Saturday 8 October 2011

EL CULO A DOS PALMOS DEL SUELO

Sentado en la silla de mimbre y madera pintada, la puerta falsa abierta, tratando de coincidir de cuando en cuando con la mirada extraviada del perro de caza que late en la sombra que dejan los recovecos. Sin tener mujer alguna esperando, sin escuchar el latido de la olla hirviendo, en esa especie de composición que era el pueblo en verano, el pueblo de cal blanca y maceteros colgados a modo de canastas, las puertas con número y con toldo de tela, sentado allí como si formase parte de un todo indivisible, habitando de cuerpo presente en la piel de aquellos instantes que cosían la eternidad, fabricando atardeceres prefabricados, esculpiendo cortes de respiración. Dolores era de caderas generosas y pecho hambriento, con destello de estrella fugaz y pan con tomate, mujer de quien madruga dios le ayuda y de manos alargadas. Sentado en la silla de mimbre se sentía inferior a aquella atmosfera de mota de polvo. Los rayos del sol hacían ruido al caer en la plaza mayor. El fresco estancado en las bodegas ahuyentaba cualquier atisbo de premonición, cualquier gramo de esperanza, cualquier oasis y visado de salida. En la radio una voz agujereada cantaba un brazo de copla, un segmento de transición, cante por bulerías, un amago de vida. Sentado en la silla de mimbre, las piernas abiertas de par en par, el culo a dos palmos del suelo, mirando de reojo la persiana de madera verde donde entre las rendijas so colaban intentos de eyaculación, allí donde el vientre de Dolores se pegaba a las sabanas de hilo, con los lavados por hacer, con los pendientes de la abuela y el flan de sobre. El sonido avispado del tractor marca Ebro se hace paso a trancas y barrancas como el tiempo dentro del enganche, como Marcelo y Covián, como Paco, como aquella especie de insurrección involuntaria que acaecía cada vez que el reloj de la plaza sangraba las cinco de la tarde, los peldaños del minotauro, la gran canallada. Sentado en la silla de mimbre y sin palillo y sin lluvia fina apareciendo por ningún recodo de cielo, desierto de nubes, sin tocarse los dedos y sin ahuyentar lagartijas, trataba sin éxito de experimentar el tiempo, allí sentado entre tanto silencio, entre tanto sol y piedra y ceño arrugado, entre culos y delantales sentados en bancas de madera de pino astillada, entre sacos de nitrato y huellas de procesión, sentado entre tanta puta y tanto dolor

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