Friday 27 July 2012

LAS VEGAS

El “Aria” contaba con 4004 habitaciones de las cuales 568 eran suites. Dentro del apartado suites, había divisiones; Suites de un dormitorio, de dos dormitorios, Pent-house Suites y Sky Villas. Todas las suites se agrupaban bajo el nombre de Sky Suites. Suites del cielo. Estaban situadas en la parte más alta de las torres que formaban el complejo. A las Sky Suites se accedía a través de un lobby distinto del general y contaban con ascensores privados. A la entrada de dicho lobby se ofrecían cócteles y refrescos gratuitos. El hotel, en su totalidad, formaba 370.000 m2 de superficie de uso. Todas las habitaciones estaban dotadas de pantallas táctiles interactivas con las que operar dispositivos eléctricos y electrónicos.

Arianna estaba viendo “Grease” tumbada al revés en el colchón Sealy de 12 capas de espuma-confort, incluyendo una capa de látex y otra de visco elástico. El colchón era el modelo Sealy Posturepedic y en otros tiempos se había vendido como una experiencia más del hotel. El grosor del mismo era de 41.91 centímetros. El colchón era el mismo para todas las habitaciones, suites y no suites. Arianna estaba tumbada viendo “Grease” en un Sealy de una habitación estándar del piso 27 de una torre de vidrio y metal que contaba con 61 pisos de altura.

Decía que se había visto la película muchas veces, se la sabía de memoria, había polos opuestos y significados escondidos. No era sólo lo que parecía ser, o lo que quería parecer. Si uno se fijaba bien en el gesto de Kenickie justo antes de subirse al coche en la escena de la carrera, justo antes del golpe en la cabeza, y conjugar luego la relación entre caras, gestos y expresiones. Lo mismo que la canción del columpio, o cuando Sandy se quedaba sola en el canal para cantar justo entonces, no antes, “Look at me I’m Sandra Dee” en versión reprise.

Le dijo que si quería cacahuetes era mejor bajar a la tienda del paseo y comprarlos allí pero que no se le ocurriera sacarlos del mini bar. Se acercaba a la pared de la habitación que era toda de cristal y que daba a la fachada del hotel de enfrente, el Cosmopolitan. Se acercaba al cristal y miraba abajo porque había comentado lo de los cacahuetes. Apoyaba el comentario de irse afuera a comprarlos con la aproximación física a ese afuera, allá abajo, aunque desde aquella vista no se pudiera ver la calle donde estaba la tienda.

Pero sobre todo había una escena, al comienzo de la película, cuando estaban haciendo una fiesta con hogueras y donde presentaban al equipo de football, cuando Danny y Sandy se rencontraban y tras una primera escena emotiva luego todo cambiaba porque Danny se daba cuenta de que sus amigos estaban allí y en ese instituto era otra persona, otro Danny, un tipo duro y sin escrúpulos. Arianna le contaba como Danny estaba anteponiendo la felicidad de estos a la felicidad de su novia, quien a la postre era la mujer que más quería en el mundo. La opción de cambiar de gesto cuando se daba cuenta de que sus amigos estaban detrás, justo después de haberse rencontrado con Sandy y las primeras sonrisas decapitadoras, el encontronazo emocional, el no me puedo creer que seas tú y que estés aquí, precisamente aquí, en este preciso punto de entre los 9.826.675 km2 que tiene este bendito país, y a punto estaban de abrazarse cuando Danny se gira y ve a sus amigos desconcertados por tanta ilusión y tanto pijotismo y es entonces que Danny cambia radicalmente. Cambia de gesto. Se vuelve pasota. De 0 a borde en 1.5 segundos. Sandy no entiende el cambio. Le pregunta si le ocurre algo y le dice que no entiende la diferencia. Le pregunta por el paradero del Danny Zuko que conoció en la playa y que nada tenía que ver con el imbécil que tiene delante en ese momento. Los amigos de Danny disfrutan entonces aliviados porque se re-encuentran con el Danny habitual. El hombre del tupe de vuelta de todo. Sandy queda destrozada y se marcha con un berrinche. Las Pink ladies hacen lo propio. Rizzo es la única que no se cree la escena y sonríe antes de marcharse. Los chicos se van al coche. Antes de darse la vuelta Danny sufre contundentemente por su propia bondad, por su generosidad, por haber antepuesto la felicidad de sus amigos antes que la suya propia. Arianna, medio tumbada medio sentada en el colchón Sealy de 12 capas de espuma-confort, ante la atenta mirada de Martin, le explicaba que aquello era un ejemplo de altruismo y filantropía que pasaba inadvertido ante los ojos del caminante-espectador pasivo.

