Saturday 13 May 2017

¿A cuánta altura estamos?

Música Reggae, nevera con Perrier, San Pellegrino y cerveza sin alcohol. Naranjas frescas, racimos de uva, melón cortado, bowl de palomitas. Una diana con tres dardos, un telescopio, un sillón orejero viejo y raído detrás de la mesa de despacho. Franz Goller quien tenía un enorme parecido físico con el entrenador de fútbol de la Universidad de Alabama, Crimson Tide. 
Cuando Sixto entra al despacho de Franz se le ofrece un expreso que le es servido casi sin que le dé tiempo a aceptar o denegar. 80% arábica. A Franz solo le gusta el olor. Junto a la cristalera por la cual se caía el horizonte había un tresillo y una butaca y una mesa camilla con lámpara a modo de cuarto de estar. En vez de televisor o chimenea, los sillones apuntan a la pared de cristal por la cual solo se ve cielo y contaminación. Más allá de la arboleda estaba el río que recorría siete estados. El departamento de Global Accounts dispone de servicio de catering. Franz llama por teléfono y pide que le traigan el ravioli con bogavante. Zumo de tomate y panecillo.
“Es difícil de explicar” le dice.
El tresillo es bajo y hondo. Cuesta encontrar una postura cómoda. Sixo cruza las piernas. Franz habla desde detrás. Ha abierto un botellín de Perrier. Se quita el chicle de la boca y lo tira a la basura. Era difícil de explicar. No le podía revelar el cliente. No era un cliente-cliente. Un asociado. Un amigo de un amigo. Ni siquiera eso. Una llamada desde el otro lado del país, un pre-fijo inusual. Una llamada a deshoras. Había que hacerlo sí o sí. El pedido era inusual, la acción difícil de clasificar. Algo indefinido. Instrucciones vagas. Había algo de fondo, una intención identificable. Pero el proceso, el sistema, la aplicación… iba a hacer falta tirar de imaginación, tal vez hablar con estrategia y pedirles un informe. El trabajo no iba a ser facturado como los demás. El objetivo no era nadie del congreso, esto era otra cosa, nivel corporativo.
Operaciones bursátiles de alto calado. Lo que Chomski llamaba los Masters del Universo. Existían cesiones, opciones de compra, compañías que se tragaban unas a otras. Decisiones que impactarían dos años más tarde. Compras de futuros. Adquisiciones que a primeras no tenían sentido, desviaciones tácticas. El objetivo tenía nombre y apellidos. Había una dirección postal. Había una casa con piscina y cancha de tenis. Seguridad privada, líneas de teléfono seguras. Descodificadores. El objetivo tenía nombre y apellidos. Existía una geografía que atender. Iba a hacer falta desplazarse. No iba a ser un trabajo cerrado, una operación con comienzo claro, desarrollo, nudo, desenlace. No iba a ser posible marcar fechas concretas. Iba a existir un ángulo de subjetividad, dificultad a la hora de leer resultados. Iba a hacer falta desplazar a gente durante uno, dos, tres meses. Cuatro como mucho.
“¿De momento?” pregunta Sixto terminándose el expreso y escuchando con apatía sobre todo por la diferencia negativa de edad que tenía con Franz.
“Una posibilidad habría sido no llamarte ni contarte nada. Utilizar otros caminos”
“Haberme dejado seguir con el piloto de drones y los chavales de Arkansas”
“Rick Mannieski”
“Y las guerras”
“Las guerras” repite Sixto con la mirada perdida. “Tanzania. Hay una guerra nueva en Tanzania”
“Tanzania. La Garganta de Olduvai. La cuna de la humanidad” dice Franz localizando Tanzania en el globo.
La operación no iba a ser facturada. El ingreso, invisible. De momento no quería contarle más. De momento solo quería plantar la semilla. La pre-semilla. Desvelar que una operación mayor estaba al caer y que potencialmente generaría implicaciones personales, días de acción de gracias fuera de casa, navidades en stand-by, Super Bowl en soledad desde un motel en un lugar remoto de Maryland, en Iowa, en Massachusets, pizza y sushi por encargo.
