Sunday 29 January 2012

CLAROSCURO Y BARRABÁS

Me soplaba en el pescuezo, yo con el pelo recién cortado a maquinilla, me pasaba la yema de sus dedos y la sonrisa se me amortajaba, me salía moho, los dientes se me volvían pan duro. El trabajo y los días que aquí transcurren como si fuera aliento en bolsa de papel, llave y enfermedad. Bruno cronometraba el ciclo que tardaba la lavadora secadora, los pijamas a rayas recién tendidos, el arte en sus huesos. Por aquellos días en aquella parte del edificio, en los tres primeros pisos, se disertaban los atardeceres con sardinas en lata y vino tinto y dolor de muelas. Ella que me roza con sus labios y las tarantas y los tanguitos se trasladan a vivir al campo. Ella que tantas veces apuesta al rojo, par, con leche y sin mano izquierda. Ella que de cuando en cuando estaba hecha de barro seco. La nuez por la que se me arrastra la saliva cuando a las once de la noche suena el teléfono en el piso de abajo, en el mueble donde no hay teléfono, donde René y Max siguen con esa manía de no conocerse, con chaquetas de lana verde y trajes de alpaca, enrabietados con el sonido que produce cada gota cuando se suicida desde lo más alto del grifo oxidado. Antoine y Desiré ponían discos de Clarinda Jones y de los Sweet Tenants, y era sobre todo en la tercera canción del segundo disco, cuando el solo de saxofón irrumpía después del ninguneo de piano, cuando la melodía frenaba en seco, era entonces que Antoine le hacía escribir a Desiré en un papel cuadriculado, la descripción sentimental que le producía la irrupción de aquel saxofón, exactamente a las cuatro de la tarde de cada martes y jueves. El experimento duraría tres meses y medio. La finalidad era encontrar la cura contra el dolor que suponía esa especie de muerte que siempre sucedía después del mediodía, cuando los garbanzos pesaban en el estómago y cuando se seguía sin noticias de Mari Ángeles y el bebé y aquella pila de facturas sin pagar. Habría que encomendarse a Mallarme, había sugerido René, un poco más de este lado de las cosas, sin echar nada de menos, sin hacer mención de la posguerra ni de la balística ni de los recuerdos que le traía el sonido de la brisa atlántica

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