Friday 7 October 2011

EL GRITO PÉLVICO(del vecino)

Entiéndase el grito pélvico como antecedente de todo lo que vino después. El grito pélvico como antecedente penal que transcurre durante las fiestas de la patrona del santo sepulcro y de todas las almas que vagan en pena. El grito pélvico como desplante ante eso que llaman “el porvenir”, como mezcla de hilo de cobre y pájaro en mano. Hacía falta un adalid para abrir puertas de exilio mental, desabastecerse de brújulas y cronógrafos, producir conglomerados de hombres que llevasen bigote cuando por aquellos tiempos, Saturno, todavía devoraba a sus hijos. Se trata de comer con moderación, de no quitarse el delantal antes de lo debido, de pelar las naranjas del atardecer como si fueran piernas de mujer con cáscara. Ir al cine los domingos es una opción tan invalida como el que marchita en la cola de un banco, el ajedrez del diálogo, la síntesis del desperdicio. El cine de la Calle Semprún, los olivares que plantaron en lo que en su día fue un manto de sangre de la guerra civil, los simbolismos de aspiradora, el reciclaje como opción también inválida, como si acaso las palabras se pudieran reciclar, como si fuera posible desalinizar los insultos, arrojar a una fosa común todos los codos apoyados en reposabrazos de cualquier butaca de cualquier salón, ponerle raza, color de pelo y apellidos a la saliva de Silvia. En agosto se desayunaba con aspirina efervescente y sándwich vegetal. El sonido de la huerta perduraba en el sudor de tantas nucas con tantas camisas blancas, recién planchadas, los cuellos rellenos de almidón, el incienso del Corpus Cristi… El grito del zapato contra la baldosa se escuchaba a lo largo y ancho de la nave central. Después de misa uno se entregaba a la banderilla y al vino dulce que despedía el asidero desde donde se agarraba el miedo de los hombres. Sobrevivir nunca se consideró un arte en la parte vieja de la Calle Dueñas, si acaso una obligación con fecha de caducidad. Sobrevivir dentro del bar sin nombre donde las bolsas de patatas fritas, intactas, miraban el anís consumido dentro del color rojo de los ojos del cliente que devoraba la tertulia repetida, la palabra y la oración que salía en serie de la boca del borracho, laminada, catalogada, numerada, fruto de una cadena de producción ensamblada a base de futbolistas y toreros de otros tiempos. Se sobrevive sin que ello suponga un lujo o un adelanto al tiempo de cada uno, se sobrevive con disimulo y con plato de garbanzos con arroz. Se sobrevive como se puede sobre todo al grito pélvico, a la falta de unidad, a la poca necesidad de que las cosas sigan un compromiso, a que las estructuras se basen en manos invisibles, a la conducta en torno a una llave maestra. Se sobrevive, sobre todo, a la poca necesidad de engañar que producen los números pares

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