban válvulas de escape o panfletos con instrucciones a seguir en caso de muerte súbita. Su piel estaba garabateada de circunferencia de pluma blanca y respiración tantas veces desasistida. Cuando Sandra cesaba surgía un parpadeo de abucheo de nube desfigurada. Su aliento era ligero y pesado como un martillo de polvo. El precio a pagar por su presencia eran machetazos de ansiedad y rayo cósmico. Después del beso le brotaban a uno marcas de nacimiento, siglos pasados, llanura gélida e inmortalidad limitada

Thursday 23 June 2011

PINTURA SINTÉTICA

Yacía un embalse de biberones. En las afueras, sus lágrimas tenían vistas a un patio interior, desde la alcoba cerrada, el almanaque de embrión torcido. Uno sentía cierta atracción por el diluvio y la segregación del coagulo de esperanza torpe. La muerte venía en diferentes tonalidades como pintura acrílica. Solo se conocía la abstracción pero sobre todo el desenganche, la apuesta por el vaivén. Acostumbrado al barranco infinito de su sombra de ojos y a esa especie de descoordinación argumental cada vez que se trataba en vano de dar un paso al frente. Estar con ella era una mezcla de saliva volcánica y recibo del agua. En la casa los significados se caían de espaldas como caricia en adobo

ALAMBRE DE GAS

En según qué países se ofrecían técnicas para el derrumbe propio, lejía y abrazos de carbón. Por las mañanas minotauros descafeinados, gas en tetra brick, pétalo deshidratado. Se disparaba con pistolas de juguete. De cuando en cuando estaba permitido soñar, sobre todo de lunes a jueves y de 3 a 5. Después de cada sueño quedaban restos de caspa, dolencias cardiacas, dibujo en la rueda. El tacto de sus ojos en noches de luna provocaba granizo y atraco de viento. Resultaba difícil agarrarse a su cintura con tanta gravilla debajo, con tanta dosificación de carácter, tanta pintura roja. Se divisaban tabernas de leyenda y mapamundi. En la serrería se domesticaban erizos de monte y salpicaduras. El jabón no llegaba y el cuello perdido en la gabardina, el implante de luz en el pecho, el silbido circunstancial, y sobre todo esa sonrisa que llovía a pedazos

Wednesday 15 June 2011

APUESTA POR EL ROCK N ROLL (MAS BIRRAS)

Ya no puedo darte el corazón.
Iré donde quieran mis botas
y si quieres que te diga qué hay que hacer
te diré que apuestes por mi derrota.

Quítate la ropa, eso está bien.
No dejes nada por hacer.
Si has venido a comprarme, lárgate;
si vas a venir conmigo: agárrate.

Larguémonos, chica, hacia el mar.
No hay amanecer en esta ciudad.
No sé si nací para correr,
pero quizá sí que nací para apostar...

Sé que ya nada va a ocurrir,
pero ahora estoy contra las cuerdas
y no encuentro niuna forma de salir:
voy a apostar fuerte mientras pueda.

Larguémonos, chica, hacia el mar.
No hay amanecer en esta ciudad.
No sé si nací para correr,
pero quizá sí que nací para apostar...

Ya no puedo darte el corazón.
Perdí mi apuesta con el rock'n'roll.
Es el precio que tengo que pagar.
Ya no tiene sentido abandonar

JULIETA

Ella que de vez en cuando, sonrisa de brisa, garbanzo adecuado y poste de luz. Se descorchaba la soledad en botellas violentas, en pájaros usados, en batallas que perder. Los cuentos de Canterbury parecía infinitos y sin embargo el corte de respiración anunciaba el naufragio cada quince días, los autos de choque sin parabrisas ni aceleración, el alud de saliva, el garabato de carmín. Cada vez que se iba me ponía en la rodilla la prótesis de incendio, el abanico cerebral. La casa se quedaba vacía de oro, incienso y mirra. Las células de su piel carecían de pormenor. El beso quedaba asociado al calor de sus anginas el cual tenía que ver con la metalurgia y el pozo sin fondo, con la claudicación. Hacía falta echar cal viva para olvidarla