Para poder sacar cacahuetes del mueble bar hacía falta usar la tableta interactiva. Se iba a la sección de snacks y aperitivos, se pulsaba sobre la compra de cacahuetes, y un dispositivo dentro del mueble bar liberaba el paquete de cacahuetes. El precio se cobraba en créditos.

Danny Zuko no hacía daño a Sandy Olsen por gusto. Lo hacía porque era una bellísima persona, la madre Teresadecalcuta pero con chupa de cuero. El dolor que infringía en Sandy era proporcional al amor que sentía por ella

Martin dijo que por el precio de los cacahuetes que se comía casi a diario, lo mismo se mudaban a una Sky Suite. Lo mismo vendían otra vacuna. Eso era lo que ella quería. Vender otra vacuna y mudarse a una suite. Subir en ascensor privado y recibir daiquiris de fresa batida cada vez que entrasen y saliesen del lobby. Y luego que le dolía en la ética la chuleta de ternera que se comían de cuando en cuando en el Café Vettro. Lo que dolería una habitación en el piso 50, con dos dormitorios, de 80 metros cuadrados con vistas al desierto donde más allá del cañón, cerca de la presa Hoover, se agolpaban cientos de gente sin nada que llevarse a la boca.

Martin estaba nervioso por una posible llegada de Carla. Lo había comentado de refilón. Una ex novia, o novia que tuvo, o que había tenido, y con la cual no había hablado desde que fue raptado de aquella manera. No estaba nervioso en sí por el encuentro ni por verla ni por saber lo que diría, el trato que le daría, el acercamiento físico. Tampoco estaba nervioso porque la una y la otra se conocieran. Los nervios venían de las explicaciones y los nombres que haría falta dar. Hasta entonces no había hecho falta ponerle nombre ni apellidos a lo que sucedía en aquella habitación estándar del piso 27. De momento no había hecho falta hacer papeles, declarar nada. No habían tenido “la conversación”. Habían vivido del presente con lo prestado por las vacunas. El tiempo que les había comprado las vacunas y que se había traducido en paseos por la gran avenida, en tratados de normalidad, en procesos de negación de lo que realmente pasaba más allá del paraíso artificial en el que se alojaban, donde tantas gargantas y tantas manos pedían auxilio. A veces se encontraban bien, no les pasaba nada. Pero otras veces se daban asco el uno al otro de saber del hambre y la situación mundial y sin embargo ellos, sentados a la mesa del Fix en el Bellagio, sujetando Bobby Baldwin Burgers, bebiendo diet coke y Budweiser en botella, dando mordiscos sin mirarse el uno al otro, por la vergüenza ajena, sentados casi de refilón, sin ponerse en frente del otro hasta que no pasara el postre, la tarta de queso New York Style y el helado de yogurt, las palabras y las frases flotantes, sin peso, el comentario sobre el camarero al que antes habían visto en otro hotel, en el Mandala Bay o en el Treasure Island, ya no se acordaban, y de ahí la conversación pasaba al sistema rotativo que tendrían los hoteles con el personal, lo muy perseguidos que estarían aquellos puestos de trabajo no ya por el dinero sino por la seguridad de vivir entre las mismas paredes que los poderosos. A veces, sobre todo ella, se había preguntado por las vías de introducción de todo aquel alimento. De dónde venía la comida. De dónde la Budweiser. Si tan mal estaba todo… Esto último, sin saberlo, lo decía para echarle mercromina a la conciencia.

Carla en teoría acudía por trabajo. Con Carla nunca llegaron a poner punto y final a lo que sucedió a medio camino entre Indianápolis y Chicago. Nunca firmaron el acta de defunción de aquellos abrazos y aquellos gestos y aquellas caricias que se habían dado a las orillas del pelo, sobre los laterales de la frente, cuando el agua había hervido y había hecho falta echar los macarrones y poner el tomate a freír.

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