“De momento quiero que mastiques la posibilidad”
“A mis sesenta años de edad”
“A tus sesenta años de edad” corrobora Franz levantándose del sillón sin decir ni sí ni no.
Sixto se va a la diana. Coge los tres dardos y se coloca en la raya de lanzamiento. Dos veinte dobles y un trece sencillo.
“Noventa y tres”
Encima de una estantería posa una vieja tetera con cubierta de ganchillo multicolor. Franz se acerca a la diana y retira los dardos.
“¿Qué haces esta noche?”
“Una tal Harriet”
Sixto arquea las cejas sintiéndose brevemente celoso, recordando otros tiempos. Luego sonríe afianzándose en la seguridad y el balance de una relación duradera. Se afinca en substantivos como robustez, cimientos, paz. Una tal Harriet.
“¿Qué porcentaje te han dado?”
“Sesenta y cinco”
“No está mal” admite Sixto esperando a que Franz lance.
“Aparentemente tenemos buen grado de incompatibilidades. A ella no le gusta lo suficiente la carne roja y a mí me ven con tendencia a abandonar ciertos proyectos que requieren pensar en uno mismo a largo plazo”
“La carne roja”
“Costillas, brisquet, rib-eye”
“¿Qué proyectos?”
“Lo de las incompatibilidades ya no lo miran como antes. Los gustos o disgustos se combinan de distintas esferas. El hecho de que a ella no le guste la carne roja lo ven como algo positivo siempre que a mí me guste… yo qué sé, los cruceros, por ejemplo. Ellos, bueno ellos no, que no hay nadie, la máquina, es una máquina, como todo, un hardware y un software, un aparato al que no le han puesto nombre, algo que simboliza la agencia”
“Un aparato conectado a un servidor. Alguien encima por si acaso, un mozo de mantenimiento”
“Una máquina localizada en alguna de las oficinas que hay en el ala oeste, donde el centro de tecnología”
“Una máquina en una oficina con vistas al río”
“Importa datos, historiales de uso, música, restaurantes, por qué calles circulaba uno cuando llevaba coche”
“La hoja de servicio”
“La hoja de ruta”
Franz lanza los dardos. Triple 20, 18 sencillo y doble 4. 66.
“66” dice cogiendo los dardos y pasándoselos a un Sixto que no tiene ganas de seguir jugando pero que lo mismo se va a la línea de puntos porque en ese momento para que siga el diálogo hace falta que los dardos vuelen por el aire de la oficina de Global Accounts.
“¿Qué dardos son estos?”
“Dardos de wolframio. El metal más escaso de la corteza terrestre”
“Wolframio”
“Harrows Dimplex. Ciento y pico por dardo”
La comida está a punto de llegar. Ravioli de bogavante. Franz ha insistido que también coma algo. Sixto le ha dicho sobre la pizza que todavía tiene en la oficina. Franz ha llamado a alguien para que se la suban y así comen juntos. Siguen tirando dardos. Sixto escucha un sonido precario, no sabe de donde viene. Por la trampilla del aclimatador entra aire suave y fresco. Las hojas de una planta extraña se mueven. La planta queda entre dos sillones, junto al ventanal que hace de pared externa. Sixto quiere saber la procedencia del sonido. No es el aire, es otra cosa. Como si hubiesen cascabeles colgados que suenan cuando el viento los mueve.
“Harriet”
“65% de posibilidades”
“Según la máquina”
“El algoritmo”
“No sé quien le enseña a la máquina pero se supone que Harriet y yo somos compatibles debido a ciertas incompatibilidades. Hoy en día lo dividen todo en categorías, segmentos. Las preguntas no tienen nada que ver con el color favorito de cada uno”
“Hobbies”
“Lugar de residencia, lugar de veraneo, playa o montaña, ya me entiendes”
Suena el teléfono. Franz tenía un dardo en la mano. Un dardo de wolframio. Era el tercero de su ronda de tres. El primero había caído en el 5 y el segundo en triple 20. 65 y un tercer dardo de wolframio cuando el teléfono interrumpe. Medita lanzarlo o atender la llamada. Lanza el dardo y se va sin contar los puntos. La conversación dura poco. La otra persona es la que habla. Franz contesta monosílabos. Tal vez un código para informar de falta de privacidad. Franz cuelga y anuncia que son fuerzas gubernamentales. ¿Se acuerda Sixto de aquello que hicieron en Idaho, lo de la presa que no llegó a construirse?
