Sunday 17 July 2011

STUTTGART AIRPORT

Mujeres que compraban bolsos y accesorios como si fueran cápsulas y antídotos contra la inseguridad. El rumor aplatanado del resurgir inconsciente del revuelo humano, la sopa de costumbres como el brazo alzado o el movimiento giratorio del pomo de la puerta. Se intentaba vivir sin la necesidad de acostumbrarse a la vida misma. Para entender el porqué de la alarma y el trabajo y luego el fútbol y el jardín y para entender los 15 días en Acapulco y sobre todo para entender el porqué del gorrito azul del niño y la colección de sellos, era necesario entender primero el significado de la palabra estructura. Estructura como fleje, como andamio. Estructura como depósito o plataforma donde colocar todas aquellas cosas que pesaran más de 5 kilos como por ejemplo; el dolor que a uno le viene en el pecho así muy de repente o las quejas de la vecina del tercero B. El andamio o estructura no da sentido a la vida, simplemente la soporta. El soporte estructural de Antonio donde los miércoles a las nueve se mira el mismo programa de variedades mientras come pipas sin sal. Las estructuras humanas al igual que los garajes se terminan llenando de objetos inservibles. El individuo padece una fe ciega a la hora de calificar la utilidad de las cosas. El término utilidad suena a rancio, a pescadilla quemada, a deseo de luto. Antonio que vivía en Kendal Sud decíase que sobrecargó su estructura a base de intentos fallidos con mujeres varias. Uno pensaría que la calidad física, la cualidad estética de la mujer en sí tendría que ser directamente proporcional al peso depositado en la estructura. No es así. Entre otras cosas porque Antonio no se enamoraba jamás de las mujeres más bellas sabedor de que ante semejantes adversarios jugaba siempre en inferioridad numérica. Antonio, al igual que todo hijo de vecino, elegía personalmente de quien se enamoraba. El hecho de que la decisión fuera tomada en milésimas de segundo en cualquier bar, parque o tienda de ropa, no era argumento válido contra el hecho de que uno elegía en su pleno derecho. Por mucho que la decisión hubiera sido muy poco sopesada o contrastada, la decisión seguía residiendo en las manos del elector, léase Antonio. Hay que ver cómo le dolían aquellas mujeres, sobre todo a la altura de las costillas.

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