Monday 9 January 2012

CARTAS AL LECTOR

Querido lector J Danubio:

Creemos que no estaría de más que tanto usted como su señora esposa, se dejarán de tanta mentira y tanta parafernalia, y se dijeran a la cara lo muy poco que se quieren. A día de hoy, no hay más que verle la facha a uno; La desgana paulatina con la que se sube usted al autobús 35 cada vez que la oficina lo socorre de ese tun tun que unos llaman “el día a día” y que en Salchichas de Pollo llamamos “la vida corriente”. Ni usted ni su señora esposa son dignos del espacio sentimental que se les ofreció. No olvidamos ni podremos olvidar nunca que hubo firmas de precontratos, hubo contratos, facturas pro-forma y hubo incluso la afiliación a la agrupación vecinal de rigor y al club deportivo donde tantas veces su mujer pasó las tardes tirando al plato.

No es que no se quieran, eso lo entendemos. Ni tampoco es lo otro, aquello del paso del tiempo, la despolarización de las cenizas de la pasión, la pérdida de fuelle, no. No es eso como tampoco es la falta de inventiva, las tardes de sesión de cine en la Calle Cervantes con la posterior chocolatada, la copa de champán, el pacharán, el paseo por la Gran Vía, juntos de la mano por la calle tal y la calle cual, no, no es eso. Es sobre todo lo otro. El desajuste de cuentas, los navajazos que los dos habéis estado dándole a la memoria de una historia de amor, el esperpento cada vez que compartís mesa, cada vez que el uno le pide al otro que parta el pan, que le acerque el salero, que le de una de esas pastillas para el sarampión. Es sobre todo el intento de nadar contracorriente, la frívola y parda subestimación al dolor, al garabato en el mantel, la rotura de ligamentos en el corazón.

Querido lector J Danubio: Lamentamos que después de tanto tiempo todavía le sobre la vergüenza torera a la hora de pedir perdón, de admitir la derrota, cuando a los perros ya no les quedan garrapatas que rascarse

Querido lector J Danubio: Pídase usted una tónica Schweppes, ande, amanse a las fieras de una manera u otra, dedique las tardes a dejar pasar el atardecer, desproporcione la compra de pescado fresco, enróquese en su voz de sumisión, en las camisas de cuadros que a usted tanto le gusta vestir, en el sofrito de tomate crónico, en los fines de semana sin Dios. Oblíguese a desobligarse de tanto frio en los huesos

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