“Idaho” dice Sixto tratando de recordar. “Idaho”
Una presa que no fue construida. Unos documentos, unos derechos, un lobby que se apoyó en su momento. Una investigación llevada a cabo por la agencia. Unos resultados. Unos dosieres que permanecen enterrados en la -20, en las cajas fuertes del banco con más cajas fuertes de la zona occidental del país. Un banco con cajas fuertes en las profundidades del complejo. Cuanto más se pagaba más enterrada quedaba la caja. La seguridad era proporcional a la planta. Cajas fuertes en la -20, en la -21, la -22. ¿Qué tenían en la -30? ¿Y en la -40? ¿Llegaba tan abajo como la -40? ¿Cuál era la planta más baja de todas? Había quien insinuaba que el complejo era como un iceberg, tenía más de subterráneo que de superficie. Los bancos eran los únicos con acceso a las plantas más profundas.
“Una investigación sobre un proceso, creo que se siguió a un agente federal y a un arquitecto. Ya sabes. La cosa duró más de un mes. Finalmente se recabó la información deseada. Se redactaron actas y se pusieron a resguardo. Hasta ahora nadie ha cobrado un duro”
“Futuros”
“Lo mismo que comprar el aluminio del mes que viene, sí”
“Y ahora llama el gobierno”
“Si llaman por algo será”
“Debe haber comprador”
“Tal vez”
“¿Y ahora?”
“Ahora hace falta llevar a cabo otra investigación. Averiguar las razones del interés gubernamental. Dar con la tecla y buscar competencia”
“¿Competencia dónde?”
“¿Dónde? Qué sé yo. Aquí mismo, en el complejo. En Chicago, en Nueva York, en Mexico Distrito Federal. En Japón. ¿Dónde? Qué sé yo”
Llaman a la puerta. Una chica que tal vez no llegue a los veinte y que casi no nos mira entra con el ravioli de bogavante y con la pizza que se había dejado Sixto en su oficina. La pizza ha sido emplatada y acompañada por una ensalada de aguacate que nadie había pedido. La chica es japonesa. Tiene las orejas de soplillo. Por eso no deja de ser hermosa.
Ambos comen sin necesidad de sentarse. Posan cerca de la diana, cerca de los dardos. Durante un rato no habla nadie, se desvía la vista con cada mordisco. Sixto mira por la ventana y piensa en ropa tendida al sol. ¿Cuándo fue la última vez? En el complejo nadie tiende ropa, no hay tendederos cuando se vive en un rascacielos de ocho brazos, en edificio cefalópodo, tanto sol y viento seco para nada.
“Un 65% de Harriet es mucho %. Tengo una foto por algún lado”
“¿Dónde la vas a llevar?”
“Es la agencia la que decide eso. La máquina”
“Basado en los gustos”
“Basado en el historial de cada uno, en las costumbres, en las canciones que uno prefiere, las que escucha por primera vez y desecha a los cinco o diez segundos. Dicen que la máquina aprende más de lo que desechamos, del tiempo que tardamos en dejar de escuchar una canción o cambiar de canal”
“La des-elección”
“¿Con qué compara la máquina? ¿Qué es el éxito?”
“Vete a saber” dice Franz metiéndose a la boca el último bocado y dejando el plato en un aparador. Se echa un trago de agua, se limpia los morros con la servilleta, aparca todo y se sienta detrás de la mesa tumbando el respaldo. “Supongo que en Harriet ven una posibilidad de felicidad. Se habrán basado en una pareja, un matrimonio, veinte o treinta años felizmente casados, alguien en Missouri, una casa en suburbia, calles iguales, ningún bar, ningún restaurante”
“Polígonos de ocio” rellena Sixto.
“Parkings inmensos. Zona A, B, C, D… la -1, la -2… cines, peluquerías, boleras, sillones en medio de los pasillos, masajes de quince minutos por veinte dólares”
“Música brasileña por los altavoces, música de fondo, algo que amortigüe tanta oferta”
“Habrá una pareja que viva por ahí, una pareja feliz, un hombre que será muy similar a mí y una mujer muy similar a Harriet. La máquina habrá dado con la tecla, habrá estudiado los pasos que esta pareja siguió y nos ofrecerá algo parecido”
“Un guión”
“No hace falta elegir restaurante, la máquina diseña la cita por ti”
“¿Dónde es la cita?”
“Todavía no lo sé. Nos lo dicen dos horas antes, poca antelación, para que no nos hagamos ideas y así sea todo más natural”
Sixto piensa en la cena que le espera. Norma habrá elegido cocinar. No habrá primer plato ni segundo. Fuentes en el medio, comida para compartir. La idea es no levantar barreras. Que la gente se pase platos de unos a otros crea unión, hay contacto. Las tapas como abrazo, como darse la mano. La conversación fluirá como la comida. El mano a mano, tenedor a tenedor, boca a boca. Mantelería de hilo, música electrónica. 
El teléfono vuelve a sonar. Esta vez Franz no dice ni una palabra. Ni hola ni adiós. La conversación, o el mensaje, dura algo más de un minuto. Sixto no quiere preguntar. Se acerca al ventanal y contempla el infinito. ¿A cuánta altura estaban? Franz cuelga y tampoco dice nada. El diálogo se quiebra. Sixto quiere marcharse. Sin saber por qué le pregunta por su mujer, su ex-mujer. La cita le lleva a pensar en su ex-mujer. Sixto tuvo el placer de conocerla. ¿Hace cuánto de la separación? ¿Seguía en Europa?
“Vive en un castillo. Literalmente. Un castillo reconvertido en mansión con distintos apartamentos. Todo lujo. Su marido trabaja para una aseguradora. No lo conozco. No he hablado nunca con él. Le he visto la cara en fotos, de pasada. Algo que colgó ella en internet. Una foto a pie del castillo”
Sixto dibuja el castillo en su mente. Piensa en Luis II de Baviera. Viajar a Mannheim, Nuremberg, Heidelberg. Ir a Baviera a ver el castillo de Neuschwanstein. La responsabilidad de vivir en un castillo, el peso que debe llevar vivir en un sitio así.
“¿Peso por qué?”
“Por ser feliz”
Ahora es Franz quien se queda pensativo, posiblemente comparando a Harriet con su ex-mujer. Harriet está por estrenar, Harriet que según la máquina le viene hecha a medida. Sixto quiere preguntar por la llamada pero no sabe cómo. Espera que Franz le cuente. Desconoce cuánto hay que no le cuentan. Tiene una posición elevada en la empresa y sin embargo existe mucho secretismo. Franz le ha dicho que hay mucho que ni él mismo sabe. La póliza reside en compartimentar la información. La naturaleza de la empresa implica que cierto tipo de información resulte tóxica. Hay cosas que llevan veneno. ¿Quién había llamado?
“¿Cuándo sabré de la nueva misión? ¿Cuánta gente hará falta?”
“De momento solo tú”
“¿Solo yo? ¿Y quién dirigirá el cotarro mientras tanto?”
“De momento necesitaremos que hagas una pre-evaluación. Es una patata caliente. Hay mucho dinero detrás. No en billetes contantes y sonantes ni en transferencias sino en moneda de cambio”
“Poder fáctico”
“Eso mismo”
“¿Quién se ocupará del equipo mientras tanto?”
“Son ya mayorcitos para cuidarse ellos solos”
“¿Cuándo sabrás algo?”
“Espero que pronto”
Sixto sigue de pie junto a la pared de cristal que da al precipicio. El despacho de Franz Goller estaba en la planta 67. Sixto calcula la altura que habrá por planta. Tres metros, tres metros y medio contando el espacio que va desde el techo de una planta con el suelo de la siguiente, el lugar donde van los cables, las luces, los conductos de la calefacción y el aire acondicionado, el armazón, lo que no se ve.
“¿A cuánta altura estaremos?”

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