Saturday 23 July 2022

Descuartice ese violín por favor

                 Serían las 5 de la tarde cuando cogí la gabardina y salí de la sede de Salchichas de Pollo Inc. Bajé las escaleras y salí del portal con papeles bajo el brazo. Al girar por Martín de Paredes un señor descuartizaba un violín.

Un tipo toca el violín como si el planeta tierra estuviera fuera de contexto. Yo estoy parado, la plaza se difumina, dios pone el foco en ese tipo y todo lo demás queda desenfocado. Se aglutina el tiempo justo ahí, en esa esquina. Los minutos y los segundos se atascan en un cuello de botella. No existe nada más que esté pasando en Madrid capital. Escucho la música y miro hacia arriba intentando contar en vano los actos que nos preceden. Una niñez con abuelos, una primera comunión, un aula escolar con pupitres, un primer beso, una muerte de pueblo. Ciento y pico años. Doscientos y pico años. Un paisaje del este, un pabellón b, un distrito 22, los jardines colgantes de Babilonia, piscinas infinitas en hoteles verticales, el Filipinas Bank. Bajo la vista y el tipo descuartiza el violín como si fuera parte del acto. Hay más gente que se ha parado a mirar. Un tal Romero que trabaja de camarero en un bar cercano. Alguien come patatas fritas de una bolsa y sigo sin dar con la tecla de la composición. Mis leves conocimientos de música son suficientes para saber que el violín está siendo usado para descomponer algo que en su día fue compuesto en Viena o en Salzburgo. Para poder doblar las notas como las dobla ha tenido antes que aprender a la perfección la composición inicial, ha tenido que estudiarla de arriba abajo, entenderla, comprender las causas de dicha composición, el contexto, el año de la creación. El porqué de doblar las notas, forzarlas, estirarlas hasta que se salgan del pentagrama, cortarlas por abajo, ponerles una peluca verde, desinflarlas, es algo imposible de explicar. Él tampoco lo sabe. Se revuelve con el violín como si fuera un perro rabioso que se le ha tirado al cuello y lucha por quitárselo de encima. Yo miro para arriba y luego para abajo y a continuación le pregunto a Romero que dónde coño estamos. Sus ojos andan un pelín desorbitados. El acto concluye con el violín en el suelo hecho astillas. Ya no hay nadie más excepto el tipo y yo. Desconozco si lo he soñado. Su rostro muestra la misma descomposición física que ha sufrido el instrumento. Parece reventado, como si un exorcismo hubiera tenido lugar. Tan cansado está que me veo en la obligación de ofrecerle el hombro como apoyo y acompañarlo al bar más cercano donde pedirle un café con porras. No hay porras a esa hora de la tarde, menos en el mes de agosto.

Responde al nombre de Gerónimo y viste ropa de marca. Sin el violín y sin el éxtasis parece otra persona. Cuando vuelve en sí me pregunta que dónde estamos, que quién soy yo, que si he visto un violín que llevaba consigo hace un rato. Cuando el camarero trae los cafés dice qué mierda es esta.

Al contarle lo sucedido parece recordar vagamente. Luego se pregunta a sí mismo qué será de las astillas del violín en la calle, adónde irán a parar. Lleva un pin en la americana de lino con un símbolo extraño. Gradualmente va prescribiendo su locura, se va convirtiendo en una persona normal, el increíble Hulk desaparece paulatinamente. Se disculpa con el camarero, cambia su pose en la silla, se atreve a sonreírme y dice tener hambre. Todavía no se interesa por mí y mira la hora como la mira cualquier ser humano que tiene cosas que hacer. Tras el café pide dos copas de coñac, yo desecho la mía con la mano y se toma las dos. Del bolsillo saca un fardo de billetes, se acerca a la barra, paga y se detiene en la puerta, antes de salir, haciéndome el gesto de venga que nos vamos.

Soy Gerónimo, me dice en la calle, agente de bolsa. Vente conmigo, tengo que pasar por casa, luego nos vamos a dar una vuelta.

Seguro que en las terrazas o en los parques las chicas hablan y más que decir cosas son pepitas de sandía lo que escupen, que se hacen pasar por palabras. Cohabitan muchos oye-tía, se planifican futuros a corto plazo que incluyen actuaciones de Grant Jones y ballets clásicos y destinos a los que llegar. Hablan de la vida como si fuera un folleto de una agencia de viajes y donde es preciso un vestido de Mango y una pulsera de plata pero oh cada vez que una de ellas se echa el pelo hacia atrás y sacude la cabeza y ya todo se convierte en verso del poeta más imitado. 

Madrid se descentraliza cada vez que alguien habla por el móvil y pasan los Uber y allá en la Glorieta de Velázquez un grupo de palomas despistadas quiebran el aire sabiendo perfectamente adonde ir. Jesús qué calor hace en esta puta ciudad. Busquemos la sombra y caminemos todos hacia allí, siguiendo la estrella polar, que hay mucho que hacer, como por ejemplo comprar cerezas en el Mercado de la Cebada, bolsa de tela, todo tan kilómetro 0. La Sole y la Manuela se han equivocado de planta y es tomillo lo que intercambian a cambio de no impartir males de ojos. Cómo de vacía está la Gran Vía a esas horas. Cómo despide a sus rayos el gran sol que se sienta en su trono, encima de la ciudad, tan cerca que parece las patas se han resquebrajado y se nos va a caer encima, el culo se le ve desde aquí. Hay un sitio donde ponen unos martinis de la hostia. Mira la Antonia y el Javierico. Pero si a mí no me conoce nadie, le digo al tal Gerónimo. Luego me cuentas de Salchichas de Pollo, me dice. Necesitarás una banda sonora. Vamos un momento a mi casa que está aquí al lado, que me tengo que curar las manos, que se me ha metido el violín dentro.

“¿Y las astillas?”

“Déjalas que se las llevarán los de la municipal”

Es un tipo intrínseco que viene sin las medidas de seguridad necesarias para llevar una vida plena y llegar a algún lado. Madrid a estas horas es una emboscada detrás de otra, en cada calle, detrás de cada esquina, sale un vacío que golpea como si fuera una corriente de viento que andaba agazapada esperando ese arriba las manos esto es un atraco.

Del bar a la casa de Gerónimo hubo poca transición. No me dio tiempo a conocerle. Hubo un instante en el que descuartizaba un violín, otro en el que lo tuve enfrente en el bar quitándose el uniforme de Hulk y otro en el que subíamos por unas escaleras desechas por el tiempo. Desembocamos en un ático por el que resultaba necesario agacharse para circular por él.

“Jesus Fucking Christ” dice quitándose la chaqueta. “Este es el décimo violín que destrozo. Por eso vivo en este antro. Me lo gasto todo en violines”

Una vez sentados y con un vaso de agua con gas en la mano me percaté de que no tenía ni idea cuanto tiempo había pasado desde que salí de casa. Se sentó frente a mí y era otra persona. Sacó un portátil y estuvo mirando cosas sin apenas decir palabra. Luego lo cerró y quiso saber dónde vivía. A punto estaba de contestar cuando alguien llamó a la puerta. Era la vecina que necesitaba un cargador, los escuché hablar desde la entrada. Su voz me sonaba. La dejó esperando y entró a por el cargador. La puerta se abrió del todo y pude ver un cabello pelirrojo. Ella también me vio.

“El señor de la Coca Cola Zero”

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