Besabas por asociación de ideas. Algo que te recordaba otro algo y de ahí a
las manos al cuello, el minúsculo roce de tus uñas en la piel, la boca, la
lengua, el candor.
Nacíamos en el claro de un bosque, con piel castaña, con ceniza, con madera
de boj.
El sonido del río golpea tres veces, el agua se vuelve repetitiva, aquí
donde apenas hay montañas, donde todo se esfuma.
En el pueblo se adivina el carrusel, la noche festiva, el contraste del
toldo con las paredes de cal.
Al otro lado del pozo hay una línea fronteriza, lejos de los ojos de tu
madre, donde el aire nunca agrieta la roca por no tener cabida, donde la luz no
se puede exprimir.
El hombre ha comido con buen provecho, después la canción del café
concierto, el desmadre vespertino, las gotas de sudor resbalando.
Tú vienes un poco como remolino, escuchada tantas veces. Tú vienes con tu
cuerpo saqueado, sin billetes, sin ningún tipo de dulzor.
Provienes de la experimentación, caminas sin causa primaria, mujer sin
origen, sin árbol genealógico, sin razón social.
Una trompeta de las de juguete sacude la tarde, el sol pegado al cemento,
el niño en la calle, las rodillas manchadas, la charanga que ameniza.
Las abuelas se sientan en patios donde patatas por pelar, donde la corteza
del melón convive con el geranio y el agua se pone a hervir.
Te pones la prenda que no te regalé, el brazalete que te dieron tus padres.
Hay un casino si se coge la carretera, me dices. Un casino en lo alto de la
colina.
Las alpargatas del hombre de toda la vida abundan en un mar de colillas de
tabaco negro y cabezas de gamba y servilleta de bar.
El reloj Larios marca las horas de la noche, la carne encalla, el ojo sangra, el billete es manoseado, se escuha la voz del dueño del bar.
Supones que mañana habrá una cigüeña en la torre, una procesión a la que
asistir, intuyes que una cosecha, una tarea, un delantal.
Por el camino del monte solo hay lomas calvas, nada que experimentar, el
campo visto en televisor de blanco y negro, en UHF, naturaleza binaria.
Donde una vez hubo una guerra, donde a nadie le dio por levantar un
castillo con sus almenas y su torre del homenaje.
Donde ya no queda nada por conquistar, donde la embestida del macho se
queda en nada, donde el arrastre campa a sus anchas.
Tú que ni te declaras culpable ni a favor ni en contra. Tú que te has
puesto los mejores pendientes que tienes. Tú que no pides permiso por nada.
Ni siquiera desde lo más alto del campanario se atisba la historia. Todo es
plano por muy arriba que se ponga uno. No hay curvatura en tus palabras.
Me coges de la mano y nada es esférico, nada queda probado. Me arañas la
espalda sin hipótesis. Me muerdes los labios sin escuadra ni cartabón.
Hoy te has puesto los pendientes que te dio tu madre, los que heredó de tu
abuela, joyas que han visto tres guerras, que brillan incluso en el
enfrentamiento.
Vámonos de aquí, me has dicho alguna vez. Larguémonos. Desertemos. Debe
haber algún mar en alguna parte, alguna playa de arena transportada.
Pero yo no tengo caballo. No tengo rocín flaco ni galgo corredor. A mí ni
siquiera mi padre me ordenó caballero. No pertenezco a ninguna playa.
Ni contigo ni sin ti, creo te oí decir. Y te fuiste. Y te volviste a ir. Y
no sé si hubo barcos hechos con madera de boj. No sé si hubo principio de algo.
No sé si existe una estela dibujada en algún mar, no sé si hay algún sitio
por donde tú debiste pasar.
Yo intento renacer en otro claro de bosque. Intento en vano fabricar algo
distinto. Golondrinas en vez de cigüeñas. Un molino, otro café concierto.
Vestido con la mejor ropa que tengo, ya dispuesto, cojo la carretera y me
voy más allá del pueblo hasta llegar a las rampas vertiginosas que encaro.
Hay un casino en lo alto, me dijiste. Un sitio donde una ruleta, donde un
cubalibre, un cigarro, una espera que habitar, un mientras se pare la bola.
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