Saturday 8 October 2011

CORDON BLEU

Me pregunto si este ruido o pérdida me viene de emplear demasiado tiempo en buscar por lugares equivocados. Planear la batalla con Érica, desenrollar la alfombra roja donde los dos ejércitos, el suyo y el mío, masculino y femenino, cabalgarán en pos de una victoria común, en pos de una conquista recíproca. Luego, después del sexo, después del cuarto día, o del decimoquinto, el estómago se llena de bártulos hasta no dejar hueco para el hambre. No hace frío ni calor, no hay conjura. Si uno no deja hueco para el hambre, el estómago se asfixia. Me pregunto por las causas que me llevaron a besar el sobaco recién depilado de Érica, a chupar de sus cicatrices, a vaciarle los ojos como pezones. Soy presa y cazador. Me siento en el restaurante que tanto me gusta, en la calle g, con las mesas en la acera, los manteles amarillos sobre el tapete blanco, las sillas metálicas pintadas de negro. Pido un cordon bleu y una botella de Robert Mondavi no tanto por las proteínas y vitaminas del alimento ni por las tonalidades y el cuerpo del vino sino por llenar con algo el sitio que queda libre dentro de eso que es mi vida al lado de Érica. A veces la elección reside más en el color de los manteles y en la estructura metálica de las sillas negras que en la necesidad de sentarme a comer. El rebozado me gusta quemado en los bordes, frito con menos aceite del necesario. Saco una pierna por fuera de la mesa, sentado siempre en dirección sureste como si fuese inevitable, como si realmente tuviese importancia. Los camareros saben que no me gusta hablar. No les digo nada, ni siquiera las gracias. Les respondo con una mueca sonriente, estímulo respuesta cada vez que dejan el plato sobre la mesa. Junto a los cubiertos deposito el móvil como si también fuese necesario. Rara vez recibo llamadas, tampoco de Érica, pero lo posiciono en la mesa como si fuera a vida o muerte, como si llevase oxígeno cargado, como si fuese un bastón sin el que uno no pudiese sentarse a comer, un cable que sujeta la estructura de mi nombre y apellido. Me como la carne mirando al vacío, interpretando pensamientos fugaces, recogiendo migajas de ideas o recuerdos, imágenes voraces, asociaciones de falta de ánimo. Después de la segunda copa de Mondavi todo cambia, todo frena, el acontecimiento desacelera, las consecuencias llegan a medias, la descomposición se entorpece, se tropieza consigo mismo, nada mejora ni empeora, la anestesia no embellece nada, lo distorsiona, lo encharca de niebla sin que ello sepa mejor ni peor. Érica es más bella ahora que antes de la conquista. Hay cierto color marfil en sus mejillas, cierta caoba en sus rizos, ciertos tonos rojizos dentro del rojo de su pelo. Sus ojos azules turquesa, la forma que emplea al beber agua justo antes de acostarse, el dramatismo de la necesidad de hidratarse porque lo aconsejan las revistas de belleza que pretende no leer. El deseo es el motor y puente que conduce a la batalla, que hace de la batalla un lugar accesible. El amor y el desamor, la pasión y el envenenamiento, tienen que ver con el aparato digestivo, son directamente proporcionales a la falta o no falta de alimento. Cualquier persona leída podría acercarse a esta mesa, interrumpirme justo ahora que estoy a punto de comerme el sexto bocado de cordon bleu con ensalada avinagrada y patatas fritas, y mandarme a la mierda. El ego, el deseo, la irrelevancia de la estupidez y la nula importancia de un arrogante como el ser que habito. Váyase a la mierda, borrico burgués, adulto con pañales, bebé que se pone camisas de cuadros, tejanos, americana y botas de montaña. Solo me falta la corbata, sonrío con la boca llena

No comments: