Tuesday 4 December 2012

EL ABRAZO DEL CANTÁBRICO

Donde dos personas intentan abrazarse al Cantábrico como si éste fuera sólo un mar y no una danza de buitres. Un tipo que se llama Jacinto (de nacimiento), que nunca ha ganado la lotería y que comparte piso con un ecuatoriano de apellido Quiñones y también con la ex novia de ambos. Es por culpa de la ex novia de ambos, precisamente, por la que Jacinto y el señor Quiñones deciden que ya no pueden más con el día a día, que ya no encuentran placeres ni en las pequeñas ni en las grandes cosas que ofrece la vida, y es por ello que abrazarse al Cantábrico les parece la opción menos mala. La ex novia de ambos, que también es ex novia de otros muchos, trata de disuadirlos a base de tartas de manzana, paseos por el parque, permisión de toqueteo de tetas y desnudos semi integrales. Ella necesita de ellos para calentarse el estómago y para sentirse guapa. El señor Quiñones, antes de abrazarse al Cantábrico, recuerda a su ex mujer, a sus hijos, los años en Babahoyo, el perfume de aquella tierra, los amigos y todas las cosas buenas. No recuerda la traición ni la humillación a la que fue sometido. Tampoco recuerda el accidente ni la navaja ni la manera con la que su ex mujer se desangró entre sus brazos. Lo que en cambio sí recuerda es el puesto que ocupaba de notario en la calle General Eloy Alfaro. Jacinto por su parte, no recuerda gran cosa. A punto de abrazarse al Cantábrico se deja manosear por el frío y el salitre. Se deja menospreciar por el sonido de las olas, por las calles de espuma, por las gargantas afónicas. La ex novia de ambos se da por vencida y los deja abrazarse al Cantábrico. Se pasea por el cuarto, fuma más de lo que come, se mordisquea las uñas, se baja al bar de abajo donde se deja querer negociando con su cuerpo como si fuera contrabando

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