Monday 2 July 2012

La Agonía del Coronel / Mudanzas Sinfín

Carla y esa manera que tenía de parapetarse detrás del hombre que quería, esa manera con la que pedía perdón casi sin querer, con la boca pequeña. Cuando se disgustaba estornudaba prolíficamente. Babas y mocos salpicaban en la sopa y era entonces que Antonio, que no era tonto, le preguntaba sobre el disgusto. Las deudas de juego y la manía de olvidarse a menudo la puerta del corral abierta habían contribuido de igual manera en la ruina financiera. Bienes terrenales tenían bien pocos. A veces le tenían que pedir prestado el caballo a la familia Uriarte porque de lo contrario no había manera de arar la tierra. Al señorito le gustaban las vedettes y en menor medida el chupito de anís. Él se levantaba temprano, con la fresca. Se arremangaba sobre la pila y se miraba en el espejo sin conocerse del todo. Se habría jurado tener otra vida, estar en otro sitio. Habría jurado verse en el asiento trasero de un automóvil sin capota, conduciendo por una carretera de palmeras washingtonias, bebiendo café de filtro, aparcando en mediodías redondos, bajo un cielo cerebral. Ella no quería ser puta, le dijo.

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