Monday 2 June 2014

Ella que lleva una trenca Burberry

El restaurante está en la Calle Cádiz. Paso por la puerta de un pub irlandés y luego por la puerta de un bar donde varios camareros preparan mesas para las cenas que están por llegar. Una mujer en sus cuarenta y tantos acaba de entrar y se sienta en la barra. Lleva una trenca Burberry debajo de la cual asoman medias negras y zapatos de tacón azul marino. Uno de los camareros que está preparando las mesas le ha dicho que ahora mismo la atiende. Desde donde estoy solo le veo el perfil. Se ha sentado al taburete como se sientan las madres de Audi Q4 y colegio bilingüe de los niños. Su pelo fue rubio natural cuando tuvo ocho o nueve años. Ahora el recogido de peluquería cara está cubierto por mechas doradas.

Paco me ha mandado otro mensaje para avisar de que volvía a cambiar el restaurante. Calle Cádiz. Mesón no sé qué. Yo con todo lo que soy me he prometido no volver a llamar a Ana ni a contarle sobre la cena y la posible excursión posterior. Me pregunto si Paco y los de la funeraria, llegado el momento y para deshacerse de las mujeres, tendrán que excusarse para hablar de cierto negocio del que necesitan privacidad máxima. Algo que ver con un muerto potencial. Un amigo al que se le ha recomendado Crímenes Ortega y que mira tú por donde está interesadísimo y con el que se ha quedado a las 2 am en un bar de la Calle Ruiseñores donde les espera a solas, sin mujeres. Más tarde me entero que cerca de la Calle Ruiseñores hay un bar de putas que se llama el Caballo Blanco, The White Horse.

Yo que llevo las manos en los bolsillos desde donde sujeto el móvil, me he quedado parado enfrente del bar mirando a esa mujer de piernas macizas, de gimnasio/spa, de músculos esculpidos con la ayuda de un entrenador personal, desarrollo de bíceps lunes y miércoles, espalda y pierna los martes, zumos naturales después de cada sesión, orgánicos. Entre tanto fitness es necesario introducir tandas de yoga, pilates, masaje deportivo. Yo que me he comprado unas botas similares a las que tenía y un jersey azul marino setenta por cien algodón. Yo que sin saber muy bien por qué me he metido al bar donde la mujer se bebe un Martini y pregunta al chico que le ha servido si puede fumar sentada donde está, prácticamente fuera del bar.

Son horas donde la poca gente que pasa por la calle lo hace generalmente porque se ha olvidado algo y es necesario salir corriendo antes de cenar. Los bares se preparan para el inicio del fin de semana, el sonido de las campanas extractoras invade el espacio sonoro vacío de voces que digan mire usted lo bien que viene tener tranvía en la ciudad y la falta que hacía y Juan Carlos que ha entrado en la academia militar por méritos propios y lo bien que le sientan a mi marido las camisas blancas, slim fit.

Ella ha sacado un iPhone5 y mira su página de Facebook mientras empalma el Martini con el cigarro. Está mirando fotos de una fiesta. Una mujer rubia que tal vez sea ella y que sale del brazo de un señor con traje. Le digo al camarero que si fuera tan amable le agradecería mucho que no me sacara ni patatas fritas ni olivas ni cacahuetes con la cerveza. La mujer levanta la mirada del móvil y me sonríe microscópicamente. Luego me mira de arriba abajo y deja el móvil y se termina el Martini y paga y se marcha sin esperar las vueltas y me deja allí clavado en aquel bar que está como a medias de algo, a medias de ser un bar, incompleto porque no es todavía la hora de la cena y los camareros no hacen de camareros sino de montadores y es necesario poner dos tenedores a la izquierda y dos cuchillos a la derecha y que alguien haga el favor de bajar a las cámaras y subir más bebida. En las cocinas se pelan patatas y se dejan salsas a punto para así luego no tener más que cocer los macarrones.

Salgo a la calle y en vez de encaminarme al restaurante giro a la izquierda y desemboco en el Paseo Independencia. Me asomo y dos señoras mayores esperan el tranvía, ajenas al día de la semana que es. Las tiendas cierran a ambos lados de la avenida. Por los soportales hasta los mendigos empiezan a retirarse. El centro de la ciudad empieza un intermedio parecido al de los teatros. Se baja el telón de la Plaza España y hace falta retirar a los mendigos, cerrar las tiendas, bajar persianas, remodelar ambientes, construir el nuevo decorado que hará de escenario para la noche del viernes. Un VW Golf 2.0 TDi pasa por delante con el conductor sentado como si estuviera en el sofá de su casa y no a los mandos de un automóvil que vino de la mano de un plan de financiación. Miro el móvil y no hay mensajes. A estas horas Ana estará a punto de dar comienzo su cita con Quino. Mujer sola, treinta y tantos. Buen sentido del humor, atractiva, alta y delgada (como su madre), busca hombre con inquietudes, que le guste la lectura, viajar, el cine. La edad importa lo mismo que el físico. Absténganse perdedores y hombres con poca visión de futuro. Absténganse hombres que no sepan leer entre líneas. Si el nombre empieza por las letras C, O, M o P, absténganse también. Si se llama usted Ricardo lo mismo es necesario que también se abstenga. Ana y sus demandas tan clínicas y tan precisas. Ana y el vértigo que da esa forma con la que se da la vuelta dejando la espalda al descubierto, las faldas que siempre le llegan a la altura del menisco, la manera de cruzarse de brazos, indecisa, indagando en las intenciones del que tiene delante. Ana que estará cenando con ese tal Quino y lo mismo en el restaurante suena (vía Sonos System) The Peter Malick Group featuring Norah Jones, campeona del mundo de ojos negros.

Crímenes Ortega, me susurro a mí mismo justo cuando pasa un Opel Zafira lleno de una familia que parece en busca de una dirección a decir por la manera con la que todos componentes del vehículo alargan sus cuellos y miran en todas direcciones con porte inquisidor. Crímenes Ortega y a propósito de Paco y los de la funeraria y la Francisquilla a la que me muero por conocer.

Yo que deambulo por esta ciudad que no es la mía. Los viernes por la noche se es más forastero que entre semana. Pandillas de amigos que han quedado a tomar un vino y un aperitivo y una raya de coca pre-cena, te lo hacen saber. Los que hay y están de turismo van siempre en pareja y generalmente se cogen de la mano y ella le llama a él cari.