Thursday 10 November 2011

COMPRABA SALCHICHAS Y OLVIDABA LUEGO PAGAR EL IMPORTE

Y se convierte en décima parte de cuarto trastero, en caricia pactada de antemano que ronda por los suburbios de la estancia flaca y agridulce que es su cara y su rostro, el somnífero que tomaba la tía Juliana cada vez que venían los del gas, cada vez que el sonido de las carretas zumbaba a través del altavoz, los lunes de domingo y los milagros de cartón. Al fondo de la ventana se dibujaban caderas de colinas y montañas y un poco más allá los lobos aullaban en sonido digital. Transgrediendo ideologías de serrín apelmazado, los cantares del resurgir vestido de pies a cabeza, las barandillas de la mente, la carrocería del corazón pintada de recuerdos que dejaban oxido en los bordes del mordisco. Gitana mía no me cuentes los días, no me cuestes la vida ni vayas vendiendo mi espalda y mis anginas como si de piezas de recambio se trataran. Hojaldre de mus y vino rancio, huevos fermentados en corrales de cal viva, pelarzos de bacalao y muda de domingo. El rugir de las agallas cabalgando encima de un mar hecho de escaleras de mármol y trapecio de circo. Ella que tanto se negaba a subastar sus necesidades, sus recodos de frío y lluvia, donde la mano ajena encajaba en el rompecabezas. Se escuchaban ritmos livianos y zarzuelas, se tomaban pastas de te hechas con mantequilla y azúcar. Los sembraos se cargaban de memorias y hazañas, de arruga de dedo pulgar y barbilla de clavos. Magdalena y el señor Saavedra que tan dispuestos se les había visto siempre, la mano a la espalda, el abrecartas afilado, la poca eficacia que generaba tanta responsabilidad. La tristeza del estampado de flores en la falda de la señora, las migas con chorizo, la estructura de olvido y la negación de libertad. Se renuncia a la elección como brújula y tesoro intrínseco

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