Sunday 4 December 2016

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   Suena el teléfono y es Franz Goller quien demanda que Sixto abandone la reunión y suba a la 82 donde Global Accounts ha recibido una petición que no puede esperar. Pregunto si hace falta que suba con él. De momento no. Mara y Richard abandonan mirando el reloj y sopesando irse a comer a cualquiera de los restaurantes de la 27. Richard necesita bajar a la tintorería. Yo necesito hablar con el departameto de vehículos en la -6 para pedir que preparen el Pontiac. De momento no hago falta en Global Accounts. Sixto pide quedar a las dos para seguir con la hoja de ruta.
“Lo de los drones…” dice sin tener muy claro cómo continuar.

Reunión con Franz Goller. Global Accounts, permiso para casi todo. Música Reggae, nevera con Perrier, San Pellegrino y cerveza sin alcohol. Naranjas frescas, racimos de uva, melón cortado, bowls de palomitas. Una diana con  tres dardos, un telescopio, un sillón orejero viejo y raido detrás de la mesa de despacho de Franz Goller quien tenía un enorme parecido físico con el entrenador de fútbol de la Universidad de Alabama, Crimson Tide. Lo de los drones… había dicho Sixto con intención. Teníamos entrada en algunas divisiones del ejército. Alguien a quien llamar para saber hasta dónde se podía llegar. El chico estaba pendiente de juicios. El chico no había hecho nada malo y era eso precisamente lo que alertaba. No es lo que no había hecho sino lo que podría hacer. La información se administraba con jeringuilla. Lo justo en cada caso. No se daban nombres, solo coordenadas. No se daban razones, no se argumentaban causas, no se mencionaban daños colaterales, para eso ya estaba Al Jazeera. Antes de salir Sixto le ha pedido a Mara que prepare una lista de contactos en Al Jazeera.

Cuando Sixto entra al despacho de Franz se le ofrece un expreso que le es servido casi sin que le de tiempo a aceptar o denegar. 80% arábica. A Franz solo le gusta el olor. Junto a la cristalera por la cual se caía el horizonte había un tresillo y otro sillón orejero y una mesa camilla con lámpara a modo de cuarto de estar. En vez de televisor o chimenea, los sillones apuntan a la pared de cristal por la cual solo se ve cielo y contaminación. Más allá de la arboleda estaba el río que recorría siete estados. El departamento de Global Accounts dispone de servicio de catering. Franz llama por teléfono y pide que le traigan el ravioli con bogavante dentro de una hora. Zumo de tomate y panecillo. A Sixto no le ofrece, solo necesita quince o veinte minutos de su presencia.
“Es difícil de explicar” le dice.
El tresillo es bajo y hondo. Cuesta encontrar una postura cómoda. Sixo cruza las piernas. Franz habla desde detrás. Ha abierto un botellín de Perrier. Se quita el chicle de la boca y lo tira a la basura. Era difícil de explicar. No le podía revelar el cliente. No era un cliente-cliente. Un asociado. Un amigo de un amigo. Ni siquiera eso. Una llamada desde el otro lado del país, un pre-fijo inusual. Una llamada a deshoras. Había que hacerlo sí o sí. El pedido era inusual, la acción difícil de clasificar. Algo indefinido. Instrucciones vagas. Había algo de fondo, una intención identificable. Pero el proceso, el sistema, la aplicación… iba a hacer falta tirar de imaginación, tal vez hablar con estrategia y pedirles un informe. Sobre lo que se podía o no hacer en este caso no iban a servir las pólizas de la compañía. El trabajo no iba a ser facturado como los demás. El objetivo no era nadie del congreso, esto era otra cosa, nivel corporativo.
Operaciones bursátiles de alto calado. Lo que Chomski llamaba los Masters del Universo. Existen cesiones, opciones de compra, compañías que se tragan unas a otras. Decisiones que impactan dos años más tarde. Compras de futuros. Adquisiciones que a primeras no parecen tener sentido, desviaciones tácticas. El objetivo tenía nombres y apellidos. Había una dirección postal. Había una casa con piscina y cancha de tenis. Seguridad privada, líneas de teléfono seguras. Descodificadores. El objetivo tenía nombre y apellidos. Existía una geografía que atender. Iba a hacer falta desplazarse. No iba a ser un trabajo cerrado, una operación con comienzo claro, desarrollo, nudo, desenlace. No iba a ser posible marcar fechas concretas. Iba a existir un ángulo de subjetividad, dificultad a la hora de leer resultados. Iba a hacer falta desplazar a gente durante uno, dos, tres meses. Cuatro como mucho. Iba a depender de la destreza operativa y de las decisiones personales que tomara el objetivo cuando existiese contacto.
“¿De momento?” pregunta Sixto terminándose el expreso y escuchando con apatía sobre todo por la diferencia negativa de edad que tenía con Franz.
“Una posibilidad habría sido no llamarte ni contarte nada. Utilizar otros caminos”
“Haberme dejado seguir con el piloto de drones y los chavales de Arkansas”
“Por ejemplo”
La operación no iba a ser facturada. El ingreso, invisible. De momento no quería contarle más. De momento solo quería plantar la semilla. La pre-semilla. Desvelar que una operación mayor estaba al caer y que potencialmente generaría implicaciones personales, días de acción de gracias fuera de casa, navidades en stand-by, Super Bowl en soledad desde un motel en un lugar remoto de Maryland, en Iowa, en Massachusets, pizza y sushi por encargo.
“De momento quiero que mastiques la posibilidad”
“A mis sesenta años de edad”
“A tus sesenta años de edad” corrobora Franz levántandose del sillón sin decir ni sí ni no, caminando hacía su sillón orejero dando por terminada la entrevista.
Sixto se levanta y se va a la diana. Coge los tres dardos y se coloca en la raya de lanzamiento. Dos veinte dobles y un trece sencillo.

“Noventa y tres”