Tuesday 12 February 2013

CRIMENES ORTEGA

Subject: Crímenes Ortega

Hay quien dice que cuando Josefina Torres marcó por vez primera el número de teléfono de Crímenes Ortega con su BlackBerry Bold 9900, en realidad no necesitaba matar a nadie.

Corre el kilometro 175 de la autopista vasco-aragonesa AP-68, una vez se pasa la estación de servicio de Logroño, cuando a mano derecha, siempre y cuando se venga de Zaragoza, se levantan dos vallas publicitarias que escupen sus letras volcadas contra el asfalto. Un cartel anuncia rebajas en Supermercados Makro y el otro, Crímenes Ortega, sin más. Crímenes Ortega sin promociones ni precios especiales ni slogan que se preste.

Josefina Torres pasa con su nuevo Ford Kuga blanco camino de Bilbao y ve los carteles y se interesa por Crímenes Ortega. En el estéreo suena el Cigala cantando la de Cuba Linda. Los brazos estirados hacia el volante, las manos aferradas boca abajo, el esmalte rosa de las uñas falsas, contrastando. Josefina está gorda y lo sabe. Bailotea con los hombros al ritmo del piano de Bebo.

Josefina está gorda y lo sabe y sin embargo cuando ve el cartel de Crímenes Ortega algo pasa por su cabeza, algo tan relevante como para tener que frenar, desacelerar el paso. No le viene ninguno por detrás, por lo menos de momento, y Josefina frena lo que puede. Reduce la marcha y busca algo para apuntar el número de teléfono que aparece en el cartel. Como sabe que no le va a dar tiempo trata entonces de memorizarlo pero pasa de largo sin conseguirlo.

Josefina se sale en la siguiente salida de la autopista, en la 10, a la altura de Cenicero. El nombre del pueblo le hace pensar en tabaco y con la punta de las uñas atenaza la boquilla de un Marlboro Light que escasos segundos después humea manchado de carmín, asomado a sus labios. Para entonces la ventanilla ha descendido dos dedos. Se sale de la autopista no sin antes pagar el peaje. Antes de reanudar la marcha busca papel y boli. Se lo deja preparado y arranca retrocediendo en la marcha. Coge la nacional 232 camino de Fuenmayor a la altura del cual se podrá reincorporar a la autopista por la cual pasar otra vez delante del cartel. En Fuenmayor le da por parar y entrar a la farmacia de la que sale con una bolsa diminuta que luego mete en el bolso.

Ya dentro del coche se quita las enormes pero ajustadas gafas de sol y de su cara deja asomar un ojo morado que no ve nadie. Josefina está gorda, muy gorda, pero de cara es preciosa. Tiene 48 años recién cumplidos y siempre lleva algo de oro blanco encima.

Se mete en el carril lento y no pasa de los 60 cuando vuelve a desfilar por delante del cartel. Ha puesto los intermitentes de peligro, por si acaso, fingiendo avería.

El logo de Crímenes Ortega es CO2 (el 2 en pequeñito), como la fórmula química del anhídrido carbónico. Nadie sabe si esto se debe al hecho de que hagan uso del citado gas en su (casi siempre) impecable trabajo, o simplemente porque quienes dirigen el negocio son dos: Paco Ortega y su flamante nueva esposa.

En el cartel Josefina lee: Crímenes Ortega (CO2). Tel. 647.221.122 Email: co2@co2.es No aparece dirección postal. Cartel en negro sobre blanco y un dibujito que Josefina no alcanza a distinguir.

A Paco Ortega en esta vida se le podrán reprochar muchas cosas (cada día está más flaco), no saber llevar bien un negocio no es una de ellas. Él es poquita cosa, flaco, consumido, bajito y con un bigotillo fino y amarillo del humo negro del tabaco. Paco Ortega, orígenes colombianos pero más español y más hijo puta que la madre que lo parió, lleva Crímenes Ortega con el temple con el que se llevan las cosas finas y agudas, como se agarran los cristales rotos.

Crímenes Ortega es una PYME con todos papeles en regla y que declara a Hacienda hasta el último céntimo. Según Paco, el 90% del trabajo es administrativo, papeleo, yo no es lo que era. Ahora sacan más tajada con los extras, eso sí, pero la cosa ya no es lo que era, dice si se le pregunta. Seguridad y riesgos en el trabajo, higiene, regulaciones… Antes el cliente elegía si deshacerse del cadáver por cuenta propia, eso abarataba las cosas, ahora ya no, ahora se tiene que subcontratar, tampoco la misma empresa que mata lo puede hacer, estipulación de ley, control preventivo, cruce de intereses. Ahora un cliente tiene que contratar a una empresa que mate al cabrito y a otra para que se deshaga del bulto. Las dos empresas no pueden tener nexos que las unan. Papeleo, sobre todo papeleo y esperar a que fulano de tal o cual dé luz verde desde Madrid para que el asesinato se pueda llevar adelante y uno haga caja con que pagar la hipoteca.

Paco Ortega se casó no hace mucho con una niñata veintitantos años menor, de nombre Francisquilla, alta y verdulera, hecha de carne y fibra, y que ya se hace mandar en el negocio lo mismo que Paco. El matrimonio Ortega no usa coche. Tienen una furgoneta convertida en minibús que pertenecía a un primo de Paco que se tuvo que volver a Colombia. Antes de zarpar les dejó el minibús y luego Paco y su mujer se acostumbraron al bicho y así sin darse cuenta fueron dejando de lado el coche. Van siempre en el minibús que excepto por los asientos de delante, el del conductor y acompañante, va siempre vacío. Por no llevar no llevan ni trastos.

Josefina Torres vive donde ha vivido siempre la gente de bien de Bilbao, un tercero de la Calle Elcano. Tiene un tresillo estampado de rosas amarillas junto al ventanal que da al paseo por donde pasan los coches y llueve y la gente vive el bofeteo del tiempo, el aquí y el ahora. No bebe Pacharán porque le recuerda a cierto hombre del que no quiere acordarse. Son las seis y media de la tarde y lleva los pantalones del pijama puestos y fuma en perpendicular a la ventana sujetando lo que parece una copa de anís, algo con lo que pasar el mal trago que le producen ciertas horas del día.

Cuando Josefina llamó al 647.221.122, lo primero que preguntó fue: "Esto no es Crímenes Ortega, ¿verdad?". A lo que Paco Ortega respondió: "No me toques los cojones, Josefina".

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