Wednesday 14 September 2011

EL TEOREMA DE ARQUÍMEDES

Hacía falta contar, especialmente desde que los sonidos de la chatarrería de en frente se volvían más precarios, la chatarrería del tercero izquierda, hacía falta contar la ausencia de manifestaciones multitudinarias en la Calle Bordeaux y en la Plaza de la Alameda, esquina Santa Engracia. Antes la gente protestaba y se tomaba muy en serio hechos como que la basura sólo fuera recogida los martes y los jueves y como que el ayuntamiento cerrase los parques a partir de las diez de la noche, sobre todo en invierno. Antes la gente se levantaba en armas contra ayuntamientos y organizaciones provinciales, rebelándose no contra el sistema sino contra el hecho de que un tal Ramón decidiese que en invierno hacía falta cerrar los parques antes que en verano, desacato temporal, racismo de estación. Esto le recordaba una campaña que su tío Frank organizó una vez. Tendría diez o doce años, en verano se iban a Vermont. Recordaba como aquel verano su tío y otros más organizaron una campaña en defensa de un determinado tipo de ave. El nombre del ave en particular no lo recordaba. Un pájaro en peligro de extinción. Nunca entendió del todo qué llevaba a aquella gente a emplear tiempo y energía en llevar a cabo semejante acción. Cenar deprisa y corriendo, marcharse sin dar las buenas noches a los niños, echarse calle abajo, entrar al local donde los panfletos de basta ya y los carteles en defensa de aquel perdigacho, de aquella golondrina poco común. La indignación colectiva, la incomprensión ante la barbarie municipal, ante la falta de principios. Aquellas charlas bañadas en vino de Oporto y Bourbon a palo seco. La golondrina esto y la golondrina aquello. Y el tío Frank intentando rascarse el omoplato derecho, aquel picor súbito, incontrolable. El reflejo de echarse el brazo a la espalda de forma antinatural, la torpeza de la articulación al revés. Cuando le atacaba el picor o cuando a cualquiera de los de la asociación le entraban ganas de ir al lavabo o cuando se perdía a un ser querido, las golondrinas pasaban a un segundo plano. Igual que ahora cuando caían obuses del ejército rebelde, cuando se habían reportado violaciones y cuando el grano de maíz se pagaba como si fuese oro

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