BRISA CÓNCAVA

El efecto que produce la costumbre rota, el delantal plegado, el codo apoyado en un porcentaje de rabia. Esta metástasis de Opel Corsa, esta burbuja invertida, el grito físico, la carne cruda, los bocetos de perros muertos, la solvencia del verbo. Lola que nunca quiso de sopas de palmadita en la espalda, de nicho garantizado y calor tropical. Es más que nada la papilla de cemento armado que no entra por la boca, temerosa de dientes de ajo y sobre todo esta amargura de subalterno, esta encerrona de canelones, esta aspiración a delegado consejero, alférez vacío, diamante rancio. Por las tardes madre sujeta el ganado. Por la noche la esperanza se bifurca y sus besos saben a zanahoria orgánica, Actimel y orilla tierna. Cada vez que me miras el sol se abre de piernas y hasta mis intestinos tiritan

Tuesday 14 June 2011

ENTIERRO COMÚN

Hoy heme aquí que tengo esta manía de desgajar crueldades como si en realidad fuesen cocodrilos de vino tinto y caña con gas. La idea que proyecto necesita de la repetición. El mecanismo y la estructura de mi atardecer chirrían ante tanta sequedad, ante el óxido en la cadena y el pedal. Una especie de desguace de eternidades, lágrimas de mercadillo, cuadros de mujeres barbudas, relámpagos de ocasión, navidades junto al mar y trenes de la bruja. Me siento a la mesa de los apogeos rotos, del destierro criollo, de la ballena blanca. Sin ser mordisco de centella rota, sin ser siquiera sacudida de ala de mosquito, sir ser siquiera remanso de electricidad, sin aparentar tener un dique seco por jardín y recreo, uno solventa los miércoles a su manera, sin necesidad de la progresión aritmética esa que tanto le gusta a la gente, sin la compra forzosa, sin el perfume de opio, sin la ropa que no llevo, sin piel ni garganta, ahogado en este remolino de aleph

Sunday 22 May 2011

PACO CAMÚS-CONTUBERNIUM 5

Monday 16 May 2011

Ulises

Quizás ese martes el día no salió como pensaba y las nubes se enrocaron para hacerle una mala jugada a Ulises. Nuestro amigo Ulises, pobre, el que vive en El Bierzo, el que piensa que las flores sólo sirven para lavarse los dientes en los días en que tú te ausentas. Tus ausencias para comprar en el mercadona del pueblo del lado siempre han sido un misterio para él. Nunca comprabas las cosas que te pedía. Es más, a veces no comprabas nada. Eso para él era como quitarle la mañana a un sábado de rebajas de ginebra. Esos sábados que se te enroscan en las venas como si fueran colesterol del bueno. Nunca te dijo nada, para qué. La vida tiene más misterios que una selva de pensamientos esparcidos por mil mentes sin sentido. Y él prefería que le pensases como un misterio metido en un desayuno continental de un hotel de carretera. Ahora ya da igual, por eso te lo cuento. Supongo que ahora se encuentra en alguna parte de ningún sitio protegiéndose de todos. El martes por la noche voló el mercadona. Eso sí, lo hizo por la noche para no causar dolor, incluso aviso al vigilante para que saliese a comprar tabaco a su mujer, que se encuentra en estado de necesidad. Pensó en el tabaco, pues en mecardona no venden. Es una lástima, ahora que ya no existe el mercadona tampoco está él. En algo se equivocó, aunque plantó una Alhambra de verbos de querer.

Saturday 14 May 2011

YA NO LLUEVE EN HELSINKI

Tenía sequía en las venas. Ya no llueve en Helsinki de la manera que llovía antes. No un antes de la guerra sino antes de ayer, suceso previo a la cascada, andamio de orilla y cemento. Tampoco era por decir que no, era más que nada un salvoconducto, un pasillo de atardeceres, un preludio de segundo, segmento temporal, visto de frente, sin perspectiva, sin tercera dimensión como si de una tortilla de un huevo se tratara. Tampoco hacía falta entender tanto. Se perseguía la idea general, aquello que hacía bulto, menospreciando detalles y objetos menores como la bolsa de plástico y el peine rojo. Descosiendo los días impares, los años bisiestos. Lloraba porque la cebolla y no porque la muerte. Salvando balas para por si acaso, más tarde, hiciera falta recoger la ropa tendida ante tanto andar en paños menores, ante tanto precipicio mensual, tanta sonrisa decomisada. Si por lo menos hubiera un principio, un estado de ánimo anterior, un mapa del lugar más recóndito de tus senos, allí donde la fusión nuclear convive con vistas al mar y patios de vecinos, allí donde las dan las toman y se reparten naufragios y visitas guiadas al médico y flores de sal y pan con pan y vino tinto. Allí donde la nada convivía con el mar muerto