Monday 25 February 2013

AMBROSIO EL CHINO (III)

Me ha pasado más de una vez. El otro día fue en una tienda. Fui a por las madejas aquellas que me encargaste para la comida esa que nunca fue. Me mandaste a la carnicería que hay pasada la pulpería y yo entré allí y debían ser las diez y media, me puse a la cola, habría cinco o seis viejas delante. El carnicero tenía una ayudante que no estaba presente delante del mostrador. La chica esta entraba y salía con paquetes. El carnicero le daba tajos de carne, ella los preparaba como fuera y luego los devolvía envueltos en papel. A ella casi no se le veía la cara porque entraba y salía por una esquina del mostrador, pegada a la pared, y la mayor parte del tiempo las pasaba agachada o de espaldas a nosotros. Las viejas que tenía delante no me dejaban verla bien. Pero aquella manera de entrar y salir, aquel resoplar, aquella forma de llevar la respiración… me pareció ella, ella que ha venido desde España para perseguirme. Se me cortó la leche del café que me había bebido al levantarme. Me tuve que salir de allí mareado. De más está decir que no compré las madejas.

Escucha, huevón, me dice Jacinto moviendo unos papeles de la mesa como si tuviera prisa y estuviera esperando a alguien. Escucha huevón, este Ambrosio, lo que te estoy contando, es un hombre buscado, esto es confidencial. Lo que me contó aquel día creo que tuvo que ver con el efecto de las pastillas. Aquellas cosas que me contó de Martina, me dio su nombre verdadero, Julieta Morales, eso es información privilegiada, si quisiera podría ir a la policía y largar a cambio de plata. Pero yo no soy así. Nosotros no somos así. Y además, bastante tiene con lo que tiene. Si lo hubieras visto al final de la noche, cuando yo ya me había recuperado a la perfección de la borrachera matinal y había vuelto a echar luz y me había tomado media pastilla que me había hecho sentir de puta madre, si lo hubieses escuchado entonces… me llevó a un bar en el que yo no había estado jamás. Un sitio guapo al que no me importaría volver a acudir. Es una especie de bar clandestino donde solo se sirve vino y/o ponche y que está situado en una azotea de un edificio viejo en una boca calle de 5 de Abril, cerca del estadio, y bueno, esto no era un bar ni qué demonios, esto era el piso de un tipo con ingenio y necesidad a partes iguales que tenía alquilada la azotea y servía copas cuando hacía bueno y tenía un tocadiscos en el que ponía temas de los Beach Boys y de los Yardbirds y de Harry Nilsson, casi nada. Se estaba que daba gusto. Había puesto unas sillas de plástico que sabe dios de donde habría robado. Y mesas de madera, bueno, tablones con caballetes, y allí estábamos unas quince o veinte personas, cada uno a lo suyo, cuando Ambrosio seguía con lo de Martina. Me pedía más pastillas. Cada hora y media o así me pedía pastillas. Yo le iba dando de media en media, nada más, porque pagar tampoco me pagaba nada. Me pagaba con la historia que hasta ahora no había contado a nadie.

El disco que Jacinto había puesto antes de Salvador Tarrés y que había parado antes de volver a sentarse, por arte de magia o por lo que fuera, volvió a sonar sin que nadie apretase ningún botón. Fue como si el tocadiscos despertara de una siesta. La canción se llamaba la Estepa y era una canción que yo me sabía de memoria de las muchas veces que le había oído a Jacinto ponerla. Hablaba del amor de una madre por dos hijos que fueron a combatir en una guerra en la que militaban en bandos contrarios. Un drama de canción.

Estábamos en el bar aquel sentados en unas sillas de plástico. Como no alcanzaba bebíamos un vino peleón de los que dejan marca en el vaso. Creo que tenía un par de vinos y ponche. Pedimos el vino más barato. Como el tipo no pagaba licencias ni nada salía más barato que en un bar común. Cuando hace frío no pero en verano el sitio es perfecto. No tenía nombre ni letrero como bar clandestino que era.

Jacinto hablaba ensimismado, metido en su papel, desviando la vista hacia el lugar ese donde se desenfoca la mirada cuando uno se olvida de todo.

