Friday 11 November 2011

PATINETE

De donde uno escupía demonios incontestables. En mitad de las falanges surgían borrascas consentidas, métrica de milibares y sintaxis podrida. Las viejas se sentaban a la banca de madera verde donde los unos y los otros discutían sobre lluvia y tiempo, sobre medición cronológica, el charco como segmento temporal, como paréntesis de acacia terminada, solfa profunda y camino de ciprés. Mosqueteros reales conjugaban versos impares y bromas de mal gusto cada vez que el uranio y el mercurio y los gatos salvajes coincidían en las neuronas de Braulio. Santos y santerías se mezclaban en los bolsillos de gente que andaba despistada. Hay quien sacaba corchos de botellas imaginarias y quien se desplazaba a lo largo y ancho de inmensos salones en vetustos palacios. La corneta era sinónimo de extinción y pasaporte, de sandía rajada con pepitas y esternón. Se proyectaban cubicajes en papel secante. Se decía lo que alguien había dicho el otro día en aquella taberna, del camino polvoriento, de la nula necesidad de asfalto. Se estaba mejor desde que el molino hacía menos ruido, desde que las hojas caducas languidecían sin complejo aparente, sin meada de perro y llanto crónico. Las trancas y barrancas del espíritu dormido, los tentempiés que se tomaba el señorito cada vez que la madrugaba acechaba, cada vez que el contrabando de falda corta y escote de punta, cada vez que la tos y la propaganda de ballenas. Hacía tiempo que no llovía como llovía antes. Ahora que se escuchaba el tintineo que hacía el horno cada vez que el asado finalizaba. La mano de Felipe Calderón desenroscaba la tapa del frasco donde antes había habido mermelada de fresa y hoy almendras tostadas. Le gustaba mantener la epidermis de la almendra en la boca, permitir la sequedad de garganta recién conquistada. El sonido de los secadores de pelo acompasaba con el olor a tinte y a señora mayor. Se percibía disgusto recién encontrado y monedero bien apretado entre manos y arrugas, entre crema hidratante y erosión de bulto. Los jóvenes idealistas fumaban porros en cuartos sin fondo, en hojas afiladas donde carne cruda y labio inferior. Las grietas de un barco petrolero y Artemio Cruz, la invasión Celta y la manera con la que ciertos presidentes levantaban la voz. Suministros portátiles habían sido requeridos tras la nula motivación proveniente del exterior. Los señores Santos y Gómez de Arpa se habían quejado de las inmensas goteras construidas a propósito de la última inundación. Lágrimas de cocodrilo, había dicho la chica del segundo b. Lágrimas de cocodrilo y perfume de alcanfor. Sentadas en la parada del autobús número 42 había quien leía y quien reía, quien entorpecía la rotación terrestre con palabras dichas a destiempo

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