Ambrosio me contó que con Martina muy pronto se desarrolló una relación especial. Empezaron a contactar, se sentían a gusto el uno con el otro, cuando hacían los ensayos para el robo, en el almacén aquel de Huechuraba, si Johnny el Tano pedía que se dividiesen en parejas, Ambrosio siempre se emparejaba con Martina. Se cogieron afecto el uno al otro. Ella empezó a abrirse un poco y fue que le contó sobre su hija que se llamaba Magdalena (le enseñó una foto que llevaba en la cartera), y de su marido Pablo quien era ingeniero aunque no oficiaba de ingeniero por una lesión cerebral que había sufrido hacía cosa de seis meses y que lo había dejado medio tonto, en casa y sin cobrar un céntimo. De ahí que estuviese ella donde estaba, a las puertas de una vida mejor, a escasos días de un botín que los alejara de Santiago y la podredumbre que les tocaba vivir en el barrio donde vivían. Cuando Ambrosio le pregunto por dicho barrio ella contestó que no podía decirle ya que Johnny había dado instrucciones de que cuanto menos supiera el uno del otro, en general, de los cuatro que formaban la banda, cinco contando a Johnny, pues eso, que cuanto menos supiesen de ellos mejor por si acaso luego los trincaba la policía.

El Chino se encaprichó de aquella chica y cuando luego se iba a casa después de los ensayos se echaba en el catre de la pieza que compartía con un primo lejano y se quedaba allí con los ojos abiertos, mirando al techo, pensando no solo en Martina, en Julieta Morales, sino sobre todo pensando en el marido ingeniero con la lesión cerebral, al que imaginaba muy guapo antes del accidente, ahora estancado en una silla, con un manto sobre las piernas y la cara de medio lado, la baba goteando…

Al Chino le daba mucha pena pero sobre todo por ella, porque la necesidad la había empujado a aquella banda de ladrones, y sabía dios de donde la habían sacado, cómo había hecho para saber que había una banda que buscaba a gente para robar el robo del siglo, 95 millones de pesos del Banco de Crédito e Inversiones en el Paseo Huérfanos. Ambrosio se quedaba pensativo y trataba de imaginar el cómo del asunto, cómo hacía una mujer como aquella, linda sobre todo de cintura para arriba, para terminar haciendo un trabajo tan específico. Le habría sucedido lo mismo que le sucedió a él. Primero es la necesidad y luego algún sitió común, y algún amigo común, y el jefe que analiza los pros y los contras de escoger a uno u otro pero que finalmente terminó contratándolos a ambos, a Martina y a él, lo mismo que a Julio y a Quiroga, y sus razones habría tenido Johnny el Tano para contratar a una chica como aquella, tal vez lo de ser ama de casa sin antecedentes y sin pistas y sin motivos para causar alarma. El caso es que la contrató lo mismo que a él y el destino o Johnny Tano los puso en el mismo sitio al mismo tiempo, en el almacén donde iban a ensayar el robo, y a veces cuando se ponían a hacer algo en pareja, cuando simulaban estar perforando el túnel juntos, o cuando llevaban a cabo la toma del dinero y cuando uno le tenía que hacer pie al otro para acceder al falsete del techo, entonces se rozaban, se tocaban, se agarraban, y a Ambrosio el Chino le venía grande porque la carne que tenía por dentro de la piel se le ponía de punta, le daban una especie de corrientes eléctricas, unas olas de calor internas difícil de explicar, y aquello empezó a volverle loco hasta tal punto que en los ensayos posteriores le resultaba difícil concentrarse porque lo único que hacía era mirar a Martina de cerca, oírla respirar, atrapar el olor de su aliento cada vez que se apretaba el uno al otro por necesidades del guión, y la mente se le iba de la función, del atraco, y cometía errores y Johnny el Tano se cagaba en la madre que lo parió y le amenazaba con cortarle los huevos sino se estaba a lo que había que estar.

Como se había hecho de noche yo a punto estaba de preguntarle a Jacinto que si cenábamos allí, salchichas de bote de las que todavía quedaban cuatro, con patata cocida, o que si quería bajar a lo de Pablo y tomar sopas con pan a cuenta de lo que le debían. Se hacía de noche y a mí me entraba hambre pero no interrumpí ya que Jacinto parecía muy metido en la explicación.

Ambrosio que de vez en cuando había soñado con los billetes, con los pesos en la mano, y luego la fuga, cambiar el dinero de moneda si es que se fugara del país, cambiar los pesos por dólares y luego dedicarse a borrar muchas huellas, permanecer inactivo durante un tiempo, ese había sido uno de sus mayores alicientes, lo de permanecer escondido durante un tiempo sin hacer acopio de valor, metido en cualquier pueblo de clima templado, en el Brasil, Venezuela, Costa Rica… Ambrosio había soñado con el día de después del robo, cuando estuvieran ya con el dinero en su poder y a salvo de la policía, los cinco metidos en la casa que tenían alquilada como escondrijo, la casa en la que vivía una pareja de viejos a los que se les había explicado de antemano lo que tendrían que hacer cuando ellos llegaran, hacer como si nada, hacer vida de a diario, sentarse enfrente del televisor y atender sus labores, darle de comer al canario, regar las plantas, poner el brasero…

El bar aquel en la azotea del edificio era regentado por un tal Fenicio Suarez. Un día de estos te llevaré a conocerlo.
Todavía estoy esperando que me lleves al Suspiros de España

Al Suspiros de España de momento no, pero al bar este del tal Fenicio, al bar sin nombre de una boca calle de 5 de Abril, allí sí que te llevaré porque merece la pena y además es otra gente y no nos conoce nadie y nadie da la tabarra y así es mucho mejor

¿En una boca calle de 5 de Abril?



¿Por dónde queda 5 de Abril?

Cerca del estadio, en la zona antigua, Plaza de Maipú, por ahí

¿Ambrosio acude por allí?

No sé, aquel día me llevó pero tampoco es que el dueño, el Fenicio este, tampoco es que lo tratara con mucha familiaridad

¿Y cenar hoy?

Espera que termine

Termina pues

La noche aquella, el dueño del bar clandestino, Fenicio Suarez, se nos acercó un par de veces porque la verdad que con tanta pastilla al Chino se le había quedado la cara rara, los ojos abiertos bien grandes, y bueno, el Fenicio se había dado cuenta y había venido donde estábamos sentados interesándose por su salud. Demás está decir que lo mandamos al carajo, pero bueno. Ambrosio ni se dio cuenta, tan ensimismado que estaba hablándome de Martina que ni la hora del día sabía. Y me contó que ya cuando quedaba muy poco para el robo, pues que habían hecho hasta un túnel artificial dentro del almacén en Huechuraba, para ensayar mejor, como si fuera real. Habían copiado tramos del banco o del subterráneo por los que iban a tener que pasar y se habían montado una especie de maqueta a escala real allí en el almacén. Hicieron el túnel donde Ambrosio, declarado taladrador principal, había practicado. Y entonces me dijo, borracho como estaba a aquellas horas de la noche todavía sentados en lo de la azotea, que un día de ensayos, pasando cerca de Martina dentro del túnel que habían fabricado, pues que se quedaron atascados él y ella, durante dos o tres minutos, y bueno, me dijo que en aquellos momentos él pudo notar sin necesidad de palparla, que ella estaba mojada, mojada como de haberse corrido de gusto, ahí es nada.

Luego la cosa se enfrió porque él se dio cuenta y ella se dio cuenta de que él se había dado cuenta y aunque sí que es cierto que ambos trataron de distanciarse, en el fondo no podían porque cuanto más se distanciaban mas se acercaba el uno al otro hasta que ella le enseñó por vigesimosexta vez aquella foto que llevaba siempre en el bolso de su marido y su hijo y que usaba como escudo emocional, y a él le empezaron a entrar las dudas que ya nunca le abandonaron hasta el día del robo.

Que quede claro. A mí aquella noche Ambrosio el Chino Maidana en ningún momento me dijo que el día del robo se echó atrás porque en realidad necesitaba alejarse de Martina para que ésta no rompiese el matrimonio con el marido descerebrao ni la familia que representaban. Ambrosio en ningún momento me dijo que por amor a aquella mujer decidió que era mejor desaparecer del mapa, abandonar el proyecto en común y de esa forma garantizarse el no volver a verse y así no interferir en lo que era una familia ni en sus planes de futuro ni en las posibilidades que les daría el botín (operaciones de neurología en los Estados Unidos incluidas). Ambrosio nunca me explicó las razones que lo llevaron a soltar el taladro cuando estaban en el túnel a escasos segundos de conectar con el lavabo del banco. Repitió mucho que Martina le había enseñado las fotos aquellas donde salía el marido y el crío en una excursión que hicieron a Valparaíso y que no se había podido quitar la estampa de la cabeza. Pero de las razones directas que lo llevaron abandonar el robo no dijo nada.

¿Entonces por qué se echó atrás?

Lo mismo se cagó en los pantalones

No comments: